EL VIAJE DEL HÉROE
por Alicia Rodríguez Sánchez
La tríada entre ficción-sueño-viaje espiritual tiene su máximo exponente en La mujer de chocolate, de Gib Mihaescu.* El autor que nos ocupa está considerado como uno de los grandes clásicos de la literatura rumana de entreguerras, pero enfocada en el carácter psicológico.
El protagonista, Negrisor, está totalmente prendado de Eleonora. Dicho personaje representa la figura de un donjuán fracasado, un conquistador frustrado y atormentado por los celos. Nuestro héroe, más bien antihéroe, intenta impresionar a su amada haciéndole ver que está dispuesto a tirarse por la ventana. Uno de los rasgos que presenta la literatura romántica es considerar el tema de la muerte como un recurso para expresar el dolor, la tristeza y la desesperanza, porque considera que si él se suicida su amada podría seguir el mismo destino y unirse con él en la eternidad. En este sentido, la muerte tiene aparejada la ironía porque nos recuerda a la figura del payaso, máximo exponente que provoca la risa en el espectador.
Eleonora, a diferencia de la figura de la femme fatale (una mujer muy segura de lo que quiere con una fuerza emocional destacada que a través de su imagen, su sensualidad y sexualidad, logra alcanzar todos los objetivos que se propone), se identifica con una diosa mitológica como la diosa Rea, divinidad griega de las cavernas y las montañas La señorita Eleonora con expresión cadavérica, le daba el aspecto de una diosa sombría de las cavernas y subterráneos (página 45).
Negrisor compara a su amada con Cleopatra, la legendaria faraona del antiguo Egipto, ¡Sea Cleopatra! Y mañana al amanecer, esta noche misma si lo prefiere, el esclavo que intentó…no vivirá (pág. 68), cuyo poder implica que todo aquel que se acerque a ella e intente herirla recibirá su mismo destino.
Por un lado, podemos observar ciertos aspectos mitológicos en el símil de Medusa, los ojos de Eleonora que, desde el principio, se habían clavado en su mirada humilde con tanta fuerza (pág. 63), mito griego basado en la figura de una cortesana tan bella que seducía a todo aquel que la miraba. Asimismo, también aparece la referencia a la diosa griega, Minerva, unos cabellos tan espesos y ensortijados que recogidos en un moño encima de la cabeza parecía el casco de Minerva (pág. 58), diosa de la guerra que simboliza el conflicto interior del personaje para captar la atención de su amada como si ella fuese la única posibilidad que tuviese de escapar de su mundo interior.
No aparecen únicamente referencias mitológicas en personajes sino también en lugares como la laguna Estigia, espacio que en la mitología griega constituía el límite entre la tierra y el mundo de los muertos, el Hades,
Uno de los aspectos recurrentes de la novela es el chocolate, dulce considerado como símbolo de tentación por la dulzura que contiene en sus pepitas, símil de Eleonora y todo su interior como si de un simple mordisco pudiese saborear las mieles del amor junto a ella. Eleanora conservaba su color de un negro amarillento, un negro dulce, achocolatado […] el color irresistible del chocolate (páginas 32-34), notaba en el paladar la sensación agridulce del chocolate puro (pág. 61), como si ella fuese el remedio para curar todos los males del protagonista cual medicina recetada por un galeno.
Otra de las reminiscencias de la novela nos traslada hacia el mundo de la Metamorfosis de Kafka donde la soledad del ser humano, la frustración e incluso la sensación de sentirse culpable por vivir dentro de una sociedad para la cual no se encuentra preparado el protagonista, nos lleva a considerar al escritor Gib Mihaescu como un fiel seguidor de los rasgos que enmarcan la obra de Franz Kafka. Nos trasladamos hacia el mundo de lo onírico donde no podemos desglosar realmente qué forma parte de la realidad y cuál de la ficción, dos hilos narrativos que se encuentran unidos como si fuese una canción a una melodía determinada sin la cual no tendría sentido alguno.
La transformación se relaciona con el dulce preferido del protagonista, Negrisor, ultrajado a más no poder, se puso tan negro que se transformó en una estatua de chocolate (pág. 65), como si se tratase de la ninfa Dafne convertida en laurel cuando se encuentra acorralada por el dios Apolo en un intento por alcanzarla debido a las flechas que le había lanzado el dios Eros.
A lo largo de todo el texto queda patente el recurso literario de la ironía en oraciones como quien se balanceaba con la barriga en el alféizar de la ventana como un jinete de circo (pág. 12), donde se mezcla la comicidad con lo absurdo con el objetivo de llamar la atención de su querida Eleonora.
Otra de las figuras retóricas que podemos encontrar es la metáfora su imaginación se apresuró a colocarlo fuertemente atado a la tabla de la terrible máquina (pág. 13), donde Negrisor se considera a sí mismo como una especie de víctima enamorada que intenta llamar la atención de su amada constantemente en una simbiosis de vida-muerte.
Gib Mihaescu. Fuente: www.jurnalu.ro /Ziua de Constanta
El autor nos evoca a otros personajes históricos como a los físicos Einstein o Newton, Por un instante, se imaginó con bigote y el pelo revuelto a lo Einstein y, en otro momento, con levita roja, pantalones cortos, afeitado, demacrado y una peluca a lo Newton (pág.), para tratar la relación entre el tiempo y la luz el tiempo tiene peso. ¿Por qué no, si la luz también lo tiene?
La obra nos traslada hasta el movimiento literario del Romanticismo (movimiento cultural que se produce a finales del siglo XVIII, pero que no termina de establecerse del todo en la cultura hasta el siglo XIX y que parte de varios países europeos), entre cuyas características se encuentra el individualismo, la búsqueda de la soledad y la exaltación del yo la costumbre de considerarse siempre pequeño, humillado, tratado injustamente por todos (pág. 35) en un intento de llamar la atención con el objetivo de ser el centro del mundo y que el resto se dé cuenta de que su ego se encuentra por encima de los demás, Estaba amargado, dolido, indignado tanto que sus buenos amigos no pudieron quedarse indiferentes ante esa actitud (pág. 38).
La muerte entra de lleno en el personaje Hubo un momento que los ruidos eran tan desgarradores que Negrisor, pálido y sombrío como una máscara de cera (pág. 43), objeto que se colocaba desde tiempos inmemoriales en el rostro de la persona cuando esta fallecía para recordarla en la posteridad. El protagonista está marcado por un destino trágico, la irremisible parca.
Al igual que un romántico del siglo XIX, nuestro autor crea sus propios escenarios, irreales y fantasiosos. Huye de la realidad con espacios idílicos y construye sus escenas fantásticas muy lejanas de la realidad. El “yo” interno del artista se representa a través de los elementos externos que lo rodean. En este sentido, la naturaleza se concibe como el espejo en el que el artista se refleja, lo que queda patente en un fenómeno natural como es una agitación de los ánimos, mientras sus ojos agitados por la tempestad lanzaban continuamente sobre ella las mismas olas de extraña alegría (pág. 66), que viene a representar el alma atormentada de nuestro protagonista.
Por otro lado, la historia de la humanidad la podemos ver reflejada en ciertos aspectos ya que trae a mi memoria los pilotos de la Segunda Guerra Mundial, Daba la impresión de encontrarse en el penúltimo instante de su vida, inclinado hacia el precipicio sin fondo (pág. 65), como si del escuadrón japonés se tratase, los conocidos mundialmente como pilotos kamikaze. Estos jóvenes debían ofrecer su vida por el bien de su país y demostrar su fidelidad al emperador estrellando sus aviones contra los barcos norteamericanos. De igual manera, Negrisor ofrece su vida y su alma ante el emperador simbolizado en su amada, Eleonora.
Nuestro protagonista se debate entre la realidad y la ficción continuamente en una simbiosis donde el juego de los dos mundos se une irrefrenablemente como la dualidad entre el bien y el mal. Dicha dicotomía la observamos en los cambios de humor de Negrisor, en esta ocasión se encogió de hombros, hastiado, y entró en el restaurante, lamentando profundamente que el resorte de su espíritu burlón […], atributos de las personas felices y alegres (pág. 90). Todo ello me recuerda a otro dios de la mitología griega (tal vez no tan conocido como Zeus), que recibió el nombre de Momo, dios de la sátira y de la burla. Negrisor continuamente se burla tanto de sí mismo como del resto de los personajes, en una división entre lo real y lo imaginario, como si fuese una representación en la tierra del dios, anteriormente mencionado.
Negrisor, nos recuerda a Ulises, héroe de la mitología griega que aparece en la Odisea de Homero, personaje que trata de volver a su patria tras pasar una serie de aventuras, Negrisor sintió que en su alma se apaciguaba el desprecio que había aceptado de forma permanente… por esa arremetida homérica hacia la comodidad y la satisfacción de todos los seres humanos (pág. 102), como si al regreso de Ulises todo hubiese vuelto a la calma.
El protagonista se transforma en un personaje antagónico con respecto a los héroes griegos de la mitología ya que mientras aquellos llegan a un destino claro Negrisor no entiende que su destino tal vez sea estar solo, impresionada hasta sonreír por la mueca de desolación, de humillación y de mezquindad que había en aquel pobre semblante de héroe malogrado (página 120).
Las referencias mitológicas quedan patentes a lo largo de toda la novela, bien en símiles como los de Dafne y Apolo, Minerva o la laguna Estigia, entre otras. Nos transporta hasta el mundo de la Antigüedad como si se tratase del viaje del héroe, como si Ulises regresase hasta su querida Ítaca, simbolizada también en Eleonora, la levantó con avidez hasta su pecho y, hambriento, se puso a morderla como un niño su regalo de chocolate (pág. 122).
El lenguaje de la novela nos evoca el mundo de lo onírico, lo irreal, que atrapa al lector en un vórtice del cual es imposible escapar. El héroe, más bien antihéroe, persigue una patria, Eleonora. A través de la confusión entre sueño y realidad llega a su destino, el cuerpo de su amada, el cual le lleva hasta una cabeza transparente y marchita con un pico blanco como la nieve, parpadeando con un ojo astuto y tan inmaterial como lo imprevisible y la eternidad (pág. 122). Dicho final evoca a las grayas, deidades preolímpicas marinas que nacieron envejecidas y que compartían un ojo y un diente para las tres. La mitología nos lleva hacia mundos pasados que tienen relación con el mundo presente.
Gib Mihaescu consigue que el lector no pueda apartar su mirada de la lectura, con giros de la irrealidad, en una simbiosis donde la ficción y la realidad se entrecruzan en un camino donde el héroe, o antihéroe, concibe su mundo onírico como parte de la cotidianidad. Lectura recomendable para todos aquellos que quieran adentrarse en profundidad en la complejidad de la mente del ser humano.
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*La presente reseña realiza una mención al libro de Gib Mihaescu titulado La mujer de chocolate, de Báltica Editorial, traducida del rumano por Joaquín Garrigós, y publicada en el año 2022.
ALICIA RODRÍGUEZ SÁNCHEZ
es
licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante. Actualmente, ejerce como profesora de carrera
en el Centro Integrado de Formación Profesional (CIPFP) Canastell de la
localidad alicantina de San Vicente del Raspeig. En este centro, imparte la materia de Lengua
castellana y literatura. Su primera incursión en el mundo de la literatura para
adultos fue con la recopilación medieval de cuentos titulada Las mil y una
noches a los que le siguieron otras obras clásicas españolas de autores
como Mariano José de Larra, Gustavo Adolfo Bécquer o Lope de Vega, entre otros
grandes de la literatura. Ha publicado en Ágora artículos sobre Max Blecher y sobre literatura rumana del siglo XX y actual.
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