EL ROMANCE DEL CONDE ARNALDOS, LEÍDO POR JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
“Mágica es la poesía. Veámoslo en el romance del Conde
Arnaldos (siglo XV):
¡Quién hubiese tal ventura sobre las aguas del mar,
como hubo el Conde Arnaldos la mañana de San Juan!
Con un halcón en la mano la caza iba cazar,
y venir vio una galera que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda, la ejercia de un cendal.
Marinero que la manda diciendo viene un cantar
Que la mar ponía en calma, los vientos hace amainar;
Los peces que andan al hondo arriba los hace andar,
Las aves que andan volando las hace al mástil posar.
Allí habló el Conde Arnaldos, bien oiréis lo que dirá;
“Por Dios te ruego, marinero, digáisme hora ese cantar”.
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
“Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”.
En este romance precioso, a través de lo pintado, como si la
pintura fuese en él de cristal y se viera tras ella el sinfín, pasan fantasmas
de color diferente: claros, negros. El marinero que va en la galera, ¿quién es,
el amor, la gloria, la muerte? ¿Es un verdadero o un engañador? “Yo no digo mi
canción sino a quien conmigo va”.
Quien así habla, ¿no es un raptor de lo inefable?”
(“Poesía y literatura”,
pp. 89-90, en “Obras de Juan Ramón Jiménez. Conferencias, II”. Ed. Visor Libros, Madrid 2010)
En el romance del Conde Arnaldos cata Juan Ramón Jiménez una
anticipación del ritmo anímico de Gustavo Adolfo Bécquer, y la hermandad del
misterio y la espiritualidad de San Juan de la Cruz.
La conferencia “Poesía y literatura” (dada durante la
estancia del poeta onubense en la isla de Puerto Rico) en la que se incluye
este pasaje sobre el romance, merece una lectura atenta, actual. La valoración de la poesía, campo de lo
inefable, en contraste con la literatura, y sentencias como esta: “el poeta,
callado o escrito, es un bailarín abstracto, y si escribe, es por debilidad
cotidiana, que en puridad no debería escribir. El que debe escribir es el
literato”- debieran hacer reflexionar hoy en día, en esta ola de retórica
huera. No viene mal, sino al contrario, la vacuna Juan Ramón contra el exceso
de literatura en la poesía.
Pero, lo que más importa, volviendo al romance citado, “¿quién
es el marinero que va en la galera, el amor, la gloria, la muerte?” Quizá,
intuir cada lector del poema quién pueda ser ese misterioso seductor, implique
a la vez haberse respondido a la pregunta siguiente: “¿Es un verdadero o un
engañador?”.
Acedo
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