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domingo, 16 de abril de 2023

"La mujer de chocolate", novela de Gib Mihăescu. Por Fulgencio Martínez. Avance de Revista Ágora n. 17/ Literatura rumana / Abril 2023


                         

 

 

        

 

 

 

 

 

 

     

Gib Mihăescu

 La mujer de chocolate

(Femeia de ciocolată)

Ed. Báltica, Madrid, 2022 

Traducción del rumano:

Joaquín Garrigós Bueno

 

 

                                 LA MUJER DE CHOCOLATE

 

 Joaquín Garrigós Bueno ha traducido La mujer de chocolate, de Gib Mihăescu, para la editorial Báltica. Se trata de una novela breve escrita en 1933, que se inscribe en la mejor producción de la vanguardia literaria de aquel momento europeo. Novelas donde el argumento es mínimo, la desnudez de la historia cede paso a la profundización psicológica de los personajes, a la proyección de lo fantástico y al registro de lo absurdo en la causalidad de los acontecimientos y, con la novedad, al igual que ocurre en el campo hermano de la poesía, de la presencia del análisis del subconsciente y del deseo de los protagonistas, secuela de la influencia decisiva de Sigmund Freud en la literatura de la época.

    En esos años 30, en la poesía española, Pablo Neruda, Luis Cernuda, y sobre todo, Vicente Aleixandre (el que avanza más en esta dirección) incorporaban en sus libros de poemas, con el surrealismo de André Breton, la exploración de lo pulsional, de lo instintivo y lo reprimido que dibujaban un yo poético fragmentario y por momentos absurdo o desvanecido.

    Vicente Aleixandre, futuro Premio Nobel en 1977, publica La destrucción o el amor en 1933, en la misma fecha de La mujer de chocolate. El libro será premio Nacional de Literatura ese año.

 

                                                                          Gib Mihăescu

  

    Gib Mihăescu publicó también en 1933 otra novela La rusa, considerada junto con La mujer de chocolate una de las mejores novelas rumanas del periodo de entreguerras. La rusa está también traducida al español por Joaquín Garrigós en la editorial Pre-textos (Valencia, 2012). Esa novela encierra, en el fondo, una crítica del sistema comunista bolchevique, la represión erótica simboliza aquí más claramente que en La mujer de chocolate la represión de la libertad. Solo se pudo volver a publicar en Rumanía La rusa más de cincuenta y seis años después de ser escrita la obra; tras la caída de la dictadura comunista en ese país, con la revolución de diciembre de 1989.           

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    Sin embargo, ambas novelas constituyen como un díptico narrativo. Si en La rusa el personaje principal, el obsesivo Ragaiac es presa de la fantasía erótica que le lleva a confundir sueño y realidad, también en La mujer... el protagonista, Negrisor se convierte en un muñeco de sus pulsiones. Los dos personajes están igualmente fragmentados y divididos, en una parte casi despersonalizada que sigue las fantasías reprimidas, y en un yo consciente, que analiza al por menor los mínimos impulsos interiores y las reacciones y hechos de los personajes con los que interactúan.

    Y también en ambas geniales novelitas, la pasión amorosa se divide y confunde entre una mujer casi irreal y otra real; la primera evanescente y deseada, la segunda, menesterosa y deseosa del amor del protagonista. Y también en ambas novelas, el obstáculo en forma de un rival más o menos imaginario, ante el que el protagonista tiene una actitud ambigua de odio y compañerismo.

    En La rusa, la mujer ideal es la Rusa, y así es nombrada por excelencia en la novela: La Rusa. La real se llama Niculina. En cambio, en la novela La mujer de chocolate, la mujer ideal, Eleonora, es una mujer rumana, aunque de encantos tan visibles como los de una brasileira; y la mujer real, un poco desdibujada por la pobreza y la semiprostitución que conlleva, es una mujer húngara, Sari, inmigrante en Bucarest y madre de un niño, que desea ir a América e invita a seguirla al protagonista Negrisor, en un segundo encuentro en la novela; a lo que se niega el personaje, que prefiere entregrarse y consumirse en sus ensueños de eros y muerte con Eleonora.

    La mujer de chocolate contiene extraordinarios retratos de intensa profundidad psicológica al dibujar a los personajes principales como epítomes del hombre y de la mujer modernos, fragmentados, divididos entre "la realidad y el deseo", como diría el poeta Luis Cernuda, y sobre todo, golpeados, a veces hasta la despersonalización caricaturesca, por la lucha entre las pulsiones freudianas de Eros y Thanatos, el amor y el instinto de autodestrucción, que, como bien revela el título de Aleixandre La destrucción o el amor, a veces son dos caras de la misma moneda. El impulso de entrega pasional a un ser amado y la necesidad de autodestrucción o incluso de destrucción del mismo ser que se ama.

 

                                                                       Henry Miller
 

    La obra tiene asimismo pasajes de extraordinario erotismo, dignos de otro gran novelista de época, Henry Miller. Un erotismo-fetichismo concentrado, en sus mejores momentos, en un símbolo como la bata oriental de Eleonora, metáfora de la promesa de chocolate que muestra y oculta la envoltura ligera en la que la amada suele aparecer tumbada en su diván ante sus visitas.

"La cabeza de Negrisor cayó suavemente sobre el pecho y, después, se levantó de repente, extendió los brazos, le agarró los hombros con firmeza y sus labios resecos chuparon con avidez la fuente bulliciosa de vida que palpitaba bajo la fina piel del cuello. Eleonora soltó un leve gemido, uno no sabe si de placer o de sorpresa. El beso continuó hasta el infinito, pues la fuente era inagotable. Negrisor no se atrevía a levantar los ojos y mirarla a la cara, que sentía se crispaba por ese voluptuoso dolor. Él se emborrachaba con el extraño líquido que le hervía en el pecho aplastado por la resistencia de unos senos duros y puntiagudos que recordaban las piedras del precipicio. Y era tan cálido ese fluido que le llenaba el pecho, que tenía la sensación de que la sangre brotaba de sus músculos perforados por la punta de esos senos de ídolo. Con un entusiasmo masoquista, Negrisor se perdía cada vez más en aquel abrazo fatal. El cuerpo de la mujer no oponía ninguna resistencia a los atrevimientos cada vez mayores del hombre que la atenazaba. Cuando Negrisor tuvo valor para mirar el rostro de la diosa, los párpados de esta cayeron fatigosos y el alma que se ocultaba tras ellos lo dejó a él en plena posesión de toda la estatua de ébano. La mano de Negrisor se deslizó trémula por la abertura de la bata y los dos senos cayeron, uno tras otro, presa de su boca sedienta, mientras que los dedos, siempre impacientes, apartaban la bata con todos sus enmarañados preceptos. Ella apretó los ojos más todavía, los brazos lo enroscaron como dos serpientes calientes por el cuello y los labios de ella se movieron en un balbuceo ininteligible." (p. 71. op. cit).

La obra se lee casi de un tirón, con placer, pues estamos ante una prosa viva, chispeante e imaginativa y realista, en una acertada proporción que evita la dispersión tanto como el aburrimiento lineal de la lectura. A este lector le han interesado sobremanera los pasajes de reflexión analítica y filosófica sobre las pasiones humanas. Se encuentran en momentos clave de la obra. Y a veces se presentan a partir de un aforismo. Como este, donde no se puede expresar mejor el sentimiento de universalización del rechazo a partir del rechazo concreto de una mujer y la sublimación consiguiente:

 "Negrisor se sintió un extraño malquerido por toda la ciudad, pero luego recordó que las rarezas en realidad son ejemplares de lujo" (p. 20. op. cit).


Fulgencio Martínez


REVISTA ÁGORA DIGITAL / LITERATURA RUMANA / ABRIL 2023


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