VIAJE A GRECIA, DE ANTONIO MARTÍNEZ MENGUAL. CARTA AL AUTOR
Antonio Martínez Mengual
VIAJE A GRECIA
impreso por Pictocoop
Murcia, 2022
Por José Luis Martínez Valero
Gracias por tu hermoso libro, Antonio: cuaderno de un viaje, de tu viaje interior. Un acierto esa vuelta a Cabo de Gata, al que dieron nombre los fenicios. Es como si hubieses hecho ese mismo largo camino de quienes, durante siglos, vivieron del comercio, el intercambio. Como si ese barquito que yace en el Puerto de Mazarrón, conservado por el capricho o el milagro, nos enlazara con aquellos, cuyos viajes duraban toda una vida, de tal modo que, cuando tocaban el puerto, su punto de partida, ya nadie los reconocía, excepto el perro.
De tus palabras preliminares destaco este fragmento:
¿Cómo olvidar la primera visión del Partenón? El mármol labrado convertido en arquitecturas y geometrías…¿Cómo no soñar con aquella visita al lugar de Troya?...¿Cómo no releer aquel verso de Gatsos que dice: “huestes de golondrinas esperan para dar la bienvenida a los valientes”?...O ¿cómo no sentir el Egeo? Una hermosa línea de horizonte con tan solo dos azules.
La introducción que Francisco Jarauta titula: Viajeros al mundo clásico, anticipa esa serenidad y asombro que revela el descubrimiento. No se trata de un encuentro fortuito, el hallazgo de un tesoro, sino el reconocimiento de un mundo que fue el centro de nuestra cultura. El principio que toda admiración comporta. Dice Jarauta:
Vendrán otros viajeros, representarán otra experiencia. Aquella unidad de la naturaleza y cultura sobre la que se construía la mirada goethiana saltará. De Baudelaire a Rimbaud, de Madame de Staël a Chateaubriand crecerá otra forma de entender o de viajar, de saber y vivir. El primado del viaje interior sobre el geográfico, la condena al exotismo de todo aquello que se aleja de la nueva mirada, decidirán la suerte de otros relatos, de otras memorias.
Cada vez me parecen más próximos la escritura, la pintura y el dibujo. Tus trazos rápidos para captar, quizá sería mejor decir, para conservar lo que estás viendo, lo que has vuelto a ver, se parecen más a las palabras. Juan Ramón tenía como sabes unos garabatos a los que Zenobia calificaba de jeroglóficos, que luego mecanografiaba al castellano Juan Guerrero Ruiz. Decía Juan Ramón que escribía con lápiz, a veces de colores, porque, si hoy conservamos los dibujos de Leonardo, no debemos temer que nuestra escritura se borre.
La relación del lápiz en la mano sobre el papel se parece al tacto, la línea continua con la que consigues el perfil, el entramado de tus apuntes no evocan el objeto, ya no importa, todos pueden conseguirlo, almacenarlo en sus móviles, tú quieres conservar ese cruce entre lo que el ojo ve y lo que resulta, a veces es como si lo hiciese una gaviota, cuando contempla el paisaje suspendida en el aire, sin que sus alas apenas se muevan, no miran, sino que se sienten parte de esa comunión que es el paisaje.
Fodele. Creta. Museo de El Greco.
El capítulo cuatro lo dedicas a Fodele, el lector encuentra esta nota:
Un gran árbol le da sombra en la plaza del pueblo. Es un monolito de granito que la Universidad de Valladolid puso en 1934 como homenaje al Greco, ese grandísimo pintor. Emociona pensar si vería aquí sus primeros “cielos”.
Ese mismo año, 1934, aparece en Madrid, editado en los talleres Espasa-Calpe, S.A.: Juventud en el mundo antiguo (Crucero universitario por el Mediterráneo). Recoge los textos escritos por tres de sus participantes: Carlos A. del Real, Julián Marías y Manuel Granell. El viaje, celebrado en el verano de 1933, organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de Universidad de Madrid se realizó a bordo de El Ciudad de Cádiz. Ejemplo de convivencia entre profesores y alumnos. Cito un texto de Carlos A. Del Real que puede ser representativo del espíritu que presidió este viaje:
Discútese acerca del lugar del nacimiento del gran pintor griego y toledano. Dicen los cretenses que fue la aldea de Fodele donde nació el pintor de almas. De este pueblo han venido gentes a Heracleión a traernos el saludo de los habitantes y el recuerdo del artista.
Tañe un pastor cretense su lira, y bailan los jóvenes de Heracleión la pírrica ante nosotros para mostrar cómo conservan el espíritu musical en la isla del que tanta y tan original musicalidad supo poner en sus cuadros. Semejante es la pírrica a nuestra sardana, aunque más libre y movida. Pueden comprobarlo así los mismos griegos, pues nada más terminar ellos su danza, compañeros nuestros nacidos en tierra catalana bailan la suya, como saludo de su región- la primera que alzó un monumento al griego de Toledo- a la tierra del pintor…
Tu cuaderno nos lleva a Grecia, a la Grecia que has conocido, pensado, soñado. No a la que figura en las rutas turísticas, supone el encuentro con esa realidad a la que se ha llamado cultura, que no se ve, pero que está ahí. A veces son bloques, son colores, acuarela, en la que descubrimos bajo la transparencia del agua, la misma luz que vieron o pensaron aquellos griegos a los que hemos llamado clásicos, puro instante, porque es donde coinciden recuerdo y realidad. Lo que vemos es lo que llevamos dentro. El dibujo conceptista de ese barquito que nos sitúa en Esmirna. El gato tendido que convierte el espacio en un cuarto donde descansa.
Todo viaje es interior, Grecia es el interior del origen, es ahí donde está lo primero y nadie es expulsado de ese paraíso. La gracia persiste porque no es otra cosa que el placer de la palabra, el diálogo, el gozo del poema, en definitiva, la emoción y el asombro. Todo viaje es descubrimiento, que pone nombre, a veces se trata de encontrar el nombre que hemos pasado la vida buscando.
Se dice que la escultura resulta tras eliminar del bloque de mármol aquello que sobra. La fotografía consiste en agrietar la sombra para que la luz nos muestre lo que oculta. Así creo que has debido hacer tus fotos, porque la realidad es invisible. Cuando la realidad se hace costumbre, dejamos de verla. El sujeto que mira se convierte en la misma cosa, de tal modo que ya no ve, pierde la capacidad de interrogar, descubrir. Nada se le revela, todo esta quieto en un mundo cerrado. Es necesario abrir ventanas, volver a empezar, reiniciar el viaje. Contemplar bajo otra luz.
Al dibujar los pinos, los cipreses, has atrapado el aire y la luz con esas rayas verdes y amarillas, moteadas en negro. Pero es el agua, la ola. El agua que permite ver el fondo, lo que has fijado. A veces unas ruinas, un fragmento que se confunde con la roca podría ser un abstracto. Sin embargo, no creo que lo buscases, son parte del paisaje, son el tiempo contenido, como el ámbar encierra siglos la hoja o el mosquito. El tiempo fuera del tiempo, como dijiste cuando comentabas los poemas de Antonio Gómez Ribelles.
José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado recientemente el ensayo Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía, 2024), y con anterioridad, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.
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