CUATRO POEMAS DE JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET
(SELECCIÓN DEL AUTOR)
LO QUE DICTA LA MIRADA
El silencio se ilumine
de la luz del todo
Ana Blandiana
El ojo horada, ahueca, penetra, rotura,
violenta los matices,
crea túneles y caminos.
Sea bosque, sea huerto,
sea páramo o rudera, no importa
que ya no haya designios para que la mirada
designe un espacio no devorable.
El ojo desgrana la totalidad de la materia
con ansia zapadora
y regala una identidad al desasimiento.
Parece arrogante el ojo en su incansable obstinación,
pero su incandescencia
corroe los cimientos de la opacidad,
inaugura guaridas,
crea vínculos entre los vivos y los muertos
y en el más acá acaricia un más allá.
El ojo se arrastra en el subsuelo, ilumina
espacios sitiados por el pavor,
siembra en la quietud semillas de vuelo
y se siente reptil y pájaro y larva, y puebla
lo desalojado y transita, altivo y amoroso,
la espesura de lo visto.
El ojo errante exalta
la pura sed de la visión,
allí donde no hay claridad abriéndole caminos
al verde que aún no es brasa encendida.
(inédito)
LA VENTANA
Ahora que la casa está serena
y la noche musita
unas palabras sobre el extravío;
ahora que el mundo está en obras
y una raza nómada
duerme en los escombros;
ahora que todos ocupamos
un espacio de indiferencia
entre tanta deriva,
alejo la mirada de la ciudad
la elevo por encima
de las torres iluminadas
hasta encontrar los caminos
de regreso a todo lo perdido, o quizá
a lo que tiene que llegar.
Mis ojos penetran en las distancias,
en la región de las brumas y los astros gélidos.
Es ahora mi corazón
el que arde contra el dolor
en que se manifiesta la vida,
y con unas invocaciones
logra encender las zarzas
y llenar de temblores la muralla.
Hiere la luz del recuerdo en que se borra
el mundo y se vuelve a escribir.
Estos ojos quieren ver más allá de lo lejano,
más allá de la última frontera.
Estos ojos míos enfermos de naufragios
quieren medir las sendas de la huida
que son las del regreso.
¿Pero podemos medir el abismo?
Estos ojos vislumbran
el amplio abanico de verdades con que puede
airearse una mentira,
lejos, más lejos aún,
donde se urden las ensoñaciones.
Pero nunca dejamos
la casa donde descansan los nuestros,
nunca abandonamos del todo la plenitud
de un nuevo devenir
por miedo a perder la milagrosa paz de los refugios.
Con los ojos bien abiertos
invoco a la esperanza
en la edad del exilio.
Otra vez la esperanza,
bien entrada la noche,
la esperanza con la que ahuyento el espanto
de un mundo amurallado contra
el que se estrella el misterio.
Ahora que nadie vigila
y que la paz es mi reposo,
desobedezco al clamor de la ciudad
y a la farsa mansedumbre de las estrellas
y concilio el secreto paso hacia adentro
para seguir esperando en otra hondura.
(De El Vértigo y la serenidad)
LE SACRE DU PRINTEMPS
Todo respira al unísono
Plotino
Es mediodía.
Como si toda la vida fuera un presente sin sombra,
un fulgor presente en todas partes, como
si ya no hubiera prisioneros
y las redes se vaciaran de vértigos y temores, como
si todos los ojos estuvieran vivos en las cosas, como
si desaparecieran todos los discursos fúnebres, como
si de todas las llagas y heridas se desprendiera la ternura, como
si todos los puntos que en el universo están desparramados
se concentraran en cada espiga de este trigal, como
si origen y presencia se encontraran en esta edad de deriva, como
si todo el poder residiera en esta acumulación de sonidos
que involuntariamente entran en resonancia, como
si el fuego del mediodía se hiciera ascua en cada amapola
y no dejara raíces quemadas ni podridos cimientos, como
si la luz iluminara un paisaje con otra luz, como
si no existieran las dudas, los afanes, las incertidumbres,
y el silencio dejara de ser un desastre amenazador, como
si todas las cicatrices se borraran y en el lugar del desarraigo
hablaran los sueños.
Es mediodía.
La ciudad es absorbida por la espesura de luz
que ciega la propia visión
y la hace volar por encima de los miles de caminos
que nunca recorreré.
Este momento se contrae en un infinito,
pero no hay petrificación,
sino fluidez en la mayor claridad de estas espigas
que se mecen y me rozan y me tocan y me abrazan.
Sólo es un momento en una parte cada vez más grande de mí
que puede ver y oír en todas partes,
y entregarse a millones de otras vidas que nunca tendrán constancia
de esta vivencia.
Este instante en que el mundo titubea rutila
como un grafiti jubiloso en el muro de las agonías.
Es mediodía.
Y las palabras que son frutos, que son garras, que son alas
intimidan a los desheredados que escriben sus sueños
sobre la arena,
los que perdieron sus raíces en las aguas estancadas del lenguaje.
Es mediodía y arde el trigal.
Aquí es ninguna parte y el centro del universo.
No sé si esta inmediatez me pertenece como espacio mío
o me sobrepasa con su impetuosa corriente de serenidad.
Por arrogancia o cobardía no me siento capaz de asumir
el desamparo ni la plenitud
y con la alerta del centinela,
espectador en todas partes,
resisto a estas espigas
junto al precipicio.
Y es mediodía.
(De La sed del náufrago)
CANTO DE LA VIDA BREVE
El hombre es solo testigo momentáneo de tanta belleza sin motivo.
F. Umbral
Si he de morir, ¿por qué
la vida aún deslumbra
mis ojos?
¿Por qué esta niebla de azafrán
en las acequias
edifica con ruinas
altares de plenitud?
¿Por qué la geometría de las enramadas
diseña el esplendor de todo cuanto me exalta?
Si he de morir,
¿por qué grito
un sí sonoro a todo
lo que perecerá,
como el aroma dulce
a limones y naranjas caídas,
como un grito de ave oculta en la fronda,
como lumbre última
de lirios, malvas y caléndulas?
No hay respuestas en los límites de la certeza,
no hay donde poder orientar
nuestra esperanza en este
mundo convulso
que se disputan
Aión y Cronos.
Si yo pudiera elevar un hospicio
contra la desesperanza y el fracaso,
si yo pudiera habitar
el ojo del animal muerto
y devolverle la mirada,
si yo pudiera garantizar la dignidad
de tantos cuerpos despreciados,
si yo pudiera hacer que mis deseos fueran fuego
y no residuos de fogatas apagadas,
si al menos pudiera evitar
que el desdén, el dolor,
la mentira en jauría
violen la inocencia de la palabra llena,
si yo pudiera posar
mis labios donde la vida se muere,
escuchar el eco del estallido
primordial en la bóveda del infinito,
si yo pudiera…
Pero solo soy alguien mortalmente vivo
que en su insignificancia ansía
el calor del sol que lo ignora,
alguien que forma parte de esta
fugaz orfebrería vespertina.
No soy más que el mochuelo
que grita en lo alto de la palmera
y que en un instante alzará el vuelo.
No soy más que la pulpa
de los primeros frutos del otoño,
los azúcares de una sed que no conoce límites,
la gloria de un júbilo que fenece
en la liturgia de la carne.
Solo soy alguien, solo alguien
que huye buscándose en el camino
del instante,
alguien que deja caer un ancla en el piélago
del estremecimiento,
alguien insignificante que ha de morir
y que como tú se pregunta
si será capaz de mantener viva
la llama que se extingue
y hallar en las sombras, como desearía,
las aladas semillas de la luz,
alguien como vosotros,
expuesto a la codicia
de tanta belleza sin motivo.
(inédito)
José Luis Zerón Huguet
*El autor presentará su nuevo libro de poemas Intemperie el 22 de septiembre, en Orihuela (Auditorio La Lonja, 19 h.). En la presentación del libro, editado por Sapere Aude, intervendrá también Jesús Serna Quijada.
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