El poeta Miguel Hernández y su esposa Josefina Manresa |
CUANDO
LOS ESCRITOS HABLAN
Por Antonio Checa
Había tomado un libro para ponerlo en la mesita de noche, allí, como otros, me susurraba al oído ofreciéndome el mensaje de su escrito, pero este, no sé el por qué, al leer el título: “Ruiseñor de fusiles y desdichas”, escrito por un duende de los archivos y un apasionado de los libros, por cierto, amigo mío, llamado Manuel Urbano, Q.E.P.D; me llevó a sus entrañas como queriendo enseñarme el dolor de mucha gente y la belleza de quien da su vida por el prójimo, o lo que es igual, el que cree que el mundo no es una cosa perversa y merece la pena luchar por él como sea.
Era un libro releído, cuando el escritor me lo dio, lo
asumí como mío y devoré fechas y relatos de un tiempo criminal
llamado guerra. Me asomé a su vida como quien mira desde un
precipicio la inmensidad de la tierra y observa la belleza de la
misma y la crueldad del paisaje, pero se siente inmiscuido en el
entorno y se ve, o se observa, al lado de una cosa llamada vida a la
que llegamos sin pedirlo o porque a nuestros progenitores le daba
mucho gustico en la creación de nuestras vidas.
Levanté la cubierta y leí una cita, y otra cita, y a
la tercera, me ofreció la fotografía, oscura, negra, e imborrable
de un torbellino de ideas que, ennegrecido en el papel, daba solo su
imagen para saber que entre sus rasgos, había vivido el amor y la
lucha de ideales conjugados por la pasión de ser aquello en que
creía: solidaridad y amor, llevado por la superación de una base
familiar donde el estiércol era la cama muchas veces y los gritos el
sabor de aquel momento. Sabía que Ramón Sijé lo apoyaba, y que
varios intelectuales admiraban su tesón y su inteligencia, y que su
amada Orihuela, lo animaba a marcharse en busca de la superación
deseada, pero el mundo estaba revuelto, una guerra se asomaba a
España, como queriendo hacerla nueva, pero no, era vieja, vieja en
ideas, en hechos, en desigualdades, en negaciones, en unidades
clericales y poderes fácticos en el poder político y económico. No
estaba limpia España, estaba sucia, posiblemente como ahora, lo que
ocurre es que, la limpieza de los hechos, hace más rancio lo
presente aunque en ello va el pasado como regla copiada. Casi como
regla hiriente.
“Mi
querida Josefina. Espérame. Voy dentro de cuatro días. Prepárate
para nuestro casamiento. Vas a venir a Jaén conmigo. Tengo una
alegría muy grande, nena. No se te hará antiguo el vestido.”. Y
se casó entre bombas como quien pide a Dios uno de sus milagros, y
empreñó a su novia, y se adentró en su vientre buscando de la vida
la vida de su hijo, el de “La Nana de la Cebolla” no, el otro, el
que dejaría la tierra en busca de su cielo, el que como cualquier
vástago sentiría la sangre hirviendo dentro del abrazo paterno. Y
los disparos sonaban por cualquier monte inseguro del sitio a que
iban dirigidos. Leí muchas cosas más en ese libro, arranqué su
silencio y fui cayendo ante las palabras intentando buscar algo
positivo entre lo que ocurría por aquellas fechas, en las que Jaén
asumió como suyo un poeta emocional que por sus versos, dejó la
belleza embadurnada entre: El “Ruiseñor de fusiles y desdichas”.
No es en mi norma que me duerma sin un libro como
testigo, con un libro llegado de cualquier sitio para que me diga
cosas de la vida, de lo que somos los humanos, de aquello que haga
pensar en lo bueno y en lo malo de una sociedad compartida, de una
sociedad en la que se evapora casi todo menos lo que se guarda en los
libros.
El día de san Rodrigo, 13 de Marzo, llega a Jaén y se
aposenta en el barrio de la Magdalena, está en esa ciudad de hechizo
plagada por lo siglos en contiendas y acontecimientos interiores, 58
días, no más, y deja tras sí un reguero de poemas que no mueren
con el tiempo, resucitan en el tiempo como joya engalanada para su
deleite y el pensamiento, desde el que tras la lectura de ese libro,
o de cualquier libro, puedes dormirte cualquier noche con el sabor de
esos que se fueron con la gloria sobre su cadáver. Dormir para soñar
que se puede ser mejor y ser sensato.
La
luz eléctrica debía ser escasa y débil, y lo que tras una
eternidad fue la luz nocturna, lámpara de aceite, él, la describe
como juego de ajedrez para mentes activas: “En
círculo de carta, luz de oliva:/ verdes llamas, traslúcidos
abriles/ que la ascensión metálica cautiva/ en corros de cristal, a
veces viles.” Un
cuarteto sin más como rompecabezas, difícil para su forma de hacer
me dice que hemos ganado y perdido en el tiempo, que el aceite de
esos “Aceituneros
altivos”, se
cambió de rumbo y hoy la luz eléctrica, la hemos de pagar como el
oro que, a veces vil, sacude a las personas sin posibles, a quienes
deseó la igualdad un poeta muerto con treinta y un años,
tuberculoso, sin derecho a nada, bueno sí, a que le diesen una
comunión no deseada, como otro de esos seres que cada cuatro
segundos mueren de hambre en el mundo. Sí, de verdad, cuatro
segundos.
Pero la poesía sigue, la historia del hombre también,
y sobre esa mesita pasiva al lado de mi cama, el mensaje del libro
dará con mi sueño, la luz que en la oscuridad tiene el poder del
placer asumido.
Cuando se respira el aire de tu tierra y miras por
doquier admirando su belleza, crees encontrarte con la sonrisa de
aquel hombre que creó versos imborrables y los dejó como ofrenda a
los que admiran las sensibilidades soñadoras, pero no es así, solo
quedan los libros, la necesidad de darle al autor el homenaje de su
lectura, esa que hoy me ha hecho recordar, al mendigo del pan para su
gente, y la cebolla especial de esa nana, que hace temblar el corazón
de quien se sienta amigo del poema que derrite en sus versos, una
cárcel temblando ante la luz universal de algunos corazones.
Baeza febrero de 2015
Antonio Checa Lechuga
REVISTA ÁGORA DIGITAL MARZO 2014
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