ENSOÑACIONES
DE UN PASEANTE REPUBLICANO
(Homenaje a Jean-Jacques Rousseau)
¿Pero es que quieren que les salga
gratis la Gürtel, los Eres, el caso Nóos, los pelotazos, las putas y los
recortes, por poner a otro rey?
La república les dará todas las garantías de defenderse ante los tribunales y
les dará oportunidad de revertir -como
dicen- el dolor del pueblo. Tendrán trabajo, algo que ellos niegan a muchísimos
españoles, un trabajo digno con el que vivirán después de haber pagado si el
pueblo los declara culpables.
Pervirtieron
el estado de derecho, robaron la democracia, confundieron a los jueces
independientes y junto a los ricos se enriquecieron en un tiempo de crisis para
los pobres y los trabajadores.
Mancharon
el nombre de obrero, de socialista, de liberal, cantaron viva las cadenas del
absolutismo, la libertad la pusieron contra el pueblo, solo ellos en sus
búnkers y dentro de sus coches oficiales pasearon libres de pobreza, pero
también pobres de espíritu, estacionados, inmóviles, rituales, distantes del
dolor de los que no llegan a fin de mes, no tienen trabajo o trabajan por un
salario indigno.
Se comieron la tarta sin pensar que podía empacharles.
Tuvieron buenos patrimonios a salvo de la ley, en paraísos fiscales o en
empresas que privatizaron para luego entrar ellos por la puerta giratoria. El
pueblo juzgará. Será justicia.
Como dijo Valle Inclán: “Los españoles han echado al último de los Borbones, no por rey, sino por ladrón”. Lo que escribió Valle en 1931 puede servir, cambiado el contexto, para leer los acontecimientos recientes de la abrupta abdicación de Juan Carlos I. La voz de la calle y el ímpetu de las generaciones españolas ilusionadas con el órdago de Podemos a la anarquía de las corruptelas partidistas que han desintegrado la autoridad del sistema, explica una renuncia tan inexplicable e imprevisible que hubo de hacer el Gobierno una ley específica para la abdicación y la sucesión, como si ambas cosas fueran causa-efecto mecánicos y como si, en Derecho, una ley pudiera tener el ámbito de un solo caso. Ni siquiera es legal la norma que le dio enjuage, a posteriori, al cambio sucesorio; ni mucho menos es legal la ley que han preparado para blindar judicialmente al abdicado monarca. “Una ley ad hoc” hecha con urgencia, ante el temor de que el pueblo pudiera saber quién sabe qué, quizá (caben todas las conjeturas) que, como en 1931, su rey, en ese caso, Alfonso XIII, había sacado de España, a bancos de Francia y Suiza, el equivalente hoy día a casi cincuenta millones de euros. Qué sabio era Valle, y qué bien describió el momento histórico y a los españoles, quienes perdonan todo cuando se les dice la verdad.
Como dijo Valle Inclán: “Los españoles han echado al último de los Borbones, no por rey, sino por ladrón”. Lo que escribió Valle en 1931 puede servir, cambiado el contexto, para leer los acontecimientos recientes de la abrupta abdicación de Juan Carlos I. La voz de la calle y el ímpetu de las generaciones españolas ilusionadas con el órdago de Podemos a la anarquía de las corruptelas partidistas que han desintegrado la autoridad del sistema, explica una renuncia tan inexplicable e imprevisible que hubo de hacer el Gobierno una ley específica para la abdicación y la sucesión, como si ambas cosas fueran causa-efecto mecánicos y como si, en Derecho, una ley pudiera tener el ámbito de un solo caso. Ni siquiera es legal la norma que le dio enjuage, a posteriori, al cambio sucesorio; ni mucho menos es legal la ley que han preparado para blindar judicialmente al abdicado monarca. “Una ley ad hoc” hecha con urgencia, ante el temor de que el pueblo pudiera saber quién sabe qué, quizá (caben todas las conjeturas) que, como en 1931, su rey, en ese caso, Alfonso XIII, había sacado de España, a bancos de Francia y Suiza, el equivalente hoy día a casi cincuenta millones de euros. Qué sabio era Valle, y qué bien describió el momento histórico y a los españoles, quienes perdonan todo cuando se les dice la verdad.
Sería de justicia que un nuevo
Parlamento, un nuevo sistema con una Constitución sana, donde haya un poder
judicial independiente y elegido por el pueblo, juzgara a los que pudieron
cometer a sabiendas actos de corrupción de las leyes. Cuando un pueblo maduro
democráticamente elige a sus representantes, en los tres poderes, judicial,
ejecutivo y legislativo, no les otorga un cheque en blanco… que ellos, además,
llenan de ceros a la derecha. No. La representación democrática es una función
biunívoca: tú, diputado, me representas, por tanto, me has de escuchar; igual
que yo, votante, te he de escuchar; un feed-back es la representación democrática.
Lo otro no es parlamentarismo sino un sistema de oligarquías caciquiles, que
convierten al representante en un diputado sordo y un brazo de madera. Y, por
supuesto, en un estado de derecho (Montesquieu
dixit) los jueces no son de partido.
Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía y escritor
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