1
La fruta de la tentación solo aparece
madura y apetecible
en la imaginación: ha de presentarse
inocua a la vista, y más dulce
que a un sediento el agua pura,
en lo que no se ve, y más excitante
en el futuro y en el pasado
que en su corto presente.
Hincamos las manos
en su sombra
y le adelantamos la vida
pero ella siempre escapa
a otra parte.
Pocos saben cogerla al vuelo.
No con las manos, sino con los dientes.
2
Y es el velo de la ilusión
lo que la hace más atractiva.
La ilusión de adelantarnos,
por una vez, a lo fugitivo…
A pesar de saber que su oferta
viene precedida de la fama
de inalcanzable,
sin embargo, es seguro,
pues se ha entrado en nuestra vida,
y aún nos reta al alcance de la boca,
es seguro que acabaremos
robándola, chupándola,
mordiéndola, matándola.
En un pequeño tarro
puse una alegría pequeña.
Ha mezclado bien con el agua,
el aire y el tiempo,
o quizá la han bendecido
las hijas de la incerteza.
Mi confianza
y mi desconfianza en ellas
me ha dado,
quizá, quizá, el don de creer
que ha aumentado mi dicha
aun ahora que voy al ras del suelo;
aun ahora que afronto, con espanto unos días
con esperanza otros, el abrazo
del remolino en que me lleva la vida.
CONJURO
Agradezco tanto los días pares
como los impares del mes
incluso esos días que no tienen
vocación de pares ni de impares
sino de dormir en el límite o en el cero,
del que nadie ha averiguado
su razón ni sexo.
Ya no me entrego a la decepción,
aprendí el conjuro del agradecimiento.
Doy gracias igual a los días señalados
en el año como festivos oficiales
que a aquellos que venían marcados
solo para mí con piedra blanca:
también a aquellos de los que esperé su llegada
con ansia de que fueran mis días más felices
y que pese a mi suspicacia lo fueron.
Ya no me entrego a la decepción,
aprendí el conjuro del agradecimiento.
FULGENCIO MARTÍNEZ