Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana (Española de México, nació y vivió entre 1648 y 1695)
LA RAZÓN CONTRA EL GUSTO. CLAVES DE UN SONETO DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Por Fulgencio Martínez
PROSIGUE EL MISMO ASUNTO, Y DETERMINA QUE PREVALEZCA LA RAZÓN CONTRA EL GUSTO
Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.
El soneto de Juana de Asbaje, sor Juana Inés de la Cruz, está escrito, posiblemente, antes de la “Respuesta a sor Filotea”, y, por tanto, pertenece a una época más joven de sor Juana, cuando aún no se sentía víctima de los escrúpulos que le levantaron sus propios amigos más estimados, acerca de la frivolidad de las letras y los estudios.
En este soneto se manifiesta, en toda su plenitud, la lírica barroca, síntesis de lo mejor del conceptismo y del gongorismo, unido al genio de la propia autora.
Tema
Inspirado en un tema latino, de Ausonio, sobre las contradictorias actitudes del amor, el soneto presenta, ya en su primer cuarteto, la paradoja y en cierto modo antítesis que produce el poco cuerdo amor.
“Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata”
No hay justicia ni razón en los sentimientos, ni cálculo de dolores y alegrías, de utilidad o de perjuicio. La dificultad parece que es el único estímulo o acicate del amor; pero también se podría decir que lo es la sinrazón, el masoquismo: “Constante adoro a quien mi amor maltrata”, tema este que se ha querido ver en la obra de sor Juana.
Pero el amor en su poesía es también metáfora o símbolo del anhelo de perfección, o de la búsqueda eterna de la misma...; eterna presumiendo una vida sin fin de búsqueda, por la que apuesta la fe de la poeta, más platónico-católica que ortodoxa católica (al menos, no católica del catecismo que hace descansar al alma en la gloria eterna así de un salto mortal). Y en este sentido, ¿qué gran poeta cristiano, ascético y neoplatónico de aquel siglo XVII (pienso en Quevedo o en el mismo Calderón) o qué gran espíritu religioso católico no era de ese ánimo inquieto y un tanto heterodoxo? (vistos desde el paso de los siglos, eran estos poetas, ascetas y místicos, muchos de ellos mujeres, de una espiritualidad menos pacata y reglamentista que sus correspondientes contemporáneos “reformados” o protestantes). El misterio de este soneto, en su fondo, tiene algo que ver con esa “búsqueda eterna de la perfección” que es causa de insatisfacción, de pérdida de ser, pero que se revela de un gozo tan intenso como el esperado en el amor. El soneto alude, en clave de la piedad y de la retórica sentimental de su época, a la confluencia del gozo de amor esperado (con su presente daño y dolor) y la apuesta por la perfección espiritual que no se sacia hasta la fusión con el divino y esquivo Amado; anhelo o apuesta que, si produce pérdida de ser, en lo existencial (en cuanto a la autocomprensión de sí misma de la poeta, esto es: no control de sí y disconformidad de sí, y hasta humillación ontológica), también, en un orden más concreto, produce pérdida del sentido de lo práctico y lo conveniente. También, al cabo, pérdida del sentido de lo real.
Vemos cómo el soneto se desvía enseguida por derivas parodójicas del tema inicial, planteándose dialécticamente la esencia inquieta del amor (tema de fondo del soneto) bajo la aparente disputa anecdótica (o motivo tópico de los efectos contradictorios del amor).
“Al que trato de amar, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata”
Finalmente (para no alargar el comentario, pues ya he dicho arriba lo que me pareció útil para que miréis el soneto con ojos ávidos), el auto o proceso del amor se resuelve, en el último terceto, con una elección aún más paradójica (síntoma irónico de sinrazón): la elección de no querer ser víctima del ídolo, de preferir ser dañador a ser despojo. Ser amado y no amar.
Una elección propia de mujer despechada: no estoy de acuerdo. Si no supiéramos que el énfasis retórico, irónico, está negando lo mismo que parece decir, estaríamos a pique de ver cinismo amoroso o apuesta, en lo espiritual, por la doctrina del libre albedrío, erasmista y tan denostada por todos los dogmáticos de la teología católica agustiniana y, en primer lugar, entre los reformadores, por el mismo Lutero. Si no supiéramos que Platón enseñó el topos de que en el amor importa más el amar que el ser amado, más el erastés que el erómenos… porque, como dice el filósofo, sin búsqueda de lo otro, sin amor y preocupación y cuidado del otro, el alma no emprende camino de perfección. (Quizá Jacques Lacan se equivoque, y “amar no es dar lo que no se tiene”, pues quien ama da un poco, sino todo, de lo que tiene, y lo tiene por el hecho de amar).
Los lectores de su época entendían ese juego irónico, ya que compartían, cada uno en su grado, las mismas referencias y lecturas poéticas, filosóficas y religiosas.
La elección, además de ser “intelectual”, es paradójicamente antitética con el tema de la locura de amor y su aceptación.
Dos palabras sobre la forma del soneto.
En lo formal, destaca el uso de las rimas internas en eco, y del quiasmo, la paradoja, la antítesis y el razonamiento retóricamente expresado, como un modo silogístico, en las premisas y en la conclusión del poema. Conclusión, eso sí, disparatada, absurda o inesperada, partiendo de lo que tópicamente expresan aquellas premisas.
En suma, este soneto de sor Juana Inés de la Cruz es un parto de genialidad poética, y, como antes se decía, de una conjunción feliz de contenido y forma, y también de lo dicho y lo no expresado pero sugerido, abierto a indagaciones y gozos imprevistos. Por lo que, lo que he visto y os he contado seguramente no valga para vuestros nuevos ojos más que la seña de un rústico que algo ha oído de una fuente oculta en el bosque.
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