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viernes, 17 de noviembre de 2023

¿CÓMO CONTAR AQUELLOS AÑOS? LITERATURA DEL MEDIO SIGLO. Por José Luis Martínez Valero. ÁGORA EN HOMENAJE A ANDRÉS SALOM. Avance del número doble 23-24

 

         Miguel Espinosa, en el café Santos…  (Estatua de Asklepios)

 

  

¿CÓMO CONTAR AQUELLOS AÑOS?

LITERATURA DEL MEDIO SIGLO

 

 

      Por José Luis Martínez Valero

 


¿Cómo era la literatura en Murcia, entre los años cincuenta y ochenta del pasado siglo? La casa, las calles que conducen al trabajo, los viejos jardines, las pequeñas plazas forman ese lugar donde anidan los recuerdos. Toda ciudad es memoria, caminamos sobre el pasado, fechas, libros, revistas, diarios, constituyen ese suelo borroso sobre el que nos movemos.

La ciudad también está hecha de olvidos, de ahí que, cuando trato con otros sobre ese tiempo, compruebo que, aquel cuadro, que recorro, también pudiera haber sido otro. Los nombres, los libros, se convierten en una niebla que nuestra radiante luz disipa, así que no será extraño que echéis de menos otros, pero este recuerdo es sólo parte de una conversación que, probablemente, podemos continuar otro día.   

En los primeros cincuenta, del mismo modo que en la prensa leíamos artículos de Azorín o Pérez de Ayala, representantes del 98, era más fácil encontrar autores vinculados con aquel Veintisiete, colaboradores en Verso y Prosa o Sudeste. También, amigos o lectores. Así José Ballester, Juan Guerrero, Andrés Sobejano, Carlos Ruiz-Funes, Antonio Oliver, quien ejerce en la prensa local desde Madrid, Carmen Conde. En la Universidad, Ángel Valbuena, por “traslado”, compañero de oposición de Jorge Guillén, 1925, practica una enseñanza sabia y amena en la que, extraño para la época, solicita la opinión de sus alumnos, compone un libro de sonetos: Abrazo de sombras, Alábega, Murcia, 1954; Andrés Sobejano, José Loustau, Carlos Clavería, amigo de Jorge Guillén, el poeta y profesor Dictinio de Castillo-Elejabeytia.

Entre los pintores unos en el exilio: Ramón Gaya, Pedro Flores. Otros, en un exilio interior: Juan Bonafé, Luis Garay. Quizá el más vanguardista, Mariano Ballester, sus temas, el color, la manera de afrontar el cuadro lo convierten en guilleniano, hay una luz, una pasión por la vida que recuerda al existencialismo jubiloso de Cántico. 

La ciudad tenía dos Institutos de Enseñanza Media, masculino y femenino, estricto orden de la época. Varios colegios privados religiosos con internado. Una Escuela Normal, Seminario, Conservatorio, graduadas, obra de Pedro Cerdán, situadas en los cuatro puntos cardinales y la Universidad, limitada por una espléndida huerta que pronto la concejalía de urbanismo incluiría en el catastro como terreno urbano. La realidad era lenta, comparable a un paisaje, como un monte o un río. Niñez y adolescencia se prolongaban, hasta que de repente se entraba en el mundo de los adultos gracias a la mili. Entonces todo cobraba otro ritmo, definitivamente la corbata y el trabajo se aliaban con escasas lecturas. El mundo que antes parecía girar, de pronto aparecía quieto, como acabado. La vida se convertía en algo repetido, uniforme.

Sin embargo, hubo algunas excepciones. Según cuenta Eugenio Martínez Pastor en Mis recuerdos de Asensio Sáez, artículo publicado en el Homenaje al académico Asensio Sáez, Murcia 2008. Donde refiere que en 1955, Jesús Hernández, escritor de Orihuela, en colaboración con el Ayuntamiento organiza “el primer Congreso de escritores del Sureste”. De Cartagena asisten, Joaquín Ortega Parra, quien tras un largo silencio se convertirá en poeta de numerosos libros con una temática autobiográfica, que implica sus orígenes republicanos y actitud política, María Teresa Cervantes, Antonio Abellán y los hermanos Javier y Eugenio Martínez Pastor. De La Unión participan María Cegarra y Asensio Sáez. La presencia de Carmen Conde unirá a ambas delegaciones lo que dará lugar a largos diálogos entre Eugenio y Asensio. Dice Eugenio: El protagonista del referido congreso fue Miguel Hernández, aunque viviéramos en plena dictadura franquista. Por allí aparecieron sus cuñados y otros familiares tanto del poeta como de la familia Sijé, fue un oasis de tolerancia, donde todos los asistentes participamos de una bocanada de aire fresco.

Por esta razón, pese a todo, algunos seguían leyendo, otros sentían la necesidad de escribir, quehacer que les excluía de aquellos campos serenos, de su monótona apatía. Trataré sobre estos escritores que, como calles o plazas, forman parte de este mundo en el que hemos vivido.

Antonio Segado, excelente lector, era un niño que escribía, cuando comenzó en el periódico, contaba que, con quince años, cobraba el salario destinado al perro, cuya asignación seguía recibiéndose, aunque ya no existiese, luego compondría algunos textos notables. Nunca perdió su disposición ante la mañana del nuevo día: el asombro.

La revista Monteagudo, cátedra Saavedra Fajardo, dirigida por el catedrático Baquero Goyanes, alteraba el pulso de los estudiantes que publicaban en ella, pues equivalía a un reconocimiento que con el tiempo los lectores irían confirmando.

Francisco Alemán Sainz, daba al periodismo un curso narrativo, donde destacaban la buena escritura, bien informado, lector empedernido y una imaginación desbordante.

Francisco Cano Pato, componía unos poemas luminosos como los de Jorge Guillén, rigurosos por su métrica, de imágenes exactas. Era un hombre de una simpatía y conversación que alegraba a todos los que compartían su tiempo.

Miguel Espinosa, 1926-1982, en el café Santos, era reconocido por algunos amigos como un deslumbrante visionario, teórico heterodoxo del que se comentaba que escribía un texto críptico que encerraba la mejor crítica a toda dictadura. Ensayista: Reflexiones sobre Norteamérica, 1957, primera edición por la Revista de Occidente, con prólogo de Tierno Galván. Novelista: Premio Ciudad de Barcelona, 1974, por su libro Escuela de Mandarines, sigue La tríbada falsaria, 1980. Póstumas: La tríbada confusa, 1984; Asklepios, el último griego, 1985; La fea burguesía, 1990; Cartas a Mercedes, 2017…

 

Francisco Sánchez Bautista al que todos llamaban Paco, deslumbrado por el paisaje y sus gentes, ponía en paralelo, la escasez de lluvia, las tierras duras, cuarteadas, que abrían con el azadón los campesinos, con el hambre y la emigración, que confirmaba la posibilidad de saber qué se iba comer al día siguiente, más adelante su trato con los clásicos y el humor de su Pajarodia, siempre perfectos sus sonetos, un gran contador de historias, poeta comprometido y ensayista.

Andrés Salom, judío de origen humilde, ejerció diversos oficios, pasó varios años en prisión por sus “ideas”, como en el más puro estilo inquisitorial, se decía sobre todo aquel que, con más o menos claridad, formulaba un juicio sobre la realidad, que no solía coincidir con el oficial en aquel paisaje uniforme. Fue en esos años de cárcel donde se especializaría en cante jondo, buen lector, poeta, pintor aficionado, articulista, por su larga vida, llegó a ser considerado el último comunista. 

 

 

María Cegarra, entre exámenes, componía poemas con precisión de fórmulas. María Cegarra, que había escrito aquel libro que llamó Cristales Míos, 1935, que luego sería su casa, camino del faro en Cabo de Palos, se convierte en una de nuestras mejores poetas. Entre tanto, Asensio Sáez que ha resucitado La Unión y sus cantes, dibuja, pinta y escribe, en verano desde Cala Reona en su casa, que parece una barca encallada sobre el ruido constante del agua frente a las rocas, muy cerca vemos Punta Espada y allí Cala Dorada y Calblanque.

Presidía un existencialismo de origen francés, serio y triste, La Náusea, de Jean-Paul Sartre, más un cierto compromiso, que conformaba un estar siendo sin sobresaltos, ni demasiadas esperanzas. Camus había influido por sus ensayos y por La Peste y El extranjero.  Publicar era un atrevimiento, ya que nadie solía dar por terminadas sus obras.

En aquellos años, como debajo del agua, fueron muy importantes algunos cafés, locales calientes, cargados del humo de tabaco negro. Semejante a aquella atmósfera de La Colmena de Cela, islotes alejados de la realidad oficial, espacios en los que se habla con alusiones, metáforas, circunloquios, nombres, que se parecen a la verdad. Un hablar que fabulaba, no era un cruce de preguntas y respuestas, a menudo momentos que se parecían más a monólogos en los que repetían aquello sobre lo que estaban trabajando, textos que surgían de lecturas directamente o imaginados.

Cada mesa era un puesto elevado sobre el llano desde el que se opinaba tras haber arrojado una mirada sobre la prensa, las calles y sus gentes, la última película, tal programa de radio, una frase escogida que por un momento resumía el yo y sus circunstancias. Otras, la mesa se convertía en el camarote de un barco que, sobre la cresta de la última ola, permitía ver algo más.

Miguel Espinosa solía utilizar nombres de vecinos a los que atribuía anécdotas, teorías, sentencias, aforismos que, quienes los conocían juzgaban imposibles, cuando no burla. Entre los oyentes hubo algunos que se molestaron y consideraban que se estaba violando la privacidad. No era este el objetivo que se proponía Miguel, sino que, al aproximarlos, desplazaba ese tabú que corría el riesgo de convertirlos en figuras intocables, rompía el cartón piedra al que suelen tender los personajes en la provincia.

Una ciudad nunca está quieta, la nuestra acostumbrada a olvidar monumentos, decidió compartir, cincuenta años después, la suerte de la Gran Vía madrileña, tenía por objeto unir las dos estaciones de ferrocarril, la del Carmen y la de Zaraiche. Calles estrechas, tranquilas que solían terminar en pequeñas plazas, concesiones medievales de pasos peatonales, se ven confundidos y perderán su identidad, aquellos hornos como estrechas calles. La avenida, equivalente a la modernidad, obligó a cambiar la fachada del Banco de España. La plaza de Santa Isabel que más tarde se convierte en garaje, pierde su plácido estar decimonónico y el arco del Vizconde. La calle Madre de Dios, queda cortada y los Baños Árabes serían enterrados bajo el asfalto. Acisclo Díaz, conocido como calle de la Acequia, donde aún era posible en algunos puntos contemplar el agua que fluye. Algunos hiperbólicos consideraban que dotaba a la calle de cierto ambiente veneciano. Los barrios tenían el nombre de las parroquias, que aún mantiene la Murcia decimonónica, que se resiste a los distritos postales y las campanas anunciaban bodas, difuntos o las correspondientes misas. Terrados y palomares conformaban las alturas donde constantes golondrinas trenzaban el aire.  

En los cincuenta y sesenta, las calles se cerraban a las diez, caso de encontrar a alguien, seguro que volvía del teatro o del cine. Entre estos trasnochadores, siempre estaban Miguel Espinosa y su amigo, interlocutor perfecto, López Martí, quienes mantenían despierto el pensamiento de esta ciudad hasta pasada la medianoche.

Alicante en aquellos mismos años, me refiero a los sesenta, era para algunos el paraíso. Los extranjeros, “las chicas rubias”, atraídos por el sol y los precios, playas y paisajes casi vírgenes, proporcionaban un colorido que alegraba las calles vecinas al puerto.  El tranvía rodeaba la plaza del Portal de Elche, a un paso del Postiguet, todavía con algún balneario. Entre tanto, en La Manga se comenzaba a construir, mientras las dunas invadían la lámina de asfalto que pretendía llegar hasta el final. De repente, los coches, los constructores y compradores, extranjeros o nacionales lo ocupaban casi todo, mientras, algunos pueblos y tierras alejados del mar se iban despoblando por una emigración temporal que luego se haría definitiva.

La zona norte de la capital fue creciendo, perdimos el pequeño tren de Caravaca, tan pintoresco que hoy sería rentable turísticamente.    

 

 En su juventud[Eliodoro Puche]

 

En Lorca, Eliodoro Puche, años 50, permanecía en su exilio interior, rodeado por escasos amigos, inquietos y críticos, jóvenes pintores, Margarita Lozano… Aunque por esos años mantiene inéditos los libros gestados en sus años carcelarios, poco después, se publica una breve antología de poemas que abarca más de veinte años. El Chato Evaristo, cubierto con su capa, componía poemas dadaístas con los títulos de los libros en el escaparate de la librería, calle Alporchones. José María Castillo Navarro, novelista, tras su larga estancia en Cataluña, vuelve, sus novelas tienen una carga social: La sal viste de luto, Caridad la negra, Los perros mueren en la calle, Con la lengua fuera… Luego, surgirá el grupo Espartaria que definitivamente renueva la escritura. Abundan los poetas y los narradores. 

 

 

 

El pintor Vicente Ros, Cartagena, sigue con su estudio y sus camarrupas, Gabriel Navarro y Ramón Alonso Luzzy, sus colaboradores, más tarde notables pintores, mantienen el espíritu de la desaparecida Universidad Popular que habían dirigido Antonio Oliver y Carmen Conde. En su taller solía ofrecer café a todos sus contertulios, sin que hubiese temas clausurados.  Escuela de tolerancia, acogía a poetas a veces muy jóvenes.  Discípula en pintura, María Teresa Cervantes, publica su primer libro. Poco después la vemos en París, un instituto del Pirineo francés, definitivamente Alemania, donde imparte docencia casi treinta años. En el 94 con su libro El desierto, primer premio Emma Egea, comienza su vuelta a Cartagena.  Alberto Colao, licenciado por la Universidad de Montpellier, interesado por los estudios bíblicos, funda la editorial Athenas, colección Almarjal, abre una librería con tertulia. Los hermanos Martínez Pastor, ensayos, poemas, historia, ponen una nota reflexiva sobre el páramo. Desde la distancia, siempre presentes: Antonio Oliver, con sus Loas que restablecen el sentido profundo de palabras elementales y Carmen Conde:  Poemas de Mar Menor, vuelve al origen. José María Álvarez, incluido en Los Novísimos, para el que nada es nuevo, si antes no ha sido, dará testimonio de esta actitud en su Museo de cera, que comienza en 1970 y finaliza, tras variadas ediciones, treinta años después, lo que no impide ediciones posteriores.

De Cieza, María Pilar López, poeta y comadrona, ambas profesiones dan a luz, acordes en cuanto que son estados nacientes. Cieza ha sido un lugar donde se ha valorado la pintura, Toledo, Lucas…Tras diversos ensayos aparece La sierpe y el laúd, inspirada por Aurelio Guirao, poeta, pintor, dramaturgo, narrador, que tiene como objetivo reunir a quienes sienten la inquietud de la poesía. Este grupo se propone no sólo la publicación de una revista, la edición de obras, sino que promueve unos encuentros con poetas y profesores donde asisten jóvenes de la región.

Salvador García Jiménez, nacido en Cehegín, comienza escribiendo sobre la angustia de un barrio medieval, Puntarrón, que salva del olvido. Narrador, poeta y ensayista, siempre original.

La librería más destacada en Murcia es Aula, fundada por algunos profesores de la Universidad, instalada definitivamente en Andrés Baquero, se convierte en un lugar de encuentro, plácido y silencioso, donde se podían hojear los libros. Biblión, Jiménez y González Palencia, completan el círculo. Más tarde será Diego Marín el librero por excelencia. 

 

 

                 María Pilar López

 

Charles Moeller y sus libros de Literatura del siglo XX y Cristianismo nos pusieron en contacto con lecturas prohibidas o desconocidas. Lo recuerdo en Murcia, 1960, Caja del Mediterráneo, conferencia en castellano que pasó al francés en el turno de preguntas. 

 La Universidad, 1967, proyecto de los alumnos Valdi y Baldo, se abre un encuentro de poesía, que titulan Zauma, que significa algo así como cosa digna de ver, maravilla, revista oral, que se anunciaba con pequeñas tarjetas. Sesiones a las que asistían algunos profesores y muchos alumnos. Tras la lectura de los poemas por uno o dos de los ponentes, se procedía a abrir la intervención del público, tratando el porqué de algunos versos, la métrica, los temas, el compromiso. Las inquietudes sociales que cristalizarán en el 68, aparecen como constantes más o menos veladas. Participaron Paco Sánchez Bautista, Andrés Salom, Pilar López, Carlos Clementson, Pedro Provencio, Martínez Valero…Y otros, cuyos nombres no recuerdo.  A veces interviene con algún poema el poeta y profesor Andrés Sobejano. Quiero destacar como asistente al pintor Párraga, que siempre tenía alguna pregunta sabrosa, oportuna y divertida. Tras el acto, los participantes proseguían sus comentarios en alguno de los bares que circundaban el claustro de la Merced.

Silenciosamente habían comenzado a llegar los exiliados, muchos en forma de libros, así Max Aub, Arturo Barea, Rosa Chacel, María Zambrano, Ramón Gaya…Acompañados por escritores hispanoamericanos o latinoamericanos: Borges, Neruda, Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, su lectura supone un descubrimiento semejante a otra realidad, que dio lugar a lo que se llamó realismo mágico. Cela, después Nobel, tras su estupenda Colmena, seguía con sus publicaciones y la extraordinaria revista: Papeles de Son Armadans.

En el 62 aparece Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Frente a un realismo añoso en distintas versiones, acabará imponiéndose la composición del texto y no el objeto que trata, aunque hay libros de carácter documental extraordinarios, aquellos Campos de Níjar de Juan Goytisolo, ahora el discurso pasará a ser su tratamiento, importa la sintaxis. Si se compara con la pintura de la época, nos detendremos en la abstracción, no presenta un objeto reconocible, sino manchas que, por su combinación, por su color equivalen a una denuncia, un estado emocional, el encuentro con otra realidad diferente. Era muy difícil hacer ver que todo cuadro, toda palabra es una abstracción, que su repetición convierte lo que vemos u oímos en objeto de uso. Conmociona, sorprende, estimula romper con ese alfabeto convencional. La literatura se hace cómplice de este proyecto. 

Entre tanto, década de los sesenta, el río seguía con sus dos puentes, y aún desconocíamos que la autovía de circunvalación se acercaría tanto a la ciudad que pondría en peligro el clásico Malecón, con el viaducto y su constante ruido. La huerta y la ciudad se iban distanciando, al mismo tiempo que se confundían unos y otros.  Más tarde se impondría una manera de hablar con vocales abiertas que algunos han creído consustanciales al habla murciana, poco después se olvidaría el aliacán, ictericia, y su remedio al contemplar el curso de las aguas del río o de las acequias.  Las bicicletas que habían sido sustituidas por las motos, pronto pasarían a automóviles, aquellos seiscientos, pequeños, en los que toda la familia cabía por numerosa que fuese. Aparecieron los corredores urbanos y se sustituyeron fiestas y costumbres. El huertano se transformó en una reliquia que necesitaba ser explicada. Comenzó el ir de tascas, aún no se hablaba del tardeo, la marinera venció al pastel de carne, que, sin embargo, mantiene un protagonismo que está fuera de toda duda.

En los años del silencio se decía con certeza que algunos escritores habían guardado en sus cajones escritos capaces de despertar todas las conciencias. Luego se descubrió que sólo fueron proyectos, casi todos fallidos. Aunque en aquellos años supuso una esperanza. 

De la mano de los clásicos viene la renovación, hay que sumar   Leopardi, Cernuda, Pessoa, Cavafis. En el 77 se concede el Adonáis al joven Eloy Sánchez Rosillo por Maneras de estar solo. Aporta otro concepto del poeta. Más adelante Premio Nacional de poesía, continúa su obra. Como narrador, Pedro García Montalvo, comienza sus publicaciones que también traspasan el ámbito regional. 

    La identidad, en forma de comunidades, pone su acento en marcar las diferencias con el vecino. Entre tanto, los escritores, gracias al impulso de la Editora Regional, se publican en diversas Antologías: Eliodoro Puche, Julián Andúgar, Francisco Sánchez Bautista, María Cegarra, Antonio Oliver…En el 79 se celebra el primer congreso de escritores murcianos, también el último, Preside Castillo Puche, intervienen entre otros Miguel Espinosa, Paco Sánchez Bautista, María Cegarra…

 

 

 

                     

Por esos mismos años se establece en Murcia Dionisia García, fundó junto a Paco Sánchez Bautista y otros la revista Tránsito, que restablece definitivamente la conexión de Jorge Guillén con nuestra ciudad. Narradora, ensayista, y sobre todo poeta, desde El vaho en los espejos, 1976, hasta Regresos, 2017, reúne su obra casi completa en Atardece despacio, de esta antología podría destacar: Señales, 2012 y La apuesta, 2016, pero quizá sea un atrevimiento, pues todos sus libros son ramas del mismo Árbol. La obra poética se continúa con Mientras dure la luz, 2021 y Clamor en la memoria, 2022. Escritora de aforismos, que reúne en varios títulos y una biografía mágica: Correo interior, 2009. Este año, 2023, ha sido reconocida con el Premio Nacional de la Crítica, modalidad poesía por su libro Clamor. Dotada de una eterna juventud, el curso de su escritura prosigue.

Quiero recordar la figura de Pedro Cobos y su “novela” La vida perdularia, otra manera de afrontar la historia.

 

 

 

 

Es el tiempo de las revistas: Azahara, con Juana J. Marín Saura, Antonio Durá; Márgenes, de la mano de Ángel Montiel, la Quincena, de Antonio Gras, Tránsito, Arrecife, de Enma Pérez Coquillat, La Sierpe y el Laúd, del grupo presidido por Aurelio Guirao, Octubre, de Jesús Bellón; Ágora de Fulgencio Martínez, Agua y Pasos, de Eugenio Martínez Pastor. Algunos bares, se pueblan de poetas y, entre copa y copa, oímos recitar versos, unos pocos tienen sus propias publicaciones: La Puerta falsa, Cuaderno de Bitácora en Ítaca. La Universidad, transforma Monteagudo en el Aula de Poesía y sus publicaciones; en el Gaya: Poesía en el Museo; Encuentros con la poesía en Águilas, la Biblioteca Regional, el Café del Archivo… Surgen premios, quizá entre los más duraderos persisten: el Dionisia García y el Luis Santamarina.

 

           


Portada del n. 1 de Ágora-Papeles de Arte Gramático

 

 

    Como revista elijo Ágora, aparece en febrero de 1998, con un Woody Allen en la portada, que coincide en la ironía, el ingenio, la ruptura con que Fulgencio Martínez, ya poeta, quiere dotar a su proyecto. De todas las que he enumerado es la única que se mantiene, siempre diversa, creación y crítica, abierta a todas las lenguas de nuestro país y a Europa. En los últimos años destaca la participación de la lengua rumana con las estupendas traducciones entre otros de Joaquín Garrigós. Ágora, dotada de esa flexibilidad que le permite el papel y la digitalización, como una nave ligera, a veces como una patera, recorre la superficie de estos mares intranquilos cuya marejada salpica a los que se asoman a sus páginas.  [1]

 

    ¿Qué libros se leían? Entre los poetas Antonio Machado y sus Campos de Castilla, Juan Ramón y sus primeras obras, Platero se consideraba libro infantil, aunque sus lectores adultos comenzaban a descubrir toda la claridad poética que yacía bajo su inocente apariencia; Rabindranath Tagore. Federico García Lorca: Romancero Gitano, junto a su extraordinario Poeta en Nueva York Pedro Salinas y La voz a ti debida más Razón de amor se solían compartir con las primeras novias. Jorge Guillén se le tenía por sintético y críptico, era una claridad que a muchos cegaba, Gómez de la Serna aporta sus greguerías, estimadas como caricaturas, obra humorística, otros pensaban que allí estaba depositada toda la poesía y la vanguardia de aquella década prodigiosa. Gabriel Miró por su descubrimiento del paisaje, Sigüenza, El obispo leproso y Figuras de la Pasión de Nuestro Señor, la iglesia lo considera al borde de la heterodoxia. Hay una lectura sentimental, no crítica. La literatura francesa será fundamental, Gide, Camus, Proust. La aparición en los sesenta de los libros de bolsillo, destaca Alianza, comienza a desplazar a la colección Austral, fundamental en nuestra formación. Luego tras los Novísimos las librerías se pueblan de literatura de lengua inglesa, efecto Beatles. La prensa adquiere otro aire con El País. Tras la muerte de Franco, 1975, pocos años después, dejará de publicarse la Prensa del Movimiento.

En esta frontera, aparece Pedro García Montalvo, 1951, ensayista y narrador, con sus cuentos recogidos en Primavera en viaje hacia el invierno, mención de honor en el premio Ciudad de Alcalá de Henares, 1980. Libro elegido para COU en esta Comunidad; por primera vez el profesorado se enfrenta a un texto sin apenas apoyatura crítica, lo que provoca un cambio rotundo. Los amores y las vidas, Murcia 1983. Luego publicará en Seix Barral: El intermediario, 1983, Una historia madrileña, 1988… La última: El relámpago inmóvil, Ancora y Delfín, 2009.

Salvador García Aguilar, 1983, recibe el premio Nadal por su obra Regocijo en el hombre.

Si entre los lectores puede aparecer el escritor oculto, sin duda este corresponde a una figura que ha orientado a muchos, por sus lecturas, por su crítica, sin que apenas haya hecho públicos sus Diarios, a los que suele hacer referencia, hablo de Soren Peñalver, poeta en sus poemas y en su vida.

La llegada del Corte Inglés, el uso de las tarjetas, el traslado del gobierno de la región, los hipermercados, la fiebre constructora, los primeros inmigrantes, aumentan los puentes, los automóviles, se abren autovías, el Malecón se oscurece. Aunque aún es posible encontrar algún rincón de aquella pequeña ciudad, capital de la provincia, que antes lo fue de dos: Murcia y Albacete. El paisaje urbano comienza a ser otro.

 

       

                                                                             (continuará...si el autor quiere)

 

 

 

 

 

 

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.

 



[1] Nota del E. Ágora agradece a José Luis Martínez Valero estas palabras de reconocimiento, es justo también reconocerle a él gran parte del mérito de la revista, pues ha sido el colaborador más constante. (José Luis Martínez Valero es sin duda uno de los grandes poetas y memorialistas actuales. Su primer libro, Poemas, apareció en 1982 y desde entonces ha publicado una extensa y acreditada obra). Aprovechamos también para darles las gracias a Fernando Armario, director de la Biblioteca Regional de Murcia, y a la editorial Nausícaä, quienes acogieron la embarcación de Ágora, como Ulises fue acogido en la isla de los Feacios, desnuda pero con depósito legal y sin hipotecas ni deudas. Los agradecimientos podrían extenderse a Pepa Muñoz y a tantos amigos y colaboradores.

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