el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números Babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.
Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem
tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. Ut melius quidquid erit pati,
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.
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Adenda
Vina liques (Filtra tus vinos)
Leo mi comentario sobre el Carmen XI de Horacio, publicado ¡el 4 de junio de 2015!, y no extraño que hoy me parezcan mis palabras más viejas que el poema escrito en el siglo I a. C. Mi amigo Fulgencio Martínez me ha hecho ver últimamente que hay otra lectura de dicho canto algo diferente a la usual que propone el carpe diem como respuesta a la fugacidad de la vida y a lo incierto del destino. Mi amigo repara en otros dos versos presentes en el poema horaciano: vina liques (filtra el vino, selecciona el empleo de tu tiempo, tus gustos, placeres, energías, experiencias), et spatio brevi spem longam reseces (y adapta al espacio breve de una vida una esperanza larga). Este es el núcleo del poema, que viene a corroborar con imágenes el consejo previo: sapias, sé prudente, pero mejor traducido al español, saborea tu vida despacio, seleccionando aquello que mejor convenga o te plazca a ti.
"Fijémonos -dice mi amigo, insistiendo en susurrarme el nuevo lema: "vina liques"-: carpe diem, viene a presentar una conclusión negativa: quam minimum credula postero (y no fíes nada al mañana, que sería la traducción más castiza; agótalo todo ahora, toma todo como si no hubiera un mañana). Es, evidentemente, una filosofía ansiosa, propia de un condenado a muerte. Además, esa "filosofía" te arroja a sufrir, a vaciarte inútilmente y a caer al final en la decepción. (De ahí el tenor melancólico que suele dejar tras de sí la euforia. Es como si el arte, la poesía, la naturaleza humana inspiradas por ella se rindiera del todo a la sanción anticipada de la decadencia y la inanidad del tiempo. Muchos ejemplos en pintura, en escultura, en poesía, ilustran esto).
Cuánto mejor nos parece filtrar y escoger aquello poco y por ello abundante para ti, que esté en tu curso, que vaya contigo (no todo vale, ni siquiera cuantas cosas son buenas o excelentes son ese poco abundante que cabe en tus manos y que te hace sentir que has pasado por la vida poniéndole tu propio sello). Es esta, quizá, una lectura más estoica que epicúrea, más del Liceo que del ágora socrática o del Jardín, y seguramente más permitida a un hombre que ya no es muy joven.
¿Entonces, le rebatía yo, vamos a procrastinar todo?
Y seguía él, pues (como si no hubiera oído mi objeción):
-Ambas lecturas coinciden en algunos presupuestos y algunas consecuencias. Desde el vina liques también se recomienda el carpe diem, pero con la premisa de moderación, de prudencia, de selección (palabra clave), pues bien dice el refrán castellano: quien mucho abarca, poco aprieta. El vina liques es partidiario del disfrute de la vida, aún diría más, del cultivo virtuoso del placer. No he conocido a nadie más pedante que aquel que no sabe que lo que él o ella llama placer yo le llamo flatus vocis, y viceversa. Cada cual estima su placer -ya no hablo de placer físico- en aquello que le resulta agradable, dulce y, sobre todo, sabroso para él o ella. Y me doy cuenta de que vuelvo al origen de hedoné, y de la enseñanza del viejo maestro Epicuro. En fin, no somos tan distintos, unos y otros, los estoicos y vosotros, los amigos. Todo placer nos remite a un criterio y afirma a cada uno de nosotros como tasadores del placer y ajustadores, en nuestra circunstancia y en cada circunstancia, de ese criterio. Mi padre, que era un sibarita sin saberlo, no se conformaba con cualquier cosa: no comía sino lo que le traía a su memoria los sabores que conocía de toda la vida. No era intransigencia lo suyo. Era amor a sí mismo, filtraba sus consumos y de ese modo reivindicaba el derecho de ser fiel al que uno es y ha decidido ser, pues a fin de cuentas lo que somos está escrito, lo escribimos a cada momento -y a lo largo de una vida- con nuestras decisiones. Son estas sumas, y restas (las veces que no elegimos) los únicos números que presentamos al Destino.
A.A.
Martes, 18 de junio 2024
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