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domingo, 23 de junio de 2013

CRÍTICA DE LA CRÍTICA CATÓLICA AL ABORTO. Diario político y literario de F. M..../50

                         gracias a Amnistía Internacional, en nombre de la Humanidad




CRÍTICA DE LA CRÍTICA AL ABORTO

(o de la necesidad hoy de la Filosofía para el progreso social)



I

La verdad os hará libres, dice el Nuevo Testamento. (Juan 8, 32). Recogemos ese espíritu de amor a la verdad y refundamos en él nuestro derecho a la libertad de pensar; libertad también de pensar lo contrario, o mejor, lo diverso a lo que dicen los intérpretes "únicos" del Evangelio. Pensar (nos enseñó Hegel en su Ciencia de la lógica) es ir de lo diverso a lo más diverso, es decir, pasar de una cosa a su concepto, y de un concepto inerte a otro vivo: de un cauce a otro cauce más ancho, deshacer los tópicos, diluir las frases hechas. Mas, teniendo en cuenta que casi todos pensamos con frases hechas, y que estas provienen de una filosofía o ideología, a la pregunta: ¿Para qué necesitamos de la filosofía?, habría que responder: Pues para manejarnos con la filosofía; es decir, con pensamientos que han inventado otros: los filósofos o sus adaptadores, los ideólogos. 

El "ideólogo", el creador del cristianismo como religión universal fue san Pablo (según Nietzsche anticipó y ha confirmado la ciencia neotestamentaria en el siglo XX). Sus pensamientos ocurrentes interpretaron a su sabor aquella frase dirigida por Jesús a sus paisanos judíos: la verdad os hará libres- ; la "verdad" es, para Pablo de Tarso, la religión cristiana. Pero, aun la interpretación paulina se puede interpretar al pie de la letra (ad litteram) o según espíritu. Como pasa con toda "verdad" (como vale también para la Carta universal de los Derechos Humanos), tan importante o más que lo que dice la letra es su interpretación. Hay interpretaciones conservadoras, regresivas, solidarias, progresivas, de todo hay en la viña de la interpretación. La lucha de las ideas -que es lo que impone su tempo y su substancia a la realidad concreta que vives-­ suele ser lucha en ese nivel de las interpretaciones, pues las grandes verdades o son eternas o fueron ya encontradas, por genios; y casi siempre dicen con una pluralidad casi inagotable de interpretaciones de su sentido.

Viene esto a cuento por el tema del aborto. La iglesia, desde su anterior Papa aún vivo y que en paz descanse, ha venido rearmando una interpretación regresiva y -creemos nosotros- anticristiana y rígida de su moral. Este hecho sería solo un asunto de teología moral si no afectara a la vida diaria de muchos de nosotros, y no solo a los mismos sinceros cristianos (conozco a una profesora de Religión que tuvo que verse dividida entre aceptar el aborto que necesitó su hija o seguir la rígida moral antiabortista del anterior Papado- que, por cierto, sigue siendo la del prelado máximo español, el cardenal Rouco Varela, que en paz nos deje descansar). Así que, la tesis de una Curia romana no solo afecta a la grey cristiana, sino a muchos más que pasaban por allí y que indirectamente sufren las consecuencia de una dilapidación moral cuando deciden abortar, o a los que simplemente se les niega esa posibilidad, aun a riesgo de su vida. Incluso, en el discurso de aquellos católicos más tolerantes, se cuela un poso vicioso del eslogan de que el aborto es pecado, cuando se sienten comprensivos con el error humano y el consiguiente delito de abortar. No hay tal pecado ni tal error más que una determinada ideología que parte de una determinada antropología.

Está reciente el triste caso de la niña salvadoreña Beatriz. Pero no queremos basarnos en él para una reflexión puntual. Sino abordar el debate filosófico sobre el aborto. Quizá, con cierta razón para algunos, este sea un debate ocioso: para un pensamiento laico, la cuestión quedó ya resuelta -tanto a nivel filosófico como moral (véase el libro Ética aplicada, del aborto a la violencia, de José Ferrater Mora y Priscilla Cohn) después de ser debatido largamente en los años 60 y 70, en las sociedades modernas norteamericana y europea: "Obligar a una mujer a seguir llevando un organismo viviente que no quiere llevar parece ser algo así como una especie de esclavitud, una pérdida de autonomía, lo que desde el ángulo moral es aborrecible. Podría compararse un embarazo obligado con un secuestro...Si hay alguna propiedad de algo es la propiedad del propio cuerpo. Si alguna persona tiene derechos de alguna clase, son ante todo los derechos de su propio cuerpo". Y también el aborto parece asunto resuelto en las Constituciones -a través de leyes de casos, o plazos, etc, de condiciones en las que se puede o es lícito abortar. "La mayor parte de las sociedades han establecido leyes que disponen lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer con la propiedad de una persona. Hay leyes relativas a la compra de una casa... estas leyes aspiran a proteger las prerrogativas del propietario de manera que pueda hacer lo que quiera con su propiedad. No hay límites a que uno haga lo que quiera con su propiedad. El cuerpo es una propiedad, aunque hay cosas que no se pueden hacer por respeto a los demás: dar patadas, porque ese modo coarta la libertad de otros; limitaciones que son restricciones concernientes a lo que se puede hacer con la propiedad de uno en tanto que se tiene en cuenta el bienestar de otra persona independiente. El cuerpo es propiedad de una manera íntima, debemos tener sobre él más dominio, un dominio completo".


II

Como todo derecho, el derecho a interrumpir el propio embarazo se ha de realizar bajo ciertas condiciones. Pero, para la ideología de la curia católica, no hay diálogo en este punto. Después del éxito político del papado de Juan Pablo II ante el final del comunismo, con su sucesor Benedicto XVI, el Vaticano instrumentalizó y universalizó en las sociedades neoliberales dicho prestigio político y moral para rearmar un pensamiento católico ultraconservador y regresivo social y humanamente.

En el fondo y en la forma, la Iglesia está en contra de todo tipo de aborto, por una razón que en último término va de la mano de una interpretación -seguimos con aquello de las interpretaciones- determinada del Evangelio. En este caso, de los versículos de Juan 1, 12-14, que dicen (los escribo en latín para más claridad, y porque ustedes son cultos y compartirán o no luego conmigo la posible traducción-interpretación): "nec ex sanguinibus nec ex voluntate carnis nec ex voluntate viri; sed ex Deo nati sunt". Los hijos nacen de Dios, los hace Dios y solo Él puede decidir en su nacimiento o no nacimiento. Esa es la cuestión radical, que está en la dogmática de la Iglesia y vulgarizada en su Catecismo. 

Pero la frase del Nuevo Testamento dice, situada en su contexto: "nec ex sanguinibus nec ex voluntate carnis nec ex voluntate viri; sed ex Deo nati sunt. Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis". Nacemos, procedemos como hombres, no de las sangres, ni de la voluntad de la carne (el deseo sexual) ni de la voluntad humana (o, en su concreción histórica, del macho, varón y amo), sino de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La frase se refiere claramente al renacimiento del hombre como hijo de Dios al hacerse Dios a través de su Hijo Hombre. Ese es carisma espiritual de la fraternidad en Cristo, el sello cristiano por encima de ser judío o gentil. Nada dice la frase de la unión natural hombre y mujer, de la procreación natural; sería hacerles de torpes e ingenuos a hombres experimentados como san Juan o san Pablo, o al filósofo san Agustín, por más que fueran cristianos, el no atribuirles una experiencia de la vida suficiente para saber de dónde vienen los niños. ¿Cómo de esa interpretación descaminante se ha podido llegar al absurdo de sentar el dogma rígido de que no hay libertad de decidir para las mujeres y los hombres, y que los niños los da Dios -otra frase hecha que es réplica de una interpretación- y que hay aguantarse?

Si interpretamos bien, entendiendo por el contexto del Evangelio ( que se refiere al "renacer" del hombre en Cristo, no al nacer natural, desde sus padres) podemos extraer lo que piensa el Evangelista sobre este nacimiento natural: los niños vienen de las sangres, de la voluntad o apetito carnal, que es como no menos libre que la voluntad propiamente humana, racional, pero el Evangelista alude también enseguida a esa voluntad humana, a la libre elección. La vida es un proceso natural finalístico que necesita de tres cosas: el cuerpo ( de la mujer, y las sangres de los dos, hombre y mujer), pero también del apetito - la voluntad de la carne, a la que los curas renuncian y denigran de forma antinatural, por cierto- y, sobre todo, de su fin final: la voluntad humana. Porque -fijaros- hasta aquí no se ha dicho más que hombre y mujer, no padre y madre; decidir ser padre o madre es asunto exclusivo de la voluntad libre de los seres humanos, de la pareja humana, Nadie puede imponerme ser padre o madre, ni a una mujer se le puede imponer ser madre por el hecho de que haya pasado por los dos capítulos anteriores, de la sangre y la carne.

"Dios creó al hombre a su imagen y semejanza". Que Dios creó al hombre, si se fijan bien, es contradictorio con el mismo concepto cristiano de Dios y de creación: ¿crear qué significa?. Siempre se ha hecho hincapié en un crear de la nada, para manifestar la omnipotencia y autosuficiencia del acto creador y del divino Creador. Al contrario, si lo pensamos bien, crear implica siempre crear algo para alguien, no para nadie; si Dos creó al hombre fue para el hombre, para que él decida y piense por su cuenta.

Si los católicos ultramontanos están dispuestos a revisar las ideas éticas de la modernidad, oigan esta advertencia: la filosofía moderna puede volver a señalarles en sus mismas carnes las frases hechas que siguen adorando, las inepcias de sus interpretaciones, incluso de ese concepto tan capital como la creación del mundo y del hombre por un dios que nos trata como cosas y siervos suyos. Y que nos niega nuestra más pobre heredad: el dominio sobre nuestro propio cuerpo.




Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía y escritor cansado

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