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sábado, 20 de agosto de 2016

El romance del conde Arnaldos, leído por Juan Ramón JIménez. Comentario de Andrés Acedo. Nuestros maestros. Revista Ágora




EL ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS, LEÍDO POR JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


“Mágica es la poesía. Veámoslo en el romance del Conde Arnaldos (siglo XV):

¡Quién hubiese tal ventura    sobre las aguas del mar,
como hubo el Conde Arnaldos    la mañana de San Juan!
Con un halcón en la mano    la caza iba cazar,
y  venir vio una galera    que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda,    la ejercia de un cendal.
Marinero que la manda    diciendo viene un cantar
Que la mar ponía en calma,    los vientos hace amainar;
Los peces que andan al hondo    arriba los hace andar,
Las aves que andan volando    las hace al mástil posar.
Allí habló el Conde Arnaldos,    bien oiréis lo que dirá;
“Por Dios te ruego, marinero,    digáisme hora ese cantar”.
Respondióle el marinero,    tal respuesta le fue a dar:
“Yo no digo mi canción    sino a quien conmigo va”.

En este romance precioso, a través de lo pintado, como si la pintura fuese en él de cristal y se viera tras ella el sinfín, pasan fantasmas de color diferente: claros, negros. El marinero que va en la galera, ¿quién es, el amor, la gloria, la muerte? ¿Es un verdadero o un engañador? “Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”.
Quien así habla, ¿no es un raptor de lo inefable?”
                        
                         (“Poesía y literatura”, pp. 89-90, en “Obras de Juan Ramón Jiménez. Conferencias, II”.  Ed. Visor Libros, Madrid 2010)



En el romance del Conde Arnaldos cata Juan Ramón Jiménez una anticipación del ritmo anímico de Gustavo Adolfo Bécquer, y la hermandad del misterio y la espiritualidad de San Juan de la Cruz.

La conferencia “Poesía y literatura” (dada durante la estancia del poeta onubense en la isla de Puerto Rico) en la que se incluye este pasaje sobre el romance, merece una lectura atenta, actual.   La valoración de la poesía, campo de lo inefable, en contraste con la literatura, y sentencias como esta: “el poeta, callado o escrito, es un bailarín abstracto, y si escribe, es por debilidad cotidiana, que en puridad no debería escribir. El que debe escribir es el literato”- debieran hacer reflexionar hoy en día, en esta ola de retórica huera. No viene mal, sino al contrario, la vacuna Juan Ramón contra el exceso de literatura en la poesía.

Pero, lo que más importa, volviendo al romance citado, “¿quién es el marinero que va en la galera, el amor, la gloria, la muerte?” Quizá, intuir cada lector del poema quién pueda ser ese misterioso seductor, implique a la vez haberse respondido a la pregunta siguiente: “¿Es un verdadero o un engañador?”.


Acedo


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