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DIARIO POLITICO Y LITERARIO DE F.M, DONDE SE HABLA DE LO DIVINO Y DE LO HUMANO/ T2/13
DE GUATEMALA A GUADALUPE
Hace unos
días participé en la presentación de la revista Ágora, en el Museo Ramón Gaya. Expuse, en voz alta, una reflexión
crítica sobre la cultura, o sobre eso que hoy ha ocupado el nombre de la
cultura, tanto en el plano nacional como en el de nuestra Autonomía. En los
setenta del siglo pasado, casi coincidiendo con la Transición, se publicó en
Murcia Tránsito, un revista literaria
que alcanzó prestigio en todo el país, dirigida por Dionisia García. Fueron
muchas las dificultades que tuvo que superar aquel medio cultural para
mantenerse unos años. El tesón de su
directora, que recurrió incluso a loterías y sorteos a fin de obtener fondos para la publicación, consiguió que Tránsito se convirtiera en una
referencia en la cultura de su tiempo. Ensayos de Eloy Sánchez Rosillo, sobre el genial poeta Leopardi, junto a poemas de
la misma Dionisia o de jóvenes poetas españolas, como la granadina Ángeles Mora, reflejaban en las páginas
de la revista lo mejor de la literatura del momento.
Por aquellas
calendas surgiría, un poco más tarde, la Editora
Regional de Murcia, cuyos primeros directores, entre ellos el periodista Ángel Montiel, hicieron realidad una
editorial que lanzó ediciones de libros de Miguel
Espinosa, de José María Alvárez, de
Ibn Arabí el Mursí (o sea, el
murciano, y el mayor místico árabe, el san Juan
de la Cruz sufí), a los que
seguirían las primeras obras de poetas emergentes en la Región, y hoy ya considerados en las letras nacionales: David Pujante, Javier Orrico, Manuel
Susarte, Antonio Marín Albalate,
etc.
Ambas
iniciativas hicieron imposible sentir recelo o vergüenza de publicar en Murcia.
Ese prejuicio que se impuso unas décadas después, y hasta hoy. Pregunten a nuestros escritores si les
parecería bien publicar una obra suya en nuestra Región. Le dirán que prefieren
guardarla en el cajón. La Editora Regional se fue de bareta en poco tiempo, hoy
creo que anda bajo el nombre cursi de
Ediciones Tres Fronteras, tan rimbombante como insignificante en su
presencia cultural.
Una cultura
que no genera medios potentes de cultura está condenada a la insignificancia.
Es así como nos entienden en Madrid o en Barcelona, y en cualquier otro centro
de cultura donde podríamos tener presencia, incluido el ámbito hispanoamericano
del español. Estamos sometidos a la
aculturación mediática: vean, si no, la prensa, y las páginas de “cultura” de
los periódicos, que unánimemente han destacado, estos días, los premios
Planeta. El nombre de la última ganadora ya está lanzado antes que el libro
premiado; en esta edición, sin embargo,
me dice Francisco Javier Díez de Revenga
que Clara Sánchez es una excelente
novelista, y yo creo al sabio profesor. De la finalista “silemus”: callemos.
Volviendo a
nuestros moutons, la Murcia de Valcárcel, en lo cultural, se
recordará como unos años de hierro. Se ha pasado de Guatemala a Guatapeor, y,
como para demostrar que aun se puede caer más hondo en la insignificancia: después de Guatapeor hemos pasado a
Guadalupe, últimamente. Que represente la “marca Murcia” una nadadora catalana
¿no les merece una risa? ¿Que se gasten ustedes
millones de euros–pues los cuartos salen de ustedes- para que una panda de mochileros venga al
SOS, a dormir y mear a las puertas de los hoteles, más que a alojarse en ellos,
y que el Consejero del ramo disponga de 1500 entradas VIP, ¿no les mosquea a
ustedes? Mil quinientas entradas VIP, ¿saben
lo que es eso significa: entradas gratuitas y además con derecho a los mejores zumos
de Escocia y de Francia, y a cena grandiosa pagada de rostro? Vale, hay
entonces mil quinientos privilegiados, a los que trescientos espartanos mantenemos
a escote, aunque no creo que a los invitados VIP les mole mucho la música, y sí
más la compañía. Pues, como escribió Gracián, tomando estas palabras de su
amigo el duque de Nocera: “No me preguntes qué quiero comer, sino con
quién”. Yo, por estar
en la compañía del consejero Pedro Alberto Cruz en alguno de esos saraos culturales, hasta
simularía dar saltitos sin perderme una sola nota de la cata del champán
francés y del Chivas veinteañero. ¡Y que
haya quien pide agua! El sediento de agua no está en ninguno de estos tres
supuestos: no es gente guapa, ni invitado del Consejero de Cultura, ni ha
podido apañarse o comprar un pase VIP de otro very important people.
FULGENCIO MARTÍNEZ
Profesor de Filosofía
y escritor
REVISTA ÁGORA DIGITAL 20 DE OCTUBRE 2013
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