Perfil perdido, de Guillermo Carnero: una segunda y aún más
lograda madurez de poeta (1)
¿Cuándo un poeta alcanza su madurez? La madurez es diferente en cada poeta, depende de la propia talla, voz o cosmovisión. Y ocurre que algunos alcanzan -o sufren-, a lo largo de su creación poética, no una sino dos o más cumbres de plenitud. Es el caso, por ejemplo, del autor de Perfil perdido, Guillermo Carnero.
Casi todos los lectores de poesía hemos gozado con Dibujo de la muerte (1967), un libro que publicó el poeta valenciano a los 19 años. Rara avis (o no), en la historia de la poesía es el hecho de que un autor adolescente dé un libro pleno, como fue aquel hermosísimo ramillete de poemas a cuya lectura volvemos de vez en cuando, para reencontrar, en cada página suya, una voz viva y una música diferente (a la sensorialidad de la palabra de Carnero, a la plasticidad de sus imágenes, añadimos en cierta lectura el descubrir lo ascético, la presencia de Ávila, de Castilla).
Perfil perdido, que publicó Visor en septiembre de 2023, es en cierto modo no una continuación de aquel primer y deslumbrante Carnero, sino la confirmación de una segunda y más lograda madurez de este poeta.
Es cierto que en los libros publicados por Guillermo Carnero a final del XX o ya en el siglo XXI (Espejo de gran niebla, Fuente de Médicis, Verano inglés, Cuatro noches romanas y Carta florentina) se prepara esa línea que progresaría hacia otra plenitud, con paciencia casi benedictina, y autoexigencia propia de un orfebre piadoso y atormentado. Salvo en Verano inglés (1999), quizá el más alejado de esta línea, por su propia vitalidad que anuncia otros posibles desarrollos; en esos títulos Guillermo Carnero pule, esculpe (más que dibuja, como en su primera obra madura) un estilo severo y sensual, en contraste buscado y logrado; un registro de poesía dialógica, vertida en un molde clásico y romántico a la vez, con dominio indesmayable del verso endecasílabo y alejandrino, en una corriente de voz (casi como flujo de conciencia) que aspira al poema-libro (a la síntesis temática y formal de la obra, dejando de lado la colección de poemas característica de la mayoría de los poemarios).
En Perfil perdido encontramos tres partes o estancias, que se corresponden con los sentidos sensoriales; en la primera parte, predomina la vista, en la segunda, el oído, y en la tercera, el tacto (los demás sentidos están presentes también en cada una de las partes, pero sobre todo en la última, la más conseguida, a nuestro parecer). El tema es, sencillamente, la despedida; como en los anteriores libros citados (sobre todo, en Cuatro noches romanas, publicado en 2009). Una fábula, un mundo mitológico, artístico, maravillosamente recreado en la poesía, tan musical y sensorial, de Carnero, rodea ese tema, que han tratado casi todos los grandes poetas, desde Leandro Fernández Moratín (en su inmenso poema “A las Musas”) hasta Blas de Otero. El adiós -no es solo a una tierra, a una patria, a un amor, aunque también puede serlo; es a todo eso, y a la vida, pero no a la vida en abstracto, o como un tema filosófico; sino a la vida concreta, a la memoria y al vivir individual, tan insignificante vivir de cada uno de nosotros como infinitamente significativo. Porque, como recuerda Unamuno, citando a Senancour, cada uno de nosotros puede decir: “para el universo, no soy nada; para mí, soy todo”.
Los últimos versos de Perfil perdido son de una belleza indescriptible, y reflejan, creemos, cierto tono personal de desengaño amoroso sublimado en un vitalismo estético, que con este nombre describiríamos toda la poesía de Carnero, pero en especial este libro fruto de un poeta que ha renovado su pluma en el jardín de los grandes de la poesía universal.
Mujer de mármol, solo me dejaste
un retazo de voz y tu perfil perdido,
cuando intentaba —engaño de los ojos,
clausura del deseo— atravesar contigo
el río, y descansar allí, bajo los árboles.
Fulgencio Martínez
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(1) El artículo ha sido publicado primeramente en el número 1 (Marzo 2024) de la revista El Brazal.
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