El año de la
lentitud
Fulgencio Martínez
Ed, Huerga y Fierro,
Madrid
Por
Antonio Rubio López
Autor teatral y profesor de filosofía
Al final del libro “León busca gacela” Fulgencio hace alusión
a la poesía cívica como una voz que va ocupando un espacio cada vez mayor en la
poética de Séptimo Alba (que me corrija si me equivoco) desde una tonalidad
marcadamente escéptica o asalto a la realidad desde una ingenuidad que “forma
parte de la misma conciencia trágica, inconforme consigo y con todo”. Creo
recordar que en su siguiente libro “El cuerpo del día” asume plenamente este
asalto a la cotidianidad. Pues bien, en “El año de la lentitud” , las dos
últimas partes del libro con “Sátiras y Autografías” y “Humor Acediano”,
Fulgencio nos obsequia con unos cuantos poemas en la tradición quevedesca de
esa temática. Tal vez por la coincidencia de estos tiempos de decadencia y
crisis sistémica que nos invade. De ellos “Planto por Don Dinero” y “Reglas de
la zambra” me parecen brillantes y “Villancico del indiano” es pura música. ¡Viva
la tradición!, como decía Bergamín: “... en España lo que no es tradición, es
plagio”.
Pero creo que el alma del poeta en este libro se revela en parentescos más cercanos, concretamente en su homenaje a Pessoa y a Lisboa. No me extraña que en esta ciudad encuentre alas para su inspiración por ser acantilado ideal con vistas hacia los anchos horizontes de su acedía, esa personal forma de saudade, también, aunque sea desde una sensualidad y unos colores de su mediterráneo natal. Cómo si no leer todos esos versos dedicados a los asuntos del amor, “...juro que una vez te oí cantar en mi cuerpo”, o en esos lances, poemas como “Sirena de una nueva Edad de Hielo”.
Siempre hay sitio para el amor en la huerta de Fulgencio Martínez, y que no lo descuide.
Pero creo que el alma del poeta en este libro se revela en parentescos más cercanos, concretamente en su homenaje a Pessoa y a Lisboa. No me extraña que en esta ciudad encuentre alas para su inspiración por ser acantilado ideal con vistas hacia los anchos horizontes de su acedía, esa personal forma de saudade, también, aunque sea desde una sensualidad y unos colores de su mediterráneo natal. Cómo si no leer todos esos versos dedicados a los asuntos del amor, “...juro que una vez te oí cantar en mi cuerpo”, o en esos lances, poemas como “Sirena de una nueva Edad de Hielo”.
Siempre hay sitio para el amor en la huerta de Fulgencio Martínez, y que no lo descuide.
Pero si un poema sobrevuela por encima de todos y donde
composición, sentimiento y armonía sobrevuela por encima de todos es en
"Destino de lo vivo”, e “Incantación para una noche de San Juan”, con su
ritornello “por la alborada busca el agua”, no le anda a la zaga, pura delicia.
Con esto hablo de lo que mejor me sabe, que no es poco, pues es que con un
poeta tan dotado voy al meollo del plato y dejo los entremeses, la guarnición y
lo verde para quien esté a régimen.
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