CARTA ABIERTA AL RECTOR DON JOAQUÍN GOYACHE GOÑI
Las costumbres cambian, es cierto; los estudios se renuevan y el tiempo es -como todos sabemos- un niño que juega a inventar nuevas formas. Lo que no entiendo, sinceramente, es lo que ocurre en este "trozo de planeta" que es mi país, España. La Universidad no solo ofrece titulaciones, ahora ofrece cátedras. Para lo primero, la Universidad aún exige (creo) matrícula y algún tiempo empleado en obtenerlas, pequeñas o grandes molestias y esfuerzos intelectuales; a cambio, junto al título oficial otorga a su huésped prestigio y alimentos imaginarios, esos que, cuando no tengas los otros de verdad, te confortan durante cinco minutos (el conocimiento sigue valiendo algo, aún lo creo, sí).
Las cátedras entendía que eran (en un tiempo antiguo) asiento de sabiduría, consecuencia de una vida estudiosa, monacalmente dedicada a los libros, a la investigación y (viniendo a tiempos más recientes) también, a esquivar envidias y a juntar apoyos de colegas. Aunque siempre han cocido habas, ha habido disputas: recuerda el caso de fray Luis de León, el gran poeta y profesor en la cátedra de Santo Tomás y luego en Filosofía Moral y Sagrada Escritura en la Universidad de Salamanca, quien allá en 1572 fue encerrado en una lúgubre prisión durante cuatro largos años por envidias y rencillas entre aspirantes a cátedras. Escribió a la salida de la cárcel esta hermosa décima:
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.
Es fama que al volver a las aulas salmantinas pronunció la frase: "Decíamos ayer..." Las cosas volvían así a su curso.
La novedad del día es otra que ha de salir a explicar el actual rector de la Universidad Complutense de Madrid, el rector Joaquín Goyache Goñi. Tendríamos derecho los ciudadanos, los estudiantes y, por qué no, aquellos como yo que un día pisamos las aulas de la Complu, a saber qué cátedra se dio a doña Begoña Gómez, en qué concurso de méritos, a qué nivel de sentina o corrupción hay que descender para comprarse una cátedra en la Universidad antaño más prestigiosa del orbe educativo en español.
Pero lo peor no es (como ocurre en otros casos) el hecho, grave o no, en todo caso falto de explicar, sino el sospechoso silencio, meditado o cobarde, de quienes tienen que dar explicación al frente de la institución, explicación no ante este o aquel partidario, sino ante el público ¿universal?; sino, al menos, ante la comunidad universitaria.
Fulgencio Martínez
15 de marzo 2024
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