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miércoles, 23 de octubre de 2024

MARÍA CEGARRA SALCEDO (1899-1993). Por José Luis Martínez Valero. Ágora n. 29. Nueva Col. Otoño 2024. Artículos



 

 

MARÍA CEGARRA SALCEDO

1899-1993

 

 

por José Luis Martínez Valero

 

 

 

Es imposible separar a María de su hermano Andrés (1894-1928), nacido pocos años antes. Lector, poeta, ensayista, fundador de la editorial Levante, colaborador de revistas culturales, corre una suerte paralela a su pueblo, La Unión, con el fin de la Gran Guerra entra en un paro total que obliga a muchos de sus habitantes a una emigración forzosa. Desde su cama de enfermo escribe, contempla, sufre y analiza la realidad. 

Andrés padece una enfermedad progresiva: anquilosis. La familia se confabula: el llanto está prohibido, la tristeza hay que ocultarla, convertirla en ironía. La curación siempre está próxima. Entre tanto, continúa escribiendo gracias a María, que será su brazo, su mano, su pluma, ella interpreta, conoce la sintaxis, el vocabulario, el pensamiento del hermano. Antonio Oliver dirá que escribe, no transcribe, no hay dictado, hay encuentro, comunión en la cuartilla, de tal modo que basta un gesto, una sonrisa, la mirada, para que María deje sobre la página lo que Andrés ha dicho, ha querido decir, hubiese escrito.

Hermanos fueron los Machado, Manuel y Antonio, ambos poetas, colaboraron en su teatro. Hermanos, los Baroja, Pío y Ricardo, los Quintero… Sin embargo, nunca hemos tenido esa línea de continuidad. Son una voz que se multiplica, diferencia y perfecciona. Ambos alcanzan su voz propia.

María entiende que la muerte de su hermano Andrés, no implica desaparición, sólo es distancia, al mismo tiempo se transfigura en testigo e interlocutor. Esta manera de resolver, procura una dimensión metafísica a su poesía: está presente, porque ya no está.

       Su palabra poética podríamos confundirla con un eco, durante años los libros, las conversaciones, los textos producidos aparentemente conservan una relación directa. No obstante, pronto advertimos que, María, vivirá su vida como una afirmación, testimonio de esa lejanía, algo propio, personal. Eco no sería el término adecuado, aunque explica la presencia del testigo, del otro, mejor parece encuentro. María se detiene, escribe y concierta con la ausencia y su silencio.  

La palabra se convierte así en testimonio. Escribe para confirmar la presencia de algo que, sin estar, permanece. ¿Se trata del recuerdo? No, para recordar algo es necesario haberlo olvidado y, María, nunca ha perdido a su hermano. Se ha ido de casa, ha emprendido otra vida, entre tanto, sigue con ella en sus cartas, gestos, retratos, amigos. Si no es recuerdo, ¿qué cosa es? La palabra se convierte en la respuesta a una pregunta que no se ha formulado, como diría María Zambrano. Veamos.

La palabra poética da un salto y rompe con el diálogo previo, no hay prólogo que nos introduzca. Se formula descubriendo una realidad que se ofrece como verdad y aparece desnuda, sin preámbulo alguno, dice lo que tiene que decir. Sus poemas no se demoran. Encontramos que, sin proponérselo, han acertado, parece que viniesen de lejos, de ese lugar donde la presencia es constante.

A menudo nombra algo que no aparece, sirve de mediadora, dado que nos asoma, adiestra para que veamos. Sin embargo, puede que el suceso no sea algo que proceda de un relato, sino que es, eso mismo, que vemos y tocamos. La realidad se ha convertido en una abstracción y su palabra se hace reflexiva. 

En un cuadro puede que aparezca más claro, ocurre que de repente nos sorprende, lo descubrimos. Cuando esto sucede hemos conectado con lo que el pintor dispuso, el lienzo entonces se ha convertido en interlocutor, deja de ser ese plano mudo sobre la pared, pierde su carácter decorativo o funcional, para pasar a ser intelectivo. Entre espectador y cuadro sucede el encuentro, se ha abierto un diálogo que probablemente nos conduzca a entender el resto de la obra, cuadros que aguardan callados en la memoria.

Sus palabras aparecen enteras, como piedras recién cortadas, comparables a esos minerales que llevan a su laboratorio para analizar. Poseen todos los secretos, aunque ella no ha procedido al estudio, lo considera innecesario, es el lector quien ha de desentrañar. La misión del poeta es nombrar, no explicar. A veces esas piezas nos llegan insertadas en una frase, componiendo parte de algo, sin embargo, aquí se ofrecen completas, desprovistas de historia, carecen de un tono académico, erudito. Son oralidad en estado puro.  

 

 


 

CRISTALES MÍOS (1935)

 

El discurso se convierte en una manera de vislumbrar, intuir. Trata con el ser de las cosas, de sus relaciones. Los textos que componen su primer libro: Cristales Míos, 1935 *, serán el testimonio de la voz ausente. Escribe porque busca, porque quiere saber de él. La ausencia del hermano se hace presencia. La nada, el hueco, será el suceso que los una, especie de secreto místico.

La realidad del laboratorio, el estudio de las tierras y piedras, que van a ser objeto de su análisis, se trueca camino para el encuentro. El científico sabe lo que busca, no anda a ciegas, ha de demostrar la existencia de ese algo. No se trata de un encuentro casual, por el contrario, hay un camino riguroso, unos pasos necesarios para exponer si consta o no lo que se ha buscado.

El místico no es sujeto de un arrebato, sino que ha de distinguir entre fantasía, imaginación, fantasmagoría y esa otra cosa, una realidad distante de los sentidos, que no tiene cuerpo alguno, encuentro que dura segundos, pero parecen eternos. Ha de huir constantemente del engaño de los ojos. De la hipérbole, del parecido, ha de negar, negarse. Recuerda más a San Juan de la Cruz que a Teresa de Jesús.

En este empeño se debate María. Canta para encontrar esa voz y lo logra. ¿Ha abandonado el mundo? No, se ha retirado y, por fin, ahora, escribe. La escritura es una manera de recorrer ese camino.

Todos sus libros están entrelazados. En Cristales míos, 58, dice:

Sus manos dejaron en mi frente señal de alas. Por eso estoy tan cerca del infinito. Cuando negué los horizontes traspasé su desvelo, encontrándome.                                                            

Andrés se ha convertido en una cometa invisible, más allá de las nubes, que sólo se sabe que sigue ahí por la tensión del cable. Atención: no es recuerdo, sino presencia continua. 

María Cegarra tiene nombre de fábula, ha vivido en un pueblo fundado recientemente: La Unión. Aunque su existencia pueda remontarse a miles de años. Resultado de unir pequeñas pedanías que en la segunda mitad del XIX conformarán esta ciudad de población oscilante, que alguna vez alcanzó más de 35.000 habitantes. Un pueblo que ha sido muy rico y, también, muy pobre. Condenado a la utopía ha marcado su vida, su poesía, sus amigos.

La vida de María transcurre en La Unión. Poeta, laboratorio de análisis minerales y profesora. Más tarde, licenciada en Ciencias Químicas, se define así:

                     He sido

                     Una sencilla profesora de química.

                     En una ciudad luminosa del sureste.

 

Vivir en un pueblo, no es vivir la provincia, arroyo de intereses, donde el triunfo es un espejo que se agiganta y no deja ver el árbol, la luz, el monte. Un pueblo es el sosiego, los vecinos, la enredadera en la ventana, la puerta abierta.

En un pueblo es difícil ser independiente. María, como Virginia Woolf tiene su habitación propia, el laboratorio donde trabaja. Dos propósitos vertebran su vida, uno, mantener la memoria constante del hermano. Así sus “Bodas de plata con la muerte”, sus “Bodas de oro con la muerte”. Otro, una actitud moral: hacer bien su trabajo, y hacer bien a los otros, educarlos, mostrarles el camino por el que serán independientes y capacitados para hacer lo que se han propuesto.  

De las escasas veces que la he visto actuar en público, quiero recordar lo ocurrido en 1979, era el Primer Congreso de Escritores Murcianos, debo decir primero y último. Su ponencia constituyó una exaltación del amor al libro. Venía a decir: todas las manos están hechas para abrir libros, todos los ojos para leer, por tanto, que los ojos, que las manos se dirijan a ellos, única segura compañía.             

Para recorrer su poesía conviene recordar a los amigos de la Universidad Popular de Cartagena, Antonio Oliver y Carmen Conde. A Asensio Sáez, renacentista en La Unión. Al anónimo minero, los minerales de su laboratorio, alumnos, desde el faro el mar de Cabo de Palos…A Gabriel Miró, a sus hermanos. Miguel Hernández, compañero y, como su hermano Andrés en la distancia.

Durante años ha habitado la frontera del silencio, ese país que se levanta más allá de los anuncios, de los medios de comunicación y del ruido de la corte. Un lugar donde sucede todo lo que queda después: la ruina de la mina, las escombreras, los pulmones duros como cartón de la silicosis, la vieja chimenea vencida, el olor a sulfuro, esas balsas grises en el corazón del todos los colores.

Durante años desde este silencio ha escrito. Y lo ha hecho sobre esa realidad que está, como una pátina, sobre las cosas, de tal modo que, si nadie la contase, desaparecería para siempre. De este modo lo cotidiano, antes que un reflejo costumbrista, descriptivo, es atmósfera o luz, gestos que trasparentan el espíritu. Y su espíritu a veces se ha hecho libro.

María ha publicado: Cristales míos, 1935; Desvarío y fórmulas, 1978 y, Cada día conmigo, 1987. Perfectamente enlazados, donde uno acaba comienza el otro. Dos toman nombre de su oficio, el primero canto, el segundo reflexión, balance, memoria. El tercero historia. Su tema un común cántico espiritual de presencia y ausencia. María ha dicho:

                             Siempre escuchándote y súbita, al fin, la voz. (61, CM)

 

Voz que nace porque parte de la existencia de dos planos, ambos están separados: lejanía y presencia. María, muy pronto es consciente de lo quiere decir y lo que dice. Experta en ausencias, considera al lector como parte esencial de su diálogo, de ahí que aquello que muestra en la página, mantenga esos huecos, ¿silencios?, donde cabe lo que se quiere decir. Su lector lo sabe.  

El recuerdo de esta conjunción se halla en lucha contra la erosión del tiempo. Exige un constante proceso de depuración, necesita superar el dolor primero, vencer al yo herido, para dar con el dolor universal. ¿Qué contienen sus obras?

Cristales míos, 1935: poesía de síntesis, palabra precisa que perfila límites y convoca al pensamiento, aforística. También ironía, a menudo dolor, siempre a través de la metáfora o la imagen, hipérboles con riesgo de vanguardia, fundidas en inteligente agudeza de corazón.

 

                                                    13

Viento pregonero, entrometido y conversador, cuenta la verdad que sabes. Di que el sol me ha citado y me espera en la otra orilla del mundo.

 

                                                    22

La imaginación es el boceto de una ignorancia

 

                                                   27

La única realidad el pensamiento. Lo que se imagina esa es la vida. Estás, aunque mis ojos no te alcancen, y cuando canto mis sueños existo en tu sonrisa. Fuera de ti, de mí, la verdad cautiva en éxtasis eterno.

 

                                                     34

                                                 Reacción

Todo el día será amanecer, claridad recién despierta, sol nuevo, voces descansadas. Nadie sabrá de mí, porque estaré cantando.

          

                                      

                                                       52

                                                  ÍNTIMA

4 - ¡Cómo me alegró la nieve! Creí que se enfriaba el mundo, y que -¡por fin!- se apagaba mi corazón

2 febrero 1934

                                                       60

Asomamos nuestras miradas al camino de sol sobre el mar.

La tarde se iba, náufraga.

-¡Qué quieres ser, el agua o la luz?

-Lo que no seas tú, para encontrarnos.

 

                                                       70

La sílice es una afirmación con un círculo duplicado. Tierra y Dios: mi barro y mi atmósfera.                                 

 

 

DESVARÍO Y FÓRMULAS (1978)

 

Muchos años después, publica Desvarío y fórmulas, 1978. Aquí, la poeta asiste a su trabajo. A menudo su poesía de la intrahistoria, bordea la poesía cívica: la lucha por la vida, la enseñanza como profesión. A vueltas siempre con la identidad, y siempre, sublimación de los otros. Metapoesía y presencia del hermano. La palabra como síntesis, que es preciso analizar. El libro es sobre todo un tratado pedagógico, anécdotas que han sido depuradas en poemas, donde la relación alumno profesor se convierte finalmente en acto, presidido por el amor.

                              

Sentí una honda tristeza

al suspender al alumno vestido de negro.

Era como un árbol quemado.

Pantalón de hulla.

Jersey de grafito.

El cabello recordaba la turba.

Lignito los zapatos.

Los ojos azabache.

En un dedo un diamante

sus destellos lanzaba…

 

Presentó las cuartillas en blanco

sin escribir una palabra

del tema del carbono.

¡Cuánta tristeza sentí al suspenderle

siendo él yacimientos!

            ---------

En las faldas pétreas del faro

Había enterrada una monja.

Ahogada en el naufragio de “El Sirio”.

Dicen que era joven, delicada, bella.

Intacta la devolvía el mar, pero muerta.

Angélica gaviota en la tela del agua.

Nadie preguntó por ella.

Nadie vino a buscarla.

La piedad de los hombres de la mar,

La depositó en la tierra.

Sin llanto y sin nombre.

Serían el faro y el monte

Un inmenso grandioso mausoleo…

 

 

CADA DÍA CONMIGO (1986) Y POEMAS PARA UN SILENCIO (1999)

 

Su tercer libro: Cada día conmigo,1986. Reflexión sobre vida y poesía.

 

CADA DÍA CONMIGO

 

 

Me moriré en La Unión junto a las minas.

Con un rumor de mar en mi costado.

El cante de mi tierra como un rezo.

Y el trovo de un amigo por corona.

 

Tengo miedo que me cubra la tierra.

Pero el amor callado de mi ensueño,

Desgarrará la oscuridad silente,

Alcanzando la luz inconsumible.

 

Mi mesa con su enredo de cuartillas.

Cartas que no alcanzaron su respuesta.

Un libro abierto, un retrato escondido.

 

Envuelta en soledad de soledades,

Sin que nadie la recoja y la viva,

La emoción de mis versos al olvido

 

 

 

HOY NO PUEDO ESCRIBIR

 

La cuartilla es un pequeño lago frío,

Donde la letra es quilla que navega perdida.

Se deshojan las palabras

Como una rosa seca, sin olor.

 

Desbocados los verbos,

Culpan, acusan, nos insultan.

 

La vos se pierde en el hoyo repleto

Del corazón,

O cae al barro de las sucias pisadas.

Lejanos los hombres,

Descontentos, confundidos,

Sin encontrarnos…

 

Arcilla endurecida.

 

Dios está solo.

 

 

Poemas para un silencio, 1999. Póstumo. Es melancolía, aceptación, comunión. Como toda su poesía ha ahondado en la posibilidad de decir, dar con el poema. Encuentro que, a menudo, identifica con sus hermanos ausentes, especialmente, ahora, con Pepita, interlocutores necesarios, ellos conocen el secreto y el misterio que permanece. De ahí que insista en su búsqueda. Se ahonda en un silencio, interlocutor y confidente. El poema se titula “Ahora que estás en la verdad”. Obsérvese que el silencio por fin ha alcanzado el diálogo, me pregunta y escucha, única vía para conocer tu secreto:

 

Ahora que estás en la verdad,

acércame al lenguaje de tu ausencia.

¿Qué silencio es el tuyo que se abisma y envuelve,

me pregunta y escucha?

Todo lo que vivo se abrasa y se deshace

por respuesta.

Dame emoción, palabra y belleza

para un poema

que tu secreto alcance.

 

      En colaboración con Carmen Conde: Mineros, obra de teatro, 1932-1933.

    En su pueblo, La Unión, en su calle, Bailén. En Cabo de Palos, su casa: “Cristales míos”, camino que conduce al faro, quisiera dejar, como un recuerdo, estas hojas.  

 

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 * Cristales míos está reeditado por Torremozas, Madrid, 2017. Madrid. Introd. de Fran Garcerá.

 

 

 

 

José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado recientemente el ensayo Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía, 2024), y con anterioridad, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.

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