ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

viernes, 4 de octubre de 2024

Unamuno y el silencio de Dios. Por Francisco Javier Díez de Revenga. Dossier homenaje a Miguel de Unamuno. Ágora n. 29. Nueva Col. Octubre 2024.

                                                                                                                    Portada de El Cristo de Velázquez (1920)

UNAMUNO Y EL SILENCIO DE DIOS

Por Francisco Javier Díez de Revenga 

 

"El Cristo de Velázquez es el gran poema de los espejos: Unamuno reflejando a Velázquez, Velázquez reflejando el Evangelio, el Evangelio reflejando la figura de Jesús transfigurando el mundo como Dios eterno. Es el poema inmenso en el que, con Velázquez, Unamuno escribe en verso la hermosura de una representación del Crucificado."

Con este artículo del profesor Díez de Revenga iniciamos una pequeña serie que se publicará en el número 29 de Ágora, en homenaje a Miguel de Unamuno con ocasión del centenario en 2024 de la publicación de su libro Teresa.

 

 

Al cumplirse, en 2020, los cien años de la publicación de El Cristo de Velázquez (Poema) de Miguel de Unamuno, uno de los retos más complejos que existen para el lector de la poesía del siglo xx, y para el crítico y para el estudioso de nuestras letras contemporáneas, es el de intentar comprender y explicar lo que significa en la obra el gran escritor la presencia de Dios, entre otras razones por la inmensa dificultad que supone conocer toda la obra de Unamuno, y más aún el propio pensamiento de Unamuno tan cambiante, tan difícil, tan contradictorio en ocasiones. Contra esto y aquello, Unamuno escribió siempre, y durante muchos años con largueza implacable de muchos aspectos de la inteligencia humana, pero desde luego sobre Dios y sobre lo que significaba Dios en su pensamiento, en el mundo y en la vida del escritor.

          Y el reto se hace más inmenso cuando se plantea el lector desde el principio la obra unamuniana como una totalidad, ya sean sus novelas, sus ensayos, su teatro o su poesía, sobre todo su poesía. La obra de Unamuno es una, y Dios está presente en ella desde el principio al fin. Vida, obra, pensamiento y coherencia evolutiva definen esa obra y la presencia del yo unamuniano es la que determina la originalidad de los resultados. Desde su libro Poesías, de 1907, hasta su Cancionero, escrito en los últimos años hasta su muerte el último día de 1936, toda la poesía de Unamuno refleja muy bien la idea de Dios y la lucha permanente del creyente juvenil por escuchar la palabra de Dios. Pero el silencio siempre fue la respuesta, y Unamuno se desesperaba ante ese Dios mudo y sordo.

          De adolescente, tras recibir la comunión un buen día, para oír a Dios, abrió el evangelio por una página al azar y leyó el pasaje en el que Jesús dice a sus discípulos que le sigan. No le hizo el menor caso. Otro día volvió, tras la comunión, a abrir el evangelio, y leyó entonces la reprimenda de Jesús porque no seguía sus instrucciones. Y es que de formación infantil y juvenil en el catolicismo más ortodoxo, su pensamiento superó pronto lo establecido para buscar a Dios en todas partes e intentar ver el rostro de Dios. Y así lo refleja un célebre e inmenso poema, Aldebarán, en el que contempla la noche serena como hizo Fray Luis de León, para interrogar la presencia de Dios, con Leopardi, otro de sus maestros, muy presente.

 

                                                                  Portada interior El Cristo de Velázquez (1920)
                         

El Cristo de Velázquez se publica en la colección Los Poetas, de Calpe, en 1920, tras cuatro largos años de redacción, es el gran poema de Unamuno. En sus páginas llevó a cabo la personal meditación suya de creyente ante la cruz y en ellas se pueden leer versos como estos para descubrir al Cristo en silencio: «Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos, / oye de nuestros pechos los sollozos; / acoge nuestras quejas, los gemidos / de este valle de lágrimas. Clamamos / a Ti, Cristo Jesús, desde la sima / de nuestro abismo de miseria humana, / y Tú, de humanidad la blanca cumbre, danos las aguas de tus nieves». Frente al Dios distante y lejano, aparece ahora la figura de Cristo cercano y próximo al poeta, ante el que medita y renace su fe, ante el que surge su particular lectura del Evangelio mientras goza de la presencia del maravilloso cuadro velazqueño. 

 

                                                                                                                                        Velázquez. Cristo en la cruz.

 

El Cristo de Velázquez es el gran poema de los espejos: Unamuno reflejando a Velázquez, Velázquez reflejando el Evangelio, el Evangelio reflejando la figura de Jesús transfigurando el mundo como Dios eterno. Es el poema inmenso en el que, con Velázquez, Unamuno escribe en verso la hermosura de una representación del Crucificado para corregir y retractarse en cierto modo de la tremenda y descarnada representación que había logrado en otro poema anterior no menos célebre e inolvidable, por descarnado y tremendo, el dedicado al Cristo Yacente de Santa Clara de Palencia (1913), todo tierra, negrura y desesperanza. 

 

                                                                           Edición crítica de El Cristo de Velázquez
                         

Siguen emocionando los versos que Unamuno escribiera en su Cristo de Velázquez  porque mantienen su vigencia y demuestran que estamos ante una apasionada meditación de la Pasión de Cristo, ante cuya imagen de Crucificado busca refugio en su silencio: «¡Dame / Señor, que cuando al fin vaya perdido / a salir de esta noche tenebrosa / en que soñando el corazón se acorcha / me entre en el claro día que no acaba, / fijos mis ojos en tu blanco cuerpo, / Hijo del Hombre, Humanidad completa, / en la increada luz que nunca muere, / ¡mis ojos fijos en tus ojos, Cristo, / mi mirada anegada en Ti, Señor!». Cristo Refugio y Cristo apoyo en el caminar por la vida, entre oscuridades, buscando la luz: «Basta que vea tus brazos / a mis lados, su vista / me sostiene en mi carrera / aunque no vea la pista».

Algunos años más tarde, cuando Unamuno escribe los poemas de su Cancionero (1928-1936), en los últimos años de su vida, la meditación de Cristo en la Cruz volverá a ser apoyo y refugio: «Tú me has hecho encontrarme, Cristo mío; / por la gracia bendita de tu Padre / soy lo que soy; ¡un dios, un yo, un hombre! /Más dentro aún de mis entrañas arde / el fuego eterno que encendió los soles /e hizo la luz, un fuego de diamante. / Tú me has hecho encontrarme, Cristo mío, / y aunque mi sueño duerma, en el ensanche / de Dios ha de dormir y con su sueño / y tú conmigo, Hermano, al abrazarme».

 


Unamuno era un sabio y un lector ávido de la Biblia, del Antiguo y del Nuevo Testamento, y, cuando medita ante el Crucificado de Velázquez, son los versículos sagrados los que penetran, en un interesante proceso de intertextualidad, en sus propios versos. Así de la lectura del Génesis y de la Epístola a los Corintios, surge esta apasionada meditación de Cristo y de la luz de la vida: «La luz que te rodea es el espíritu / que fluye de tu Padre, el Sol eterno, / las tinieblas rompiendo, y a nosotros / de Ti, su luna en nuestra noche triste. / Espíritu de Dios que se movía / sobre el abismo de aguas tenebrosas / cuando mandó Quien es: “¡Hágase lumbre!”; / y del seno brotó de las tinieblas / el Espíritu— Luz que de tu rostro / nos trae al corazón vivo trasunto / del Mismo a cuya imagen se nos hizo / y a cuya imagen, Tú, te hiciste lumbre. / Y esa luz es amor y ella nos funde; / nos funde y meje de tu iglesia eterna / la humanidad divina en las entrañas».

En la «Oración final» de El Cristo de Velázquez surgirá de nuevo el Unamuno sincero, rendido en su meditación ante la imagen de Cristo Crucificado, buscando una vez más la verdad y la vida, la luz y el camino para llegar al más ansiado de los destinos, una de sus obsesiones permanentes: «¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo, / que es el reino de Dios reino del Hombre! / Danos vida, Jesús, que es llamarada / que calienta y alumbra y que al pábulo / en vasija encerrado se sujeta; / vida que es llama, que en el tiempo vive / y en ondas, como el río, se sucede».

 

                                                Edición de El Cristo de Velázquez en la popular colección Austral, de grato recuerdo 

 

 Agradecimientos al profesor Francisco Javier Díez de Revenga por su texto y por la selección de las imágenes.


 

Francisco Javier Díez de Revenga (Murcia, 1946) es catedrático emérito de Literatura Española en la Universidad de Murcia. En 2023 publicó Gabriel Miró, maestro de la Modernidad (Mirto Academia, Granada). Algunos de sus muchos libros de investigación literaria son Azorín, entre los clásicos y con los modernos, Estudios sobre Miguel Hernández, y el volumen Miguel Hernández: En las lunas del perito. Ha realizado ediciones de autores clásicos. De entre su producción cabe destacar también Los poetas del 27. Tradiciones y vanguardias, que continúa la obra de referencia sobre esa Generación poética:  Panorama crítico de la generación del 27 (1987). Es Académico de Número de la Real Academia Alfonso X el Sabio y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Su vocación y curiosidad ininterrumpidas por la poesía más reciente se plasma en su columna Literatura que publica semanalmente el diario La Opinión de Murcia y en libros como Poetas españoles del siglo XXI (2015).

No hay comentarios:

Publicar un comentario