TEXTOS DE MANO/ Narración de Fulgencio Martínez. Revista Ágora digital
EL RESPETO. EPISTOLA DOCTRINAL
RELATO DE FULGENCIO MARTÍNEZ
Cuando hablamos de valores, hemos de ser conscientes, ante
todo, de la situación histórica. Pero la Historia no es ese conglomerado de
noticias actuales, denso como una pasta dentífrica, y que nos sirven todos los
días los medios. Observa, tú que me preguntas por los valores -¡universales!, además- que están o que no
están y deben estar en vigor en la sociedad que deseamos juntos-, observa con
qué velocidad se solapan las olas de la actualidad presentada por los medios de
comunicación; con qué falta de reflexión sacuden esas tempestades puntuales,
efímeras, tu rostro ante el televisor, y qué vacío de conocimiento te vas a
dormir, cada noche. Al día siguiente, te afeitas o desayunas robándole a la
prisa unos minutos para escuchar lo que escupe la radio, otro boletín de
noticias, el primero de la mañana, y otra oportunidad perdida para reflexionar.
Algunas veces la moda mediática que hoy prolifera te hace de
pensador ortopédico, de comentarista de guardia: las noticias vienen comentadas
ya, mascadas y casi deglutidas por el tertuliano de turno. El habitual tertuliano del programa de
televisión o de radio suele ser un periodista de partido, un parcial y ducho
sofista, quien previamente posee un juicio de valor al que es fiel.
Admirable, sin duda, su fidelidad al partido, a la ideología del medio en que
trabaja, pero en nada admirable su fidelidad a lo real.
La primera cosa que te podría decir que es un “valor”, en
nuestra sociedad, es un defecto, un contravalor, si lo pensamos
filosóficamente. El valor de la “fides” a un partido, a una iglesia, a una
ideología o concepción del mundo.
Los griegos, filósofos por antonomasia, denominaban “pistis”
a otro tipo de fe y lealtad. Llamaban los griegos pistis a la certeza sensible, es decir, a la modesta confianza y
evidencia que nos tienden los sentidos. Esto es cal, esto es mimbre, como diría
el poeta Jorge Guillén, en Cántico.
Una modesta adquisión para la inteligencia y un principio de
valor es esa pistis sensible, donde la
inteligencia se apoya en los humildes sentidos del cuerpo para valorar y saber.
Los griegos, no obstante, distinguían entre pistis
y gnosis: conocimiento. Es decir,
que esa certeza sensible no era conocimiento todavía; aún debía pasar por
pruebas superiores para ser conocimiento.
Son estos básicos valores, el valor de la fe sensible y el
valor, superior a esta, del conocimiento (gnosis)
los primeros que habría que investigar si los suponemos presentes aún en
nuestra sociedad, o si están bajos de moral hoy, y hay que apuntalarlos; o , en
caso de comprobar su ausencia, habrá que volver a ponerlos en circulación. Como
ves, nihil novum….
Ya sería una base para una comunidad humana que funcione el
que se reconociera la verdad, sensible y racional, la pistis y la gnosis, como
pilares de entendimiento y de comunicación, más sólidos y, evidentemente, más
interpersonales, que la hoy tan universal, saturada y proclamada sin pudor
fidelidad a la creencia, interés, ideología o familia profesional.
Solo asentando estos valores gnoseológicos, epistémicos,
fundacionales de la sociedad racional, podemos lanzarnos a buscar valores
“universales”.
Ay, amigo, me temo que universales, universales,
encontraremos pocos valores en estos tiempos de consumo y crisis, de negocios y
recategorización de los valores humanos, incluidos los valores eternos.
Te decía al principio que hay que pensar en la situación.
Hoy, por si no has caído aún del guindo, vivimos en una era
posplatónica. Te explico: estamos saliendo de Platón y de su mundo de las Ideas
y Valores eternos. Aún quedan las etiquetas, las sombras, para los pesimistas
filosóficos: solo el disfraz de esos
Valores-Ideas: el Bien, la Verdad, la Justicia, la Virtud, etc, etc.
Unos siglos atrás, hace casi ya trescientos años, unos
cuantos hombres, los ilustrados, aquellos de peluquín y con tan claras ideas,
previeron ese fin de la galaxia Platón, e insuflaron a los valores una nueva
guía. De la dignidad, el respeto a la persona,
del valor de la luz del conocimiento y la cultura, de los valores mismos
de Ciudadanía y democracia, arrancó, como de nuevo, la Modernidad.
Aquello duró lo que duró un sueño…. Casi al final de su andadura histórica, la Ilustración parió, ya en el siglo XX, los Derechos Universales del Hombre, guía y paladín de nuestro mejor yo, aun en la actualidad.
Sentencias recientes, como la del Tribunal de Estrasburgo, y
otros casos en que lo mejor ha sido pervertido para ser vía a lo peor, han
demostrado cómo todo lo humano es falible, y aquello de que siéntate a esperar
y verás como el hoy sano y fuerte es un decrépito mañana.
Federico Nietzsche, tan mal entendido aún, ya sacó en su
obra, a final del siglo XIX, una lección coherente a esa muerte de los valores
eternos, pero también a los valores eternos en su versión humanista e
ilustrada.
Nietzsche fue el primer pensador posplatónico, de veras. No
fue anti-Platón, como por pereza se dice. Vio el filósofo de Más allá del bien y el mal que se
entraba en una época seca,de nihilismo.
Vio estos Bárcenas de ahora. Estos abogados formalistas de los derechos humanos
desfondados y al servicio de los verdugos. Vio también el cinismo a las claras,
los no valores de hecho envueltos en cajetillas con vitolas de antiguos
valores. El nihilista actual no actúa por bien ni mal, no sabe qué es eso del
bien y el mal. Explícale a Bárcenas que no es bueno robar a la sociedad porque
el dinero de todos quizá le esté pagando la pensión de jubilación a su padre,
que seguro es un honrado señor que ha trabajado duro para merecer una paga del
Estado (o sea, de todos) en su vejez. Es inútil. Si Bárcenas entendiera eso, no
hubiera robado, presuntamente. Es decir, predicar valores al convencido de que
los hay, es solo útil cuando estamos ante un “malo”, o sea, alguien que
infringe la pauta del valor por debilidad humana o ignorancia. Es distinto
cuando intentamos enseñar valores al nihilista. Insisto: el nihilista no es
malo ni bueno. No tiene un mapa de los valores para saber si ha actuado
correcta o incorrectamente. En su fuero interno, su astuta inteligencia le dice
qué es lo correcto –aquello de la ley del más fuerte o astuto se le impone como
se le impone el color verde o azul de los ojos.
Bien, si queremos valores para esta época, hemos de empezar
siendo conscientes de que vivimos en, dentro, junto a, bajo –sobre todo- la
égida de los nihilistas. En un tiempo de nihilismo.
Sería un valor, pienso, tener el coraje, la lucidez
necesarias para mirar de frente a ese abismo.
Un valor, también relacionado con los otros dos primeros que
propuse, de cariz gnoseológico, pero ahora con un tinte moral añadido más fuerte,
incluso, es el coraje lúcido de reconocer el nihilismo ambiente. Otro valor
sería –de tipo ético, personal, por tanto basado en una “resolución” o decisión
moral- la apuesta por combatir, denunciar y aislar el virus del nihilismo, allí
donde se presente.
Pensemos que, como regla metodológica al menos, hemos de
pensar, y hasta nueva orden nos atendremos a ello, que el virus del no valor
nihilista ha alcanzado las más altas cotas. Está el nihilismo a la cabeza del
cuerpo social. Son –sospechamos- los gobernantes (financieros, jefes de Estado,
papas de Iglesias o partidos) sus máximos representantes hoy.
Fíjate, pues, el consiguiente valor que exige aquella
decisión. Lo más humano es ser obediente, sumiso, pues la no libertad favorece
casi siempre a la conveniencia de uno: profesional, laboral, social.
El valor de rebelarte contra los dictámenes de esos Jefes
del nihilismo te puede llevar a casos graves de peligro. ¿Y por qué no?,
incluso a la muerte.
No se trata, por tanto, o no se trata solo, de saber hoy qué
valores son los buenos, y por cuáles valores hay que apostar. Urge una terapia,
autoterapia y a veces autoinmolación. Pero sin llegar a tanto, que de héroes no
quiero hablar, sino de personas sencillas, corrientes, seres humanos como tú y
yo, aunque hombres, sí, corrientes, no hombres viles ni villanos; sin llegar a
tanto, digo, tal vez sea bueno, en general, empezar por defender la verdad,
como el común denominador, llano, de todos esos valores peligrosos que he
mencionado.
Valores difíciles, peligrosos, y aun a veces irrealizables, pero en los que pongamos nuestro RESPETO.
Pueden exigirme los jefes nihilistas que acate sus órdenes, sus leyes y reglamentos sin valor, sus opiniones rectas, claro es que en defensa de su conveniencia egoísta.
Este solo lo reservaremos, como que es un sentimiento moral, para aquello donde brille un valor de verdad. Un solo brillo de los viejos valores eternos y humanos justifica todo mi respecto para una acción, una ley, una sociedad fulminada hoy por el rayo del nihilismo.
REVISTA ÁGORA DIGITAL NOVIEMBRE 2013
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