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miércoles, 29 de octubre de 2014

No es un país para premios



 
Diario político y literario de F.M /T3/6
NO ES UN PAÍS PARA PREMIOS

Que no está el país para presentarlo a un premio, sobre eso quisiera reflexionar realmente. Pero, todavía alelado de admiración por el éxito (según la televisión oficial) de la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, y por ser, quizá, la última ocasión que tenga para hacerlo, ya que en posteriores ediciones pasarán a llamarse Príncesa de Asturias, voy a glosar este galardón. En las palabras del rey se ha destacado el vocablo “ética” –se pide más ética a los gestores públicos, más ética en general en la vida de los caminantes y súbditos de este reino de España. Una persona junto a mí, en la barra de un bar, me preguntaba, viendo y oyendo las imágenes televisivas del acontecimiento: “¿qué eso de ética?, ¿usted lo sabe?”. No pude evitar sonrojarme, pues el individuo en cuestión no reconoció en mi persona, de primera vista,  que yo la tengo y que la enseño: lo de ser profesor de esta materia tampoco se me debe conocer a la vista. ¿En general dónde tenemos las personas la ética? ¿Y por qué solo se enseña una hora a la semana en un curso de 4º de Eso?
Sobre lo segundo, pregunten al ministro Wert y al consejero de Educación Pedro Antonio Sánchez.  En respuesta a lo primero, diría que la ética es invisible, inodora, incluso indolora, insapiente e insostenible en mano, rostro o cualquier otra parte del cuerpo. Todo lo que sé de ese cuerpo volátil lo aprendí en un manual de José Luis López Aranguren, llamado, precisamente, Ética. Allí aprendí que moral y ética pueden ser sinónimos y que hay un sentido del término moral muy utilizado, en expresiones como “tener la moral alta” o “estar con la moral alta”, es decir, sentir ganas de vencer las dificultades y ser asertivos –asertividad es una palabra que se ha puesto de moda luego-. La moral alta es sentirse vital, deportivo, que diría Ortega y Gasset. En este sentido, en nuestro país donde más se nos nota la ética es en el deporte, hemos tenido temporadas mejores, pero en general andamos por ahí con la moral alta. Pero ética remite siempre a un comportamiento juzgado por otro, por otros, o por uno mismo.  En otras actividades (económicas o de cualquier otro tipo, incluso en aquel sentido de la palabra moral al que me he referido) se evalúan los comportamientos no por sí mismos sino por los resultados.  Todas las acciones que realizamos pasan a verse rápidamente como actividades; dejan para la conciencia de ser acciones, para ser actividades: todas, excepto la ética. Incluso ésta en aquel sentido básico, fisiológico, de moral deportiva. Incluso la educación padece la tentación y el peligro de evaluarse por los resultados y, por tanto, se olvida la dimensión ética de la educación, se la saca de aquello que se juzga por sí mismo,  en sí mismo, y nivelada con otros contenidos y actividades evaluables por resultados, se le concede un lugar menor. En realidad, toda la educación y en particular la ética solo tienen un fin propio: ampliar nuestra conciencia y, antes, ayudar a formarla o, cuando menos, avisar de que es necesario usarla . Vean si toco el tema de la educación y la ética en la educación. Si queremos tener un país ético, o con un plus ético en estas malandadas circunstancias que vivimos, hemos de empezar por educar al personal y por darle, en consecuencia, tanta o más importancia a la ética que a los contenidos y herramientas que nos preparan para realizar actividades. Fijémonos en la acción misma, en que la “hacemos” nosotros.
Si  a mí me pidieran dar una lección magistral de Ética leería en público esa letra de la canción de Frank Sinatra, “My way”.”Tuve una vida satisfactoria / recorrí todos y cada uno de los caminos…/ Hice lo que debía, /pero me aseguré que fuera sin privilegios./ Amé, gocé, también sufrí /… ¿qué es un hombre y qué ha logrado?, / si no es fiel a si mismo no tiene nada, /decir las cosas que siente realmente y no las palabras de quien se arrodilla”. Me emociona el espíritu deportivo de la letra, su vitalismo a la vez que una expresión clave: sin privilegios. Se juntan ahí moral alta y ética, los dos sentidos. Tomé todo pero me aseguré de que fuera sin privilegios (without exemption). En este sentido, solo puede predicar ética quien dice y hace parejo, quien quiere lo que hace y hace lo que quiere sin ventajismos, sin prebendas ni privilegios, pues se recuerda que ha de ser juzgado; gana o pierde con fair play, su éxito nunca es unfair, injusto, pues no se hace trampas a sí ni las hace a los demás. Buena lección de ética sería la que diera un político o el mismo rey que renunciara a vivir con privilegios, honores, premios, y se dispusiera a vivir como cualquier ser humano. Eso, precisamente, le han recordado al rey Felipe VI los de las diversas plataformas (desahuciados por las hipotecas, jornaleros, jóvenes en paro, etc) que se han acercado a Oviedo, a la entrega de los premios Príncipe de Asturias: cuando Felipe viva con 4oo euros al mes, entonces que pronuncie la palabra ética. Solo le pediríamos que lo pruebe un solo mes, que no sea febrero y bisiesto.

FULGENCIO MARTÍNEZ
Profesor de Filosofía y escritor

Artículo publicado en el periódico digital EL PAJARITO.ES
http://elpajarito.es/opinion/368-agora/9878-no-es-un-pais-para-premios.html

y en el periódico LA OPINIÓN DE MURCIA
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/10/27/pais-premios/599465.html

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