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lunes, 25 de febrero de 2019

Error Arrimadas, Miseria histórica Sánchez, grande y solitario el ejemplo de Unamuno. Diario político y literario de FM T2019/4






ERROR ARRIMADAS, MISERIA HISTÓRICA SÁNCHEZ, GRANDE Y SOLITARIO EL EJEMPLO DE UNAMUNO


Crónica de un domingo de febrero en el ensayo de la campaña

                                  
 A mis compañeros del instituto y a mi profesor de Literatura Venancio Iglesias Martín (otro Individuo), que nos llevó a visitar en Salamanca la tumba de Unamuno


Manuel Azaña y Antonio Machado son, para muchos de nosotros, dos referencias de la cultura española del siglo XX. Como también lo es Unamuno, a quien nadie le ha pedido perdón ni le ha visitado ningún presidente en su tumba del cementerio de Salamanca. 

Pues, sabéis, niños, que Miguel de Unamuno era todo un hombre, un individuo, alguien que confesaba ser un entero, no un partido, y quien -para escándalo de algún gacetillero- declaraba que tenía que taparse la boca para no vomitar delante de uno de esos políticos. Los de entonces como los de ahora. Cuando están en campaña, y están casi siempre, dan asco. Escupen, no hablan. 

Volviendo a don Miguel, ya ancianito, en un acto en la Universidad de Salamanca se enfrentó solo a los generales. Uno de ellos llegó a levantar su arma, y le habría apuntado al rector de Salamanca y posiblemente le hubiera descerrajado un par de tiros si doña Carmen Polo de Franco no se hubiese interpuesto, tomando al Individuo del brazo y dando por concluido el acto solemne de apertura del curso nada más y nada menos que de la Universidad española más conocida universalmente, templo de la ciencia, la cultura y la paz. 

Eso fue en octubre del 36. Comenzada apenas unos meses la guerra. Estaban los ánimos calientes, ganosos de matar poetas, pronto cayó García Lorca. 

Unamuno, no hay que olvidarlo, fue el primero y que sepamos nosotros el único español que se enfrentó él solo, él solo, a los generales rebeldes. Grande y solitario su ejemplo. 

Imagínaos si Carmen Polo no hubiera estado lista. Unamuno, nuevo Sócrates, ya viejo, no le importaba sacrificarse. España hubiera recibido todo el apoyo internacional. Los rebeldes no se hubieran inventado otra España que sustituyó a aquella. Hubiéramos llegado al siglo XXI siendo una democracia quizá con menos problemas que la que surgió de la Constitución de 1978. Pero no cuento con otra variable.


El Partido Comunista soviético, después de meter su caballo de Troya en el PSOE, mover la ficha de las Juventudes socialistas, avivar a Largo Caballero, aniquilar al PSOE y a otros partidos de izquierda y dominar los ministerios de Propaganda y de Guerra (todo ello sin que pareciera evidente) habría suplantado el Estado y cambiado el rumbo de la guerra con el balón de oxígeno del caso Unamuno que despertara la conciencia y la ayuda internacional de las democracias, revocando el veto y, por fin, el comunismo habría derrotado al ejército rebelde e implantado la dictadura del proletariado. Que nadie quería dictadura, pues toma. Habríamos llegado quizá a la España democrática después de caer el muro de Berlín, y aún, con un poco de suerte, según algunos románticos, ni eso debía ocurrir. Mira Cuba, allí no hay democracia y qué bien les va. 

Todo esto, niños, no pretende infundiros miedo a las fábulas; más miedo dan esas otras mentiras que dividen la bondad y la maldad por la línea de sus rencores o, lo que es peor, de sus mezquinos intereses. 

Venimos así, niños, al 24 de febrero de 2019, domingo. Domingo de paz. ¿De paz? ¿De 2019 o de 1936? Si vemos las telecampañas… Pedro Sánchez ha ido a Francia a pescar votos republicanos; Inés Arrimadas que por hacer la gracia (“la república no existe”) menosprecia el valor sentimental republicano. 

El primero se olvida de que es presidente del reino de España, Estado que hizo una transición política a la democracia que fue modelo de reconciliación (sí, parece tópico, pero con el tiempo uno se da cuenta de que el tópico es cada día más acertado; por aquello del dicho de que otros peores vendrán que bueno te harán, y porque por aquel entonces solo se podía hacer una cosa y se acertó al encontrar precisamente esa cosa, la fórmula equilibrada).

La segunda (y sigue siéndolo, hasta que tenga mente de estado y no se pierda con Puchi cuando se están dirimiendo temas de alto calibre histórico, nacional y cultural), Inés Arrimadas, a quien admiro de corazón por otra parte, se equivoca. La candidata de un posible partido con vocación de Estado, centrado, de centro izquierda, se equivoca dramáticamente al distraerse y, además, comete el enorme error de jugar al juego separatista (aunque sea para oponerse con una bromita) pues los estrategas independentistas utilizan con toda ambigüedad y cálculo el nombre de república para apelar a la simpatía previa que en muchos españoles despierta este nombre. Casi la mitad del país podría declararse simpatizante de una república española, nunca de una España rota, más pobre que la de hoy. Pero hay pocos españoles que recuerden o hayan estudiado (ya se encargan los libros de texto de Historia de no tocar esos sensibles temas o de tergivérsarlos) la rebelión de los separatistas contra la república española; y la poca afortunada respuesta a ella: la república debió pararles los pies, y no lo hizo, o no lo suficiente, al parecer. 

Y por eso, niños, Unamuno se batió en duelo ante los generales, quienes habían aplaudido el insulto a todos los catalanes y vascos, a una parte de España, cegados por el odio a los separatistas vascos y catalanes.  “Venceréis pero no convenceréis”, les dijo el Individuo a los generales envalentonados al grito de “¡Viva la muerte!”. Y lo mismo decidle vosotros a los políticos en campaña. A los que desean la muerte moral de todos los españoles, de todo un país, para ganar el favor de unos rebotándolos en contra de otros.  ¡Basta de tanta estupidez sectaria! ¡Viva el juego limpio!

                                 Fulgencio Martínez

1.Sobre el incidente entre Unamuno y los generales:

Extracto del discurso de Unamuno:
 [...] sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española...” 

Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (...)”


Es cuando Millán hace el primer amago de amenazar con su arma al filósofo, pero el sabio anciano no se acobarda y sigue: “(...) Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.” 



La tensión era tal que cuentan muchos de los asistentes que si no hubiese sido por Carmen Polo, la mujer de Franco, el general legionario hubiera partido la cara al intelectual allí mismo o, más dramático aún, descerrajado su pistola en el enjuto cuerpo de don Miguel de Unamuno. Lo que es cierto es que Unamuno, como demuestra la foto, salió a empujones y rodeado de encolerizados exaltados que enarbolando el saludo fascista no dejaban de gritar: ¡Viva la Muerte! ¡Mueran los intelectuales!


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