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sábado, 5 de octubre de 2024

Soñar y ver. "Paisajes, 1902", de Miguel de Unamuno. Por José Luis Martínez Valero. Dossier homenaje a Miguel de Unamuno. Ágora . 29. Nueva Col.

 

                                                        Interpretación de un retrato de Unamuno. Ilustración de Martínez Valero.

 

 

SOÑAR Y VER

PAISAJES, 1902

 

 

POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO

 

 


Unamuno es inquieto, diverso, paradójico. Comparable a una ola que viene y va, que se extiende, se encoge, se alza, avanza y se deja caer para después volver haciendo sonar todas las piedras de la playa que serán arrastradas, golpeadas hasta formar esos cantos rodados blancos, negros, moteados.  La palabra de Unamuno hierve, descubre su origen en la etimología, relaciona. Parece que nos recordara que necesitamos el olvido para que podamos recordar, de no ser así, las cosas, la vida, los sucesos, quedan ahí como ventanas ciegas.

“P.- ¿qué cosa es fe?

R.- Creer lo que no vimos”

¿Creer lo que no vimos? ¡Creer lo que no vimos, no!, sino crear lo que no vemos. Crear lo que no vemos, sí crearlo, y vivirlo, y consumirlo, y volver a crear y consumirlo de nuevo viviéndolo otra vez, para otra vez crearlo…y así; en incesante tormento vital.

 

La primera vez que leí su ensayo: “La fe”, 1900, quedé suspendido de esa pregunta y su respuesta, era una cuestión de catecismo a la que se responde de manera sorprendente, la paronomasia juega un papel fundamental: creer no, crear, porque nada está quieto. También insiste:

Escudriñad la lengua, porque la lengua lleva, a presión de atmósferas seculares, el sedimento de los siglos, el más rico aluvión del espíritu colectivo; escudriñad la lengua.

Una de sus cartas, escrita desde París, durante el exilio, 14-1-1925, a Joaquín Casalduero dice así:

Ante todo, mi querido amigo, dígale a esa señorita alemana que Brianzuelo y Frejenuela no existen con tales nombres, como no existe la Orbajosa de Galdós: que son nombres de ficción. Responden a cualquier lugar de la Sierra de Francia, pero sobre todo a La Alberca.

 

Se crea con la palabra. En “Brianzuelo de la Sierra”, leemos:

Vino mi compañero:

- ¡Ea, perezoso, arriba! Vamos a ver el pueblo…

- ¿A ver el pueblo? - le contesté-. ¿Y para qué?

- ¿Para qué? ¡Tú estás malo!... ¿Pues a qué hemos venido?

- ¡A soñarlo! Déjame que me figure a mi antojo…

 

Detengámonos en ver. ¿Qué significa? ¿Tener a nuestro alcance? ¿Diferenciar?  Ver, equivale a contemplar algo, siendo consciente. Hay un yo que se asoma a la realidad y la reconoce como distinta. Entre el mundo que ve y el hecho de estar viendo hay una separación, una distancia. Ver es penetrar en la realidad, descubrirla, dar con el ser que se supone confirma su existencia.

El hombre que vive sumergido en la naturaleza no la ve, la sueña, esto es, la vive, la habita, la siente como algo interior, no pertenece al mundo como algo distinto, más o menos lejano, sino que forma parte de sí mismo, lo que ve y su yo están integrados plenamente. El aire, la lluvia, la tierra, las estaciones, los castaños, el trigo, las legumbres, son él mismo.

La relación con el paisaje, considerar lo que nos rodea como paisaje, equivale a la diferencia entre estar viviendo y que te cuenten la vida. El contar, el saber, rompería esa unidad natural.

¿Por qué el lugar donde se ha vivido, nacido, existido, se convierte en algo añorado, estimado como único? No es que sea superior, no tiene por qué ser objetivamente distinto, sino que, siendo lo mismo, es el lugar soñado, se trata de una relación que no puede ser formulada, supone otro tipo de contacto, no es algo que se visita, de lo que recordamos la luz, la piedra, vegetación, agua, es algo vivido que forma parte de nosotros, somos nosotros mismos. El ser humano entra en esa niebla original, recupera la primera vez, su principio, aunque no sea consciente. Pensar lo que se está viendo rompe esa armonía.  

Ortega en Meditaciones del Quijote, 1914, precisa:

Cuando dice el hombre de mucha fe que ve a Dios en la campiña florecida y en la faz combada de la noche, no se expresa más metafóricamente que si hablara de haber visto una naranja. Si no hubiera más que un ver pasivo quedaría el mundo reducido a un caos de puntos luminosos. Pero hay sobre el pasivo ver un ver activo, que interpreta viendo y ve interpretando; un ver que es mirar. Platón supo hallar para estas visiones que son miradas una palabra divina: las llamó ideas. Pues bien, la tercera dimensión de la naranja no es más que una idea, y Dios es la última dimensión de la campiña. (I, 336)

 

Con Unamuno asistimos a este proceso, no lo concluye. Ocurre como si prefiriese el camino. De ahí ese término: soñar. Opuesto al reconocimiento objetivo de lo que estamos viendo: esto es la llanura, el monte, y sobre el monte unas encinas. Realidades externas. Prefiere la comunión con el paisaje, encuentro en estado de gracia, de tal modo que lo que estamos viendo ha sido interiorizado, y ya no importa el concepto, la idea, sino lo soñado que no es objetivo, ni palabra que limita, es algo que no precisa ser transmitido, se trata de una relación estrictamente personal, resulta de un convivir que es historia y, simultáneamente, presente. Es memoria y es olvido.

- ¿Y qué sueñan?

- ¿Qué? Lo que tienen delante de los ojos; la realidad concreta y presente, el campo, el buey que pasta, el pájaro que vuela…

- ¿será lo que ven?

-No; es que lo sueñan. Su alma es lo que tienen delante: el universo, una inmensa nube que cambia sin cesar… hasta que se les resuelve en lluvia.

- ¿Y llueve?

-Sí; llueve sobre su tumba; llueve el tiempo en gotas incesantes…

No es lo que ven, sino lo que sueñan. De su libro: Poesías, 1907, tomo estos versos, pertenecen al poema prólogo: “¡Id con Dios!”:

                      ¡Cuántos sobre mi frente y so las nubes

                      brillando un punto al sol, entre mis sueños

                      desfilaron como aves peregrinas, 

                      de su canto al compás llevando el vuelo

                      y al querer enjaularlas yo en palabras

                      del olvido a los montes se me fueron!

 

El sueño se presenta como un estado previo al concepto, a la palabra que es jaula. Soñar es un ver superior, inefable, que puede ser evocado, pero no expuesto. Se describe la visión, su aparición, pero no el objeto. No encontramos la palabra porque no existe, será necesario volver al origen. No obstante, ya ha reconocido la experiencia, entre tanto se vale del sueño, el lugar donde la palabra es sólo niebla, deseo de ser expresada, ventana entreabierta, pero silencio. El silencio y el sueño tienen algo en común, ambos pueden ser conjurados, pero no transmitidos. ¿Este camino se dirige a la poesía?

Antonio Machado es otro soñador, dicho así parece que ambos viviesen ajenos a la realidad, sin embargo, es por esta disposición por la que entran a su vez en una manera de ver y de sentir específica.

Lo que Machado describe a menudo parece que se encuentra o produce un estado distinto al que llamamos sueño. No es algo fantástico, fuera de lo común, sino que gracias a este término lo que se propone deja de ser un objeto de uso, pierde su condición objetiva y se funde con el sujeto. Entramos en la zona del “no sé qué”, ese espacio en el que lo que se dice adquiere una dimensión espiritual. En Soledades, 1899-1907, aparece constante este estado. El poema VII, cuyo primer verso: “El limonero lánguido suspende” contiene este fragmento:

                     Que tú me viste hundir mis manos puras

                     en el agua serena

                     para alcanzar los frutos encantados

                    que hoy en el fondo de la fuente sueñan.

 

Ocurre una tarde que se presenta como testigo, con quien se trata el recuerdo, tarde de primavera, el niño está solo, hunde sus manos puras en la fuente, trata de alcanzar los frutos “encantados”, que serían mágicos, porque se reflejan en el fondo y allí sueñan. Forman parte de ese momento que el alma infantil conserva, así dice que hoy, es decir todavía, en el fondo de la fuente sueñan, todavía están en su memoria y allí, al soñar, aún se mantienen vivos, fértiles, pues sueñan, están presentes, activos. Son ellos los que evocan esta escena.

 

PAISAJES

 

Para cerrar esta lectura, lo haré con el primer artículo de Paisajes que titula La flecha, comienza con el sentimiento de la Naturaleza y sigue con una reflexión sobre Los nombres de Cristo, de Fray Luis, quien sitúa este diálogo en el huerto que tenían los agustinos a la orilla del Tormes, a hora y media de paseo desde la ciudad. Presenta a Fray Luis de León en este paraje:

                    Del monte en la ladera,

                       por mi mano plantado tengo un huerto,

                       que con la primavera

                      de bella flor cubierto,

                      ya muestra en esperanza el fruto cierto.

 

El lugar es descrito por Unamuno:

Es un paisaje modesto, casi pobre, sencillísimo, lírico a la vez, sin exuberancias ni esplendideces deslumbradoras, con aire purísimo y extensión vasta, con ámbito trasparente. Parece la tierra un mero soporte del cielo; es el paisaje en que mejor se comprende que se fusionaran el alma del maestro León, el humanitarismo y la mística, Horacio y el Areopagita.

 

De entre los nombres de Cristo, su preferido es Pastor. Profesión que le lleva a considerar el Génesis, donde se expone la oposición ciudad y campo, originada por los diferentes oficios de Caín y Abel, sus ofrendas y la diferente consideración por el Dios que las recibe, lo que lleva a la envidia y al asesinato de Abel. Recordad:

¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?

 

Los habitantes de estos pueblos conforman un colectivo cuya manera de percibir el mundo difiere de quienes viven en la ciudad. Sigue Unamuno:

Y fue Caín el labrador y el primer fratricida quien primero edificó una ciudad, la ciudad de Henoc…Fue el labrador fratricida quien primeramente acotó la tierra para hacer morada estable y de ella la ciudad.

 

Concluye el artículo con un mensaje ecologista que parece más propio de estos días. El sueño se hace ahora más explícito:

¡Cuándo será el día en que el alma del campo libre se tienda por las ciudades reduciéndolas a islotes en el verde mar del campesino sosiego y el cielo que por igual los cubre los una en la santa paz! ¡Cuando será el día en que rotas las cadenas que aún atan a la tierra al humano linaje, peregrine éste por ella como grey que sobre el prado pasa! ¡Cuándo será el día en que se realice el sueño de paz del maestro León y se unan los hombres bajo el campo del cielo y bajo el dulce cayado del Divino Pastor!

 

 

 


José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado recientemente el ensayo Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía, 2024), y con anterioridad, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.

 

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