Recensión de Anna Rossell
Jordi Jané-Lligé
Del jardí
botànic i altres balades (Del jardín botánico y otras
baladas)1
Emboscall, Tordera, 2011, 93 págs.
Peculiar y original este libro de Jordi
Jané-Lligé (Terrassa, 1968), que sigue la misma pauta de escritura personalísima a
que nos tiene acostumbrados. También ésta es una obra difícilmente
clasificable. Al autor le gusta sorprender a los lectores dándonos
expectativas que no se cumplen, llama baladas a textos que
difícilmente se avienen con las definiciones tradicionales del
término, replantea la definición. Sus escritos no encajan con la
concepción que tenemos de la poesía y, a pesar de todo, lo son en
lo esencial. Pero la singularidad de Jané-Lligé no se agota en lo
formal, por el contrario, si la forma nos resulta sorprendente, mucho
más el contenido, que se resiste más aún a cualquier descripción.
Como insinúa el título, el libro está
dividido en dos partes: la primera, que inicia La Balada del
Jardín Botánico, y la segunda -más extensa-, que el autor
dedica al personaje más presente, La Mosca, que reside en Copons
Street -Balada de La Mosca y Copons Street-, de ambientación
inspirada en la calle Copons de Barcelona. Si bien ambas partes están
claramente diferenciadas, hay conexiones entre ellas. Como si nos
quisiera dar una clave de orientación para el recorrido de la
lectura, la voz poética nos anuncia que De los espacios urbanos
protagonizados por la vida vegetal, / siempre he sentido especial
atracción por el Jardín Botánico. Entregado / a sí mismo, en
estado de perpetua reflexión y auto-/ contemplación, el Jardín
Botánico es un espejo ideal para / el autoconocimiento. (La
Balada del Jardín Botánico). Así el jardín botánico se nos
presenta como metáfora de la diversidad de la vida, no sólo
vegetal, que sirve al sujeto poético y, con él, a los lectores,
para la reflexión y el autoconocimiento. El hilo conductor de todo
este libro de baladas es sin duda éste, la capacidad de la voz
poética para ponerse en el lugar del OTRO, del otro ser vivo -planta
o animal-, pues a menudo la voz se desdobla en dos sujetos en un
ejercicio de ver y conocer desde la perspectiva del otro: Soy
orquídea. / / [...]. / / Si me despeino al viento. Si el viento me
desnuda. / / Soy cactus. / / Soy baobab. [...] (La Balada del
Jardín Botánico), o bien: Alguien grita su nombre en medio
de la calle: ¡Mosca! Alguien llama / mi nombre en medio de la calle:
¡Mosca! Bien fuerte, ensordece-/ me: ¡Mosca! [...] (Final de
la Mosca), o: La pulga, mientras saltaba inexorablemente, se
preguntaba: / ¿Por qué tú, que me miras, no saltas? (Balada
de la pulga). Aunque existe alguna otra conexión entre ambas
partes: es la experiencia de la voz poética de estancias en
diferentes partes del mundo, que se convierten, a través de la
evocación emocional y de la reflexión derivada, en una sola y única
experiencia: así se suceden ambientes de Nueva York con estancias en
Gambia o en Barcelona, atmósferas que, siendo diferentes, no
están del todo diferenciadas pues se funden en el estado anímico
del cantador de baladas, que en un momento de nostalgia evoca siempre
la misma melodía triste, sintomáticamente en inglés, como signo de
lo que se convierte en un sentimiento fundido en el crisol de un
alma: I will be remembering the shadow of your smile. (Balada
del 'mercadillo', La contadora de billetes de un dólar, El caserón
de La Mosca), inglés que, como síntoma, salpica el libro desde
el principio al fin - Copons Street, La
fabricante de esencias (The Nose), La Balada de
los LOST BOYS.
Esta escenografía sirve al sujeto
poético para la experimentación y el autoconocimiento:
experimentación formal y temática, autoconocimiento a través de un
mundo fantasioso ilimitado, como es ilimitado el nivel de deseo de
experimentación vital de la voz poética: La experimentación con
mi cuerpo me acerca a la sensación de desintegración / en lo
absoluto. [...]. La vida radical = la experimentación radical No hay
nada que nos detenga. Lo tenemos que probar todo. La vida es el
experimento más grande que / nunca haya existido. (La Balada
de los LOST BOYS). Este punto de partida contundente presupone la
aceptación de que entrar en el mundo de las baladas de Jané-Lligé
equivale a una aventura también radical donde la convención está
absolutamente ausente, es el cosmos paralelo que se crea el sujeto
poético a medida para liberarse de las imposiciones de la realidad
cotidiana: desacostumbrado como estoy a la ausencia de filtros /
civilizatorios, bajo la mirada hacia el suelo. / Niego la visión.
(Del dolor), el único que le da la libertad de expresarse y
de aprender sin ataduras ni impedimentos.
Pero el lenguaje que gasta el autor no
es complejo, los registros de Jané-Lligé rezuman siempre, eso sí,
una matizada sensibilidad que, a fuerza de imágenes, no necesita
sintaxis para transmitir la sensación inmediata, del momento: Abrir
una granada . Abrir un melón. Abrir un higo. / Los límites del
cuerpo, los límites de la piel. Este querer / extender la piel hasta
que lo abrace todo. (Balada de la Segunda Avenida).
Cualquier ambiente le sirve de materia poética, tanto la visión del
paisaje tormentoso de una isla (Densidad atmosférica) como el
tiempo de espera en una pizzería, que le sirve de impulso reflexivo,
excusa para manifestar la interioridad: El momento es
a-presencial. Poético. / Uno de los cocineros toca la campanilla. /
/ [...] La atmósfera. / Invita a quedarse, a perderse en
pensamientos. (Pizzeria). A menudo es la contemplación de
escenas lo que mueve la voz poética a la escritura, entonces el
registro es esencialmente descriptivo, conciso, sobrio, enumerativo,
fotográfico, directo, el observador evita conscientemente la
interpretación, si bien deja siempre su huella sensible en lo que
hace constar: Las cloacas abiertas de Bakau. Las calles embarradas
/ de Barra. Una cerda que duerme en medio de un charco. Un / baobab
centenario que corta la línea horizontal del paisaje / marinero.
[...]. El olor de mar. La gente negra. El verde del río, del /
cielo, del mar. (Amadou en la carretera costera de Gambia).
Sólo cuando el objeto de observación es el propio sujeto poético
el discurso se hace más filosófico: la actitud pasiva frente al
televisor le sirve para meditar sobre el tiempo, sobre el tedio: Como
el tiempo visto desde lejos, ajeno a uno mismo, sin / experimentarlo
directamente. / Habiéndome separado del tiempo. (Balada del
tiempo frente al televisor), o sobre la paradójica percepción
del tiempo, que se resiste a las palabras tradicionales y obliga al
sujeto poético a la innovación lingüística: Con la verdad
televisiva de trasfondo / intento rehacer mi pasado / haciendo un
esfuerzo de esquizofrenia titánico, / abandonando el tedio / que me
tiene paralizado. / / Intento definir momentanoinfinitamente /
nuestras vidas. [...]. / / ¿Es plausible una poesía / que aspire a
la reconstrucción del pasado, / la fijación verbal del tiempo?
(Carácter momentaneoinfinito de la vida).
Sin cambiar el registro lingüístico
la voz poética nos introduce en la segunda parte del libro de la
mano de su gran protagonista: La Mosca, personaje, sin embargo,
masculino, que observa el paisaje desde la altura de su vuelo.
(La Mosca). El reino de La Mosca es Copons Street y su
prolongación, el barrio del casco antiguo de Barcelona, trasmutado
en el imaginario del sujeto poético en un elenco de personajes que
burlan las leyes del espacio y sobre todo del tiempo, porque los
habitantes de Copons Street son multitemporales, el universo es
atemporal: Los habitantes de Copons Street entrando de lleno en el
enigma del / tiempo, abandonando su condición humana. (Copons
Street, el día de la muerte de La Mosca).
Así, por este escenario de inspiración
barcelonesa desfilan figuras que parecen salidas de las páginas de
una novela de Dickens, como la anciana entrañable cuya voz añora el
sujeto poético el día en que se ausenta: Hoy no has / llenado la
calle con tu voz llena de luz, llena de / nostalgia (La
contadora de billetes de un dólar), los niños que pueblan
eternamente las calles del barrio y son testigos del paso del tiempo:
Sólo ellos saben ver las / antiguas piedras que se esconden bajo
las nuevas. [...] (Los niños recordatorios), o los que,
volviendo de la playa, pasan horas haciendo volteretas, saltando
desde los espigones en el agua, / persiguiéndose por la arena
(Los niños saltimbanquis), o, en contraste con estos,
aquellos que se miran los zapatos, se miran los / pantalones. Todo
limpio, todo ordenado (Los chicos silenciosos), La
vecina que tiene dientes y mañana no tiene, La fabricante de
esencias, La guardiana miope de Copons Street, La
familia decimonónica, El llamador de amigos, El
corredor de fondo de Copons Street, son los héroes y heroínas
humanos habitantes del barrio, que, junto con los animales: las
cucarachas, las ratas, Madame Crisálida, los perros y las palomas,
pueblan el universo imaginario y grotesco de esta calle del casco
antiguo de Barcelona, reinventado. Ellas son, como dice la voz
poética, las figuras legendarias de Copons Street reunidas
(El caserón de la Mosca). Y, en medio de todas, el hombre
gris -el sujeto poético-, que sale de sí mismo y se encuentra a sí
mismo, y que, de modo similar al personaje Eduard Raban, del cuento
de Kafka Preparativos de boda en el campo, quien afirma que no
necesito desplazarme yo mismo al campo. Enviaré mi cuerpo vestido,
también el hombre gris afirma: Salgo de casa, pero titubeo y me
quedo parado en el / umbral de la puerta. La puerta queda abierta de
par en par y yo / me quedo parado dudando. De repente, de mi
interior, como / desdoblándome, sale el hombre gris del abrigo
oscuro y se pone a / caminar con decisión por el rellano, baja las
escaleras con la / cabeza gacha. El hombre gris del abrigo oscuro se
va sin decir adiós. (La balada del hombre gris).
Y puesto que Jané-Lligé no para de
sorprender a sus lectores, sabemos (y esperamos) que el próximo
libro volverá a sorprendernos.
1
El libro se ha publicado en el original catalán;
las traducciones del título y de las citas al español son mías.
Anna Rossell
ÁGORA DIGITAL JUNIO 2013
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