ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

lunes, 20 de noviembre de 2023

En el hotel (Paisaje para Edward Hopper). Relato de Antonio Rubio López. Ágora número doble especial homenaje a Andrés Salom. Ns.23-24 Nueva Colección / Relatos

                                                                Edward Hopper (1934)
 

 

RELATOS

En el hotel (Paisaje para Edward Hopper)

 

      por Antonio Rubio López

 

El hotel había sido decorado con el gusto de veinte años atrás. Eso hacía que su aparente antigüedad tuviera un aire de falsificación. También los materiales despertaban sospechas, el cuero de los sillones, las maderas de los biombos, la moqueta en lugar de alfombras, el mismo aspecto envarado del personal, los botones, los recepcionistas. Todo lo que quería ser solemne en realidad no pasaba de ser un poco triste. Pero lo que le faltaba en glamour, le sobraba en tamaño. El hall impresionaba, desde fuera no se hubiera podido sospechar un espacio tan amplio, y el número de habitaciones superaba las doscientas. Quizás en otro tiempo pasaban por aquí clientes distinguidos, viejas glorias. Pero ahora era la época de los tour-operators y de las ofertas de viaje. Los autobuses descargaban continuamente remesas de jubilados y de otra clase de grupos organizados que se detenían en este punto para hacer algunas compras y disfrutar de una vista panorámica.

            Para ellos, que vinieron en uno de esos viajes desde el frío norte era un decorado suficiente si en el exterior podían tener unos días de sol y aire fresco. No celebraban nada en especial, excepto el hecho de una vejez estable lejos ya de cualquier ambición de futuro o de ahorro, cuando la cuenta de los días se echa ya a menos. A ella de cualquier forma le hacía mucha ilusión este tipo de viajes, y se había mostrado eufórica desde varios días antes mientras preparaba sus vestidos y otros detalles de los que sólo una mujer se puede ocupar. Él en cambio lo aceptó como algo inevitable y nada le hizo cambiar esa mueca torcida que el tiempo había labrado en su cara. Era un frustrado más, celoso guardián de los intrincados reinos de la amargura en que lo había sumido el fracaso de su matrimonio, por no decir de su vida. Eso que las gentes y la literatura llamaban amor, para él resultaba un tanto etéreo, enojoso como para haberle dedicado algún esfuerzo.

            No decía que no, había aceptado el viaje, pero que no le vinieran ahora con exigencias del guion. Le era indiferente el paisaje, el hotel, el hall del hotel, todo. Y le molestaba especialmente formar parte de un grupo de ancianos y excitados turistas. Era como una prolongación de esa comedia que había tenido que aguantar toda su vida, incluido su matrimonio. Porque todo el bienestar que se había construido en base a costumbres fijas y solitarias colisionaban con las ilusiones y fantasías de su mujer que tanto le irritaban.

            En esos momentos que ella conocía perfectamente su única salida era replegar su alma, bajar el tono de voz, acaso farfullar una protesta sin destinatario, ensimismarse, infantilizar sus gestos y morir un poco. Para todo era ya demasiado tarde, incluso para echarse atrás.

 En el desayuno las parejas iban apareciendo poco a poco en un desfile suntuoso y se iban acomodando en el restaurante. El olor a lavanda y a loción after-shave fue abriéndose paso entre el aroma del café, de la bollería recién hecha y del zumo de naranja concentrado. El ambiente, edulcorado con el hilo musical y las chaquetillas blancas de los camareros como ángeles amables y serviciales flotando entre las mesas, trayendo y llevando las jarras de café y de leche, tenía tal encanto que algunos desearían que el día fuera eso, un eterno y prolongado desayuno a medio despertar, en donde quedarse.

      Ella celebraba cada pensamiento, cada emoción que le despertaba el entorno, los pliegues del mantel recién planchado, la suave inclinación del camarero que le llenaba la taza. Aquella mañana tenía una sonrisa para todo, saludaba, daba las gracias continuamente transportada quizás por las melodías contagiosas del hilo musical.

        ¿Quieres otra pasta cariño?invitaba a su marido señalando un canastillo rebosante de pastelería y confites.

        No no, ya he tomado.

     Hum!...yo probaré este. Debe ser una pasta típica del país...dijo hambrienta y entusiasmada. Pidió más café con leche y él fumó un cigarrillo, contemplando decepcionado cómo eran devastados varios meses de estricta dieta, de comidas sin sal, de discusiones sobre el colesterol. En fin, no quería agriarse la mañana como por otra parte era lo habitual en él, así que pensó en otra cosa.

¡Uy! querido, están deliciosos estos bollos de crema, deberías probarlos. Estoy pensando en guardar alguno en el bolso para después, por si te apetecen, ¿crees que me dirán algo?

        No querida, no es necesario, ya los probaré mañana.

   Ah! claro. Seguro que mañana también habrá, soy una tonta...es que me encuentro un poco excitada con tanto lujo y atención. El servicio es tan atento. Creo que lo pasaremos muy bien ¿verdad?

Él hubiera debido aportar su punto de vista, pero el humo de su cigarro había colocado su mirada por encima de las cabezas, en un punto perdido, y ausente contestó:

        Claro...claro.

 Esa había sido su vida, una vida de desayunos truncados, de pastas resecas, de cigarrillos en solitario, después de noches sin sexo ni abrazos, o de sexo sin ojos, sin dedos, puro ejercicio fisiológico. Él encontraba hasta indecente esta invitación al juego, a la celebración, y la esquivaba deliberadamente.

 

     El resto del día fue un recorrido programado junto a decenas de compatriotas que se apuntaron a la excursión. Obedientes se dejaron trajinar arriba y abajo hasta que extenuados fueron devueltos al hotel. Se cambiaron de ropa antes de bajar al restaurante donde fueron obsequiados por una opípara cena y ellos, cumplidores, comieron todo lo que les sirvieron, olvidándose de las precauciones propias de su edad. Después pasaron al bar donde ocuparon unos enormes butacones en compañía de otra pareja de la excursión. Pidieron bebidas exóticas y dejaron hacer al pianista que amenizaba la velada. Versiones al órgano de viejos temas del país se alternaban con versiones de temas más internacionales, todo dentro de esas maneras de hacer que estudia el marketing del turista universal desde las Bahamas hasta Hong-Kong. Aventura y confort. Cualquier lema que suene internacional.

      Poco a poco el bar fue cobrando ambiente, en la medida claro que permitía la edad de los grupos que lo frecuentaban. Pero clientes más jóvenes del hotel fueron llegando. Ellos por su parte seguían apoltronados disfrutando de los licores. Él ni siquiera era capaz de recordar la última vez que tuvo la audacia de pedirse un Daiquiri, cosa que había hecho esta noche, y al que se aplicó con la gula de un niño en paladear el azúcar con la lima y el ron. Le entró calor, sintió cómo se le inflamaban las mejillas y cómo le desbordaba toda la excitación contenida que le costaba horrores disimular. Se contuvo y hasta se divirtió pensando hasta qué punto su mujer allí al lado ignoraba todo lo que pasaba dentro de él en ese momento. Optó por olvidarla, ya lo tenía conseguido en cierto modo, y se dedicó a sí mismo. Tras un circunspecto y exhaustivo autoexamen se sintió satisfecho y rejuvenecido. Comprobó cómo sus pulmones aún se podían llenar de aire, que el pecho se le inflamaba, que aún podía apretar los muslos a la altura del esfínter, que la sangre le corría por las venas y le cosquilleaba por los pies. Si hubiera habido un espejo puede que hasta se hubiera encontrado guapo. De haber sabido bailar lo habría hecho pero por suerte no era así. Alrededor todo empezaba a animarse. Grupos que entraban en alegre cháchara, camareros que llevaban bandejas cargadas de bebidas sofisticadas de colores, y entre la confusión, las adolescentes piernas de una jovencita que se contoneaba torpe y graciosamente, de las que ya no se apartó su mirada ni para pestañear. El daiquiri había hecho sus efectos y toda aquella rectitud y moral que aquel pobre tipo creía llevar cada día como una camisa recién planchada empezaba a sudorar ahora sin control posible. No pudo evitar el miedo a que todos sus deseos obscenos prendidos a las caderas de aquella jovencita, fueran descubiertos así que los puso a buen recaudo, disimulados tras una postura artificial. Sólo podía estropearle la noche su mujer que emocionada y valiente se lanzó a la pista dispuesta a arrasar todo aquel siniestro territorio de sombras y silencios. Y bailó como una loca entre gestos y risas desencajadas, sublime y grotesca. Cualquiera que se hubiera asomado al alma de aquella mujer hubiera aplaudido aquel coraje, hubiera comprendido aquel grito que se esforzaba por salir, pero él, que permaneció inmóvil en el sillón le lanzó una mirada de desprecio y odio tal que la pobre quedó en evidencia y petrificada en medio de la pista.

     No se movió, no salió en su ayuda, la dejó patalear y hacer el ridículo hasta saciar su crueldad. Ni siquiera la recibió cuando volvió a la mesa extenuada, sudorosa, jadeante, coronada por los misteriosos laureles que Baco sólo concede a sus elegidos. Un triunfo para ella, y un nuevo y lamentable fracaso de ambos.

 

     El pintor norteamericano Hopper pinta en sus cuadros la atmósfera y los personajes en el momento exacto, en la hora congelada del final de toda esperanza.

 

 


ANTONIO RUBIO LÓPEZ es profesor y escritor formado en el teatro y en la filosofía. Nace en 1960, en el término de Vélez Blanco, hace el Bachillerato en Caravaca de la Cruz y los estudios de Filosofía y Ciencias de la Educación en Murcia y Barcelona. Se licenció en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona y realizó estudios de Arte Dramático en esa ciudad y en París y Londres, a la vez que se integró como actor en diversos grupos teatrales, como Rebombori, Teatral Arma, CNT Clasico, Cía Francisco Nieva, Elan Teatre, Grottesco Theatre in North America. La afición al teatro le lleva a ejercer este oficio durante varios años por diversos países, y de aquellos pasos saldrá el germen de su primer libro de poesía Alcabala del tiempo, publicado en 2005 en Murcia, bajo los auspicios de la revista Ágora, donde colabora desde su fundación. En la actualidad es profesor de Filosofía en Barcelona.

 

 

ÁGORA DIGITAL / RELATOS / NOVIEMBRE 2023

No hay comentarios:

Publicar un comentario