SANCHO DESPUÉS, LECTOR DEL QUIJOTE
Por José Luis Martínez Valero
Después de la muerte de don Quijote, pasados unos meses, Sancho pidió al cura y al barbero que le enseñasen a leer, ya que era la única manera de continuar el diálogo con su señor. No fue fácil que alguno de los dos accediese. El cura y el barbero tenían a Sancho por un ceporro que necesitaría años para distinguir una letra de una mancha o de un palo.
Sin embargo, no fue así. La verdad es que, no se sabe de quién fue la idea, si del cura o el barbero, para elegir como primer libro de lectura el Quijote. Dime con quién andas y te diré quién eres, habría añadido Sancho, luego el trato y los diálogos constantes que había mantenido con su señor, sin duda le habían transformado.
La aplicación del antiguo escudero, quizá, porque recordaba paso a paso aquellos caminos y porque quería alcanzar el siguiente episodio, fue tal que, al cabo de seis meses, era capaz leer de corrido cualquier texto y, pasados los nueve, pudo enviar su primera carta a los duques, poco después compuso otra para D. Antonio Moreno, de este modo entró en contacto con algunos de sus últimos conocidos. Más difícil fue dar con Roque Guinart, pero el caso es que, éste le contestó y envió algunos ducados, consciente de que no sólo de pan vive el hombre.
A medida que Sancho fue conociendo las letras, que supo de las sílabas y las palabras, pasaba las horas meditando. Cuando había acabado de leer una frase, levantaba la cabeza y trataba de entender lo que había leído, también revivir aquella aventura. Le pareció que, si las cosas que pensaba, se escribían, no sólo las recordaba mejor, sino que, al cabo de los años, sus hijos y los hijos de sus hijos, sabrían lo que pensaba el abuelo. Esto último le enternecía, pues, como se recordará, era muy afecto a la familia, y sobre todas las cosas deseaba que esta prosperase.
El escudero descubrió que había otra manera de estar en el mundo, advirtió que la apariencia no es algo que distingue lo visible y lo invisible, sino más sutil, un velo transparente que le hacía pensar, si todo lo que creía ver, era o no verdadero, ya que sólo conocía una sombra, lo que solía conducir a errores.
Decir que los molinos son molinos, era lo obvio, el que don Quijote viese gigantes enemigos, formaba parte de esas diferencias que encontramos en la tierra, lo interesante era descubrir por qué estaban. Que fuese derrotado, formaba parte de la lógica poética, algo que irá sucediendo hasta culminar en la playa de Barcelona.
Así que, cuando supo del mito de la caverna, se planteó que, sin duda, sería muy distinto salir afuera y reconocer aquellas figuras que se proyectaban sobre la pared. Las letras, aunque sabía que eran sombras, se iluminaban al ser pronunciadas, al convertirlas en palabras, volvían al aire, semejante a esa fábula en la que alguien frota y limpia la lámpara y entonces aparece el genio que estaba encerrado allí. En todo libro permanecía oculto un misterio que, al ser leído, se revelaba.
Cuando, pasado un tiempo, trataba con el cura o el barbero notó que, tanto el uno como el otro, lo consideraban de distinta manera, ponían atención a lo que decía y a menudo lo celebraban, pues tenía buena memoria y siempre agregaba algún detalle, hacía algún comentario jocoso o se indignaba con Cide Hamete Benengeli por haber dado cuenta de cosas que mejor hubiese sido callarlas.
Sancho había entrado en una realidad que durante más de cuarenta años le fue desconocida, aunque como decía él, siempre había estado ahí. Pero estaba tan acostumbrado a creer que eso sólo pertenecía a gentes instruidas, gentes que hacían negocios y vivían de ello, que nunca tuvo el propósito de cambiarlo.
A un patán como él, ¿de qué le iba a servir leer?, si encontrase un letrero donde se anunciaba que había una taberna o se vendía paja, ambas las distinguía por el olor y, por supuesto, conocía que era imprescindible disponer de algunas monedas, eso sí que lo había aprendido muy bien y conocía su valor, aunque no leyese lo qué había grabado allí. Claro que tampoco él veía que alguien se entretuviese en leer antes de entregar cada moneda.
Cuando recibió la primera carta de la duquesa, definitivamente advirtió que, don Quijote, no había muerto, pues de nuevo lo imaginó con sus armas entre los árboles, dispuesto a combatir con todos aquellos que no reconociesen la belleza inigualable de la Sra. Dulcinea. Cosa sobre la que, por supuesto, Sancho, tenía sus dudas. Esta fue la carta:
Queridos Sancho y Sra. Teresa:
Nos ha alegrado mucho recibir tu carta y conocer directamente los últimos días de Don Quijote, que Dios guarde y tenga en su seno. Ahora que descansa en paz, alejado de este mundo mezquino en el que un alma tan limpia como la suya, estaba destinado a ser víctima, pues la sociedad suele confundir lo que ve, aquel su aspecto de caballero ya en desuso, con el ser que le llevó a elegir el camino para mantener el bien sobre tierra.
Me apena que no hubiese dispuesto de todo el año para dedicarse a trovar por los campos, acogido a la sombra de algunos pinos y encinas, cantando las múltiples virtudes de las que sin duda debe estar adornada su Sra. Dulcinea. Mientras a su alrededor el ganado pastaría los escasos rastrojos para luego adormecerse con los cantos de tu señor.
Los días que pasamos juntos, nunca los olvidaremos, así como el trabajo bien hecho que, como primer gobernador de la ínsula Barataria, tuviste a bien realizar. Nunca encontraremos quien te supere en los dictámenes, y por supuesto, en la resolución de todos esos avatares que la vida encierra.
Deseamos que tu Sra. Teresa goce de buena salud y agradecemos las bellotas que recibimos con el correo. Así mismo hacemos votos porque en tus hijos se multiplique la bondad que siempre nos has demostrado. Enviamos para ellos algunas cosas que quizá les sean útiles. Que tu Sr. Don Quijote a todos nos guíe y especialmente a ti, cuyo afecto y fidelidad, nos consta. Recibe nuestro cordial saludo.
Naturalmente no dejó de sorprenderle la misiva de Roque Guinart así como la pequeña bolsa que acompañaba a sus letras:
Estimado Sancho, aunque no tuvimos el descanso preciso para conocernos en profundidad, fueron momentos tan intensos que sin duda han sido suficientes para que cada uno sepa del otro. Guardo un recuerdo imborrable de tu Sr. Don Quijote, nunca he conocido a nadie que con tanto empeño se propusiese el bien para todos.
Los amigos de Barcelona me han contado sus palabras y sus hechos, especialmente en lo que se refiere al combate con el caballero de la Blanca Luna. Asunto que me ha dado que pensar, ya que mientras la victoria es efímera, especie de trueno o relámpago que dura menos que nada, por el contrario, la derrota es eterna, nunca acaba y, cada vez que se cuenta, nos devuelve íntegro su sabor amargo. El caballero vencedor llámese como se quiera, seguro que muy pronto será olvidado, mientras nuestro don Quijote siempre permanecerá. Pienso que, la derrota, se parece al recuerdo, recordamos aquello que hemos perdido. Tanto es que, tengo por más héroe al vencido que al vencedor. Pues de un modo u otro todos seremos vencidos.
Y basta de filosofías emocionales, porque no es lo mío. Me dicen que es conveniente cambiar de lugar, así que sin más te envío estas letras y un pequeño regalo que espero sea de tu gusto. Cuando alcance la derrota, confío en poder contarlo. Un fuerte abrazo de tu amigo Roque.
En esta misma carpeta se encuentra la carta que envió a D. Antonio Moreno, de quien recibimos la debida hospitalidad:
Sr. Don Antonio Moreno. Gracias por su acogida y su generosidad. De usted recuerdo que, como levantino goza de buen humor y le gusta compartirlo con los amigos.
Sus bromas con mi señor siempre fueron con el respeto debido, nunca lo había visto tan contento por el reconocimiento que le tributó la ciudad y sus autoridades. El paseo marítimo, por su novedad fue algo inolvidable, pero caso de volver me gustaría más verlo desde la playa.
La hija de mi amigo el moro converso, he sabido que se casó con su enamorado y viven todos felices al abrigo de la familia. Me entristeció la derrota de mi señor, pero como dice su amigo Guinart y, pienso que lleva toda la razón, de las obras humanas la derrota es eterna, mientras que la victoria es efímera.
Lástima que no pudiésemos cumplir ese año en paz y tranquilidad. Mi señor, dado a la aventura, no pudo resistir una jubilación anticipada de la que se sintió víctima. Quizá no recordó esos libros, que seguro había leído, donde se canta el destierro, la soledad, el apartamiento de toda gloria mundana. La memoria no siempre ayuda, cuando más la necesitamos.
Barcelona es la ciudad del ingenio, la fiesta y la alegría. Con mis mejores deseos para su Sra. y familiares, quedo a su disposición en este pueblo. No tengan la menor duda de que siempre serán bien recibidos. Su amigo y servidor, Sancho.
Sancho conoció así el placer de recibir una carta y de escribirla. Ese diálogo que se establece entre emisor y destinatario, aunque diferido, es una manera de estar reunidos. La escritura y, por tanto, la lectura, unen. A partir de este encuentro consideró Sancho que probablemente, su señor, no estaba tan loco como tía y sobrina, cura y barbero, más aquel bachiller armado de razones, habían sospechado. El Quijote, que ahora leía, era sabio, ocurrente, ingenioso, aunque quizá algo desequilibrado, cuando trataba sobre los caballeros que en el mundo habían sido. Aunque sí tenía por cierto que fue Sansón Carrasco quien deshizo aquel sueño. Por supuesto que su señor se equivocaba, pero, ¿quién está libre de error?
Sancho se dice gustaba comentar algo que se parece a lo que sigue:
-Hay quien piensa que la razón está con él y, orgulloso, se siente en posesión de la verdad, asunto que convierte en dogma y, como cree que en el mundo no puede existir orden distinto al que propone, todos aquellos que niegan sus juicios, pasan a ser considerados herejes, asociales, ácratas, incultos, locos. Sancho asegura que don Alonso Quijano nunca fue uno de éstos. A veces el efecto es contrario al objetivo deseado, de modo que, cuando creen que, por fin, habían logrado corregir adecuadamente el comportamiento anómalo, han anulado su diferencia y, con ella, la persona.
Ilustraciones y texto: José Luis Martínez Valero
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Ha publicado, entre otros libros: Poesía (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.
REVISTA CERVANTINA / LA SONRISA DE CERVANTES / ABRIL 2023
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