EL DELEITE VITALISTA DE DIONISIA GARCÍA
Por Francisco Javier Díez de Revenga
Catedrático de Literatura española
Dionisia García, a sus muy bien cumplidos más de noventa años, ha escrito un nuevo libro de poesía con el significativo título de Mientras dure la luz, que ha publicado en Sevilla Renacimiento en su colección Calle del Aire. En todo caso, es una magnífica experiencia volver a leer los versos tan bien acordados de Dionisia, esos endecasílabos espléndidos amoldados a los alejandrinos, que forjan un estilo y construyen un ritmo sereno y observador cada vez más sucinto, cada vez más desprovisto de artificio. Porque recuperan existencia desde el deleite vitalista de poder estar presente en el mundo estimado, que la autora proclama poema a poema, verso a verso, como tan estupendamente hiciera su maestro Jorge Guillén. Mientras dure la luz hay aún tiempo para contemplar y gozar de la vida desde la serenidad y sentir sus latidos, sus dichas, aunque también aparezcan las sombras de siempre: el tiempo transcurre sereno y Dionisia comprende que cada momento que pasa, en él acontece un fragmento de vida que es necesario eternizar con su impecable palabra poética. La lucidez intelectual y la claridad expositiva se conjuntan para mostrar mundos que son propios y que merecen ser retenidos.
Cuenta este libro con una impresionante coda dedicada in memoriam a Pedro Luis, el hermano evocado en vida y en esplendor rural, que descubre indeleble existencia familiar compartida, y que contiene mucho aprecio, mucho amor fraterno, mientras los paisajes recuperados, las actitudes domésticas, las costumbres campesinas, laborales y venatorias, engrandecen y subliman los espacios de la evocación que es todo sensibilidad, con dolor por la ausencia, con dicha por el recuerdo vivo y estimulante. En realidad el vitalismo que preside todo este libro, y que se proclama una y otra vez, mientras dure la luz, también ennoblece la elegía del recuerdo y revitaliza la memoria existencial de realidades que ansían ser eternizadas en estos poemas finales.
Se renuevan en la poesía de Dionisia García los espacios del presente, unos extraídos de la realidad vital urbana, con complacencias que residen en la ciudad amada, la ciudad propia, la urbe elegida. Pero también comparecen los espacios abiertos de la naturaleza y el mar, con sus luces, con sus brumas, con su cielo, amaneceres y crepúsculos, y la noche mágica que busca y procura el silencio. Todo el presente se reverdece cuando poema a poema, paso a paso, revive, en la escritura del universo de cada día, su laboriosa tarea de escritora que adora su trabajo y que nunca abandona. A él acude, como aquel maestro de la poesía española, cada día para construir su obra y mostrar su verdad.
Porque ese sigue siendo el signo más atractivo y contundente de la poesía de Dionisia García: su verdad, su autenticidad ganada día a día, poema a poema. En realidad la virtud de esta poesía, además del gozo del presente, reside en el disfrute del pasado y de los recuerdos, que la memoria despierta una y otra vez, prendida en un objeto cotidiano, en una fotografía, en una rosa blanca, en la revelación del vuelo de una paloma o en la sorpresa inesperada de un atardecer dorado. Todos vienen desde lejos a aportar su lección de existencia vivida, que se recrea y se recupera amorosamente desde la serenidad del presente lúcido y ansioso por vivir y por seguir existiendo mientras dure a luz.
De nuevo hallamos en ese libro de Dionisia a la escrutadora de los espacios y de las cosas, esas que nos han acompañado y nos acompañan en el peregrinar de cada día. Desde la ventana se contempla el mundo y desde esa contemplación se evoca el tiempo que se retiene en las cosas, en esos objetos que son entorno y que forman parte del propio transcurrir por el mundo. Un viaje está presente de pronto en el recuerdo, y con ese viaje hay también un espacio, un paisaje y una ciudad. Porque en ese espacio y en esa ciudad se recuperan los recuerdos de un día dichoso. Un momento vital concreto, el regreso de una romería, lluvia fina en el rostro, sobrevive por encima del tiempo y se convierte en lo inolvidable, en haber vivido toda una vida, y, como se afirma y proclama: ha merecido la pena.
Cualquier libro de Dionisia García es necesariamente autobiografía, y no solo sus diarios o sus aforismos: lo es también su poesía, Y ella cae muy bien en la cuenta cuando advierte de que contemplar un paisaje, un atardecer frente al mar, es como perder el tiempo porque contemplar no es vivir, y lo que más le importa ahora es vivir, vivir y ser vivida, sin duda alguna, mientras dure la luz.
Dionisia García. Fuente: La verdad.
*El artículo fue publicado en el periódico La Opinión de Murcia (28-5-2021), en la sección "Revista literaria" que escribe el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga, a quien agradecemos la autorización para la publicación del artículo en Ágora.
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