ALEIXANDRE, CERNUDA Y LA POESÍA DE CERVANTES
por Francisco Javier Díez de Revenga
V. Aleixandre. Fuente: Agencia Carmen Balcells.
La admiración de Vicente Aleixandre por la poesía de Cervantes no debió de ser escasa, cuando lo denomina el «grande poeta, el mayor poeta» y descubre en sus versos la poesía que está en toda su obra, pero que en sus poemas se ofrece virginal, sin alambiques, sin tópicos ni influencias, como una doncella pura, como aquella que utilizara Don Quijote para definir a la poesía, como su propia Gitanilla, Preciosa.
La ocasión de hablar sobre nuestro primer novelista se le presentó al premio Nobel de Literatura, en 1950, cuando hubo de prologar una colección de poemas que un grupo de escritores había reunido como homenaje a Cervantes. Era una buena oportunidad, porque era la glosa inicial a una «corona poética» tejida por poetas, y Aleixandre se refiere a diferentes aspectos del escritor, ya sea del Quijote o de las novelas ejemplares: «Mientras Cervantes recibe el homenaje de los poetas, mientras se canta a su española inglesa o al vizcaíno inmortal, o a tal mozo arriero, o mientras el poeta señalado ensalza la melancólica luz que en la hora del atardecer baña piadosamente el espiritual rostro vivido, estamos viéndole adelantar su desnuda mano y repasar estos papeles que la voz de los poetas viene a recordarle: «Mientras Preciosa el panderete toca / y hiere dulce son los aires vanos...»»
Aleixandre se plantea entonces el enfrentamiento de Cervantes con la realidad, y cómo es su poesía la muestra desde un ángulo distinto, diferente especial: «La realidad preciosa —escribe Aleixandre— se le entró a diario a este hombre por los ojos, y le movió y le obligó mucho más que por los sentidos. Melancólicamente repasa unos versos, tan poco alabados, esa es la verdad, y tan suyos cuando aciertan a serlo. «...esto humildemente escribe / el que por ti muere y vive / pobre, aunque humilde amador»».
En la poesía de Cervantes ve sobre todo Aleixandre la ilusión de un poeta que quiso serlo y que lo consiguió con el esfuerzo de quien, grande en otros géneros, logra trasmitir en sus palabras el aura de una fantasía poética sin terminación final, sin entrega a los tópicos de la tradición, tan fuerte y tan poderosa a principios del siglo XVII. Por eso sus palabras dejan poco lugar a la duda: «No es precisamente esta fantasía, tópica y servida en los conceptos y tropos troquelados por la tradición renacentista, lo que roza a la misteriosa reina deseada, esa Poesía siempre reconocible, cuya figura está tan clara en la pupila de Cervantes. Es un misterio».
Y, desde luego, en Aleixandre, todo lo que Cervantes expresa en verso llega a ser original, porque el poeta quiere hacer vivir en su poesía la realidad, la realidad de una doncella de carne y hueso, enteramente pura, como la que el preceptista Cervantes, por boca de Don Quijote, definió al hablar con don Diego de Miranda, y que recordábamos al principio. En la evocación aleixandrina surge esa misma doncella, extraída, no de los tópicos, sino de la realidad visionaria, de la realidad fantástica del propio poeta Cervantes. «La mano la toca cuando la dibuja —escribe Aleixandre—. Atento a un frescor de la realidad Cervantes acierta en el verso a dar bulto a la poesía. Color y sonidos, carne palpitante, datos inmediatos, emoción directa: por ahí, sí, raramente, pero verdaderamente, la fresca realidad se entrega: la realidad de una poesía no acarreada en la fatigada herencia, sino descubierta, sonreída, tentada, como una vívida doncella no del todo rendida, pero sí perfectamente vista, gratísimamente limitada, limpiamente fragante y duradera. También en un soneto le dio nombre y parece un símbolo: Preciosa».
Pero será al final de este magnífico prólogo cuando Vicente Aleixandre exprese el máximo entusiasmo por el poeta, cuando consiga fundir la poesía de Don Quijote y las ejemplares con la poesía de sus versos, como una sola realidad poética, como una sola visión de la lírica cervantina: «Los versos cervantinos duermen con debilidad bajo el ya oscurecido aire. La enorme criatura poderosa que apenas los dejó caer, está lejos ahora, más allá, con toda su fuerza y toda su altísima poesía. La más alta creación, la más desplegada invención y poesía posible hasta ahora en la lengua, existe con su honda ciencia y con toda su inconsumible magia. Sí, los poetas pueden alabar siempre al grande poeta, al mayor poeta Miguel de Cervantes».
Cernuda fue el más admirador de Cervantes poeta entre los poetas del siglo XX. Seguramente para llevar la contraria a los demás, a todos aquellos, antiguos y modernos, que pusieron en duda las condiciones de poeta de Cervantes. Cernuda, desde luego, no tiene dudas, y no se esconde, como hacen tantos, en buscar el poeta Cervantes en su prosa narrativa, en su Quijote, donde hay tanta y tan refinada poesía del espíritu. Pero Cernuda deja muy pocas dudas: la poesía de Cervantes que a él le gusta es la de la prosa, pero también la del verso, desde los de La Galatea hasta los del Quijote.
Parece interesante recordar sus argumentos, que contrastan con los de algún otro poeta de su generación, como Gerardo Diego, que mide a Cervantes con la severidad de la técnica. En Cernuda todo es más intuitivo, más por gusto, más por puro entusiasmo. Entusiasmo que desde luego viene de antiguo.
Y es que los dos trabajos que sobre Cervantes se conservan el más antiguo es de 1940, y está referido no exclusivamente a la poesía cervantina, aunque a ella hace referencia. Años después, en 1962, poco tiempo antes de su muerte, dedicará un estudio en exclusiva a la poesía cervantina. Pero en el de 1940 ya sienta las bases de lo que será su entusiasmo, ya que en él se dice con toda claridad, a la hora de defender la unidad profunda de la obra toda de Cervantes: «Se origina dicha unidad, en la amplitud de visión poética del autor, cuyas diversas facetas quedan representadas en cada una de las partes que integran su obra, la cual es, en verso o en prosa, obra poética por excelencia, teniendo nosotros en Cervantes nuestro máximo poeta. Por lo demás, no creo exista escritor a quien le falte la visión poética de la realidad, porque dicha percepción poética, en mayor o menor grado, es lo que confiere alteza y permanencia a una obra literaria. Esto no suele reconocerse hoy, con la injusticia consiguiente para con Cervantes, injusticia que no parece manifiesta, ya que Cervantes es escritor de un país de cuya grandeza nadie quiere acordarse».
Desde luego, el sentido de estas palabras hay que situarlo en el momento en que se escriben. Cernuda, en 1940, en Inglaterra, siente ya el pesar del exilio y España para él es nostalgia y en cierto modo rencor. Los poetas ven en Cervantes al gran desgraciado que también tuvo que estar lejos de España, como hará más adelante Rafael Alberti.
El artículo más decididamente defensor de la poesía de Cervantes es el de 1962, en el que se proclama, recogiendo argumentos ya expuestos en 1941 que «Cervantes era mayor poeta en verso, no me cabe duda, de lo que sus contemporáneos creyeron y dijeron. Si es manifiesto que en Don Quijote, las Novelas, el Persiles y La Galatea, es el mayor poeta de nuestra lengua, supone considerable falta de respeto, y de atención a quien el es, no examinar nuevamente esa cuestión con interés diferente y menos viciado que aquél con el que se le ha venido observando hasta ahora. Porque semeja que Cervantes era poeta más original y valioso de lo que se cree, tanto como poeta lírico que como poeta dramático...»
Cernuda revisa, para confirmar, estas observaciones suyas diversos aspectos de la obra poética cervantina, y escoge algunos textos memorables, como los versos de El cerco de la Numancia, en los que pone en boca de España uno de los mejores trozos líricos que compuso, aquel que empieza: «Alto, sereno y espacioso cielo», tras el que Cernuda hace una emocionante actualización de las palabras cervantinas, que, como hemos de ver, no son las únicas entre los poetas de su generación: «No sólo porque al autor de estos se le considera todavía con desvío tan injusto, sino por la visión profética que en ellos hay, me he permitido citarlos. Quienes atravesamos una guerra civil durante la cual uno de los bandos atacó a su tierra y a sus paisanos con la ayuda de nazis alemanes, fascistas italianos y (última desvergüenza) de soldados marroquíes, la voz de Cervantes nos suena ahí con acento inolvidable: «Y así con sus discordias convidaron / Los bárbaros de pechos codiciosos». Sí, el gran poeta que Cervantes era tuvo vislumbres del destino futuro y desdichado de su tierra y de su gente».
Las referencias cernudianas respecto a poemas muy significativos del autor del Quijote como la «Epístola a Mateo Vázquez», el poema de Rinconete y Cortadillo «Por un sevillano rufo a lo valón...» o sus comentarios sobre la que Cervantes consideraba —no sabemos si irónicamente— el mejor de sus poemas (el soneto al «Túmulo») o sobre el soneto «Cuando Preciosa el panderete toca», se cierran con conclusiones que hemos de considerar muy valiosas, cuando menos muy originales: «Examínense los versos de Cervantes a la luz de lo que aquí trato de indicar, y véase si es posible calificarlos según la opinión injusta y parcial, dominante hasta hoy, de que no son de un poeta. Aunque tan varia y rica sea la poesía española ¿puede prescindirse en ella de las diferencias que le aporta el verso de Cervantes? No repitamos aquí, una vez más, lo que aún en nuestro siglo repiten, en su edición de las obras, los señores Schevill y Bonilla, diciendo en su introducción a las Poesías sueltas: «La mayoría de ellas distan mucho de acreditar la inspiración de la musa cervantina y sólo merecen conservarse por el renombre del autor». La obstinación de los españoles para sostener y no enmendar sus prejuicios, tiene una consecuencia funesta: la de que los extraños, que, viendo con ojos distintos, y procediendo de ambiente distinto, pudieran estar limpios de nuestros perjuicios, incurren también en ellos; sin duda por no querer ser menos papistas que el Papa, y repiten así la misma injusticia española con energía redoblada. Reconozcamos, al menos, que a Cervantes no le faltan «soltura, fluidez, dominio del verso» (como los dos profesores insisten que les falta), y leamos ya sus versos con menos telarañas en los ojos, porque muchos dones líricos y saber de poeta hay en ellos, por desdeñado que su autor esté de propios y extraños».
Como vemos la interpretación de Cernuda no puede ser más apasionada y defensora de la poesía cervantina, aunque en ella influyan de manera decisiva los propios avatares vitales de este gran poeta y feliz intérprete de la poesía cervantina.
FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA es catedrático emérito de Literatura Española en la Universidad de Murcia. Ha publicado (entre otros libros de investigación literaria) Estudios sobre Miguel Hernández, y el volumen Miguel Hernández: En las lunas del perito, editado por la Fundación Cultural Miguel Hernández. De entre sus numerosos libros publicados cabe destacar también Los poetas del 27. Tradiciones y vanguardias (Editum, Univ. de Murcia). Es Académico de Número de la Real Academia Alfonso X el Sabio y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.
REVISTA CERVANTINA. LA SONRISA DE CERVANTES / ABRIL 2023
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