ORÍGENES DEL AUTO SACRAMENTAL Y EL MAL LLAMADO AUTO SACRAMENTAL DE LOS REYES MAGOS
Ensayo de Enrique Gambín López
Orígenes del auto sacramental
Orígenes del auto sacramental
El Diccionario de Autoridades define los autos sacramentales como: "[1]Cierto género de obras cómicas ('teatrales') en verso con figuras alegóricas que se hace en los teatros por la festividad del Corpus, en obsequio y alabanza al augusto Sacramento de la Eucaristía, por cuya razón se llaman sacramentales. No tienen actos y jornadas como las comedias sino representación continuada sin intermedio."
Lo primero que hemos de señalar es que tanto el auto sacramental como el romancero son dos manifestaciones de la literatura española, sin equivalente en ninguna otra literatura. El auto, aún en sus días de mayor apogeo, fue criticado de manera feroz por moralistas y teólogos y casi olvidado por los críticos literarios, mientras gozaba del favor del público. Entre los siglos XVIII y XX los críticos no se preocuparon del estudio crítico de los autos. Jovellanos los calificó como una "supersticiosa costumbre", Leandro Fernández de Moratín los considera "composiciones absurdas". Menéndez Pelayo los califica como "aquejados de frialdad". Ángel Valbuena Prat sería el primer estudioso que se dedicara a indagar en el espíritu de los autos. Le seguirán Alexander A. Parker, Marcel Bataillon, Bruce W. Wardropper o Jean-Louis Flecnianokska.
El auto sacramental es un género que trasciende lo eminentemente doctrinal, su fin último es transmitir la doctrina católica o pensamientos filosóficos y teológicos que giran en torno a la esfera de la religión católica y con un gran protagonismo del sacramento de la Eucaristía. No obstante, no podemos pasar por alto la enorme calidad artística que algunas de estas piezas entrañan, aunque, a primera vista, puedan ser considerados como sermones teatralizados, o métodos para la difusión catequética de dogmas; el auto sacramental es mucho más. Si leemos los autos de Calderón de la Barca, nos percataremos de constituyen un canal por el que podemos captar la esencia barroca, el espíritu que movía a los artistas y dramaturgos de su época.
El origen de los autos sacramentales ha sido
muy discutido por los historiadores de la literatura. En la actualidad, parece
haber un cierto consenso que señala que este género no surgió a partir de una
obra concreta, sino fue resultado de una confluencia de elementos y tradiciones
que desembocaron en el mismo; coinciden en esta opinión grandes estudiosos como
Parker o Ignacio Arellano.[2]
La recomendación del Papa Juan XII de la celebración pública de la Solemnidad del Corpus Christi, favoreció que comenzaran a salir a la calle procesiones con el Santísimo Sacramento acompañadas por las correspondientes representaciones de rigor, realizadas en carros. La Reforma suscitada en la Iglesia católica para renovar el espíritu y combatir las herejías ha sido señalada por algunos expertos como motor del surgimiento de los autos, y aunque podemos adherir al auto sacramental un marcado carácter de lucha contra las herejías, no podemos olvidar que este género dramático hunde sus raíces en la Edad Media, en un período mucho anterior a la citada reforma.
Podemos observar los "embriones" de lo que más tarde serían los autos en las representaciones eclesiásticas que se realizaban en el tiempo de Navidad, y en el de Semana Santa, en los templos españoles. En Navidad tenía lugar el Ordo prophetarum (en torno al nacimiento de Jesucristo) y en Semana Santa se realizaban representaciones como el Quem queritis (obras alusivas a la resurrección de Jesucristo).
Las iglesias fueron el primer edificio que acogió representaciones dramáticas en nuestro país, las distintas ceremonias litúrgicas eran acompañadas con distintas representaciones que ayudaran a que los fieles pudieran captar con mayor facilidad el mensaje religioso que se les quería transmitir, ya que no podemos olvidar la incultura que imperaba entre el pueblo español de aquella época. El carácter festivo y lúdico en esas representaciones fue aumentando, la escenografía fue complicándose cada vez más hasta que pasó de los templos a las plazas.
En el Códice de autos viejos encontramos una rica fuente en la que podemos vislumbrar el germen de este subgénero dramático. En este conjunto de obras encontramos una técnica alegórica -fundamental en los autos- que es digna de mención. Ignacio Arellano y J. Enrique Duarte defienden que la Farsa sacramental de Fernán López de Yaguas y la Farsa Sacramental de 1521 parecen ser "las primeras manifestaciones del género del auto sacramental", aunque autores como Wardropper lo nieguen.[3]
Un autor precalderoniano digno de mención es Juan Timoneda que no mostró una enorme calidad artística pero sí una gran dedicación por el drama eucarístico, digno de mención en la evolución del auto sacramental es su Auto de la oveja perdida.
Lo que en un principio eran obrillas escritas por y para clérigos con escaso valor artístico, se fueron convirtiendo en verdaderas piezas de arte dramático salidas del magín de los más grandes genios de la literatura como Lope de Vega y, sobre todo, Calderón de la Barca. Para llegar a ver el grado de perfección presente en autos tan famosos como El gran teatro del mundo, que aun hoy se sigue versionando en nuestros teatros, hubieron de existir numerosos autos menos valiosos pero necesarios en la evolución de este subgénero.
Las representaciones de los autos sacramentales llegaron a ser prohibidas por el rey Carlos III en 1765. El motivo de esta prohibición estribó entre otros motivos en que el jolgorio que acompañaba a los autos empañaba el verdadero espíritu del sacramento al que hacían alusión, es decir, la Eucaristía.
La recomendación del Papa Juan XII de la celebración pública de la Solemnidad del Corpus Christi, favoreció que comenzaran a salir a la calle procesiones con el Santísimo Sacramento acompañadas por las correspondientes representaciones de rigor, realizadas en carros. La Reforma suscitada en la Iglesia católica para renovar el espíritu y combatir las herejías ha sido señalada por algunos expertos como motor del surgimiento de los autos, y aunque podemos adherir al auto sacramental un marcado carácter de lucha contra las herejías, no podemos olvidar que este género dramático hunde sus raíces en la Edad Media, en un período mucho anterior a la citada reforma.
Podemos observar los "embriones" de lo que más tarde serían los autos en las representaciones eclesiásticas que se realizaban en el tiempo de Navidad, y en el de Semana Santa, en los templos españoles. En Navidad tenía lugar el Ordo prophetarum (en torno al nacimiento de Jesucristo) y en Semana Santa se realizaban representaciones como el Quem queritis (obras alusivas a la resurrección de Jesucristo).
Las iglesias fueron el primer edificio que acogió representaciones dramáticas en nuestro país, las distintas ceremonias litúrgicas eran acompañadas con distintas representaciones que ayudaran a que los fieles pudieran captar con mayor facilidad el mensaje religioso que se les quería transmitir, ya que no podemos olvidar la incultura que imperaba entre el pueblo español de aquella época. El carácter festivo y lúdico en esas representaciones fue aumentando, la escenografía fue complicándose cada vez más hasta que pasó de los templos a las plazas.
En el Códice de autos viejos encontramos una rica fuente en la que podemos vislumbrar el germen de este subgénero dramático. En este conjunto de obras encontramos una técnica alegórica -fundamental en los autos- que es digna de mención. Ignacio Arellano y J. Enrique Duarte defienden que la Farsa sacramental de Fernán López de Yaguas y la Farsa Sacramental de 1521 parecen ser "las primeras manifestaciones del género del auto sacramental", aunque autores como Wardropper lo nieguen.[3]
Un autor precalderoniano digno de mención es Juan Timoneda que no mostró una enorme calidad artística pero sí una gran dedicación por el drama eucarístico, digno de mención en la evolución del auto sacramental es su Auto de la oveja perdida.
Lo que en un principio eran obrillas escritas por y para clérigos con escaso valor artístico, se fueron convirtiendo en verdaderas piezas de arte dramático salidas del magín de los más grandes genios de la literatura como Lope de Vega y, sobre todo, Calderón de la Barca. Para llegar a ver el grado de perfección presente en autos tan famosos como El gran teatro del mundo, que aun hoy se sigue versionando en nuestros teatros, hubieron de existir numerosos autos menos valiosos pero necesarios en la evolución de este subgénero.
Las representaciones de los autos sacramentales llegaron a ser prohibidas por el rey Carlos III en 1765. El motivo de esta prohibición estribó entre otros motivos en que el jolgorio que acompañaba a los autos empañaba el verdadero espíritu del sacramento al que hacían alusión, es decir, la Eucaristía.
Aclarados los orígenes del auto sacramental, conviene adentrarnos en la cuestión de la inapropiada denominación que se le da al Auto de Reyes que se escenifica todos los años en las pedanías de la huerta murciana entre las que destacan Javalí Nuevo o Churra. Esta pieza teatral data de finales del siglo XIX y es una adaptación a la huerta del famoso Auto de Reyes medieval. Constituye una hermosa pieza llena de costumbrismo y tradición; no obstante, no podemos clasificarla como un auto sacramental, pues no cumple con las condiciones propias de los autos. En primer lugar, en estas piezas no se da la alegoría, capital en el auto sacramental, tampoco se hace alusión alguna a la Eucaristía, sino que se representa el Nacimiento de Jesucristo. En esta obra se añaden escenas que no figuraban en el original medieval como la matanza de los inocentes o la adoración de los Reyes Magos.
Enrique Gambín López es filólogo y poeta. Dirige el blog literario: http://brazaldelasletras.blogspot.com.es/
[1] Academia Española
(1726-1770), Diccionario de la lengua castellana [Autoridades]
(edición facsímil en Academia Española, 2001).
[2] ARELLANO, Ignacio y J. Enrique DUARTE. El auto
sacramental. Madrid, Ediciones del. Laberinto, 2003.
[3] ARELLANO, Ignacio y J. Enrique DUARTE. El auto
sacramental. Madrid, Ediciones del. Laberinto, 2003.
REVISTA ÁGORA ABRIL 2014/ EL MONO GRAMÁTICO/ENSAYO LITERARIO
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