Louise Glück
Breves pinceladas sobre grandes poemas. Lo fatal y lo permanente (Rubén Darío y Louise Glück)
SEGUNDA PARTE
En la primera parte de estas anotaciones (https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2021/09/breves-pinceladas-sobre-grandes-poemas.html) nos sorprendimos, en el poema "Lo fatal" de Rubén Darío, con las inesperadas rupturas de la isometría y del ritmo, así como con la presencia poetizante del espacio (blanco; obviamente, este resaltado por el contraste con el espacio que ocupan o deberían ocupar los signos). Además de otros recursos retóricos, tales como la memoria inmediata, en alianza con la rima, que dan al lector un mapa para transitar (con los ojos y los oídos) esos espacios pero que también lo exponen a las trampas que el gran poeta ha dispuesto, a la desorientación (si así lo pretende la intuición que el artífice quiere transmitir).
Otra extraña y fabulosa criatura retórica, es el énfasis. Tal vez, no haya poesía sin énfasis retórico -o al menos eso creemos como lectores atentos. El énfasis retórico proyecta tantos haces sobre las palabras del texto, que a primeras pudiera parecer mera hojarasca o lentejuela, pero sin ese proyector no luciría en su aire propio el poema. Sería una frase más en una cadena de palabras triviales.
El énfasis, ¡cuidado que tiene mañas!: hasta se viste de ausencia de retórica, de simplicidad... No hay poesía sin énfasis. "Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas/, compañero del alma, tan temprano" (de la elegía miguelhernandiana). O: "Quizá mis lentos ojos no verán más el Sur / de ligeros paisajes dormidos en el aire / con cuerpos a la sombra de ramas como flores / o huyendo en un galope de caballos furiosos... / / El sur es un desierto que llora mientras canta...", de la nostalgia cernudiana por su tierra y por los bellos cuerpos adolescentes.
El énfasis está en el ritmo, en la delectación por los sonidos de las palabras, todo lo que es la fiesta de la poesía, el disfrute para un lector. Pero el énfasis está también en lo que se nombra o no se nombra (en lo que se calla), en el orden temporal de la presencia de una palabra o varias, y en la repetición. En fin, en todo lo que convierte a la poesía es una discreta revelación que requiere una atención diferente, intensa, y pausada.
El énfasis ataca muchas veces la ironía, el distanciamiento bajo una capa de colores, y los suelta para arrojarnos de pronto, desprevenidos por el cacareo, una sarta de verdades inconfesas, duras. Nunca sabremos si, en un gran poema, el énfasis está puesto irónicamente, ensayando una especie de psicología inversa: -bueno, no hay que ponerse tan trágicos, no es para tanto, no se lo tome tan en serio señor poeta, ¡pa cuatro días que ha de vivir! Qué bello pero qué terrible un poema como "Lo fatal", o como el soneto de Quevedo "Amor constante más allá de la muerte", o qué bello pero qué sueño imposible (como en el poema "Archipiélago" de Hölderlin, donde la nostalgia de Jonia y de la belleza original es preservada por un "inmortal dios marino" en sus profundidades). Y qué terrible también ese elevado poema, pues todas esas imágenes de profundidad concluyen en inmersión y muerte. Pero ¡qué bella poesía no es terrible, y no está desnuda/ engalanada de énfasis!
Un poeta, tan anti pero tan retórico a su modo, como Gabriel Celaya, acierta a expresarlo: "Cuando se miran de frente / los vertiginosos ojos claros de la muerte, / se dicen las verdades: / las bárbaras, terribles, amorosas crueldades". Y sí, la poesía es un arma cargada de futuro. Como lo era en 1955. Despreciad a aquellos que quieren cargarla de "presente": son mediocres funcionarios o aspirantes a pensionados de la "cultura".
Y ya adentrémonos en el tema del poema "Lo fatal" para que el lector decida adónde quiere llevarle a lomos de su énfasis. Ese tema del poema no es el fatum, sino lo problemático, o lo imposible, de la felicidad humana. Para Séneca "no es feliz quien no piensa que lo es" (Ep, I, 9,21). Si tienes un discurso interior negativo te predispones a ser infeliz, y eso es verdad, verdad según un psicólogo de hoy; pero el gran psicólogo romano nos dice, más bien, que pensar que uno es feliz es una creencia útil a la felicidad y que, por tanto, debemos adoptar esa máscara y dejarnos de ideas turbadoras, inquietudes vanas y búsquedas de sentido sin sentido. El psicólogo actual, más superficial, explora en la interioridad del yo para exorcizarlo de una mala impronta que le genera al sujeto un discurso incapacitante de la felicidad. El ético y psicólogo más profundo que es Séneca (como también Epicuro con sus fármacos) da un remedio externo, funcional: haz esto tantas veces al día, piensa que eres feliz hasta que creas que lo eres. No has de analizar, autoanalizarte y darte cuenta de si eres feliz o no en verdad. Si lo entendemos así, Séneca -pese a la cita que recordamos- podría estar de acuerdo con el verso "Feliz nadie / que se dé cuenta que es feliz".
Rubén Darío (en "Lo fatal": "Dichoso el árbol, que
es apenas sensitivo / y más la piedra dura, porque esa ya no siente, /
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor
pesadumbre que la vida consciente”) dice, en el fondo, lo mismo que ese
"Feliz nadie / que se dé cuenta que es feliz”.
Descontado el énfasis de gran retórica poética del gran Rubén, al final (en poesía más de la experiencia) queda esto: que la felicidad huye cuando la piensas, y como diría Goethe, si dices párate al momento mágico, desaparece.
En
conclusión, la felicidad es un imposible, un problema; más aún, una antinomia: A es cierto: si no piensas que eres feliz, no lo serás.
B es cierto: si eres consciente de ser feliz, no lo eres ya. Pero el ser humano
no se conforma ni siquiera con el pesimismo, ni siquiera con el fatalismo rubeniano (que es solo énfasis de
poeta, para subrayar lo que está claro de otra forma cotidiana y más leve). Quiere la dicha y el conocimiento como ingredientes de la felicidad, lo cual
es un gran tormento y multiplica por tres lo imposible. Pues, ¿quién
quiere ser dichoso como el árbol o la piedra dura?... Pero tampoco es capaz de renunciar a la felicidad como la irónica zorra diciéndose que está aún verde.
TERCERA PARTE
Quisiera asomarme al poema de Louise Glück titulado "The drowned childen" ("Los niños ahogados"), texto que abre el libro Descending figure ("Figura descendente), de 1980. Uso la traducción de Andrés Catalán, y la edición de Visor (Madrid, 2021).
Encuentro en la última palabra de este poema, en "permanent" la clave del poema, el centro donde coinciden las fuerzas de sentido y énfasis- Esa palabra no por casualidad va al final de poema.
Aunque no es norma infalible, la palabra final del poema es la clave del mismo. Esto lo sabe cualquier buen poeta, buen traductor y cualquier iniciado en la lectura. ¿Por qué? Aparte de un fragmento sonoro, el poema es un vaso de significado (de sentido y mensaje en un sentido discreto y a la vez general) y también una obra de arte (de retórica). El poema está escrito, se lee, y se escucha. Su mensaje se dirige a quedar en la memoria y para ello prescinde de cuanto sea superfluo, o se realza con el énfasis y los artificios poéticos, musicales, retóricos. Pero, finalmente, da en una última nota su secreto, la cifra condensada de su vasto dominio.
You see, they have no judgment.
So it is natural that they should drown,
first the ice taking them in
and then, all winter, their wool scarves
floating behind them as they sink
until at last they are quiet.
And the pond lifts them in its manifold dark arms.
("Ya ves, carecen de juicio.
Así que es natural que se ahoguen,
en primer lugar el hielo los aloja
y luego, durante el invierno, las bufandas de lana
flotan tras ellos a medida que se hunden
hasta que al final se quedan en silencio.
Y el lago los levanta en sus múltiples brazos oscuros").
But death must come to them differently,
so close to the begining.
As though they had always been
blind and weightless. Therefore
the rest is dreamed, the lamp,
the good white cloth that covered the table,
their bodies.
("Pero la muerte ha de llegarles de forma diferente,
tan cerca como están del principio.
Como si hubieran sido siempre
ciegos y livianos. Por lo tanto
lo demás es un sueño, la lámpara,
el buen paño blanco que cubría la mesa,
sus cuerpos").
And yet they hear the names they used
like lures slipping over the pond:
What are yoy waiting for
come home, come home, lost
in the waters, blue and permanent.
("Y sin embargo escuchan los nombres que empleaban
como cebos que se deslizan sobre el lago:
A qué estáis esperando para
venir a casa, venid a casa, perdidos
en las aguas, inalterables y azules.)
En el último verso, la poeta cierra así: "blue and permanent", mientras el traductor al español dice: "inalterables y azules". Quizá el traductor ha buscado un mejor ritmo del verso, pero ha incurrido en un error fatal al invertir los adjetivos y sobre todo al prescindir de la última palabra, "permanent", que la autora genialmente usa para sellar su texto.
"Permanent" es, como muchas palabras inglesas, un vocablo de origen latino. (Por cierto que prácticamente todo el inglés escrito que conocemos proviene del sistema de escritura latino, y muchas de sus palabras tienen el poso de antiguas metáforas romanas; una obviedad que ha hecho a muchos olvidar su deuda con el alfabeto latino y renunciar a lo mejor de una parte de su vocabulario).
Permanente, en español, "permanent" en inglés, significa aquello que queda sobre o entre (per) lo que mana (huye y desaparece). El gran poeta Francisco de Quevedo concluía un soneto a la fugacidad de las cosas ("A Roma sepultada en sus ruinas") diciendo "y solamente / lo fugitivo permanece y dura". El río Tíber, lo más fugitivo, es paradójicamente lo que permanece (en este caso, sobre el "río" del tiempo que huye con las grandezas humanas). A veces, los poetas han visto en la fuente o en el río símbolos de la permanencia (pues si en un plano físico, sensible, representan esas palabras lo que mana y no puede ser de otra manera que fugaz; en otro plano intelectual, son el concepto mismo de la duración: lo único permanente es el cambio, como dijo ya el profundo filósofo Heráclito).
Es un gran acierto intuitivo el de la poeta estadounidense, quien recoge la misma sabiduría del lenguaje latino que la esgrimida por el poeta madrileño del siglo de Oro. Y ella pone esta joya ("permanent") como palabra que cierra y guarda la memoria de su poema. No es la inalterabilidad igual que la permanencia. El acento (con una breve parada extática ante ella, debida al énfasis imperceptible, ha de acompañar a la voz que dice la palabra última del poema).
También coincide Louise Glück con Federico García Lorca, el del poema "Niña ahogada en el pozo", en el tratamiento de una imagen poética profunda. El tono de Glück es diferente, más cercano; el de Lorca, más dramático, superrealistas ambos poemas. Grandiosos.
FULGENCIO MARTÍNEZ
20 de septiembre 2021
REVISTA ÁGORA DIGITAL/ SEPTIEMBRE 2021
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