DIARIO
POLÍTICO Y LITERARIO DE FULGENCIO MARTINEZ,
DONDE
SE HABLA DE LO DIVINO Y DE LO HUMANO/ 18
Los
tiempos nos invitan a una reflexión sobre la cultura. Adelanto que
no me parecen peores (ni mejores) que calendas pasadas. Respecto a
qué es cultura, materia donde siempre hay opiniones según la
posición que uno juegue, es difícil ponerse de acuerdo. Asentiría
si alguien dice: es cultura todo aquello que nos hace detenernos -a
pensar, admirar, compartir con los demás. Todo lo que contribuye a
construir una identidad compartida por el mayor número posible de
seres humanos: entendiendo dicha identidad no de una forma dogmática
y monolítica -ni, por otra parte, nacionalista y discriminadora-
sino crítica, autocustionable, democrática y también tensa hacia
la excelencia y la superación. Es por esto que contribuir a aquella
identidad consista, casi siempre, de parte de la cultura, en
custionar lo dado, en estimulación del cuerpo social para que no se
amodorre en una parcela trillada. Las vanguardias artísticas y, de
vez en cuando, el látigo de un genio han despertado las aguas
dormidas de la cultura y, por tanto, enriquecido la huella que una
determinada humanidad histórica deja, al pasar, sobre el tiempo.
Pues no otra cosa sino una huella es la identidad para la que
trabaja la cultura. Tres momentos presenta la estructura de esa
huella: su enlace con una tradición (momento del pasado); su
barrunto y apertura a lo nuevo (momento futuro) y su morfología y
carácter propio, de impronta de un presente histórico, del cual
recoge sus necesidades de expresión y los medios que le ofrece el
momento actual, y al cual se opone dialécticamente, si no quiere ser
su simple huella mecánica, fotográfica...y trivial.
Con
estas consideraciones, nos preguntaremos cuál es la huella que
imprime la cultura de nuestro momento actual, y en qué medida está
afectada por la crisis económica. Hablaremos,en primer lugar, como
"consumidores" de "cultura"; en último término,
específicamente sobre la cultura literaria, que es la única que
conocemos un poco desde dentro, como creadores y lectores.
Es
obvio que la crisis -sea lo que sea la bicha con la que los poderes
globales nos domestican en esta nueva fase de proletarización
generalizada y de miedo al futuro- no ha afectado al consumo y
a la industrial cultural. Parece extraña esta afirmación, cuando se
habla tanto del efecto negativo de la subida del IVA y cuando ayer se
habló de los prejuicios económicos de la llamada piratería en
Internet. Sólo se trata de cálculos cuantitativos, de ganancias y
pérdidas mayores o menores, en un campo, la cultura, dominado desde
hace mucho tiempo por la "industria", por sus grandes
ejecutivos, sus ranking de beneficios, sus planificaciones,
sus masivas redes de publicidad... y sus obreros especializados (la
"sociedad de autores") cuyos honorarios pueden verse
rebajados. La crisis no ha cambiado ninguna inercia.
Basta
oír en un "telediario" la información cultural que ha
producido ese día correspondente a la crónica. Estrenos
multinacionales de cine, no mucho mejores que los del peor cine
español de todos los tiempos; de vez en cuando, la promoción de un
best-seller (se sabe, de antemano, que será "otro éxito
de ventas"), y por supuesto, el eterno Almodóvar que rueda
nuevo bodrio. ¿Y qué me dice usted de los premios? En los premios
Cervantes o Príncipe de Asturias, lo importante, para los medios, no
es el premiado de turno, sino las Autoridades. No tendrían presencia
mediática los émulos de Cervantes, de Ramón y Cajal, los grandes
talentos de las letras o las ciencias, sino fuera el Príncipe o el
Rey a presidir el "acto". La versión surrealista de ese
fenómeno de convertir la cultura en acontecimiento (institucional)
para que llegue a ser "noticia", se produjo en la entrega
del último premio Cervantes, en la cual brilló por su ausencia el
escritor premiado.
Si miramos ahora, para terminar, al campo creativo de la literatura, y
en especial, la poesía (algo de lo que conocemos un poco),
atravesamos un momento masivo del "tiro al plato" sin
precisar ninguna puntería, como por aburrimiento y petulancia
narcisística. Es decir, que todo hijo de vecino "publica"
en internet. Un momento que tiene una explicación, quizá
psicológica, en la ausencia de perspectivas que ha traído la
"crisis" -cuando hablamos de perspectivas, nos referimos
también a criterios de calidad. Este momento estuvo, sin embargo,
inmediatamente precedido por otro aún peor: la proliferación hasta
la náusea de subvenciones a editoriales para que publicaran obras
presentadas a premios literarios afines; de modo que las editoriales
tuvieron ahí su modus vivendi,
lo que les permitió, por otra parte, seguir insistiendo en los
mismos autores consagrados que copaban todas las rutas literarias.
Indirectamente, se produjo un efecto doblemente nocivo, tanto para
las mismas editoriales, que perdieron su "caché", antes
basado en un criterio selectivo; como para los mismos autores, los
noveles beneficiados por premios afines, y los consagrados, cuyo
prestigio se diluyó, al ser finalmente denunciados como los vampiros
que se nutrían en ese fondo. La consecuencia de aquellas maniobras
de mafia entre editoriales y concejalías de cultura, la falta de un
criterio tanto para reconocer lo valioso en lo consagrado como en lo
nuevo, hizo automáticamente efectiva la oportunidad del maremágnum
virtual en que se diluye al extremo la cultura.
Sin
embargo, pensamos que únicamente cabe esperar de la poesía un foco
de resistencia interior, y una señal de que en tiempos de miseria
es posible aún la palabra no
domesticada. "Ante las mismas puertas del Orco canté a
la alegría/ y a las Sombras enseñé la embriaguez", dijo el
poeta alemán Hölderlin.
La
poesía tiene hoy una ventaja: no está en el mercado. Por tanto,
cualquiera que escriba un verso de verdad está, por ello mismo,
cuestionando el sistema. La poesía hoy no es, afortunadamente, ni
siquiera "cultura". No le afecta, por ejemplo, lo de la
subida del IVA de la "cultura", ni ninguna de esas
cantinelas, porque no se vende... Quiere esto decir que la poesía
transgrede cualquier ámbito, y más aún: la separación de ámbitos
-estético, político, ético, etc- que no se sabe ya en nombre de
qué cultura se establecen. Incómoda a cualquier pro-grama, la
poesía es la libertad de la escritura, y lo que, por definición,
disuelve cualquier trazo, gramma, prefabricado. Nunca podría
encontrarse en un best-seller, por ejemplo. Hoy no
tiene ninguna "función" en la "cultura" que se
dice en crisis, pero que sigue, con su "crisis", más
egocéntrica e intolerante que nunca.
¿Qué
función para la sociedad de la crisis tiene un poeta? Aunque exista
aún el prestigio de los grandes poetas, y de vez en cuando a uno de
ellos, a punto de morir, lo lleven a Alcalá para darle el Cervantes,
o lo maltraten llevándolo a la fría Suecia para otorgarle el Nobel;
esta sociedad tecnocrática, economicista, no necesita a los poetas.
Ni mucho menos los necesitan los profesionales del ramo político,
quienes -como los antiguos sofistas- manipulan a su antojo el
lenguaje de la tribu. Ellos y los "creativos" de la
publicidad: que viven de lo mismo si no son del mismo oficio. ¿Cómo
va a interesarles que exista el poeta, el que cuida el lenguaje, la
"casa del ser", como dijo Heidegger?
La
poesía es apertura al otro, a lo otro, mientras la "cultura"
se mira al ombligo de su propia crisis. No hay poesía triste o
alegre, sino poesía buena o mala. Buena, donde hay algo de oro -de
verdad, de autenticidad y de tensión por encontrar un sentido a lo
que no lo tiene. La poesía se valora por un patrón de oro diferente
al que mide la "cultura" sometida de la superestructura
dominante, la que sofoca el espacio de cualquier posible cultura que
trabaje para dejar huella en el tiempo.
Frente
al deseo de consumir rápido que nos prefabrica la "cultura",
el deseo del escritor y el del lector siguen el ciclo, más lento, de
la necesidad biológica. Me siento a escribir cuando estoy atrapado
por el deseo; en el acto de leer, también respondo a una cierta
forma de deseo visceral. Desear es algo así como reconocerse
incompleto y tender a buscar fuera lo que nos complete. Todo sistema
vivo es, básicamente, deseo, por ser todo organismo no
autosuficiente. El deseo de escribir no es más espiritual que el
deseo de obtener comida. Igual que la lectura. Al menos, para
aquellos que se resisten todavía a doblegarse a los reclamos del
consumismo "cultural".
Qué
buena oportunidad sería esta crisis para despaciarnos
de la alienación del reflejo que
nos ha creado la "cultura" autofagotizante, y revisar las
inercias que encapuzan en la crisis económica la quiebra de la
cultura, que ya se viene produciendo desde décadas atrás -como ha
advertido Mario Vargas LLosa en uno de sus más recientes ensayos. A
espera, por tanto, de la necesaria crítica exhaustiva, nosotros sólo
podemos testimoniar, desde la mirada marginal de la poesía, un
panorama continuista de la cultura
en tiempos de crisis, con el añadido autoconservador de haberse
creado un rumor de cambio.
Fulgencio Martínez
Fulgencio
Martínez es escritor
y profesor de Filosofía. Licenciado en Filosofía por la Univ.
Autónoma de Madrid y en Filología Hispánica por la UNED.
Fundó la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático y ha publicado, en la editorial sevillana Renacimiento, tres libros de poesía: León busca gacela, El cuerpo del día, Prueba de sabor.
Fundó la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático y ha publicado, en la editorial sevillana Renacimiento, tres libros de poesía: León busca gacela, El cuerpo del día, Prueba de sabor.
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