Joan Manuel Serrat. (Fuente: El Confidencial)
Serrat, el “símbolo”
Mi director me pide un artículo sobre Serrat y Barcelona en esta primavera desnaturalizada de 2024. Serrat está tan omnipresente en sus canciones que toda su obra que ahora se ha premiado está en la memoria sentimental de todos. Barcelona, en cambio, apenas si se la reconoce. Las oleadas migratorias de los últimos 30 años y la invasión turística han modificado su piel hasta convertirla en la gran “botiga” del mundo que los grandes consorcios mercantiles globales han querido hacer. Ya no queda apenas la tienda de la esquina o el bar del barrio. Ahora te paseas por esta ciudad y podrías pensar que estás en Singapur, en Manila, Bangkok o Lima… Esta ya no es la ciudad del “noi del Poble Sec”, apenas reconocemos su paisanaje pero esa es la tendencia de la aldea global.
En cuanto a Serrat, al nivel musical las modas van por otra onda y sin embargo en Latinoamérica y en España sigue llenando estadios, allí le llaman “el símbolo” por su permanente implicación contra las dictaduras de aquel continente, y también en referencia al título de la última gira que hicieron Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina: “El guate y el símbolo”. Aquí todo el mundo lo quiere tener de su lado, ¿por qué será? En los días aciagos del Septiembre del 17 que culminaban el malogrado proceso independentista, Catalunya hervía en declaraciones a favor y en contra, intentando atraerse a todo tipo de figuras públicas, más o menos famosas y populares, a su bando, para ganar partidarios para su causa. Los políticos a la caza de adeptos, el Parlament radicalmente dividido fue abandonado por la mitad de los diputados; los medios, la radio, los periódicos, las televisiones absolutamente partidarios agrupaban sus acólitos en debates sesgados para cargarse de sus propias razones. Todo el mundo andaba buscando un signo de identidad al cual seguir para no quedar en el limbo de los no identificados, de los descastados, los sin nombre. Así de polarizado e identitario se había convertido el “procés”. Los eslóganes podían ser desde la terrible afirmación “Nosaltres som els nets dels que no vau poder afusellar en la Guerra Civil” o desde la negación “Catalonia is not Spain”. Cómo definirse ante esta dicotomía del mensaje sin el riesgo de que te clasificaran o conmigo o contra mí.
De repente llega una declaración de Joan Manuel desmarcándose del “procés”, como un jarro de agua fría para los intereses del independentismo. ¿Cómo era posible que él, que había sido defensor de la lengua catalana y se había negado a cantar en español en Eurovisión en 1968, que había denunciado el franquismo, que le había costado censura, exilio y represión no estuviera de su bando?, él, el “símbolo”. Pobre Joan Manuel, de nuevo condenado a ser un “símbolo”, o por lo menos de los primeros en proclamarse porque estaba claro que casi nadie estaba dispuesto a retratarse, o bien para no molestar al vecino, enemistarse con el amigo o perder alguna prebenda o algún cargo, o por pura cobardía, que también es un derecho tan válido como otro, al de ser cobarde me refiero. Lo infame de estos días calenturientos que ardieron los corazones por los sueños rotos y los contenedores por las calles ciudad que un día fue llamada la “rosa de foc” es que a los que no comulgamos con la épica independentista se nos trató de “colonos” “fachas” “buitres” y yo qué sé qué más.
Dichosa la sociedad que no necesita héroes, dice Bertolt Brecht, pero hoy más que nunca las redes sociales con todas las artimañas de sobreinformación y manipulación son la verdadera amenaza capaz de abanderar, enloquecer masas y lanzarlas al abismo. Hoy hay que releer con urgencia las advertencias de Brecht. Porque la responsabilidad apela a la consciencia moral individual. El lenguaje de los políticos acomodaticio y muchas veces vacío circula como la espuma sobre el fondo de los problemas y trata de ocultar la verdad que luego emerge con todo su peso, y aparecen en forma odios que desencadenan todo tipo de guerras.
Antonio Rubio
(Abril 2024)
Antonio Rubio López es profesor y escritor formado en el teatro y en la filosofía. Nace en 1960, en el término de Vélez Blanco, hace el Bachillerato en Caravaca de la Cruz y los estudios de Filosofía y Ciencias de la Educación en Murcia y Barcelona. La afición al teatro le lleva a ejercer este oficio durante varios años por diversos países, y de aquellos pasos saldrá el germen de su primer libro de poesía Alcabala del tiempo, publicado en 2005 en Murcia, bajo los auspicios de la revista Ágora, donde colabora desde su fundación. En la actualidad es profesor de Filosofía en Barcelona.
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