Presentamos el texto escrito por el profesor y poeta José Luis Martínez Valero en la presentación del libro de Fulgencio Martínez, junto al comentario de un poema, "Mantra de escribir".
EL AÑO DE LA LENTITUD
Tratado de educación laica
por José
Luis Martínez Valero
Situémonos
en 1598, muerte de Felipe II, nuestro primer 98, cuando comienza la
decadencia, los españoles somos amnésicos, pero amantes de las
fechas. Poco antes, 1584, en Algezares (Murcia) había nacido Diego
Saavedra Fajardo, estudiante de leyes en Salamanca, curtido para la
diplomacia por la política romana, finalmente ministro
plenipotenciario de España para la Paz de Westfalia. Autor del libro
Empresas Políticas, Idea de un príncipe
político-cristiano, donde reflexiona sobre
el poder, y lo hace en cien empresas, que comprenden desde la cuna a
la sepultura. ¿Qué es una empresa?
Mario Praz
en su libro Imágenes del Barroco
dice: La empresa no es más que una representación simbólica…por
medio de un lema y una imagen que se interpretan recíprocamente uno
a otra. Dicho de otro modo: imagen con palabra, propuesta al lector
con intención educativa. La imagen no es suficiente, necesita la
letra y, ambas, precisan el comentario. Muchas de las fachadas de
las iglesias de esa época son empresas.
Si me
preguntasen, ¿quién es Fulgencio Martínez? Diría que es hombre
de empresa, de esas empresas destinadas a formar a una élite con
actitud crítica, porque Fulgencio muestra toda la complejidad del
mundo y lo hace con una determinada intención: sensibilizar,
emocionar, informar, provocar, alertar, disuadir y divertir a los
lectores. Hoy como ayer, el intelectual, advierte, no remedia.
Ayer, en el
diario La opinión, publicó Fulgencio un artículo titulado: A
un joven murciano en la emigración (umor sin hache para la
exportación). Humor ha perdido la h, y su
grafía equivale a una mueca desdentada. Esta facilidad para dar con
la imagen que expresa simultáneamente emoción y concepto, tristeza
y crisis, es sobre lo que quiero hablar.
Aproximémonos
al libro, fijémonos en su portada, el plácido desnudo, sin cabeza,
de Pepe Aledo, columpiándose sobre un mundo invertido donde aparece
un mar tranquilo, cielo tormentoso, más un estrecho fragmento en
rojo, y arriba como lema: El año de la lentitud. ¿Indica
perplejidad? ¿Dialéctica de los espacios? La portada no podría ser
mejor, resume el contenido. Por una parte esos peces que desde la
noche oscura en la que viven se orientan hacia levante en busca de
algo, aunque parece que se mueven en círculo. Luego están esas
nubes que recuerdan los camarrupas del maestro Vicente Ros, aquel
cartagenero esotérico en cuya escuela se formaron tanto pintores
como ciudadanos. Esos giros elípticos que buscan un centro, han
sugerido a muchos el símbolo de la eternidad. Entre ese cielo y ese
mar se encuentra una estrecha banda roja, que pudiera ser la tierra,
una tierra ardiente, sin hombres y sin bosques, como si quienes
habitaron en ella, la hubiesen arrasado. Y sobre el cielo, sobre la
tierra y el mar ese Adán desnudo sentado sobre un trono o columpio.
Sin duda el hombre no es el rey de la creación, sino ese ser ajeno
que se columpia sobre el abismo.
A veces los
poemas de Fulgencio alcanzan esa cualidad de empresas que tanto
gustaron en el XVII, por ejemplo, léanse lentamente los dos primeros
versos del poema: "Invitación a la épica":
La
luz rechaza ser nombrada sin energía.
(El
espíritu no se entrega en una caracola pálida)
Dibujad,
aunque sea como niños, un sol antropomórfico, gran cabeza, cuya
boca sostiene una caracola, de la que a modo de bocina salen unos
rayos que parece se pierden sobre un mundo que apenas disipan las
nubes.
Fulgencio
gusta proponer enigmas, no para que sean resueltos, sino para
penetrar la superficie de este estanque, y dejar al descubierto
todas las perturbaciones subyacentes.
Sigamos con
el principio del poema siguiente: "¡Para qué
escribo!":
¡Quién pide al sueño un reloj
Sólo
con horas que no duelan!
¿Escribe
para aliviar el dolor del tiempo?, ¿quizá de la vida?
Pero
observad que para resumir todo eso lo sitúa en este reloj, de nuevo
la empresa. Recordad que fue aquel diplomático viajero, Diego
Saavedra Fajardo, quien atravesó una Europa en crisis. Y, también
que la crisis, es un laberinto, no un caos.
Veamos qué
queda de la gloria, leamos los tres primeros versos del poema:
"Destino de lo vivo":
Los viejos pedestales
esperan bajo el mar a las estatuas,
pero a nosotros qué nos espera.
El mar, o el
olvido, anulación de identidades, espacio en el que toda vanidad o
estatua no tiene lugar. He aquí la paradoja, en el mar de la
intrahistoria no existen ni estatuas ni pedestales, no obstante como
nuestro conocimiento no alcanza el fondo, actuamos sobre la hipótesis
de su existencia. De ahí la pregunta dirigida al yo de cada uno, qué
nos espera. La respuesta es obvia. Leed todo el poema hasta los dos
versos finales: nuestras interrogaciones nos
siguen/ atando con
viejas maromas.
Toda empresa
exige atención, inteligencia, adiestra al lector, lo educa para que
recele de la realidad. El mundo se ofrece como engaño de los ojos,
"Tanka":
La tentación
en un jardín desnudo,
una amapola.
Un beso suyo
y, después, ningún sueño.
Ya he dicho
al principio, que Fulgencio es un hombre de empresa, de muchas
empresas, y el corazón, sin duda, es una de ellas.
II
FULGENCIO EN UN POEMA
"MANTRA DE ESCRIBIR"
MANTRA
DE ESCRIBIR
Un oficio que hace amigos,
como el miedo.
Un lento oficio con dura
marinería rebelde.
Sobre el almanaque del agua
se ruborizan las nubes.
Trae las piñas de los pinos,
y las picaduras del rencor.
Una cuidada excusa al aire.
Para no vivir ni echarlo de menos.
Trae el árbol de la brisa
cayendo frutos de alegría en la tierra.
Balbucea, de nuevo, pequeño niño.
Este poema,
"Mantra de escribir", pertenece al libro,
El año de la lentitud, obra de Fulgencio
Martínez, editado por Huerga y Fierro, Madrid, 2013.
Un mantra es
una oración, cuya eficacia se funda en reproducir los sonidos al
modo original, para que alcancen su destinatario divino. Poseen
efectos sanadores, serenan el ánimo y liberan de todo mal.
Comentaré
estos mantras, sin que la lluvia, que ahora cae sobre la ciudad, se
interponga, aunque debo decir que, el agua propicia la escritura, se
trata de un curso que se hace discurso. El agua tras la ventana evoca
para Machado la melancolía de los escolares. Para nosotros, aquí en
este Sur, la lluvia, siempre ha sido una promesa, porque, de un modo
o de otro, hemos sentido su poder benéfico.
Olvidémonos
de esta circunstancia, pues todo mantra ha de liberarnos precisamente
de la tiranía del aquí y ahora. Fulgencio formula así el primero:
Un
oficio que hace amigos,
como
el miedo.
El poeta
considera que el hecho de escribir es un oficio, algo que se adquiere
con la experiencia y el conocimiento, no es el pararrayos celeste,
no es una excepción, ni aquel albatros. Indica que quizá podría
haber sido otra cosa, pero, aunque el hubiese querido ser sólo
lector, la vida lo ha convertido en escritor, trabajo que hace
amigos, y quizá es verdad, he visto a muchos decir querido amigo,
otros querido lector y amigo, casi todos siempre lejanos, al otro
lado de la carta, o del prólogo, casi siempre de rostro borroso, no
obstante, se los ha ganado, los ha hecho. Quizá han encontrado en
él, su voz, y de esa identificación nace un tipo de unión al que
llamamos amistad.
Sin embargo,
en el segundo verso, agrega: como el miedo. ¿Qué puede significar
esta matización? Aquí vienen a mi memoria escenas de pánico,
cuando por las bombas, terremotos, tormentas, naufragios, nos
agrupamos. Pero, ahí no está la amistad, son momentos en los que se
disputa un espacio que consideramos a salvo, y seríamos capaces de
derribar al otro para conseguir una pequeña parte de ese lugar. Sin
embargo, el miedo agrupa. El miedo altera el orden de nuestras
preferencias, renunciamos a esos trazos egoístas, que a nada
conducen y colocamos en primer lugar aquello que nos beneficia.
¿Hay ironía
en esta imagen? Es posible, aunque sólo indica la condición del
hombre, se refiere a su fragilidad, el miedo escénico, ha de
recurrir a los otros, a los que llama amigos, una manera de
conjurarlos a su favor, lo que se llamó captatio benevolentiae.
Pasemos al
segundo:
Un lento oficio con dura
marinería rebelde.
Lento
oficio. El año de la lentitud, llama Fulgencio al libro en el que se
encuentra este poema. La lluvia cae lenta y produce serenidad,
mientras un coche en la autopista no es lento. El conductor vive esa
experiencia, quizá relajado, pero no sereno. Ese mismo conductor
afirmará que se libera, aunque sabemos que no se refiere a esa
liberación que alcanza el que pronuncia estos mantras.
Aparte de la
lentitud que exige este minucioso proceso, también escribir está
sometido a ciertas limitaciones. El texto sobre el papel, el texto
bajo la mirada del lector, obligan a ir despacio, forman parte de ese
ritmo, por eso este mantra ha de enunciarse con los ojos cerrados, la
puerta cerrada, la voz casi muda. De ese modo la contemplación, la
crítica, la autocrítica y sus correcciones, se ordenarán para
obtener el resultado adecuado.
¿A qué
marinería se refiere el autor? ¿Estaba en algún barco? Una obra
literaria puede ser comparada con un navío que, tras ser construida
en los astilleros, se echa a la mar. El escritor es responsable hasta
que la editorial lo deposita sobre la mesa o la estantería de una
librería. A partir de ese momento no sabe adónde le llevarán las
ondas. ¿Serán los lectores esa marinería? Podría ser, no obstante
creo que se refiere al mismo acto de escribir, y no a esa perspectiva
sociológica que supone: edición, distribución, crítica y venta.
El escritor
se convierte en capitán de barco, cuando ha decidido realizar un
poema, un cuento, una novela,… Por esa razón ha de luchar con las
palabras, esa marinería mostrenca, a la que ha de adaptar a su voz,
la arboladura, el casco, el golpe de timón que le llevará a puerto.
Y esas palabras a las que ha de amaestrar para que entren en lo que
realmente pretende decir. Se sabe que acabarán haciéndolo, pero a
regañadientes, porque no quieren perder ese significado difuso con
el que descansan en los diccionarios.
En el tercer
mantra dice:
Sobre el almanaque del agua
se ruborizan las nubes.
El agua está
sometida a un ritmo estacional, aquí, en esta tierra seca, salpicada
de pequeños oasis, casi nunca llueve. Por eso, Fulgencio, ha
propuesto esta imagen que, como una acuarela, serena el juicio,
reposa el escritor, por un momento se siente ajeno a su angustia, a
la presión continua de la marinería rebelde que le acosa, al lector
distraído que no lo entenderá, a la editorial donde no interesan
sus obras, al ostracismo de la crítica.
Las nubes
que transportan el agua, se ruborizan, quizá porque no han perdido
esa sensibilidad que decimos se posa en el rostro adolescente, quizá
porque descubren que no llueve a gusto de todos, y sin quererlo han
provocado situaciones más o menos difíciles.
Llegamos al
cuarto mantra:
Trae las piñas de los pinos
y las picaduras del rencor.
¿Quién
trae las piñas y las picaduras? Quizá la misma escritura, porque un
escrito encierra otros, tal como la piña, piñones, fruto y semilla,
al mismo tiempo. Quizá es el escritor, el que provoca esas picaduras
del rencor, podríamos preguntarnos sobre la causa de esas picaduras,
¿por qué, el rencor? Será porque el escritor no ha alcanzado
aquello que pretendía. Y al cabo de los días vuelve a su absoluta
soledad, incrementada ahora por el fracaso, ese rencor consigo mismo
que le atormenta.
Este es el
quinto:
Una cuidada excusa al aire.
Para no vivir ni echarlo de menos.
Os acordáis,
amigos lectores: Los suspiros son aire y van al aire, seguro que sí.
El aire, lugar de la voz, de esas sílabas que se han hecho palabras
y dicen. ¿Qué? Excusas. Pudiera ser que el escritor sólo formulase
cuidadas excusas. Indica con ello que es mejor dejar las cosas como
están, que ellas mismas se expresan, y que no procede estorbar esa
comunicación que surge entre el mundo y los que pasamos una
temporada en él, por eso se excusa, porque no ha sabido callar, y
agrega ruido al ruido.
El segundo
verso es más arriesgado, críptico, parece un mensaje de botella, en
principio podríamos interpretarlo como consecuencia del primero,
sería algo así como su confirmación. Sin embargo, conserva su
autonomía, como si obedeciese a una causa interna, causa que no se
nombra. Aquello que no se nombra, puede ser un fantasma por no
conjurarlo, o puede ser ese pasado siempre presente que reside tanto
en las palabras como en nosotros mismos.
Estamos en
el sexto:
Trae el árbol de la brisa
Cayendo frutos de alegría en la tierra.
Oíd, ahora,
el sonido vibrante de la r, suena casi en cada una de las palabras,
como un aire inquieto que agitase las ramas y hace que caigan al
suelo los frutos. Pero quién trae esa brisa hecha árbol. Si hay
voz, hay aire, brisa, y el poeta, recordad es la voz. La imagen, que
propone Fulgencio, es hermosa, la voz es árbol, y deja caer frutos
de alegría sobre la tierra. Como consecuencia es el poeta el que
derrama esos encuentros festivos, sobre el mundo.
Por último,
cierra con este:
Balbucea, de nuevo, pequeño niño.
Hasta que no
seamos niños, no seremos poetas, no seremos merecedores de aquello
que solicitamos. Sed como niños, volved al origen, a la primera
experiencia, aunque parezca vuestra voz, vuestra palabra, un simple
balbuceo. Empezad por ahí, recuperemos nuestro primer contacto.
Seamos torpes como niños. El poeta reconoce que sigue caminos
equivocados y, por tanto, ha de volver a empezar, de ahí que
necesite restaurar su voz de niño. No se refiere al balbuceo del
Dadá, ese encuentro con el azar, la casualidad, como manera de
exponer. No, es otra cosa, es recorrer de nuevo el paraíso, alegre o
triste, de la infancia, recobrar aquella lluvia que oíamos
repiquetear sobre el cristal de la ventana.
José Luis Martínez Valero
ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013
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