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miércoles, 2 de abril de 2014

Ramón Sije. Pasión crítica. /Artículo de José María Piñeiro./ Revista Ágora/ artículos literarios





RAMÓN SIJÉ: PASIÓN CRÍTICA

Por JOSE MARÍA PIÑEIRO, POETA Y ENSAYISTA 
 


Todo autor literario supone cierto misterio. En el caso de Sijé, ese misterio es de índole fulgurante y melancólica: su precocidad en la obra y su fugacidad en la existencia. Ambas circunstancias se convierten en coordenadas de una inteligencia dinámica y apasionada, devota de la forma y perseguidora del trance lírico.

Pese al transcurso del tiempo, Sijé continúa sorprendiéndome. En Sijé la inteligencia es un don de vivacidad, de jugosidad perceptiva. Un don que no informa un talante filosófico, estático, sino una sensibilidad ansiosa de analizar los propios estímulos, de justificarlos en el reino mayor de un fulgor teórico.  La capacidad descriptiva desde el concepto, la precisión para los matices y contrastes, esa suerte de febrilidad intelectual con que creyó haber localizado la clave del espíritu de una época y de un  país en la  estricta articulación unitaria de la teoría literaria, son los notables rasgos del sujeto creador.

Creo que es de este modo, a través del entusiasmo y la luminosidad retórica,  como la obra de Sijé, desde su puesto recóndito en la historia de la literatura española moderna, puede reclamar nuestra atención y conectar con nosotros. Palabras como las de un Eutimio Martín, “sin Miguel Hernández, Ramón Sijé no perviviría hoy más que en el nomenclátor callejero de la ciudad de Orihuela”, no son sólo una brusquedad prejuiciosa sino la indicación de cierta crítica literaria que, ante figuras como las de Sijé, prefiere, por pobreza especulativa propia, la omisión antes que el análisis y la justa comprensión. Porque es en el ámbito de la poesía, de la celebración de la inteligencia a través de la palabra, donde hay que ubicar sus evocaciones enfáticas.

A propósito de enfoques impropios, obvio toda lucubración política sobre Sijé. Tildarlo de fascista me parece una ficción, un disparate, un producto más de los afanes iluminados de los mata-mitos de moda y de los amantes de futuribles y ucronías. Sijé es un recoleto del verbo y no un agitador político. Precisamente sus “atrevimientos” no proceden sino de su exceso retórico que lo separa de las antipáticas complejidades de lo real social. Sijé es un habitante de la teoría y toda disquisición no se expide sino en los límites de ese ámbito.   

Simplemente, Sijé es creador de belleza. Se me hace difícil entender que quien disfrute de los ensayos de un Lezama Lima o de un Borges, por ejemplo, no lo haga también con los artículos o páginas más compactos de Sijé. Los artículos de Sijé son como elaboradas miniaturas, síntesis preciosistas de su pensamiento. Delicias como Geografía de un claustro,  Homenaje a Miró, Amad al ciprés y a las golondrinas, Defensa de la sencillez, etcétera, son expresiones prismáticas de un acendrado discurso henchido de literatura.

Ocasionalmente, alguno de sus pasajes me han hecho recordar a los dos autores latinoamericanos que he referido: cuando Sijé reduce, como si fuera una operación matemática, la historia universal de la literatura a la variación indefinida de unos pocos motivos tal y como exactamente hizo Borges; o al notar cierto aire de familia en los barroquismos iluminadores de Lezama examinando episodios y vericuetos de literaturas y mitologías.

Sijé es un creador lingüístico, un urdidor de idiolecto. Es el demasiado temprano arrebato de la muerte lo que hace que no sea un habitual en nuestras lecturas y la perplejidad se sume a lo que sus textos apenas han comenzado vívidamente a prometer.     

Un par de citas de su Prefacio a La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas bastan para situar, claramente,  a Sijé. 

Tengo una especial concepción de la misión creadora de la crítica. Esta cita justifica a todo Sijé. Nos avisa de su personal desprendimiento de lo normativo, justifica su uso particular de la jerga, es decir,  su invención de otras. Ahora la crítica se imbuirá en parte del objeto que quiere analizar. La crítica se convierte en instrumento de conocimiento, se inviste de un destino luminoso al funcionar, tácitamente, como esclarecimiento espiritual. De este modo evita ser filosofía, al estudiar las significaciones de objetos concretos (autores y obras literarias).  Aquí la clave de la frase citada está en el adjetivo que bautiza al sustantivo, que es también, otro adjetivo. Para Sijé la crítica es una poética, el ejercicio entusiasmado del pensamiento, la dilucidación gozosa de los términos de una historia, de unos símbolos, de una idiosincrasia, de una espiritualidad. El amor por la forma intelectual se convierte en una celebración poética de la palabra. Sijé identifica el conceptismo como la expresión por antonomasia de lo español, es el episodio en el que se hace posible nuestra mayor inventiva y creatividad. Por ello hay recuperar su herencia, porque, por otro lado y por las mismas causas, es nuestro destino. Nuestro romanticismo es pobre, en parte porque somos barrocos. Al interpretar el conceptismo como ideario político, Sijé hace, en parte, lo que hicieron surrealistas y otros  vanguardistas: disperso el papel de la religión, es lo estético lo que crea y consagra nuestra imagen del mundo.

La siguiente cita es todavía más explícita. Pretendo haberme creado, para estudiar el romanticismo histórico, un lenguaje propio, atravesado por mí, mío; un lenguaje que, por su sola utilización, es ya pasión crítica

El rango de creador de lenguaje no puede estar más directamente confesado. Es precisamente como creador tácito que forma ese tándem fascinante con Miguel Hernández, uno desde la prosa y otro desde la poesía.  Sijé no teme usar el recurso poético en su escritura. Sólo la poesía puede satisfacer el ansia de detalles y matices, integrar toda cualidad percibida en la imagen. Por ejemplo, en el artículo Gabriel, arcángel, leemos: en convalecencia estética de juvenil enfermedad triste. La imagen no fluye, acontece, se planta como un acorazado, se despliega como el fuelle de un acordeón. Es un conglomerado de propiedades no una foto o una instantánea. Lo barroco es especialmente el prurito por informarlo todo, la desazón por especificar el laberinto de lo sentido y lo imaginado en la unidad de lo múltiple, el despliegue del itinerario de las cualidades y los significados. El gran lujo de la modernidad literaria es hacer juegos malabares con las palabras, hibridar los géneros, haber descubierto el prodigioso juego de la intercambiabilidad. Si la modernidad activa a través del simbolismo y el surrealismo el gran sistema de correspondencias, Sijé reivindica nuestro particular modo de activación del mundo del símbolo a través de todas las figuras retóricas que  provee el barroco. La definición es una celebración. Este es el mayor lujo del conceptismo, su autogratificación. Sijé vive la teoría como un juego exquisito. El concepto surge del razonamiento emocionado. La lógica descubre unas relaciones que la razón poética potencia, ubicándolos en una nueva jerarquía formalizante, convirtiendo los tramos de la emoción observadora en términos de definición lujosa. 

He referido la impresión sorprendente que, todavía, me produce la obra de Sijé. Por un lado nos interrogamos qué futuro como escritor o ciudadano le hubiera deparado el tiempo teniendo en cuenta sus (estetizantes) gustos políticos y el conflicto que se avecinaba. Por otro lado, comprobamos claramente y disfrutamos lo que produjo, y es en esa producción ensayística, en la estrictamente literaria, donde se encuentra el Sijé que reivindico.   

Hay en Sijé una ingenuidad: la creencia enfática en el poder de definición del discurso. Ahora bien, esa es también su seriedad, su ser consecuente. ¿En qué punto del laberinto de la creación, crítica e imaginación se convierten en estímulos recíprocos? Ese es el lugar de la palabra desde el que quisiera recordar sus delicadas creaciones prosísticas.   




                                                          José María Piñeiro


REVISTA ÁGORA DIGITAL ABRIL 2014/ artículos literarios

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