DIARIO
POLÍTICO Y LITERARIO DE FULGENCIO MARTÍNEZ, DONDE SE HABLA DE LO
DIVINO Y DE LO HUMANO / 21
CUANTO
MÁS
SE
HABLE DE UNA COSA
“Cuanto
más se hable de una cosa, más existe” –dice el filósofo
Agustín
García
Calvo,
en una entrevista publicada en el último número de la
revista Filosofía
Hoy,
muy recomendable por su sano escepticismo. Yo he seguido esa máxima,
antes de conocerla, y he guardado silencio frente a cualquier nadería
que se afirme meramente en la estrategia retórica de repetición,
proliferación, diseminación del mensaje, de retroalimentación o
bucle- como ahora se conoce, por la herramienta para el envío masivo
de correos electrónicos, una técnica tan vieja como la publicidad.
Creía estar ya al cabo de la calle sobre la falta de consistencia de
la generación de políticos que nos gobiernan, y no necesitar más
pruebas de su general irresponsabilidad y levedad. Pero, a pesar de
lo que dicen las encuestas sociológicas, de la baja estima en que se
tiene a los políticos, estos pueden seguir mejorando sus marcas y
seguir sorprendiéndonos. Entre unos y otros han armado, en las
últimas semanas, el quilombo de la cuestión catalanista, han
reflotado el fantasma del padre muerto de Hamlet, del cual lo menos
que se puede decir es que es inoportuno, en estos momentos en que
urge solucionar la crisis económica, el paro, la deuda, y la deuda
generada por la mala administración de los políticos; y en que
muchos españoles comienzan a emigrar, ya no solo jóvenes, y no solo
a Alemania, sino a Ecuador y Brasil, no queriendo resignarse a la
falta de futuro y al paro en nuestro país. El señor Mas
ha
sacado ese estafermo del independentismo para desviar la atención de
las medidas injustas y regresivas que su gobierno ha impuesto en
Cataluña a las clases medias y trabajadoras; y para ocultar el
pequeño detalle de que la Comunidad catalana debe más de cinco mil
millones de euros; ¡que se dice pronto! ¿Cómo? Ustedes no pedían
agua, como en Murcia, ¡ustedes, catalanes, pedían güisqui de 20
años, güiki per tutti, Montañés, y que pague Luis de Vargas!
El
debate que se ha generado es un sinsentido donde se confunden los
conceptos de Estado, de Nación, de sentimientos, por ambos
contendientes: el nacionalista catalán y el nacionalista español
del PP. Los estados democráticos modernos se fundamentan en la ley,
en la ciudadanía: esto lo saben hasta los chiquillos del colegio,
que cursan la asignatura de Ciudadanía; claro que por poco tiempo
más lo sabrán, y lógico que los que siguen el curriculum oculto
del PP lo ignoren y entren en esos trapos nacionalistas: ¿ves, papi,
para qué sirve la asignatura de Ciudadanía? Para saber que yo vivo
en un estado moderno, un estado llamado España, como se podría
llamar Hispania o Iberia, que ya Estrabón,
en su
Geografía,
dijo que se denominaba así a este país desde el Ródano para abajo,
o, según otros, desde los Pirineos hasta la Bética.
Afortunanadamente soy un ciudadano de un estado democrático, es
decir, un sujeto libre y responsable, que tengo deberes y derechos
amparados por una Constitución y solidarios con los Derechos
Universales del Hombre, es decir, que mi condición de ciudadano
español no se contradice sino que al contrario afirma mi condición
de ciudadano del mundo. Son los estados los que firmaron esa
Declaración universal de derechos pero yo lo asumo al firmar mi
pacto como ciudadano de un estado, y tengo que pensarme
hipotéticamente también como miembro de la comunidad humana global.
Papito: Mis derechos y deberes puedo y debo ejercitarlos en los dos
ámbitos: exigiendo que se cumplan para mí y para todos los seres
humanos, y exigiendo y cumpliendo también mi compromiso con las
leyes de mi país. Un ejemplo concreto bastará: he de pagar
impuestos (cuando sea mayor), a la vez que tendré derecho a
subsidios y a otros aportaciones del estado, que no son dádivas ni
limosnas, ni cosas que pueden ser recortadas o minimizadas o
conceptualizadas como flotantes "derechos sociales" cuya
realidad dependa de las políticas del estado de bienestar, no, son
la razón de ser del pacto social: yo pago impuestos, yo cumplo para
que el estado cumpla (si no, sobra el estado, el rey, los ministros,
el gobierno, todo, y apaga y vámonos. En cuanto se toca un derecho
social se está invocando el apaga y vámonos. Porque pagamos
impuestos no para mantener un rey ni un ministro, sino para que el
rey o el ministro sean los que protejan nuestros derechos. Si usted
no los puede proteger, váyase, ya está tardando… Eso debió hacer
Zapatero en el último año de su gobernación, y eso debió hacer tu
Rajoy
tres meses después de acceder al gobierno). Pero mi obligación
ciudadana no cesa en pagar impuestos: he de exigir que se tribute
como dice la ley, proporcionalmente, y por tanto denunciar en cuanto
ilegal, acívica, la actitud tributaria proteccionista del Gobierno
hacia los ricos. Aquí no paga más el que más tiene, sino al
contrario. No solo en impuestos directos, sino en indirectos, que no
tienen en cuenta la renta personal, la clase media, trabajadora,
funcionaria, es la pagana. Mientras que los empresarios y los muy
ricos evaden, con el perdón del Gobierno. Eso es ilegal, inmoral, y
quizá hasta engorda, y le engorde al señor Rajoy. Mi deber
ciudadano es pagar impuestos y denunciar si no se cumple la equidad.
Me gustaría que hubiera un Estado justo mundial, yo sería ciudadano
del mundo, papi. Mientras tanto, soy un Ciudadano de la ley. A mí,
no me exige el estado en que vivo (ni a nadie que tenga el DNI
español) tener ningún sentimiento españolista, nacionalista, al
extremo ni siquiera apreciar o poseer la cultura ni el idioma español
o castellano. Más aún: se podría pensar que un estado como español
decidiera, por ley, que la educación se diera en inglés por ser
ésta lingua franca actual y ofrecer más oportunidades. Entendamos
que el estado no se puede identificar con cultura, idioma, nación
(ni mucho menos ese anacronismo y ese autogol que el estado español
se metió en su Constitución: con nacionalidades históricas.. ¡en
el estado moderno!).
Aristóteles,
en su libro Politica,
ya
hablabla de cómo se fundó el Estado (la Polis),
como una superación de otras formas de sociedad prepolíticas: la
horda, la familia, la tribu, la etnia o nación. Estos son estadios
preestatales, no en el sentido de ser una fase en la evolución hacia
el Estado, sino un camino diferente a éste. El hombre,
evidentemente, para el Filósofo, solo puede serlo en el Estado; en
las otras formas sociales no tiene suficiente aire ni libertad.
El
Estado moderno (y el Estado teórico que fundó la Política
aristotélica)
no se identifica tampoco con ninguna cultura.
La cultura, el cultivo de nuestra sensibilidad, enseña Schiller
que ha de ser tomada como un juego estético, no como una actividad
seria. Lo serio es la ley, la economía, el trabajo, el derecho, la
igualdad entre los ciudadanos. La cultura, el deporte, el arte, son
formas de cultivar nuestra sensibilidad (junto con nuestro físico y
nuestro carácter) pero de una forma lúdica, sin entrar en una
neurosis identitaria y mistificadora de los sentimientos. Tampoco el
Estado moderno se identifica con la religión, ni con esa otra forma
de religión que es la Nación. Vemos actualmente la dificultad en el
mundo musulmán de construcción de un Estado moderno, al no haber
allí superado las limitaciones de tribu, cultura, religión, etc. Y,
por otro lado, toda forma de nacionalismos, desde lo más pacíficos
hasta los fascismos y nazismos, se basan en cierto fanatismo nacional
y en promover la exclusividad del sentimiento. En España, una
ideología retro, ultraliberal y a la vez neoconservadora, sacrifica,
por un lado, el Estado (mínimo de Estado, máximo de mercado y
competencia) y por otro, se agarra al nacionalismo del sentimiento
españolista (véase Wert).
Su
antagonista y réplica Artur Mas es de la misma ideología liberal y
catalanista. Mas, zorro astuto, oculta lo primero; Wert, también. No
sabemos si con sus simétricos nacionalismos nos quieren sacar de la
modernidad y volver a la caverna-nación. En los Estados modernos
hemos de "soportar" solo el formalismo del número, de las
mayorías. La fuerza del número, que es la superstición
democrática, sólo me obliga en lo formal, en la ley, en el respeto
a la forma y al derecho, pero no en mi contenido cultural, personal,
psicológico, humano. Todo esa libertad que es negada por el Estado
tribal y nacional o religioso. Vean ustedes, catalanes de izquierda,
si les conviene seguir en la Modernidad o ir a la caverna.
Fulgencio Martinez
Profesor
de Filosofía y escritor