JACINTO Y LOS ALGORITMOS
RELATO DE JESÚS LÓPEZ GARCÍA
El pediatra lo dijo de manera clara, difteria. Sin ninguna prueba analítica aventuró el diagnóstico. Era un médico mayor, con muchos años de oficio. Cuando lo escuchaste, Jacinto, te dio un vuelco la sangre. Enseguida te acordaste de tu vecino Pedrín, el que vivía en el cortijo del Cerro. Esa imagen no se te ha borrado de la cabeza. Su cara de cera, los oídos y las narices tapadas con trapos. Ahí inmóvil.
Con lo rápido que corría Pedrín. No le ganaba nadie a correr. Y ahí estaba, cerúleo, con sus pantaloncillos de tirantes y su camisa blanca de cuello redondo con puntillas. Fíjate, lo pronto que conociste la tragedia. En aquellos tiempos la muerte estaba siempre tan cerca...
Ni a ti, ni a la mayoría de los vecinos os vacunaron. Entonces solo vacunaban en las ciudades y en los pueblos grandes. En todo caso te colgaban un San Blas bendecido, que eso venía de las cofradías que se crearon hace cuatrocientos años cuando tantas epidemias de garrotillo había.
Tú pasaste la tosferina. ¿Te acuerdas? Esas toses que te daban. Y la varicela. En tu memoria están esos picores que no te dejaban vivir. Pero lo de Pedrín fue lo peor que recuerdas. En todo el campo decían que se había muerto de garrotillo.
Pero ahora has escuchado al médico decir la palabra difteria. Tú sabías que la difteria es lo mismo que el garrotillo porque lo miraste en el Google. Cuando se te metió la manía de no vacunar a tu nieta lo miraste en el Google y aún seguiste con ese dichoso antojo de no vacunarla. Engañaste a todo el mundo. A tu hija, a tu mujer, a tu yerno. Y eso que sabías muy bien lo que podía traer el garrotillo.
-Yo me encargo.
Te comprometiste a llevar a la niña a la vacuna de los 18 meses, pero engañaste a todos. ¿Cómo te las apañaste para sellar la cartilla? No has consentido en contárselo a nadie para no comprometer a los compañeros que custodiaban el sello. Pero, vaya valor que tuviste.
-Estás loco Jacinto, te dijeron.
Porque se terminaron enterando. Los compañeros se terminaron enterando. Ya estabas jubilado, pero los compañeros del centro de salud eran los mismos y estabas en todas las conversaciones.
Y tú, dale Perico al torno, con tu manía. Y el caso es que a la niña la habían vacunado ya varias veces. Pero la de los dieciocho meses coincidió con esa manía tuya contra las vacunas y engañaste a todo el mundo.
-Yo me encargo.
Vaya casualidad, hombre. Tú te encargaste justo en el tiempo que tenías esa manía, que ni tu hija, ni tu mujer, ni nadie sabían. Y ahora, mira. Mira la que has liado, Jacinto. Tu nietecilla, que es lo que más quieres, con difteria, por tu culpa. Por tu puñetera culpa. Es que además eres cabezón. Se te meten las cosas en la cabeza y no hay quien te las saque. Se te meten así porque sí, y te callas. Te digan lo que te digan, te callas y luego haces lo que te da la gana.
Cuántas veces te quisieron regalar un teléfono móvil y tú te negabas. Y el caso es que a veces das razones para las cosas. A veces son simplezas, pero convences con tus cuatro cosas que tienes en la cabeza. Decías: eso del teléfono móvil es para fantasmear por ahí, que van por la calle hablando por el móvil y es mentira, que no hablan con nadie. Lo hacen para sentirse importantes. Oye, y quizás tuvieras razón. Hasta vendían unos teléfonos falsos, que parecían de verdad para que fuera la gente por la calle haciendo como que iban hablando y haciéndose los importantes. Porque entonces iban por la calle los políticos, y los empresarios, y gente así, hablando por teléfono por la calle. Tíos con traje o con cartera. Luego ya iba más gente. Pero tú decías que eso era tontería. Y te daba mucha pesambre verlos con el teléfono móvil por la calle. Una vez te levantaste de una mesa del bar porque en el grupo que estabais había uno hablando por el móvil. Allí hablando tonterías. Te cabreaste y te fuiste. ¿Te acuerdas, Jacinto?
Pero tú, que estás ahí leyendo esto, no pongas esa media sonrisa que a veces te sale cuando miras así, como por encima. Tomas a Jacinto por un bicho raro y no recuerdas cuando tú también veías lo de los teléfonos móviles como un capricho absurdo.
Al final, Jacinto, fue tu hija la que te convenció después de tanto tiempo despotricando de los teléfonos.
-Es para que te podamos localizar, que eso es bueno. Que hoy ya tiene móvil todo el mundo.
Total, que te regalaron un Samsung Galaxy S-3, y tu hijo Mario te instaló el wasap. Y, como tonto no eres, te liaste con el dichoso wasap. Y no se pasó mucho tiempo para que le dieras ligero a los dedos. Allí en el mostrador del Centro de Salud siempre con el móvil debajo, mirando y escribiendo, cuando no tenías cola para dar números o para atender a gente. A veces hasta perdías las formas con los usuarios porque estabas mirando algo en el móvil y te venían a importunar. Y eso que tú siempre fuiste un hombre amable. De zagal, cuando vivías en el cortijo, allí en la Casa Nueva, y eras un zagalón, le caías bien a la gente, sobre todo a las mujeres mayores, por tus formas. Tenías un trato muy bueno con la gente, muy formal. No eras de mucha conversación, pero sí la suficiente. Y además decías las cosas con tranquilidad y convicción. A veces con contundencia. Así fuiste toda tu vida. Con tus manías y tus cabezonerías, pero con unas formas muy cariñosas. Y cuando te picaste con el móvil llegaste a perder algo de tu formalidad.
Quizás fuera por tu manera de ser por lo que don Julián te buscó aquel puesto en el Centro de Salud de Badalona. Bueno, entonces no se llamaba Centro de Salud, que le decían Ambulatorio. Pero allí te colocó don Julián. La verdad que ese hombre se portó bien contigo. Tú te acuerdas aún de cuando venía al cortijo él o su mediero en tiempo de trilla. Pocas veces, pero te acuerdas. Había otros señoritos en el campo que abusaban; y algunos daban malos tratos a sus labradores; y cosas peores de las que no quieres acordarte. Pero don Julián se portó bien con vosotros. Si el riego se llevaba a medias, a vosotros os lo daba al tercio. Y el secano, al cuarto. Y a la hora de partir siempre lo hacía con generosidad, mejor que cuando mandaba al mediero, que se lo tomaba muy a pecho. Si sería tonto el mediero, siempre a favor del señorito, fuera el que fuera su amo. Ese hombre, Torcuato le decían, siempre estaba de parte de los señoritos. En el campo decían que los señoritos se acostaban con su mujer. Tú no te lo creías, pero lo decían.
Don Julián se portó bien. Especialmente contigo. Sabía que habías ido bien en la escuela. Claro, en aquellos tiempos la escuela no daba para mucho. Pero don Hilario, el maestro, decía que aprovechabas para estudiar. Te pudiste ir al seminario y estudiar la carrera de cura, pero hacías falta en el campo y no fue posible. El caso es que don Julián lo sabía y después quiso ayudarte. Cuando os fuisteis a Badalona ya eras casi un hombre, por eso pudiste ir con tu padre de peón de albañil, porque él se las apañó para entrar en las cuadrillas de destajistas. Se le daba bien poner azulejos, bueno allí en Badalona le decían racholas a los azulejos, pero se le daba bien y tú ganabas un buen dinero de peón con tu padre en aquellos años. Ya te habías hecho a la idea de ser albañil, pero don Julián te buscó lo del Ambulatorio. Así, de su cuenta, porque el hombre tenía posición en Zaragoza… y en varios sitios. En Madrid también. Las tierras las mantenía casi por capricho porque, cuando os fuisteis, estos campos antiguos daban ya muy poco y los cortijos se terminaron cayendo. El Cerro, la Casa Nueva, los Alderetes, Algezares y todo eso están en el suelo. Hace tiempo que no has ido por allí, pero están en el suelo.
Claro, cómo iban a sospechar tus hijos que te habían entrado esas rarezas. Si siempre has tirado más bien a lo antiguo, cómo iban a sospechar ellos. Cada dos por tres recordabas las cosas del cortijo o de las aldeas vecinas. Eso no se te quitó de la cabeza. Hasta hace unos años, que dejaste de ir, siempre te gustó volver y saludar a los conocidos. Pero, la verdad, poco a poco se fueron yendo y las últimas veces regresabas triste.
Siempre has sido un poco incrédulo y contrario a la cosa moderna, como tú dices, y sin embargo a estas alturas de la vida pillas y te metes con el puñetero teléfono móvil en esos sitios y te lo crees todo como un gilipollas. Esto de tu nieta ha sido ya el colmo, Jacinto. Ha sido lo peor, desde luego, pero es que ya lo veías venir, que tú no eres tonto. Tus hijos no tenían ni idea de tu deriva, pero tú sí te dabas cuenta de vez en cuando. Y no se te ocurre otra cosa que decir:
-Yo me encargo.
Y ha sido lo de los grupos de wasap lo que más te ha liado. Aquel tío del sindicato que todavía tenía unas tierras en la parte de Huércal-Overa fue el que primero te metió en un grupo del wasap. En ese de los avioneteros. Iba al Ambulatorio, bueno, al Centro de Salud como se dice ahora, y como era medio paisano, siempre hablabais de las cosas de antes. Te gustaba hablar con ese por la cuestión de los recuerdos. Porque siempre has tenido añoranza. Aquellos tiempos eran duros, pero tú siempre has tenido añoranza de aquella vida antigua.
Un día, el sindicalista empezó con que si ya no llovía porque existían unas avionetas que fumigaban el aire y quitaban la lluvia. Que rompían las borrascas con las dichosas avionetas. Y así te metió en ese grupo de wasap. Y a todas horas con fotografías y con comentarios de lo más pintoresco. A ti te gustaba mirar al cielo en el cortijo y hablabas con los amigos de las cosas del cielo y recordabas mucho lo que te contaba tu abuelo de la luna, y de la altura del sol, y esas cosas. Sin embargo, en Badalona dejaste de mirar al cielo por las noches, porque apenas se ven las estrellas de tanta luz que hay. Pero lo que son las manías, cuando te metiste con los avioneteros te dio por hacer fotos a las estelas de los aviones para ponerlas en el wasap, porque decían que lo de las estelas era también fumigación, pero para envenenarnos. Estaban empeñados en que los de la NASA querían envenenar a medio mundo. O que los que fumigaban el cielo y hacían esas estelas eran los mismos que alquilaban las avionetas a los de los seguros, o a los tíos de las lechugas para que quitaran la lluvia.
Así estuviste una buena temporada. Hasta ibas a ir a una manifestación de agricultores y avioneteros a un pueblo de Almería. No se lo habías dicho a nadie, pero ya tenías preparado el viaje con el sindicalista. Lo que pasa es que se anuló la manifestación porque un par de días antes empezó a llover por toda esa parte y se tiró una semana sin parar de caer agua. Así es que la suspendieron. Menudo ridículo hicieron los avioneteros.
Después de aquello te enfriaste un poco con el tema de las avionetas. Hasta leíste algún artículo de los meteorólogos y te convencieron de que eso de las avionetas no estaba nada claro.
Pero se ve que en tu cabeza tienes algo que te lleva a pillar obsesiones. A lo mejor si hubieras estudiado carrera como quería don Hilario no te habrían dado esas manías, Jacinto. O a lo mejor es por esa curiosidad que siempre tuviste con las cosas del cielo y del campo, y del conocimiento en general. Te sentabas con tu abuelo por las tardes y te explicaba cómo funcionaba todo alrededor. Es que tu abuelo conocía cada palmo del terreno y cada trozo del cielo encima del cortijo. Sabía por dónde iba a aparecer la luna cada día. Eso te fascinaba. El sol sabes por dónde sale y por donde se esconde. Varía muy poco de un día a otro. Pero la luna te volvía loco. Sin embargo, tu abuelo sabía todo sobre la luna. Llevaba en cuenta los cuartos, las menguantes y todo eso. Y se fijaba en la posición que tenía el cuerno de la luna para predecir el tiempo, si iba a hacer viento o lluvia, o tiempo seco. Y los barruntos de los animales. Y si la atmósfera estaba sucia o limpia y lo que eso traía. Tú nunca llegaste a aprender las cosas que te explicaba tu abuelo porque se murió cuando no habías cumplido doce años, pero recuerdas vagamente lo que te explicaba. Tu padre ya fue otra cosa. Él estaba a todas horas trabajando en el campo o en la albañilería y quizás no aprendió como el abuelo esas cosas de la naturaleza. Por eso no llegaste a satisfacer tu curiosidad y a lo mejor has pillado las manías con el wasap por eso mismo.
En el grupo de los avioneteros había uno que tenía fijación con las cosas del universo, un tal Raimundo. Pero, claro, lo del universo no es nada sencillo. El tío se ve que estuvo en unos talleres de astronomía que organizó la asociación de La Aurora. Unos talleres o unos cursos, no sé lo que serían. Se los daba uno que hablaba con la voz fina, así, aflautada. Era un tío raro. Creo que se llamaba Florencio. Luego se supo que de astronomía no entendía mucho el tal Florencio porque lo denunciaron los de la Facultad de Física. Y eso que a los de la aurora los subvencionaba el ayuntamiento. Pues Raimundo fue a los cursos y se le metió en la cabeza que la tierra es plana. Yo no digo que se lo metiera en la cabeza el tal Florencio, pero el caso es que cogió obsesión con eso. Veía vídeos en youtube y cosas por el estilo.
Oye, tú no te rías que lo mismo te da a ti por meterte y te pasa igual. Tampoco entiendes tanto del universo, aunque te creas tan listo. Como tienes estudios te crees que no vas a picar en esas cosas, pero yo ya conozco a uno que es psicólogo y se ha convencido de que la tierra es plana de verdad. Pero de verdad, así como te digo. Le dio por ver las imágenes de la llegada del hombre a la luna y se las tomaba a risa. Se meaba de risa. Con esos saltos ridículos en la ingravidez se meaba de risa y pensaba que eran un montaje, que les habrían puesto debajo una cama elástica a los astronautas o unos muelles en un plató de televisión. Nada, aunque fuera psicólogo era un tío cachondo. Casi todos los psicólogos que he conocido son un poco serios, ahí con sus cosas de la mente y de las depresiones. Pero éste era cachondo. Le dio por buscar imágenes de astronautas para reírse y de ahí llegó a lo de los terraplanistas. Ponía en Google, "astronautas luna", y le salían unos videos que se meaba de risa. Esos vídeos le llevaron al terraplanismo, porque los terraplanistas están muy en contra de que el hombre haya llegado a la luna. Y de la NASA. También están muy en contra de la NASA. Como Raimundo, el avionetero ese que estamos diciendo, que también está muy en contra de la NASA. Y una parva de gente que hay por ahí, que tienen a la NASA como si fuera el demonio. Los terraplanistas le echan la culpa a la NASA de extender la idea de que la tierra es redonda.
Pero no te rías, que a ti te puede pasar como a Jacinto. A lo mejor tú tienes estudios y sabes que los antiguos griegos ya dijeron que la tierra es redonda o los hombres de Renacimiento, o cosas así. Pero no te rías, ni te líes a darle vueltas, ni a buscar en Google, vaya a ser que empieces a dudar tú también, que hoy día están así la cosas. Con los dichosos algoritmos que usan los de Facebook o los de Google la gente pica en esas cosas que es un gusto.
¿Verdad Jacinto? Te liaste a hablar con Raimundo de esas cosas y de que echaste mano ya estabas buscando por todos sitios cosas del terraplanismo. Con el móvil allí escondido debajo del mostrador del Centro de Salud. Bueno, eso fue ya cuando estabas en el Servicio de Urgencias, que te buscaste ese puesto poco antes de jubilarte porque ibas a turnos y tenías más tiempo para tus cosas. Y cuando tenías turno de noche te tirabas las horas con el móvil y los grupos de wasap. Es que no había manera de quitar los ojos del móvil. En los turnos de día tenías menos tiempo de estar con el móvil y quizás por eso se te agrió el carácter. Rellenabas los partes de mala gana cuando venía algún usuario y con los compañeros hablabas poco. Siempre ahí con el móvil. Pero bueno, eso tampoco lo notaron mucho, porque estaban todos igual, mirando el móvil a todas horas.
El caso es que te metiste en el grupo de wasap de los terraplanistas también, y en un grupo de Facebook, y hacías encuentros virtuales y todo. Una vez también estuviste a punto de ir a un encuentro de terraplanistas en el extranjero. ¿Te acuerdas? Menuda tuviste con tu familia. Al principio te inventaste una mentira, pero como eres así, te lo notaron y renunciaste a ir.
Después del terraplanismo te metiste en más enredos. Para qué voy a recordártelo. Eso no ha sido cualquier cosa. Vaya obsesiones pillaste con las cuestiones de la salud. Las obsesiones por la salud coincidieron con el nacimiento de tu nieta. Estabas a todas horas pensando en tu nieta y en los peligros de la alimentación, de las intoxicaciones, de las enfermedades. Bueno, lo de pensar en los nietos es muy normal en los abuelos. Eso creo yo que les sucede a todos, o a la mayoría, que siempre hay bichos por ahí que no tienen entrañas con los niños, que pienso en eso y se me descompone el cuerpo. Pero a ti te dio por pensar en la niña, a la vez que en todos los peligros que hay hoy día en la vida. Te atormentabas con eso. Quizás de ahí te vino el títere de las vacunas. Mirando por todas partes cosas de alimentación y salud, y riesgos de contagio. A todas horas insistiéndole a tu hija con tus obsesiones. Si por ti hubiera sido la habrías metido en una burbuja de cristal. Hasta le hablabas de los peligros de ir a la escuela infantil cuando le llegara la edad.
Cuando la niña empezó con los ahogos esos tan malos, no se te ocurrió pensar que eras tú el culpable. Estabas tan obcecado que no se te pasó por la cabeza lo que habías hecho de no ponerle la vacuna de los dieciocho meses y engañar a todo el mundo. Se lo achacabas a la atmósfera, a la contaminación por partículas pm10 y todas esas cosas que leías sin entenderlas demasiado, y a los charcos que se formaban en el parque, y a no sé cuántas manías más. Pero el primer día que la vio el pediatra ya notaste algo raro en su gesto de preocupación y cuando le prescribió la analítica de urgencia te bajó por la cara un sudor helado. Y la niña cada vez iba peor, con esos ahogos tan malos que tenía. Y fíjate, lo único que la aliviaba eran esos medicamentos de los que tanto abominabas por los comentarios que leías en los dichosos grupos de wasap.
El mundo se te terminó de venir abajo al día siguiente, cuando lo dijo así de claro, difteria. El cuadro clínico es de difteria. Lo de cuadro clínico no lo entendías muy bien. Habías llegado a creer que sabías más que los médicos, pero ese día comprendiste que por mucho que mires en Google no sabes más que los médicos.
Y el caso es que trabajaste en la sanidad. Pero en tu última época en el Servicio de Urgencias ya empezaste a mirar a los médicos con cierta inquina. Te hacías eco de las quejas de los usuarios y se lo achacabas todo a las prácticas médicas y a los protocolos que empleaban. Mirabas en sitios de medicina alternativa, de homeopatía y cosas así.
Y tú tampoco hagas ese gesto, que a veces abominas de las prácticas médicas y cuando criticas lo de las listas de espera y el gasto farmacéutico y esas cosas, y empiezas a quejarte de que el médico no te ha recetado lo que tú querías, también te sientes tentado a mandar a tomar por culo a los médicos y al sistema de salud. No has pillado tanta fijación como Jacinto, pero a veces también abominas de los médicos.
Cuando nació tu nieta, Jacinto, eso fue a más. A todas horas mirando blogs y noticias de periódicos digitales de lo más raro. Estuviste pensando en irte unos días al cortijo del Álamo, que era el único del campo que aún estaba habitado. Recordabas que allí vivía la tía Eustaquia que entendía mucho de brebajes y de hierbas, y sabía rezar verrugas y cosas así. Y quitaba las herpes rezándolas y poniendo una hoja de lechuga encima de la lesión. Es posible que esas manías que cogiste en esa época se vieran reforzadas por tus recuerdos. Y el caso es que la tía Eustaquia no te hacía mucha gracia. Más que nada porque hablaba mucho. Cuando no estaba rezando o utilizando sus artes, hablaba sin parar. Tú creías que la tía Eustaquia era algo bruja. Pero cuando te entró la manía de la medicina alternativa se te engrandeció su figura. Claro, había muerto hacía tiempo, pero seguro que si volvías por allí encontrarías a alguien que hubiera recibido su gracia y a lo mejor te lo podía trasladar a ti para hacer curaciones. Porque con todo lo que se te había metido en la cabeza empezaste a hacer asociaciones y a creer en eso de la energía que llevamos dentro y su capacidad curativa. Hacía tiempo que no volvías por el campo y no hablabas con nadie de allí, salvo con los de Viladecans, con esos vecinos que se vinieron por el mismo tiempo que tú. Estuviste preparando el viaje con el títere de la tía Eustaquia, pero al final no llegaste a hacerlo. Como siempre, Jacinto, te calientas, pero luego no te atreves. Y precisamente con tu nieta vas y la cagas. Así, claramente, la haces más negra que el tizne.
Todo se te vino abajo cuando el diagnóstico fue definitivo. Después, las horas se os hicieron eternas a todos. El pediatra, con la cartilla de vacunaciones a la vista, no encontraba explicación. Menos mal que empezó con el tratamiento específico antes de tener todas las pruebas. El único que sabía la verdad eras tú, y los compañeros del Centro de Salud que se habían enterado y se callaron por no hacerte daño. Pero lo peor era ver sufrir a tu nieta. Los ahogos que le daban. Tan pequeña y ese padecimiento. Los escalofríos, aquellos temblores que no sabía tu hija si eran convulsiones. Cuando te ponías en lo peor estabas seguro de que no lo podrías superar si sucedía. Te agarrabas al tratamiento médico con angustia. Cuando ya te diste cuenta de que la habías cagado, ansiabas que el médico empezara con el tratamiento. Menos mal que hubo suerte con ese médico antiguo y experto, que se anticipó con la antitoxina y la penicilina. Ahora todas aquellas ideas que se te habían ido metiendo en la cabeza afloraban como monstruos acechándote. Tú mismo te tomaste asco.
Abominaste de tu obsesión contra los antibióticos. ¡No!, hay que ayudar al cuerpo, que él mismo supere la enfermedad, llegaste a decir. El ataque de anginas que te dio el invierno pasado te costó superarlo porque estabas contra los antibióticos. Ya veían tus hijos algo raro en tu comportamiento. Con 39 de fiebre y tú ahí con gárgaras de limón y miel. Varios días. Tus hijos llamaron al médico, porque tú te negabas a ir. El médico te dijo, Jacinto, hombre, que esto ya no es ninguna broma. A tu edad te puede dejar alguna secuela. Pero tú, cabezón. Con temblores y empapando las sábanas de sudor casi una semana. Al final te mejoraste y te reafirmaste en tus creencias. Tu autoestima se subió por las nubes. En los foros hacías comentarios burlescos de los médicos del Centro de Salud y del Ministerio de Sanidad. La tomaste con las campañas de vacunación del Ministerio y de la Consejería. Eso sí, ponías un nombre falso y nadie de tu entorno se daba cuenta de los extremos que habías alcanzado.
Y tú, ya estás otra vez con esa media sonrisa. Eso es porque no recuerdas las veces que te han encargado algo y has hecho lo contrario o se te ha olvidado. No es por disculpar a Jacinto, que no tiene perdón lo que hizo, es que tú también te has dejado llevar por esas cosas. Luego has visto que era mentira, pero te has tirado reinando con algo varios días hasta que has visto que era mentira. No te creas tan listo, aunque tengas estudios. Ya sabes que en internet empiezan con los algoritmos y, cuando echas mano, ya te han metido en algún lío. Si no, explícame a mí cómo están a todas horas ofreciéndote raquetas de tenis en cualquier aplicación que te metes. Ya ves, que no has jugado al tenis en tu vida, pero el otro día se te ocurrió poner, "raqueta de tenis precio", para vender esa Slazenger del año setenta que tienes en el trastero, no sabes muy bien por qué la tienes, porque nunca has jugado al tenis, pero ahora te ofrecen raquetas de tenis por todos sitios en internet.
Cuando viste a tu nieta así te llegaste a odiar a ti mismo, Jacinto. La niña estuvo en aislamiento y no la podías ver casi nada. Pero era peor. Te acordabas de Pedrín y el sufrimiento era tan doloroso que pensabas que no ibas a superarlo. Aquella soberbia que pillaste cuando superaste las anginas devino en asco hacia ti mismo. Cinco días sin dormir, hundido, deseando no haber nacido. Para colmo no sabías si decir que el culpable habías sido tú o seguir callando. Todavía, si lo hubiesen sabido habrías sentido el castigo de su ira. Pero fue peor. Te sentías culpable y no sabías cómo castigarte a ti mismo. Hasta te veías un hipócrita, un impostor, un farsante. Encima sin castigo. Fíjate qué rareza. Lo normal es que pensemos que no nos merecemos un castigo. Tendemos a disculparnos a nosotros mismos. Pero tu necesitabas un castigo. Y, sin embargo, ahí callado quedabas como un inocente sufriendo por su nieta. Cuando eras el principal culpable, además de imbécil. Entre imbécil y criminal. Sí, criminal. Eso te decías a ti mismo.
Menos mal que cuando la analítica confirmó el diagnóstico y desde el Centro de Salud dieron traslado del informe y procedieron a activar los protocolos establecidos, el pediatra ya había iniciado el tratamiento y había tomado las medidas profilácticas. Corynebacterium diphtheriae, biotipo mitis. Allí corrió todo el mundo. Enseguida las autoridades empezaron con lo de siempre. "Es un caso aislado, no hay motivo de alarma". Pero todos los periódicos de Cataluña y de España se hicieron eco y cundió la preocupación. Pero para ti, Jacinto, la vergüenza era lo de menos. Nunca se llegó a saber lo tuyo, porque los compañeros que se habían enterado fueron discretos. O tal vez entendieron que eras un antivacunas de mierda. Un antivacunas de poca monta. Que solo andabas por ahí en los foros diciendo tonterías porque te habían comido los algoritmos. No estabas en ninguna organización, ni nada por el estilo. Por eso no te denunció nadie. Pero tú no estabas preocupado por eso. Más bien creías que un castigo te consolaría.
Gracias a ese pediatra sabio. El ahogo le fue desapareciendo a la niña, pero la preocupación aún duró quince días en toda la familia. Y lo tuyo ya quedó para siempre. Tardaste meses en sentarla en tus rodillas. La criatura te seguía queriendo. Abuelo, tómame. Pero tú no te atrevías, no creías merecerlo. Ni siquiera te liberaste el día que decidiste comunicárselo a tu hija para que actuara en consecuencia a efectos sanitarios y lo transmitiera oportunamente. Ni cuando destrozaste el teléfono móvil. El Galaxy S-8 que te costó setecientos euros un año antes, porque el Galaxy S-3 que te regalaron se te había quedado pequeño en tus derivas obsesivas. Tuviste que mentir en la familia, pero te costó setecientos euros, más de la mitad de la pensión de ese mes. Lo reventaste a golpes, como si los golpes fueran el purgatorio que te iba a redimir de tu criminal idiotez, Jacinto.
Menos mal, la niña sanó, que es lo importante, pero tú estás en ese laberinto ahora que no ves salida por ningún sitio. Por las noches siempre las mismas pesadillas atroces. Ese negror con que lo ves todo, Jacinto. El sudor cuando te despiertas y ya no puedes conciliar el sueño a las tres de la mañana. Y ahí estás, hundido. Y criminal no eres, Jacinto. Te lo llegaste a creer, pero criminal no eres. Imbécil sí, por qué no decirlo. Y víctima. Víctima también. No sabemos de qué. Quizás de los dichosos algoritmos.
Jesús López García (Caravaca, 1956). Geógrafo y profesor de Geografía e Historia. Autor de diversas publicaciones y ponencias sobre didáctica e investigación geográfica. Ha desarrollado también múltiples experiencias en materia de etnografía, siempre referidas al ámbito de las sierras y altiplanos del interior del sureste de la Península Ibérica. Autor de las novelas: Y también se vivía (Gollarín, 2017), Viejos caminos, viejas historias (Tirano Banderas, 2019) y El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández (Gollarín, 2022). Actualmente publica con cierta periodicidad sus Historias de los Montes en el semanario El Noroeste. En abril de 2024 fue Premio María Moliner (Revista Ágora).
No hay comentarios:
Publicar un comentario