ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

martes, 21 de septiembre de 2021

Cuatro poemas de José Luis Zerón Huguet (selección del autor). Avance de Revista Ágora digital 10 /Ágora-Papeles de arte gramatico/ El mono gramático/ Co-lección

 

 

                                                        

 

CUATRO POEMAS DE JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET

 

           (SELECCIÓN DEL AUTOR)

 

 

 

 

LO QUE DICTA LA MIRADA

 

El silencio se ilumine

           de la luz del todo

                                      Ana Blandiana

 

 

El ojo horada, ahueca, penetra, rotura,

violenta los matices,

crea túneles y caminos.

Sea bosque, sea huerto,

sea páramo o rudera, no importa

que ya no haya designios para que la mirada

designe un espacio no devorable.

El ojo desgrana la totalidad de la materia

con ansia zapadora

y regala una identidad al desasimiento.

Parece arrogante el ojo en su incansable obstinación,

pero su incandescencia

corroe los cimientos de la opacidad,

inaugura guaridas,

crea vínculos entre los vivos y los muertos

y en el más acá acaricia un más allá.

El ojo se arrastra en el subsuelo, ilumina

espacios sitiados por el pavor,

siembra en la quietud semillas de vuelo

y se siente reptil y pájaro y larva, y puebla

lo desalojado y transita, altivo y amoroso,

la espesura de lo visto.

El ojo errante exalta

la pura sed de la visión,

allí donde no hay claridad abriéndole caminos

al verde que aún no es brasa encendida.

 

 

         (inédito)

 

 

 

 

 LA VENTANA

 

 

         Ahora que la casa está serena

          y la noche musita

          unas palabras sobre el extravío;

          ahora que el mundo está en obras

          y una raza nómada

          duerme en los escombros;

          ahora que todos ocupamos

          un espacio de indiferencia

          entre tanta deriva,

          alejo la mirada de la ciudad

          la elevo por encima

          de las torres iluminadas

          hasta encontrar los caminos

          de regreso a todo lo perdido, o quizá

          a lo que tiene que llegar.

          Mis ojos penetran en las distancias,

          en la región de las brumas y los astros gélidos.

          Es ahora mi corazón

          el que arde contra el dolor

         en que se manifiesta la vida,

         y con unas invocaciones

         logra encender las zarzas

         y llenar de temblores la muralla.

         Hiere la luz del recuerdo en que se borra

         el mundo y se vuelve a escribir.

 

         Estos ojos quieren ver más allá de lo lejano,

         más allá de la última frontera.

         Estos ojos míos enfermos de naufragios

         quieren medir las sendas de la huida

         que son las del regreso.

 

         ¿Pero podemos medir el abismo?

 

           Estos ojos vislumbran

           el amplio abanico de verdades con que puede

           airearse una mentira,

           lejos, más lejos aún,

           donde se urden las ensoñaciones.

           Pero nunca dejamos

           la casa donde descansan los nuestros,

           nunca abandonamos del todo la plenitud

           de un nuevo devenir

           por miedo a perder la milagrosa paz de los refugios.

 

           Con los ojos bien abiertos

           invoco a la esperanza

           en la edad del exilio.

           Otra vez la esperanza,

           bien entrada la noche,

           la esperanza con la que ahuyento el espanto

           de un mundo amurallado contra

           el que se estrella el misterio.

 

           Ahora que nadie vigila

           y que la paz es mi reposo,

           desobedezco al clamor de la ciudad

           y a la farsa mansedumbre de las estrellas

           y concilio el secreto paso hacia adentro

           para seguir esperando en otra hondura.

 

 

           (De El Vértigo y la serenidad)

 

 

 

 

 

LE SACRE DU PRINTEMPS

 

Todo respira al unísono

Plotino

 

 

Es mediodía.

Como si toda la vida fuera un presente sin sombra,

un fulgor presente en todas partes, como

si ya no hubiera prisioneros

y las redes se vaciaran de vértigos y temores, como

si todos los ojos estuvieran vivos en las cosas, como

si desaparecieran todos los discursos fúnebres, como

si de todas las llagas y heridas se desprendiera la ternura, como

si todos los puntos que en el universo están desparramados

se concentraran en cada espiga de este trigal, como

si origen y presencia se encontraran en esta edad de deriva, como

si todo el poder residiera en esta acumulación de sonidos

que involuntariamente entran en resonancia, como

si el fuego del mediodía se hiciera ascua en cada amapola

y no dejara raíces quemadas ni podridos cimientos, como

si la luz iluminara un paisaje con otra luz, como

si no existieran las dudas, los afanes, las incertidumbres,

y el silencio dejara de ser un desastre amenazador, como

si todas las cicatrices se borraran y en el lugar del desarraigo

hablaran los sueños.

 

Es mediodía.

La ciudad es absorbida por la espesura de luz

que ciega la propia visión

y la hace volar por encima de los miles de caminos

que nunca recorreré.

Este momento se contrae en un infinito,

pero no hay petrificación,

sino fluidez en la mayor claridad de estas espigas

que se mecen y me rozan y me tocan y me abrazan.

Sólo es un momento en una parte cada vez más grande de mí

que puede ver y oír en todas partes,

y entregarse a millones de otras vidas que nunca tendrán constancia

de esta vivencia.

Este instante en que el mundo titubea rutila

como un grafiti jubiloso en el muro de las agonías.

 

Es mediodía.

Y las palabras que son frutos, que son garras, que son alas

intimidan a los desheredados que escriben sus sueños

  sobre la arena,

los que perdieron sus raíces en las aguas estancadas del lenguaje.

 

Es mediodía y arde el trigal.

Aquí es ninguna parte y el centro del universo.

No sé si esta inmediatez me pertenece como espacio mío

o me sobrepasa con su impetuosa corriente de serenidad.

Por arrogancia o cobardía no me siento capaz de asumir

el desamparo ni la plenitud

y con la alerta del centinela,

  espectador en todas partes,

resisto a estas espigas

  junto al precipicio.

 

Y es mediodía.

 

 

 

         (De La sed del náufrago)

 

 

 

 

 

 

CANTO DE LA VIDA BREVE

 

El hombre es solo testigo momentáneo de tanta belleza sin motivo.

                                                                                         F. Umbral

 

Si he de morir, ¿por qué

la vida aún deslumbra

mis ojos?

¿Por qué esta niebla de azafrán

en las acequias

edifica con ruinas

altares de plenitud?

¿Por qué la geometría de las enramadas

diseña el esplendor de todo cuanto me exalta?

Si he de morir,

¿por qué grito

un sí sonoro a todo

lo que perecerá,

como el aroma dulce

a limones y naranjas caídas,

como un grito de ave oculta en la fronda,

como lumbre última

de lirios, malvas y caléndulas?

No hay respuestas en los límites de la certeza,

no hay donde poder orientar

nuestra esperanza en este

mundo convulso

que se disputan

Aión y Cronos.

 

Si yo pudiera elevar un hospicio

contra la desesperanza y el fracaso,

si yo pudiera habitar

el ojo del animal muerto

y devolverle la mirada,

si yo pudiera garantizar la dignidad

de tantos cuerpos despreciados,

si yo pudiera hacer que mis deseos fueran fuego

y no residuos de fogatas apagadas,

si al menos pudiera evitar

que el desdén, el dolor,

la mentira en jauría

violen la inocencia de la palabra llena,

si yo pudiera posar

mis labios donde la vida se muere,

escuchar el eco del estallido

primordial en la bóveda del infinito,

si yo pudiera…

Pero solo soy alguien mortalmente vivo

que en su insignificancia ansía

el calor del sol que lo ignora,

alguien que forma parte de esta

fugaz orfebrería vespertina.

No soy más que el mochuelo

que grita en lo alto de la palmera

y que en un instante alzará el vuelo.

No soy más que la pulpa

de los primeros frutos del otoño,

los azúcares de una sed que no conoce límites,

la gloria de un júbilo que fenece

en la liturgia de la carne.

Solo soy alguien, solo alguien

que huye buscándose en el camino

del instante,

alguien que deja caer un ancla en el piélago

del estremecimiento,

alguien insignificante que ha de morir

y que como tú se pregunta

si será capaz de mantener viva

la llama que se extingue

y hallar en las sombras, como desearía,

las aladas semillas de la luz,

alguien como vosotros,

expuesto a la codicia

de tanta belleza sin motivo.

 

                                                              

(inédito)

 

 

 

 

             José Luis Zerón Huguet

 

*El autor presentará su nuevo libro de poemas Intemperie el 22 de septiembre, en Orihuela (Auditorio La Lonja, 19 h.). En la presentación del libro,  editado por Sapere Aude, intervendrá también Jesús Serna Quijada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario