La crítica de Anna Rossell/
Revista Ágora digital
Octubre 2013
TOPOGRAFÍA DEL DOLOR
Tuya es la voz
Amelia Díaz Benlliure
Los Libros de la Frontera.
El Bardo, colección de poesía,
Barcelona, 2013, 68 págs.
Recensión de Anna Rossell
Hay una poesía tallada
con el cincel de la razón, de arquitectura sopesada, construida desde la
distancia reflexiva y analítica, y otra esculpida desde la herida abierta,
escrita desde la inmediatez del dolor profundo y vivo, que busca en las
palabras del poema el alivio que procura el saberlas pronunciadas, ver mitigado
el desconsuelo en el momento en que adopta forma y cristaliza en verbo. La
poesía de Amelia Díaz Benlliure (Castellón, 1959) pertenece a esta última
especie.
Tuya es la voz es un poemario dedicado a un ser querido, es fruto de una vivencia
personal de la poeta. Sin embargo Díaz sabe encontrar un registro que eleva
esta experiencia a la categoría de universal. Así podría decirse que este libro
es un homenaje a las víctimas más sensibles de las guerras, los niños a quienes
se ha arrebatado el esencial derecho de la infancia, que han visto morir a sus
seres queridos y cuyo alimento ha sido el sufrimiento y la frialdad que inocula
la ausencia de cariño, la que se respira en un lugar que no es lugar y que
marca para siempre la vida.
El poemario es un recorrido por una de estas vidas, que podría ser la de
tantos otros de su misma condición. El punto de partida es la agonía, el
tormento que, eterno compañero fiel del tú que evoca e invoca la voz poética,
protagoniza el tránsito de éste hacia la muerte. La voz poética rememora, desde
este punto agónico del invocado, el sufrimiento de toda su trayectoria vital,
al tiempo que refleja la infinita ternura que éste suscita en el sujeto
poético: “Sus manos contaron memorias/de los niños sin padres/recluidos entre
sombras,/en templos profanados/tras el exilio de los dioses”.
La lectura es
pues un viaje por la topografía del dolor, por todos sus repliegues, pero
también por la compasión en el sentido genuino de la palabra, por la sintonía y
empatía con quien sufre, nos descubre lo más sensible del afecto humano, nos
desvela las claves de la compenetración: “Llenaba la piel de gritos/el susurro
gélido de sus años tiernos”. La comunión con el dolor ajeno lleva al sujeto
poético a la indignación por la impotencia de quien ve en estas vidas marcadas
en su inicio un destino recurrente sin alivio, sin salida: “La injusticia, la
ironía/de una cinta de Möbius/inmortal”.
La conciencia de lo injusto, extremada
a la vista de la aflicción ajena, deviene culpa en la voz poética, una culpa
heredada por el dolor causado en todo el universo, como pecado original que, en
nombre de la humanidad entera, se manifiesta en forma de oración: “Pido
perdón/a los hijos del Hombre,/a los hijos de los hijos del Hombre.//Perdón/por
los cántaros vacíos,/por cada cauce desierto,/por infringir los eriales,
perdón”. No hay consuelo para el padecimiento, ni catarsis trascendente. Al
contrario, la pena se extrema más aún ante la comprobación de que el
descreimiento vence sobre la fe, último baluarte de esperanza: “La fe se reía
como arena/huida entre los dedos,/cuando se quiere atrapar/un pretexto de
esperanza”. O bien: “[…]. Tenías hambre./Sentías miedo./Tenías hambre./Dios no
existía. […]”. La experiencia del mal, ejercido por la criatura humana y
traducido en dolor para la criatura humana conduce al sujeto poético a la
indignación y a maldecir a un Dios en el que tampoco él cree: "¿Y tu?/¿Dónde
estás ahora?/¿Por qué no regresas/para refundar las piedras/y expulsar/a los
dueños del mercado?/[…]”. Si bien no hay redención, sí al menos el bálsamo de
la poesía para aplacar la angustia de una existencia desprovista de todo: “La
eternidad llegó/en papeles que envolvieron/cada uno de los versos/[…].//Ellos
fueron, al fin,/[…]//La luz de todos los terrores”.
El poemario, concebido como un único poema, un largo lamento de principio a
fin, está dividido en diez momentos poético-emocionales, que ocupan las páginas
de la derecha y rememoran la vida del doliente reviviendo el tormento pasado,
mientras que en las páginas de la izquierda se compone, en cada caso y en letra
cursiva, el poema sobre el correspondiente de la derecha, una reflexión desde
el momento actual de la voz poética, que a la vez que rinde homenaje a los más,
alza su voz contra la desmemoria, entregando el poemario al recuerdo: “Nos reclaman desmemoria/quienes riegan
crisantemos./En vano arrojan guijarros/sobre los úteros vacíos/de la Tierra”.
Haciéndose eco de la poesía visual, los poemas juegan a menudo con el diseño de
un dibujo, que aporta un componente estético añadido.
De Amelia Díaz Benlliure se ha publicado también en España el poemario Manual para entender las distancias
(2011).
© Anna Rossell
ÁGORA DIGITAL OCTUBRE 2013 BIBLIOTHECA GRAMMATICA
Gracias por el tiempo dedicado a mi libro, a Anna Rossell y a Ágora Digital.
ResponderEliminarEs una alegría saber que esa voz llega a los corazones.
Un beso.