http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/06/18/manana-cerrada-consulta/567681.html
JUEVES, CERRADA LA CONSULTA
El jueves 19 de junio se pierde una gran oportunidad para este país de salir de la minoría de edad y de elegir la forma de Estado por sufragio democrático universal.
El jueves estará cerrada la consulta. Ninguno de los partidos que apoyan al sucesor de Felipe V quiere oír a sus representados ese día, que será de fiesta nacional, a costa de unos cientos de millones de euros que pagaremos todos a escote.
Cifraba Kant, a
finales del siglo XVIII, la Ilustración (que en cultura es sinónimo de
democracia) en el paso de la minoría a la mayoría de edad, tanto en los
individuos como en los pueblos. Y bien diagnosticaba el mayor filósofo moderno
que, para alcanzarla, había que superar tres obstáculos: el argumento de
autoridad, el fanatismo y el autoritarismo. El primer obstáculo afecta a la
libertad de pensamiento: frente a la inercia de dar por verdades opiniones
basadas en la falacia del argumento de autoridad (“eso es verdad porque lo dice
el jefe, o porque lo dice Aristóteles o la Biblia”), la persona adulta se
atreve a pensar, y en general está abierta a saber y a confrontar sus ideas con
las de los demás (nos pide Kant “sapere aude”: atrévete a pensar). El segundo obstáculo tiene que ver
con la superstición religiosa o atea, históricamente con los prejuicios
fanáticos y excluyentes que viven aún en el seno de las religiones, donde la
verdad se confunde con el dogma y el sentimiento hostil hacia el heterodoxo o el
hereje (hoy día, hacia el indiferente o agnóstico) llega a convertirse en una fatua u orden de persecución. En el
orden civil, se traduce en imponer las religiones sus creencias morales al
legislador y (como ocurre aún en España), influir en las Leyes del Estado que
se promulgan para toda la sociedad, incluidos los que no tienen ningún credo
religioso; véase la irracional ley de aborto que ha impulsado el ministro Gallardón, que parte de la base de que
todo el país es oficialmente católico y obediente a la moral de los sectores
más rancios de la Iglesia. Que un experto en leyes como el ministro español no
sepa diferenciar entre Estado e Iglesia, es impensable; solo podemos pensar que
es víctima la psique del ministro de un reflejo automático de antimodernidad,
por no decir de un errático síntoma de corrupción intelectual.
El tercer obstáculo es el autoritarismo político, o sea,
cualquier forma de tiranía, dictadura o régimen autoritario que sepulta la
libertad de sus súbditos y les impide ser ciudadanos. Esa corrupción del poder
es el súmmum de la negatividad: no solo impone su propia inquisición, su
policía política, sus cárceles, tiene también un sistema “positivo” de buscarse
apoyos: como dice Michel Foucault,
el poder no solo prohíbe, censura y castra la libertad, usa también la
zanahoria para ganarse adeptos. Son los privilegiados los que desde primera
hora se ofrecen a ser sayones del caudillo o príncipe autoritario. Pero el
poder de éstos tiene una mano más sutil para promocionarse, que no es lo mismo
que justificarse racional ni jurídicamente. Esos regímenes imitan los populismos
democráticos, desarrollan maneras paternalistas hacia sus súbditos, promueven
una pseudocultura de evasión y ensañamiento nacionalista entre la masa
“apolítica”, en verdad también víctima de dichos regímenes. Recordemos aquella
frase de Franco: “Yo no soy político”; ¡cuántos españoles (y yo me incluyo)
hemos no solo despotricado de la política (que es sano hacerlo desde la crítica)
sino que nos hemos declarado al margen de la política, apolíticos! Aquí nos
creemos ya autónomos, en sentido kantiano, como si fuera posible saltar al
postre sin haber comido antes el plato principal. El tercer obstáculo, el mayor
enemigo de la libertad del individuo y de los pueblos, es de naturaleza
política (es, de hecho, una degeneración de la política, pues ya Platón, en República, denunciaba a la tiranía como
la peor forma de gobierno). Sin embargo, solo con la política, participando en
ella, se puede superar y aspirar a la autonomía personal y ciudadana. Así pues,
la falacia de que “no me interesa la política, luego estoy más allá de sus
corrupciones”; o el “solo me interesa lo mío” es un apoyo fáctico al
autoritarismo. Aparte de ser insolidario con los que sí reclaman participar,
ser consultados democráticamente.
Es un ejemplo actualísimo de autoritarismo no democrático el
que se nos plantea con la sucesión de la monarquía española, no sometida a
sufragio universal en su momento, ya que, antes de la Constitución de 1978, quizá, el pueblo español a la sazón aun no
estaba maduro para ello. Piensen qué opinión podían tener los españoles de la
II República después de 40 años de demonización por el régimen franquista. (Un
poco de esa visión negativa que tenía el español medio del único antecedente de
su historia democrática, la podemos apreciar en las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre, una réplica del
No-Do triunfal). Pero, salvas excepciones, hoy es evidentísimo que una
generación más informada reclama libertad bien para votar República o
Monarquía. La Constitución de 1978 ha cumplido su ciclo. Los propios monárquicos de verdad deberían ser los que más interés
tengan en asentar democráticamente al “novísimo” Felipe VI mediante consulta universal al pueblo soberano. Como no
es así, la moraleja, que sabrán mejor explicar los futuros historiadores, es
que ni PP ni PSOE son monárquicos en su ADN. El PSOE, al menos, lo ha dicho,
cínicamente; el PP falta que aún diga la verdad, si es de Franco aunque ahora
haya de pasar por defensor del Trono ante el “Apocalipsis”.
FULGENCIO MARTÍNEZ
PROFESOR DE FILOSOFÍA Y ESCRITOR
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