LA INFILTRADA
"La infiltrada", la película de Arantxa Echevarria (con guion de la misma y de Amélia Mora), me ha deparado este fin de semana casi dos horas de disfrute y emoción en la gran pantalla. Iba, lo confieso, motivado por las críticas positivas en boca de gente cuyo criterio aprecio, sea conforme o no con el mío; y especialmente me resonaban el elogio de la directora y el de la actriz protagonista (Carolina Yuste), así como la buena nota que daban mis amigos al análisis del tema de fondo que propone la película (el nihilismo terrorrista de ETA en los años de plomo, los noventa del pasado siglo XX), tema que con valentía y sin concesiones a la equidistancia amoral sintetiza el film en el marco de una historia: la de una joven policía "infiltrada" durante ocho años en los submundos de la organización criminal.
El cine y la realidad son, a veces, dos planos diferentes, y es bueno separarlos, aunque se vuelvan finalmente a unir para intentar tener un enfoque más rico, que nos sirva a nosotros, a cada uno de los espectadores-lectores, a enriquecer nuestra experiencia. Pero en este caso, al tratar de La infiltrada, dado el tema que encierra, la enjundia moral del relato y al mismo tiempo la contemporaneidad y proximidad afectiva que aún nos aproxima (o debiera aproximarnos) a él, se hace preciso anteponer unas aclaraciones. Más que unas aclaraciones: declaraciones.
No me voy a referir a Patria (la novela de Fernando Aramburu, más aún que la película) con la que podría compararse. Me voy a referir, para situar el tema, desde el punto de vista de alguien que no ha vivido sino a distancia el ambiente de presión en aquellos años, a una anécdota personal y a una novela, Tomás Nevinson, de Javier Marías.
Un buen compañero de instituto, en los minutos del café, me comenta lo bien que lo ha pasado en el País Vasco en las últimas vacaciones. Tiene allí un amigo y miembro también de su iglesia evangélica, que le había invitado. Ese hombre es dueño de varios hostales, y no le han molestado nunca los de ETA, claro que les ha pagado lo que los terroristas le han exigido durante mucho tiempo... Lo dice con tal naturalidad... (¿Estamos en Chicago, o entre la mafia marsellesa o siciliana?, pienso. ¡Cuántas víctimas del terror, que no se nombran, se han silenciado!; no solo los muertos, los asesinados vilmente, civiles o militares, niños o ancianos, mujeres, hombres o viceversa; y no solo, como en Patria, aquellos, honrados, trabajadores, pequeños empresarios que no han cedido o no han querido continuar cediendo al chantaje, a la extorsión, a la muerte anunciada por mano de verdugos a los que nadie ha puesto cara aún, como deberían ponérsele cara, me refiero a los impulsores intelectuales de los ejecutivos terroristas, los Txapotes y Chapalotes sabinianos. Más allá de esos sacrificados por una ruin causa, me refiero a los silenciados, a los acobardados vivos, a los mismos geranios y barandas que en el Pueblo Vasco han callado, han hecho de figurines y coro, de atrezzo y, muchas veces, de coartada moral a los asesinos y mafiosos. Además, no han indemnizado ni pagado al Estado y a las familias de aquellos que mataron. Además, un presidente de España, como es el actual, hizo destruir públicamente, para que pasara el delito más desapercibido, las armas de los terroristas, muchas de ellas posiblemente necesarias para esclarecer los más de trescientos crímenes aún no resueltos. ¿Canallada?, no; lo siguiente).
La novela de Javier Marías me aburrió, con sus tropecientas páginas. Está horrorosamente enfocada la historia. No es creíble que un supuesto "agente" secreto se desplace a una pequeña ciudad de provincias del Norte -dáte que León o Zamora-, y se eche una novia ex etarra o etarra durmiente y la espíe desde la ventana de enfrente a la suya, y así durante meses, más de un año, sin que la curiosidad femenina de la amiga de la chica ni esta ni santo que valga se interese por saber ni siquiera dónde vive ese "infiltrado", pero poco (o más bien, mejor sería llamarlo "el invisible"; un ente conceptual no un personaje). Pero, si como novelista, en cuanto a crear una intriga creíble, Marías es un fiasco, como ensayista (o historiador cronista de la historia reciente de este país) merece mucho la pena. La novela dedica sus mejores páginas a resituarnos y reconstruir la memoria del terrorismo del IRA irlandés y, en parte, de la ETA. Sinceramente, si pudiéramos extraer de esa presunta novela, esas páginas, ese ensayo intercalado en la novela mencionada, sería lo mejor, en mi opinión, que ha dejado escrito Marías, y sin duda uno de los textos más valientes, claros y descarnados a propósito del terrorismo abertzale. El País, me refiero al periódico, hipócritamente alabó, a su muerte, al escritor; no le prestó ninguna empatía a sus ideas. ¿Canallada?, no; lo siguiente.
Volviendo a la película de Arantxa Echevarria, me ha parecido un film lleno de verdad, tensión, emoción, buena dirección de actores: me han encantado la interpretación de Luis Tosar (bien dirigido aquí; sin sobreactuar) y de Carolina Yuste (quien no da el aire de proceder de Logroño, pero bueno. Su interpretación es muy convincente: transmite fragilidad, sensibilidad y a la vez la verdadera fuerza de carácter de quien se implica hasta el límite en una causa noble. La película plantea, al margen, en un diálogo, ¿qué es eso del carácter? ¿Puede el malo tener carácter o solo es en su caso un gesto de arrogancia y prepotencia?). No puede uno salir indiferente del cine, después de ver escenas magistralmente resueltas en la pantalla como la que protagonizan Yuste y el actor Íñigo Gastesi, cuando Arantxa le pregunta al joven comando: ¿qué es para ti Euskalerría libre? La cara de bobo ingenuo suele ser compatible con la de exterminador. Geniales también los otros "malos" de la peli, como el actor (Diego Anido) que protagoniza al sobrado mancuerno y psicópata terrorista de procedencia gallega. La transmisión al espectador del asco, de la sinrazón y la desgracia humana y colectiva que representan los personajes, no solo los terroristas sino su entorno juvenil desdibujado, chato, tirando en tugurios y herrikotabernas su minoría de edad, es impresionante. La película, creo, tiene el gran acierto de mostrarnos -mejor que ningún film, hasta ahora, que haya tratado el tema- el nihilismo, el descrédito de esos bufones del terror. La directora ni siquiera tiene que criticar, solo mostrarlos.
Hay algunos que dicen que el terrorismo etarra acabó, como acabó el régimen de Hitler. ¿Entonces, vamos por ello a ponerles medallas a los nazis?
Arantxa Echevarria
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