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sábado, 26 de abril de 2014

Salud en el trabajo (28 de abril Día internacional de la Salud y Seguridad en el Trabajo). Diario político y literario de Fulgencio Martínez, donde se habla de lo divino y lo humano. T2/38. Ágora digital



Publicado en el diario La OPINIÓN DE MURCIA: sábado 26 de Abril 2014
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/04/26/salud-trabajo/554421.html


                    SALUD EN EL TRABAJO

     (En homenaje a Marcelino Camacho y a Antonio Gutiérrez)


Todos los 28 de abril se celebra el Día internacional de la Salud y la Seguridad en el Trabajo. También en España, como se encargan de recordarnos los sindicatos, llueva cabreo y ande jaleo, deberíamos señalar con piedra blanca ese Día. Celebrarlo incluso más que el de nuestro santo, como si fuera el día de nuestra Gracia y del Genio protector de la familia y de nuestra gente. Ya nos quedan quizá pocas fechas para celebrar, pero esta, que aún no han podido eliminar, debería ser mejor honrada. Y digo que no la han podido suspender del calendario de “Días internacionales de” porque a ver si no les interesará a los que parten el bacalao que el lomo del trabajador esté sano. ¡A ver! 

Aunque hoy, para el capitalismo, el trabajador es un clínex, de usar y tirar, aún es costoso de formar si lo consideramos pieza a pieza. En general, en la producción industrial en serie, las piezas defectuosas o que menos rinden se reemplazan rápidamente por otras. Las máquinas y el mecanismo que las construyen es lo que cuesta, o sea, vale más amortizar; de ahí que las máquinas tengan, para el capitalismo, una preeminencia o valor esencial por encima de cualquier otro factor de producción. Axiológicamente, si nos ponemos filosóficos, en la escala de valores económicos el trabajador ocupa el rango de pieza en el orden de los bienes. Pero he aquí, oh Ángel del Señor, que una de entre las muchas piezas humildes y prescindibles y de fácil recambio por el sistema, se levanta y dice: Soy tu esclava necesaria, oh Capital, ego sum ancilla Domini pero necesito una vida sana, condiciones de salud en el trabajo y medidas de prevención de riesgos de accidentes y enfermedades laborales. Y no solo para mí, que soy sola un átomo, una humilde sierva a tu servicio; también para las otras criaturas y piezas de tu ajuar doméstico. 

El Señor, no sabemos si por no entender el mensaje de la esclava que le transmitió el Ángel, o por su inmensa Misericordia, accedió. Y desde entonces la mano de obra se valoró con una plusvalía teológica. Era el dedo de Dios quien firmó con la mano obrera un pacto de mejora del bien que hasta entonces figuraba en el montón, confundido con otras desmayadas piezas y materiales de obra. 

Quizá el Señor entendió, mejor que nosotros, el poder de la solidaridad obrera, la resistencia del material obrero en bloque, su capacidad potencial de reivindicación y lucha cuando se une como una masa. Por eso, ascendió a la pieza del trabajador a un escalafón tan alto en la distribución metafísica del bien. Luego vino San Agustín –ya había nacido Cristo, era el siglo V de la Era en curso- y dijo que todo hombre es imagen de Dios, o sea, compuesto de Ser, Conocer y Amar ese Ser y ese Conocer a semejanza de la Trinidad: del Padre, el Hijo y el Espíritu santo; ítem más, según el Obispo de Hipona, no hay diferencias en la esencia humana, por lo que hasta el esclavo y el obrero del futuro podían ser admitidos en la Ciudad de Dios, con todos los derechos de ciudadanía celestial que a su natural condición humana corresponden. Y Dios vio que eran buenas las palabras de San Agustín, pero que desde ese momento se le acabaría la paz celestial a Él y a sus Ángeles, pues el obrero comenzaría a reivindicar también derechos como en la Ciudad terrestre. Dejar entrar en el Cielo al obrero vio Dios que era admitir a un demonio descontentadizo y siempre sujeto de reivindicaciones. “La clase obrera es la clase revolucionaria”, le avisó, a su izquierda, Carlos Marx. A su diestra, Cristo murmuró otra de sus parábolas: “Es más difícil que entren todos ésos a que entre un camello en el ojo de una aguja”. Y el Señor le hizo un guiño de ojos a su Hijo, pues solo Él lo entendía. 

Moraleja: la unión hace la fuerza y después da tiques para un palco en la Gloria, más elevado que la tribuna y la grada de pie donde estarán los que no han trabajado. ¡Apúntate!


FULGENCIO MARTÍNEZ

                                                                               Profesor de Filosofía y escritor

ÁGORA DIGITAL ABRIL 2014

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