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miércoles, 24 de mayo de 2023

Días y versos del indomable (Sobre el libro "Días del indomable. Diario de un poeta (2010-2011)", de Alfredo Rodríguez). Por Fulgencio Martínez

 


Alfredo Rodríguez

Días del indomable. Diario de un poeta (2010-2011)

Prólogo de Miguel Sánchez-Ostiz

Ed. Los Papeles de Brighton. 

Colección Mayor, 19. Madrid, Mayo 2023


Mas información:

https://lospapelesdebrighton.com/2023/04/23/alfredo-rodriguez-dias-del-indomable/

 

 

Días y versos del indomable 


Alfredo Rodríguez ha publicado Días del indomable. Diario de un poeta (2010-2011) en la Colección Mayor de la editorial Los Papeles de Brighton. Se trata de una colección de textos hilvanados por la interrogación sobre el sentido que hoy pueda tener la escritura de poesía y, por extensión, la literatura y la cultura mismas. Desde el primer texto, que arranca con esta frase problemática o lapidaria, según el tono que el lector quiera darle: "Nos hemos acostumbrado a vivir sin poesía", dice Alfredo Rodríguez. "Hoy (el poeta) es un individuo extraño, sospechoso". "¿En qué consistirá la vida de poeta?, se pregunta una y otra vez la gente del común?".         

Inevitablemente, todo diario crea su propio territorio interior, y para ello la voz narradora precisa afinarse en el trato de algunas obsesiones o preguntas. En el caso de Días del indomable, serán las cuestiones metapoéticas, la reflexión sobre el oficio de poeta ese leit-motiv y marca de territorio. Pero, además, el diario ha de construir su espejo, es decir, un lugar de observación, desde el que reconocerse y desde el que descifrar la vida. Pues, básicamente, un diario personal es un intento de descifrar el mundo, la vida propia o la vida en toda la extensión del término. Y no es poca cosa este empeño, ni hemos -los lectores, invitados a ese círculo- de tomar a egolatría la pasión del diarista por distinguirse del vulgo gris, o simplemente del público indiferente del siglo. El diario mantiene el sello romántico del individuo excepcional. Desde la novela epistolar a manera de diario del Werther, de Goethe, hasta los diarios filosóficos del gran poeta italiano Giacomo Leopardi, o del atormentado Sören Kierkegaard, hasta, ya en el siglo XX, Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez (este en verso y prosa, modernísimo), y los diarios de otro gran escritor italiano, Cesare Pavese (Oficio de vivir, Oficio de poeta), llega al mundo actual, de internet, donde todo quisque lanza al aire sus bagatelas (recordemos, incluso, hace nada, la moda de los aforismos, que ha dado pie a banales títulos publicados y a sinfín de tuiteros compulsivos). 

Alfredo Rodríguez deja constancia de esa banalización del oficio de poeta a la vez que se banaliza la confesión que era el género de experiencia que transmitía el diario illo tempore. Incluso, aunque el diario tuviera la vocación inconfesable (o confesada, qué más da) de hacerse público, era una convención aceptada que solo se mostraba a unos "elegidos". Entre el autor y el destinatario o destinatarios del diario había una secreta correspondencia en la discreción.Todo el mundo que se preciara, en aquella época romántica, era autor o autora de un diario personal; el elitismo del género literario del diario se daba por consabido.

Las nuevas tecnologías y la banalización de la comunicación -no solo la literaria- han ahondado en la crisis del género "diario". Alfredo Rodríguez es muy consciente de ello. Lo característico y creo que más valioso de su "diario" es que el poeta asume el preguntar por su vocación misma y lo hace con una escritura valiente, sin falsa modestia y sin los filtros que impone la corrección estupefaciente que echa a perder algunos bienintencionados "productos" culturales del día. 

Cree Alfredo Rodríguez que, al final, la poesía es una "intercambio cultural", cosa entre poetas, aunque estos unas veces sean los lectores, otras los mismos editores, poetas de vocación, y casi siempre malos poetas.

"¿Y qué tiene que ver la poesía con la política?". Alfredo Rodríguez mantiene, como pocos poetas hoy hacen, la mirada a la hidra del poder. No se arredra ante aquellos que pueden o no catapultar al poeta en su viaje al Parnaso efímero de una feria, un premio o una estancia en la corte virreinal en "Napoles", que diría don Luis de Góngora. Nada tienen que ver, pero "¿por qué hay gente que se ha empeñado y se empeña siempre en mezclarlas?". Y concluye así Alfredo Rodríguez: "Siempre los mismos. Siempre ahí, al pie del cañón, tratando de medrar..." Debería interesarnos mucho esta reflexión novedosa, en boca de un poeta consciente y en plena madurez, como es el poeta navarro. Constata y denuncia a la vez. Sin dar gritos, como una verdad dicha con el corazón abierto y con la ingenua constatación de un ser recién advenido al mundo y con la madura agudeza del estilo, en lo cual consiste el punto crítico del poeta, su lugar de observación a prueba de cualquier engaño, o peor, autoengaño. Un poco con esa misma lucidez -mezcla sencilla de ingenuidad y de agudeza curada de espanto- del autor de esa especie de diario que es la prosa cartesiana del Discurso del método.

No crea el lector, sin embargo, que en estas páginas del diario de un poeta no pueda haber lugar a las "risas" y a la admiración hacia los maestros, los poetas que le han afirmado en su vocación y dado ejemplo al autor de una resistencia moral y estética invencibles; indomables como él. Y como ese mismo diario en que están escritas las preguntas (más preguntas que respuestas) que cualquier escritor, tanto si empieza en el oficio como si se encuentra en medio de su carrera, debería hacerse.

Acierta Rodríguez a darle forma literaria a un tema metapoético, manteniendo el acuerdo, siempre frágil, entre el tema elegido, el punto de observación, crítico y sereno (con seriedad a la vez que jovialidad de niño o de dios), y el género del diario, el cual, más que el ensayo, está hoy en cuestión por el riesgo de banalizar cuanto toca. De ese modo sabiamente evita la página erudita intercalada en las anotaciones o la autopredicación a expensas del lector en que suele incurrir el diario. El autor de Días del indomable maneja, además, una prosa ágil, sencilla y de línea clara.

En suma, Días del indomable es un libro que creo atrapará desde sus primeras líneas a aquellos que se sientan incómodos en la pendiente acrítica en que se mece desde hace tiempo la cultura española, y en particular la cultura literaria, donde los escritores medran y callan y viceversa. Pero también gustará a quienes amen lo maravilloso, como dice el autor del diario: la maravilla de ciudades como París, la amistad y la entrega sincera mantenida a lo largo de los días, no solo vivencia de un instante de fulgor. Y gustará, en fin, a aquel o aquella joven que empiece a amar la poesía, o a practicar un arte o tarea que le apasione y por el cual, sí, merezca vivir. Para el cual merezca vivir. Diario del indomable termina con estas líneas, en las que el autor confirma "lo que ya tenía él claro, en mente desde muy joven: que sin poesía la vida no vale nada. Eso pretende, a mi entender, este libro... Aquí queda dicho". Es esa transformación del valor de una tarea en el valor de la vida de quien la practica lo que, en el fondo, este libro nos transmite y el valor que nos contagia, casi sin darnos cuenta. Desde la fragilidad y la sencillez de quien todavía busca, como el poeta; como el gran poeta que es Alfredo Rodríguez.

 

Fulgencio Martínez

Dirige Ágora-Papeles de Arte Gramático. Ha publicado varios libros de poemas y un ensayo sobre la filosofía de Antonio Machado.

 


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