El paseo en bicicleta. Cómic. Poesía
Antón Castro / Josema Carrasco.
Olifante Ediciones, Zaragoza
Marzo 2024
Olifante ediciones ha publicado El paseo en bicicleta, cómic ilustrado, inspirado en textos poéticos de Antón Castro y con dibujos de Josema Carrasco. Hace unos años Olifante publicó Espectral. Cómic, basado en textos de Ángel Guinda y con dibujos del mismo artista Josema Carrasco (Prólogo de Antón Castro y epílogo de Manuel Martínez-Forega). El cómic y la poesía se unen en estas propuestas de Olifante, como en otros casos ha ocurrido con poetas como Miguel Hernández o Federico García Lorca, para explorar nuevos cauces de expresión y comunicación artístico-literarias y, de paso, atraer a la lectura a públicos jóvenes.
Para más información sobre el libro El paseo en bicicleta, de Antón Castro / Josema Carrasco, véase la página editorial:
https://www.olifante.com/publicaciones/el-paseo-en-bicicleta_1
Miguel Mena escribe en el prólogo del libro, resumiendo el espíritu del poemario de Antonio Castro (hay una edición anterior en Olifante, en 2011) y aquello esencial que ha sabido resaltar y visualizar la mano del artista Josema Carrasco:
Antón Castro nació pocos días después de que Bahamontes ganara el Tour de Francia y pertenece a una generación que veía a sus padres volver del trabajo en bicicleta. La misma generación que solía tener en la bici el gran mito a conquistar como regalo de Reyes. Algo de todo eso hay en este libro: el esfuerzo, la competición, la familia, la infancia, los sueños.
Pero hay mucho más: hay sensualidad y melancolía, hay amor y paisaje, hay vidas singulares y muertes tan comunes como lo es cualquier muerte en sus múltiples variantes.
También están aquí algunos de los textos más hermosos que le hayan dedicado nunca a la ciudad de Zaragoza.
Agradecemos al poeta Antonio Castro, al artista Josema Carrasco, y a la editora Trinidad Ruiz Marcellán sus colaboraciones.
EN RUTA
POEMAS DE EL PASEO EN BICICLETA, DE ANTÓN CASTRO
BARRAL
A
Diego y Jorge Rodríguez Gascón
Para todos era Barral. Barral el solitario,
que no iba a la escuela
ni trabajó nunca,
el loco de atar, el joven
extraño que conocía
el misterio de las mareas
y el corazón de los pistilos.
El extraño Barral que, de
repente, impartía una lección
sobre los caballos
extraviados en el monte
o sobre el penúltimo plan
urbanístico municipal.
Barral, el que se
enfadaba con las lluvias de agosto.
Barral, el profeta:
siempre sabía quién iba a ganar
en el fútbol, en el
baloncesto o en el ciclismo.
Eran los años de Merckx,
de Van Impe, de Poulidor.
Eran los años en que
Fuente y Ocaña se odiaban
y pugnaban sin descanso
en todas las montañas.
Nadie sabía más de
ciclismo que Barral, que tenía
una hermana anchurosa de
caderas como una odalisca,
la mejor promesa de
felicidad y de tentación
para pecar cuando solo se
tienen quince años.
En el bar o en las noches
de tertulia en el campo
Barral imponía sus
conocimientos: de bicicletas,
de estrategias, de
holandeses y belgas, de escaladores
franceses y españoles, de
contrarrelojistas como Anquetil.
Cuando se le agotaban las
historias –y era capaz
de recordar los equipos,
Molteni, Peugeot, Kas o Bic,
y el estado civil de
todos los corredores: Coppi, casado,
había perdido la cabeza por Giulia Occhini, la
‘Dama blanca’-
se alzaba una voz: “Y de
tu hermana ¿qué nos vas a decir?”.
No decía nada. Cuando se
lo preguntaban por tercera vez
sabía que era el momento
de irse. Se subía a su bicicleta
de carreras y cruzaba el
pueblo en dirección a su barrio.
Su débil dinamo temblaba
a lo lejos como si tuviera miedo.
Un día, tras explicar la
derrota de Merckx ante Thevenet,
oyó: “¿Qué nos cuentas de
tu hermana, Barral?”
Dio un paso al frente y
encaró a Vituco y a Lista,
que no le hacían sombra
ni en las cuestas ni en el llano.
“Mi hermana se casa con
el cabo de la Guardia Civil,
que es de Toledo y
sobrino de Bahamontes,
el que ganó el Tour
cuando vosotros nacisteis”.
Casi nadie pensó que era
una invención.
Barral, el sabio, el
cuerdo Barral no sabía mentir.
Dos meses después nos
mostró una fotografía
con su cuñado, con el
ciclista y con su hermana,
que nos pareció a todos
más explosiva que nunca.
A veces me pregunto cuál
de los dos, Barral o ella,
era el auténtico ídolo de
nuestra adolescencia.
"Barral el que se enfadaba con las lluvias de agosto" (Dibujos de J. Carrasco)
EL CICLISTA DEL
MAR
A Manuel Pereira
Las mejores cartas son las que no se
esperan. Esas cartas que parecen enviadas desde el fondo del tiempo, como si
alguien hubiera congelado los días del pasado. Me gustó que en el sobre mi
nombre y mi dirección estuvieran redactados a mano. Leí: “Ha escrito usted
tanto de Paco el Pecas que al final en su pueblo han decidido recordarlo para
siempre y le han dedicado una plazoleta que mira al mar. Encara el acantilado
desde el que se cayó al vacío y, tras golpearse con las rocas, al agua. Nos
gustaría que viniese usted a hacer el elogio fúnebre de Paco y a recordar qué
significó aquel accidente en sus vidas de niños”. Hice memoria de nuevo: Paco
el Pecas, compañero del colegio dos años más joven que yo, que alternaba sus
estudios con su pasión por el mar. Paseaba por los cantiles con su bicicleta,
miraba pasar los barcos, silbaba a las muchachas cuando salían de las
conserveras y parloteaba a cualquier hora con los marinos y los pescaderos.
Luego en clase lo revivía y lo transformaba todo: convertía a sus vecinas en
sirenas, hablaba de tesoros enterrados, de naufragios y de las gaviotas. “No
hay nada más impresionante que ver a un montón de gaviotas que vuelan hacia el
faro en medio de esos fogonazos de oro”, escribió una vez en su redacción de
los jueves. Un día no vino: la tarde anterior, su hermano mayor, Cachito, lo
vio volar por los aires como un pájaro. No supo explicar qué le habría podido
ocurrir ni dónde se habría quedado sin frenos. Dijo que no había soltado el
manillar en ningún instante y todo fue tan repentino que ni le dio tiempo a
gritar. La marea tardó en devolver su cuerpo, y cuando lo hizo, casi una semana
después y en otra playa, parecía otro. Nadie se atrevió a verlo en el
velatorio. Llenamos botellas con arena, con poemas, con cartas, con dibujos,
con hojas del bosque, y se las llevamos a su madre a una vivienda, rodeada de
higueras y camelias, que miraba hacia la costa.
Abrí el ordenador y titulé: El ciclista del mar. Así empezaría mi
discurso.
"El ciclista y el mar". Dibujos de J. Carrasco.
LAS VIDAS IMPOSIBLES DE HORACIO QUIROGA
A
Miguel Ángel Muñoz
Loco. Loco. Loco. ¿Qué se te había perdido a ti
en el corazón de la
selva, entre las anacondas y los yacarés?
Fue Julio Cortázar quien
me puso tras tu pista: te llamaba
el hermano Horacio, su
maestro, el pariente lejano de Poe.
Te llamaba mi hermano, el
buen salvaje que se jugaba la vida
por mujeres imposibles
que no habían dejado de ser niñas,
por criaturas que tenían
la belleza de los flamencos
y el cristalino cuello de
las garzas y las grullas errantes.
Siempre fuiste un hombre
enamorado, un soñador, el cazador
que buscaba paraísos
entre naranjos o a la sombra del algodón.
Eras un tipo extraño:
romántico, ardiente y visceral.
Incendiabas los
instantes, enloquecías de súbito ante unos ojos
que copiaban la luz de la
arboleda, la lumbre de los desiertos,
la floresta vencida en la
agonía del atardecer.
Enardecías en el puro
arrebato de existir.
¡Cuánta ansiedad, qué
furia de amor, qué desesperación:
tu corazón se expandía
como los ríos arteriales de Misiones!
¡Qué exigencia contigo
mismo! Despreciabas la calma
y siempre convivías con
un monstruo inesperado
al que intentabas
despedazar, con el hacha sonámbula
de la ira, de noche,
cuando los luceros se aterciopelan
y el canto de las aves
invade el interior de la selva.
Ana María Cires, Ana
María Palacio, Alfonsina Storni,
María Elena Bravo, que te
acarició por última vez
con su mano suave de
ángel y una tristeza definitiva
antes de que bebieras el
cianuro letal. A todas las amaste.
¡Cuánto amor y cuánta
muerte amontonada tras los besos!
Horacio, hermano Quiroga,
perseguidor de alaridos.
Releo tus libros, tus
cuentos de tinieblas: aún me duele
el enfermizo amor de ‘El
almohadón de plumas’
y la revelación del
horror agazapado en el lecho.
Aún no he superado el
espanto de ‘La gallina degollada’:
¿cómo eras capaz de
sobrevivir a tanta violencia,
a tanto candor ultrajado
en el espejismo de los bosques?
¿Has encontrado por fin
al niño perdido en las ciénagas?
Releo tu vida y tus
cartas y tus recuerdos de infortunio.
Quisiste serlo todo:
agricultor y músico, poeta de las sombras,
artesano, mecánico,
químico, cuentista, explorador.
Hay dos cosas que siempre
me han conmovido de ti:
tu pasión por la
fotografía, aquel viaje a la brusca Arcadia
de Misiones, con Leopoldo
Lugones: siempre estabas alerta,
dispuesto a realizar la
mejor instantánea del silencio,
y tu atracción por la
bicicleta. Eras muy joven cuando
fundaste el Club Ciclista
Salteño y recorriste 120
kilómetros inacabables
entre Salto y Paysandú.
Carlos Berruti fue el
otro laborioso pionero del ciclismo.
Un día te marchaste a
París con una convicción en el alma:
ibas a la Exposición
Universal que encarnaba la modernidad
y una hermosa e
invencible forma de movimiento.
París fue para ti un
infierno, o un paraíso atropellado
de tugurios, prostitutas
y ninfas de lujuria desvaída:
un día despertaste como
un pordiosero de olvidos.
La aventura fue una
sucesión de desastres inesperados.
De aquella estancia de
varios meses me quedo con una frase,
el aliento de una utopía,
la afirmación de un sueño juvenil:
“Yo fui a París solo por
la bicicleta”. Fue en 1900.
Las vidas imposibles de Horacio Quiroga. Dibujos de J. Carrasco.
DOS POEMAS INÉDITOS DE ANTÓN CASTRO
LOS MOTORISTAS
No sé cuándo empezamos a ir en moto.
La verdad es que jamás había imaginado
que un día saldría a la calle y a las afueras
para beber kilómetros y kilómetros
de horizontes y de sendas desoladas,
de monte bajo, de llanuras y de polvo.
La moto vino con él como el aire o la lluvia.
Y recuerdo, eso sí, la primera vez:
temblaba de pánico, de desazón,
no sabía a qué sujetarme para no
sentirme a la deriva, náufraga sobre dos
ruedas, frágil como el tallo del cereal.
Poco a poco, él fue enseñándome:
agárrate así, inclínate, no muevas el cuerpo,
no pienses en nadie ni en nada,
abrázame como si fueras a morir de amor.
Abrázame como si el gozo te estallase dentro.
Y así, de ese modo inadvertido en que
crecen las flores y se mudan las estaciones,
me acostumbré a él y a la moto.
A los dos a la vez, de forma recíproca
e inseparable, como una certeza y una evasión.
Y aprendí a llevarla por todos los sitios:
calzadas interminables, túneles de niebla,
terraplenes, colinas que suben hacia
una luz rosada y decisiva en el ocaso.
Y también lagos, pantanos y estanques,
serranías, oteros escarpados, ramblas y valles.
Ya sé lo que es internarnos
en el claro del bosque, donde una claridad
de oro y sueño se pone a bailar entre los pinos.
Y almorzar y comer y merendar
en un parque inventado en un ribazo:
el placer de vivir se improvisa de golpe.
En cualquier lugar todo es probable y estimulante.
Hasta la danza nupcial de los pájaros
o la invasión del olor de unas rosas.
Pero lo mejor de la moto está en el viento mismo:
esa libertad de dejarte ir hasta el fin del mundo
y volver a casa luego.
ROMERO
ES MI CABALLO
Ya de niño, muy de niño,
tuve un sueño:
Me regalaban un caballo
pardo,
gigante, con la piel
bruñida,
casi de oro antiguo,
suave e inteligente,
uno de esos animales que
parecen
hablar y entender todo lo
que pasa:
cuando tenemos miedo,
cuando buscamos
el corazón del bosque,
la tupida fronda de los
arces,
los pinos y las
madreselvas,
y nos dejamos ir, sin
conciencia del tiempo,
con la fe ciega del
silencio
y del puro placer de
cabalgar entre la sombra
y la música incesante de
las ramas.
De joven seguía teniendo
ese sueño.
Ya no sé si el caballo
entonces era blanco
o un alazán deslumbrante
de tronío
y de aplastante seguridad
en sus patas.
Me imaginaba, sí, que
llegaba hasta mi puerta,
relinchaba, una y otra
vez,
hasta que me desperezaba,
bajaba junto a él y en un
alarde lo montaba:
imaginadnos, ahí vamos,
por sendas angostas y
caminos de carro,
por los caminos que
llevan hacia las colinas
y las montañas que se
enfrentan al mar.
Imaginadnos ahí, a los
dos, absorbiendo
la belleza infinita del
mundo y sus llanuras,
paseando la mirada como a
vista de águila
en el oleaje incesante y
sus espumas rotas.
Miradnos, ahí vamos, al
trote,
con el viento en la cara,
sorprendidos por la
tormenta que llega
y que nos invade y nos
golpea a los dos:
a él, la piel lustrosa,
las crines peinadas y de seda,
ese lomo que parece un
campo extendido
como un bancal de tierra
dorada.
A mí, oscilante, acaso
con leve pánico,
dispuesto a llegar hasta
el confín del mar.
De mayor volví a tener el
mismo sueño.
O quizá deba llamarlo ya
quimera,
utopía, locura de
ansiedad. Alucinación.
¡Qué belleza, sí, la de
sus ojos de azabache,
qué lentitud se
desparrama entre los maizales,
qué brillo salvaje que
desafía al agua!
Un día, un viejo amigo,
un criador de caballos,
me dijo ven a verme,
acércate a mi finca.
Lo hice. «Mis caballos no
saben hablar,
pero sueñan. Y este,
Romero, míralo,
ha venido para llevarte a
otros mundos.
Cuando llegues a su lado,
cántale al oído,
susúrrale todos tus
miedos, tu intranquilidad,
y dile: “Romero, amigo,
antiguo sueño mío.
Has venido para
devolverme al niño que fui”.
Y sin temor, toma sus
riendas.
Abrígale la piel. Tuyo es
para siempre», añadió.
Esto no es un cuento,
pero quién me creería.
De niño, muy de niño,
tuve un sueño.
Ahora, fortalecido por
los meandros del existir,
tengo una certeza, otra
visión del porvenir:
un caballo llama a mi
puerta y me pide
que vayamos a conquistar
el horizonte.
ANTÓN CASTRO
Ilustración de J. Carrasco. Contraportada del libro cómic El paseo en bicicleta
Antón Castro (Santa Mariña de Lañas, Arteixo, A Coruña, 1959) es escritor y periodista.
Durante siete años dirigió los Encuentros Literarios de Albarracín y ha sido el
comisario de la exposición del 75 aniversario del Real Zaragoza: Los años magníficos. Para Olifante ha traducido
a Xosé María Álvarez Cáccamo y José Agostinho Baptista. Es autor de más de más
de 40 de libros, entre ellos los libros de narrativa El álbum del solitario (Destino, 1999), Golpes de mar (Destino, 2006; Ediciones del
Viento, 2017), Fotografías veladas (Xordica, 2008), El testamento de amor de Patricio Julve (Destino, 1995, 2000; Xordica, 2010).
Antón Castro. Foto de Vicente Almazán (Cortesía de Olifante)
Es autor de varios poemarios: Vivir del aire (Olifante, 2010), El paseo en bicicleta. (Olifante, 2011), que da
lugar a este cómic, El musgo del bosque (PUZ, 2016) o El cazador de ángeles (Olifante, 2021). Su novela Cariñena (Pregunta, 2018) ha sido llevada al cine por
Javier Calvo. Coordina el suplemento ‘Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón desde 2002, y ha dirigido el
programa cultural Borradores (2006-2012) en Aragón Televisión y ha conducido 29 programas en las cuatro
temporadas de Sin cobertura, de Javier Calvo. En 2013 recibió el Premio Nacional de Periodismo
Cultural; el 2021, el Labordeta de Comunicación y en 2022 el Premio Pilar
Narvión. Ha traducido al español, entre otros autores, a Miguel Torga y Manuel Rivas, José Saramago.
Más información en:
https://es.wikipedia.org/wiki/Ant%C3%B3n_Castro
Josema Carrasco. Fuente: Asociación Aragonesa de Autores de Cómic
Josema Carrasco (Zaragoza, 1969) es ilustrador y diseñador gráfico, trabaja para agencias
de publicidad y como freelance. Ha dibujado el primer volumen de Fantasmagoría, y también la serie de
cómics Ciclocirco.
Premio al autor revelación
por votación popular en el 29 Salón del Cómic de Barcelona 2010 y nominado como
mejor dibujo y mejor cómic en el Salón del Cómic de Zaragoza de 2011. En 2106
publicó Mapa de besos un liricómic con poemas y canciones de Ángel Petisme. Trinidad Ruíz
Marcellán edita, en Olifante, Espectral.
Cómic (Olifante 2018), un cómic con
poemas de Ángel Guinda, y Lili y la corza (Olifante 2020), un cómic que rememora el 150 aniversario de la muerte de
Gustavo Adolfo Bécquer; ambas obras con dibujos de Josema Carrasco.
Algunos de sus trabajos se venden como
imágenes de stock en varias agencias internacionales de ilustradores. También
participa en numerosas exposiciones, fanzines y proyectos colectivos y además
imparte cursos, talleres y charlas de cómic junto a Marta Martínez. Como poeta
ha publicado La felicidad, cariño, es para
malgastarla (Olifante 2019).
Más información en editorial Olifante:
https://www.olifante.com/inicio