Ada Soriano
DOS POEMAS PARA SU PADRE
Ada Soriano
En recuerdo a Manuel Soriano Murcia,
mi padre,
porque recordar es insistir con el corazón.
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Vuelta
Porque no hay cosa a lo que el lenguaje
se parezca más que al tiempo.
Antonio Enrique
Aquí el tiempo es un paseante que se detiene
ante la frialdad de un cubo y la opacidad de su cortina.
Una habitación doble. No hay elección.
Las horas se repiten como olas.
Hombres y mujeres de ropa blanca
se empeñan en estudiar a mi padre.
Lo hacen, entretanto acuden a mi mente
recuerdos del pasado.
Tú, como un aristócrata, acostado y resuelto,
siguiendo las pautas.
Este silencio huele a ironía, la pesadilla de la incertidumbre.
Entra una enfermera con su brillante bandeja
de hotel de cinco estrellas.
Todo controlado y desinfectado.
Yo, aferrada a mi memoria, prosigo en mi vuelta atrás.
Yo saltando en la cuna,
yo riéndome con mi rollizo bufón, mi alegre tentempié,
yo sentada en mi butaca del cine
o rociando la arena de una plaza.
Yo posando ante la sombra de mi padre y su cámara.
Y el ingenio de aquel tubo y su truco:
espejo, desfile de asteriscos.
Ahora llega con la tarta de cumpleaños.
Ahora graba su voz en el magnetófono.
Canta aquella de El bardo, papá,
la triste historia de un payaso y su chica de alto rango.
Tangos y boleros disipan el frío
de las crudas noches de invierno.
Ya desterré la enciclopedia gris y su censura:
los versos de Miguel recluidos bajo llave,
secuencias de un vino ya bebido y orinado.
Entra una enfermera y saluda con una sonrisa y un termómetro.
Entra otra enfermera con su medidor de azúcar.
Parecen gemelas.
Todo va bien, todo va bien.
Quedábamos absortos ante la gran pantalla
y los actores salían a recibirnos.
Promesas de amor de un príncipe a su amada,
ritmo de colores, música dulzona y la cadencia
de una linterna, antena de insecto.
Yo era Blancanieves sin madrastra.
También mis ojos y mis cabellos eran oscuros,
blanca mi piel, aunque no tan rojos mis labios.
Mi padre era el héroe. Mi padre era una torre
de enanos superpuestos, un hombre alto.
Dibuja un nazareno, papá,
miradas de óvalo que hurguen entre la multitud.
Dibuja un toro. Parece real. Los cuernos embistiendo
y las patas traseras elevándose.
Ahora una palmera que roce el territorio de la luna.
Tangos y boleros disuelven el frío
de las crudas noches de invierno.
Hombres y mujeres de ropa blanca
te estudian minuciosamente mientras yo continúo
ensimismada en un tiempo ya gastado y compartido.
El tentempié, ya jubilado y condenado al exilio,
sin unas manos que acaricien sus formas curvas.
Y aquella noche en que rompí la cuna
con mis dotes de trapecista.
Me pierdo. La primavera inicia su curso
con un carnaval de cirios y velas.
Llevo orgullosa mi disfraz:
una capa de cielo, lazos, estrellas fugaces para el cabello.
Las calles están embrujadas.
Toda la ciudad rendida a los pies de El mirador de Europa.
Humo de incienso y rumor de tambores.
Un rito ancestral. Estoy en África.
Me pierdo. Los libros de tapa roja conservan su orden.
Cada pregunta tenía su respuesta,
cada tarde era una inmersión,
un lugar donde refugiarse.
Presionabas sobre las fisuras de tu instrumento
de bolsillo. Cada soplo era un acercamiento
al virtuoso Larry Adler.
Tangos y boleros disuelven el frío
de las crudas noches de invierno.
Aquí, el tiempo es un peregrino extraviado.
Necesito una brújula, una señal para orientarme
por este laberinto de pasillos cruzados.
Esta fortaleza exhala un calor sofocante y palpable.
Adormece como el beleño.
Hombres y mujeres aguardan bajo sus prendas etéreas.
Hombres y mujeres de ropa blanca elaboran su tesis,
anotaciones para engrosar un expediente.
Entretanto permanezco inmersa en la inevitable abstracción:
el tenue balanceo de tu mecedora
y el hechizo de tu voz en una cinta.
Entonabas con cierta inflexión.
Tu voz, la más bella jamás grabada.
Tu voz girando como una peonza
sin salirse de la circunferencia.
Canta aquella de El bardo, papá:
la triste historia de un payaso y su chica de alto rango,
la que lleva el peso de la tragedia.
Vuelve a cantar la de El bardo, papá,
la de El bardo.
de Cruzar el cielo (Ed. Celesta, 2016)
Tiempo
Eso que no vemos,
eso que está allí y aquí,
formándonos y disolviéndonos
con la potencia de un dios,
la facultad de un dios.
Esencia vital y mortífera,
no se va,
no se va.
Ciegas hilanderas se rifan un ojo,
la inmortalidad del ojo rodante.
Las tres en raya hilando en la rueca
con un solo ojo,
el ojo rodante,
con la potencia de un dios,
la facultad de un dios.
Esencia vital y mortífera,
no se va,
no se va.
Cada historia envasada en su jarra:
ánforas sin leyendas recreadas a pincel.
¿Qué de nuestro crecimiento?
La dicha de vernos y decirnos
hecha ceniza.
Tiempo,
busca el paso apresurado de mi hermano,
el paso lento y largo de mi padre.
Tiempo,
dame una amplitud de miras,
una perspectiva aérea,
otra luz,
otra luz.
Lejana luz que nos acerque.
Inédito
12 de septiembre de 2024
Ada Soriano nació en Orihuela el 30 de diciembre de 1963. Fue codirectora de la revista de creación literaria Empireuma. Tiene publicados tres plaquetas y siete libros de poemas. Sus dos últimos poemarios, Dondequiera que vague el día y Línea continua, en la editorial “Ars poética”. Asimismo, ha publicado dos volúmenes de entrevistas literarias a poetas bajo el título No dejemos de hablar en la editorial “Polibea”. Ha colaborado con reseñas y entrevistas en diversos medios y ha impartido recitales en diferentes ciudades, además de haber participado en varias antologías. Este 2024 ha llevado a cabo la exposición pictórica Un secreto de libertad del pintor Teodomiro (Manolo Soriano), fallecido el pasado 2023, con la consiguiente publicación del libro-catálogo de título homónimo editado por la Fundación Cultural Miguel Hernández.
Más información sobre el libro de Ada Soriano Cruzar el cielo (Celesta, Madrid, 2016):
https://deturbioenclaro.blogspot.com/2016/02/publicacion-de-cruzar-el-cielo-de-ada.html
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