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domingo, 17 de marzo de 2019

La evidencia frente a la propaganda. Diario político y literario de FM / T 2019/5

       
  
             LA EVIDENCIA FRENTE A LA PROPAGANDA



La Historia que se enseña en España, al menos en los libros de texto oficiales, suele ser un precipitado acrítico de la propaganda ideológica de los diferentes actores históricos. No hay una voluntad de distanciarse de las justificaciones y razones que los protagonistas aducen para aspirar, conservar el poder o arrebatarle el mismo a otros. La historiografía se convierte, así, en mera crónica de los programas, eslóganes, estrategias y teorías hegemónicas; sin embargo, tan mal expuesta a los jóvenes, a los que no se les induce una dosis de sentido crítico filosófico ajeno al ruido ideológico, que por lo general esa supuesta crónica confunde la pretensión de verdad de una parte con la matizada y desapasionada (aunque siempre provisional y no dogmática) verdad del historiador como comprensión de los hechos.

Hay casos curiosos, que claman al cielo: uno, la justificación del poder nazi que anda en dichos libros de Historia: los nazis respondían a la demanda del pueblo alemán de un mayor espacio vital para Alemania, después de sentirse perjudicados tras la Primera Guerra Mundial. Precisamente esa es la teoría elaborada por los ideólogos nazis y la propaganda de Hitler para reivindicar el poder. Confúndese ideología con comprensión histórica crítica. En realidad la demanda y la respuesta a ella salieron de una misma estrategia de dictadura de masas.

Desde otro extremo ideológico, pero sin salir del totalitarismo: durante la Segunda República española, los partidos anticlericales de izquierda de tendencia totalitaria, procomunista, votaron en contra del voto de la mujer en las elecciones políticas. No todos los políticos de izquierda (se abstuvo Manuel Azaña(1) y votó a favor un grupo del PSOE, por ejemplo) aunque en ese momento PSOE(2), los radicales, los republicanos y los anarquistas también estuvieran en ese arco extremo. La justificación ideológica se repite casi literalmente en aquellos, en estos libros de texto: la negativa de la izquierda extrema al voto femenino se debía a que el voto de la mujer estaba secuestrado por la Iglesia y de ahí iba directamente a los partidos de extrema derecha.

Para el cálculo de las expectativas de poder de aquellas izquierdas no era conveniente el voto de las mujeres. La justificación es, si lo pensamos, peor aún para éstas: siempre y en todo caso las mujeres votarían guiadas por la Iglesia y solo valdría su voto en un futuro cuando "libremente" voten a los partidos totalitarios. Nada de liberalismo, de confianza al menos en que la mujer podría votar a Azaña, a partidos de izquierda o moderados, o incluso de derechas... incluso, si le daba la gana, de extrema derecha. No, los jefes de los partidos "iliberales", como se dice hoy, autoritarios, de aquella izquierda decidían por la mujer, por todas las mujeres, anticipaban que no serían buenas y libres ciudadanas y que, de momento, hasta que ellos y sus propagandistas lo estimaran, no habría derecho a voto para la compañera ni la esposa ni la madre.

Todo esto cambió. Afortunamente, a día de hoy tenemos una mujer libre y ciudadana, con derecho a voto (faltaría más) y con capacidad plena, racional, política, para decidir a qué partido e ideología quiere apoyar.

Pero la propaganda ideológica sigue, como si la Historia no enseñara nada ( y, en efecto, nada puede enseñar la Historia a los españoles actuales si solo se atuvieran a los libros de texto, que confunden aún razones históricas de comprensión con razones ideológicas de parte, las cuales se dirigen siempre a la manipulación de la opinión pública para conseguir o justificar el poder).

Se intenta por una falsa izquierda fascistoide utilizar a la mujer como banderín de enganche del voto, adueñándose sin pudor de la tradición de una izquierda moderada, como la representada por Clara Campoamor(3), la mujer a la que debemos el voto femenino por primera vez en España(4). Esa es la evidencia, frente a la propaganda.


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(1) La posición de Azaña ha sido cuestionada por supuestos prejuicios respecto a la mujer de su época. Pero lo incuestionable es su afirmación: "Yo creo que es una atrocidad negarle el voto a la mujer por sospechar que no iba a votar a la República". Curiosamente, a aquellos que expresaron una opinión política a favor del derecho al voto de la mujer se les ha intentado neutralizar achacándoles prejuicios o actitudes adversas a la mujer. En cambio, a aquellos que con toda evidencia se declararon en contra del voto femenino se les justifica sumando a las razones de estado (evitar la caída de la República) o partidistas (impedir que ganara la derecha católica) argumentos de superioridad moral, y siempre la justificación a posteriori, como última ratio ideológico-propagandista. 

Es verdad que la abstención de Azaña podía interpretarse ambiguamente.

(2) Siempre hay que matizar cuando se trata de la historia, más aún, dado el personalismo y la bendita acracia españoles: Lerroux, del partido Radical, Indalecio Prieto, dentro del PSOE, por ejemplo, se abstuvieron también, pero expresaron ideas en contra; en cambio, el filósofo José Ortega y Gasset (al contrario que su hermano Eduardo) expresó con nitidez: "No hay ningún peligro para la República con la concesión del voto a la mujer. Tantas reaccionarias y beatas como en España, o más, hay y ha habido en Inglaterra, Alemania, etc, y sin embargo ellas han dado una nota siempre liberal en su actuación".

Tradicionalistas, ultras católicos, nacionalistas catalanes, o socialistas como Largo Caballero fueron partidarios del "sí".
Y como el socialista Largo Caballero otros diputados socialistas votaron , a pesar de que la señora Victoria Kent, la voz de la conjunción republicana-socialista (que incluía al PSOE) en la discusión parlamentaria, se había opuesto frontalmente al derecho de la mujer. (Del mismo modo se manifestó en contra del sufragio femenino la joven diputada del PSOE Margarita Nelken, que ingresaría luego en el Partido Comunista). Es justo, por tanto, decir que el PSOE se opuso y argumentó contra el voto femenino. Si "acertó" (desde nuestro punto de vista actual) fue por error, o justicia poética, por  diferencias de grupo, y por desacuerdo contra su propia portavoz en dicho tema, contra otra facción... O por...
En el otoño del 31, durante las discusiones sobre el voto femenino, los diputados (con pocas excepciones tal vez, como la solitaria Clara Campoamor) estaban más interesados en otros debates, no tanto en el de la igualdad.
En cualquier caso, no creemos que la historia contenga una divisoria clara entre buenos y malos. Es el historiador y el filósofo crítico quienes nos aportan elementos para una comprensión y posterior decisión de dónde está realmente la orientación que creemos mejor. Por ello no podemos ahorrarnos, nosotros, el esfuerzo de ver más acá de las ideologías, de la propaganda o de las razones justificativas del momento histórico.




(3). Merece honda meditación algunos pensamientos de Clara Campoamor, autor de El voto femenino y yo. Visto desde hoy, qué poco se puede llamar demócrata ni mucho menos moderado a cualquier político de aquella época tan ideologizada y tensa en extremos.

PENSAMIENTOS DE CLARA CAMPOAMOR  
FUENTE: https://es.wikipedia.org/wiki/Clara_Campoamor
  • (...)Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí vosotros a legislar, a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras. ("El voto femenino y yo". Editorial Horas.Madrid, 2006, p. 107)
  • República, república siempre, la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos.
  • Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal. ("La revolución española vista por una republicana", Ediciones Espuela de Plata, 2005, pp. 177-178)
  • (...)A mi pudiéronme cargarse todos los pecados políticos imaginarios de la mujer, y pasárseme todas las cuentas del menudo rencor. Lo que no espero ocurra es que se eleve una voz, una sola, de ese campo de la izquierda, de quien hube de sufrirlo todo, por ser el único que ideológicamente me interesa, y al que aun aislada sirvo. ("El voto femenino y yo". Editorial Horas.Madrid, 2006, p. 264)
  • (...)La división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno entre fascistas y demócratas, para estimular al pueblo, no se corresponde con la verdad. La heterogénea composición de los grupos que constituyen cada uno de los bandos (...) demuestra que hay al menos tantos elementos liberales entre los alzados como anti demócratas en el bando gubernamental. ("La revolución española vista por una republicana", Ediciones Espuela de Plata, 2005, p. 149)
  • (...)La victoria total, completa, aplastante de un bando sobre el otro, cargará al vencedor con la responsabilidad de todos los errores cometidos y proporcionará al vencido la base de la futura propaganda, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. ("La revolución española vista por una republicana", Ediciones Espuela de Plata, 2005, p. 179)

4) INFORMACIÓN SOBRE LA DISCUSIÓN DEL VOTO FEMENINO EN LAS CORTES CONSTITUYENTES DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

FUENTE;https://www.tercerainformacion.es/articulo/memoria-historica/2019/03/11/clara-campoamor-el-derecho-al-voto
 "Era el 1 de octubre de 1931. Clara Campoamor convenció con su último discurso a una mayoría de diputados. Resultado final: 161 votos a favor, 121 en contra. Quienes votaron contra el sufragio femenino fueron Acción Republicana, el Partido Radical Socialista, de Victoria Kent, y el Partido Radical, de Clara Campoamor, que no consiguió persuadir ni a uno solo de sus cincuenta compañeros. Por el contrario, votaron a favor los diputados de la derecha, pequeños partidos republicanos y nacionalistas y el PSOE, aunque con  cualificadas excepciones, como la de Indalecio Prieto.
El hecho de que Clara Campoamor defendiera el sufragio femenino y de que Victoria Kent se opusiera, provocó burlas y chanzas. Como escribiera María Teresa León años después sobre los lances protagonizados por las mujeres, “casi siempre tomados a broma por los imprudentes”.
La disputa se centraba sobre si el momento era el oportuno o no. Victoria Kent propuso que se aplazara la concesión del voto a las mujeres. No era, decía, una cuestión de la capacidad de la mujer, sino de oportunidad para la República. El momento oportuno sería al cabo de algunos años, cuando las mujeres pudiesen apreciar los beneficios que les ofrecía la República. Clara Campoamor replicaba diciendo que las mujeres habían demostrado sentido de la responsabilidad social, que el índice de analfabetos era mayor entre los hombres y que sólo aquéllos que creyesen que las mujeres no eran seres humanos podían negarles la igualdad de derechos con los hombres. Advirtió a los diputados de las consecuencias de defraudar las esperanzas que las mujeres habían puesto en la República.

Clara Campoamor declaraba en una entrevista:
“¿No hemos quedado que el voto es la expresión de la voluntad popular? ¿Es que acaso el pueblo son sólo los hombres? Mal podríamos decir que nuestra República es el fruto del deseo de toda España, si pudiésemos sospechar que la otra parte de la sociedad española, las mujeres, no están de acuerdo”.
Pero no acabó ahí la lucha por el Sufragio. Cuentan las crónicas periodísticas que se armó un buen guirigay entre los casi quinientos diputados el día de la votación y que muchos quedaron menos que conformes. Así que, dos meses después del debate, un representante de Acción Republicana volvió a la carga. Redactó una enmienda en la que proponía que las mujeres pudieran votar en las elecciones municipales, pero no en las generales. A lo que de nuevo contestó Campoamor con apasionadas palabras:

“Lo que os pasa es que medís al país por vuestro miedo; os ocupáis de lo accesorio, y no de lo verdaderamente sustantivo, y englobáis a todas las mujeres en la misma actitud, acaso –y yo no ofendo a los Diputados, sino que contemplo la situación del país–, acaso mirándola por la intimidad de vuestra vida, en que no habéis sabido hacer la separación entre religión y política. Y voy ahora al argumento para mí más claro, en defensa de mi punto de vista. Decís que la mujer no tiene preparación política. Decía el señor Peñalba, no sé en virtud de qué cálculos, que un millón sí la tienen y cinco millones no. Y yo os pregunto, de los hombres, ¿cuántos millones están preparados?”
La enmienda que motivó el discurso de la diputada llevó a una segunda votación en la que por fin y definitivamente se aprobó el sufragio femenino por cuatro votos de diferencia. En el artículo 36 de la Constitución Española de 1931 se pudo leer: “Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. Gracias a ese par de líneas, en las elecciones generales de 1933, las españolas consiguen votar por primera vez.
Fue una victoria casi personal de Clara Campoamor aunque alentada por los pequeños grupos de las modernas, intelectuales y sufragistas. No eran muchas pero sí terriblemente vehementes. Como ejemplo, el discurso que escribía María Lejárraga en 1931, mientras se desarrollaban las discusiones y las votaciones sobre el sufragio:

“¡A conquistar España, españolas! Y no se avergüencen ustedes de la pelea, no les dé rubor proclamarse de una vez para siempre feministas. Están ustedes obligadas a serlo por ley de naturaleza. Una mujer que no fuese feministas sería un absurdo tan grande (…) como un rey que no fuese monárquico”.
Pero en las elecciones generales de 1933, la derecha arrasó en las urnas y los partidos de izquierda se hundieron. Todo el mundo encontró de inmediato una clara culpable: Clara Campoamor. Ni siquiera ella pudo renovar su escaño. Echar la culpa de la victoria de la derecha a las mujeres era como mínimo, una conclusión superficial. Si se sumaban todos los votos de izquierda emitidos en esas elecciones todavía superaban a los de los conservadores. Se trataba sobre todo, de un problema de estrategia y unidad, como se encargarían de demostrar las elecciones de febrero de 1936 con la vuelta al poder de la izquierda gracias al triunfo del Frente Popular. Pero como afirmó Clara Campoamor: “El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor marca para lavar las torpezas varoniles”.
Campoamor había nacido en Madrid en 1888. Pertenecía a una familia humilde así que tuvo que trabajar duro antes de poder licenciarse. Lo hizo en Derecho cuando tenía 36 años. A partir de 1932, una vez aprobada la Ley de Divorcio en las Cortes, dedicó la mayor parte de su actividad a este tipo de causas, llevando adelante dos divorcios muy célebres: el de la escritora Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y el de Josefina Blanco de Ramón María del Valle-Inclán.
Fue Clara Campoamor una mujer coherente con sus ideas sin importarle las consecuencias. Cuando el general Primo de Rivera quiso contar con ella para la Asamblea Nacional de la dictadura le rechazó, igual que hizo cuando la Academia de Jurisprudencia le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII. Años después, el Gobierno la nombró directora general de Beneficencia, pero en 1934 abandonó su cargo y su partido, tras realizar un viaje oficial y contemplar los efectos de la brutal represión de la revolución de Asturias, ordenada por el Gobierno al que representaba. Cuando en 1936 gana las elecciones el Frente Popular, también con el voto de las mujeres, nadie le pidió disculpas. Al comenzar la guerra se exilió y ya no pudo regresar a España antes de su muerte, en 1972.
Tampoco Victoria Kent logró volver al Parlamento en 1933. Margarita Nelken, en cambio, sí renovó su acta y junto a ella ocuparon escaños la escritora María Lejárraga, la periodista Matilde de la Torre, la maestra Veneranda García Blanco y la abogada Francisca Bohígas. Tras las elecciones de 1936, Margarita Nelken y Matilde de la Torre volvieron a obtener escaño. Victoria Kent regresa a la Cámara y se estrenan la maestra socialista Julia Álvarez Resano y la dirigente comunista Dolores Ibárruri, Pasionaria. En total, nueve mujeres en tres legislaturas. Dolores Ibárruri llegó a ser vicepresidenta de las Cortes en 1937. También el parlamento vasco tuvo una diputada durante la República, Victoria Uribe Lasa. Pertenecía al Partido Nacionalista Vasco (PNV), una formación que no permitió la afiliación de mujeres hasta 1933."

Por otra parte, gracias a la ponente constitucional Clara Campoamor se consiguió una constitución republicana igualitaria, que no discriminara por razón de sexo, entre otras razones. Hubiera sido incoherente negar después el derecho de la mujer al voto, pero razones partidistas no se detuvieron ante tamaña incoherencia. Solo los libros de historia ( y algunos políticos) siguen recogiendo la paja de la propaganda para dar de comer a cuantos...

"...Clara Campoamor en los debates parlamentarios resultó determinante para que la Constitución de 1931 no discriminara a las mujeres. Los compiladores del proyecto se habían mostrado cicateros respecto a la cuestión de la igualdad de los sexos y habían sugerido la siguiente redacción:
“No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Se reconoce en principio la igualdad de derechos de los dos sexos”.

Clara Campoamor protestó con ironía ese “en principio” tan poco convincente:

“Se trata simplemente de subsanar un olvido en que, sin duda, se ha incurrido al redactar el párrafo primero de este artículo. Se dice en él que no podrán ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas. Sólo por un olvido se ha podido omitir en este párrafo que tampoco será fundamento de privilegio el sexo”.
Finalmente, consiguió que se enmendara el artículo hasta quedar como sigue:“No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, el sexo, la filiación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas, ni las creencias religiosas”. Artículo 25
Después, defendió el voto femenino." 
FULGENCIO MARTÍNEZ

REVISTA ÁGORA MARZO 2019

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