EL SOL NACIENTE INVADE
MURCIA
Publicado en el diario El Pajarito.es http://elpajarito.es/opinion/368-agora/10244-el-sol-naciente-invade-murcia.html
La cultura japonesa que se vende en Occidente es una especie
de comida rápida prefabricada, compuesta de ingredientes transgénicos y
adaptados al gusto light internacional;
algo así como fueron las Spice Girls,
en los 90 del pasado siglo, respecto al pop británico de las tres anteriores décadas prodigiosas. Se dan la
mano en esa versión de la cultura nipona hecha para la exportación en Occidente
el mito de lo exótico y el complejo de Peter Pan: dos atractivos más que
notables, pero que tienen su razón de ser en la psicología de la cultura
receptora, la occidental del capitalismo avanzado. Yo no sé, por tanto, si, más
allá de la superficie del guiso, se le puede llamar cultura japonesa a lo que
no se nos vende como tal, en la actual exposición en Murcia sobre el manga y la
cultura del ex imperio del Sol naciente; ni siquiera sé si es cultura tal
entretenimiento, a no ser que decidamos llamar cultura a todo lo que se etiqueta
con la cresta de cultura y que uno sea fanático de Pedro Alberto Cruz, aventajado alumno de la Semana de Oriente de El
Corte Inglés cuando era Consejero de la cosa.
En la sección de cultura de un periódico de Murcia se reseña la exposición con este titular (supuestamente elogioso): “Invasión del manga”, y las autoridades culturales a la orilla del Segura se rifan los micrófonos para promocionar y a la vez promocionarse con el evento. La estupidez tiene siempre a mano un altavoz para presumir de fama, ya que no puede presumir de otra cosa.
La noticia estaría, en realidad (si seguimos la lógica de la campaña promocional), en el inesperado interés por la cultura nipona detectado en un lugar del mundo tan remoto como Murcia. Un interés, eso sí, por la cultura nipona descafeinada para consumo de más que talladitos zagalones y zagalonas amantes del comic y la frescura del trazo en el dibujo del adolescente imberbe, desubicado de cualquier problema actual de su entorno y aislado en una especie de peterpanismo contumaz, con Walt Disney en versión B extremo-oriental por única compañía.
No se intuye detrás ningún interés por la poesía tradicional japonesa, el haiku y el tanka, los códigos samurai, la interesante reliquia histórica que representó el padre del actual emperador nipón, aquel que fuera el último divino antes de reconocerse perdedor el pueblo japonés ante el ejército norteamericano al final de la II Guerra Mundial; tampoco su teatro de sombras, su gastronomía extraordinaria, su sintoísmo religioso...
Me temo que lo único que interesa, en realidad, en la exposición del manga en Murcia, es una versión estética, o estetizante, de la violencia justificada como arte de defensa (o sea, usada bajo ese pretexto para mostrar la violencia), y dar una imagen de lo joven más propia de un jardín de infancia.
Entiendo que a un público de niños prepúberes les guste ese compuesto, ese mix. Lo preocupante es que a muchachos y zagalones ya espigaditos les atraiga. Se evidencia, así, una falta de cultura propia, que les lleva a pastar en esa pseudocultura del manga y el comic en versión japo. Esa es la cuestión, un problema que remite a la falta de interés de nuestras autoridades culturales por sembrar la semilla de la cultura (en cualquier modalidad: autóctona, regional, nacional o universal) entre aquellos adeptos de la exposición.
Pero esa es otra cuestión para la que hay pocos micrófonos a los que precipitarse. Leer a Sanchez Rosillo, a Pedro García Montalvo, por hablar de los nuestros; a Miguel Hernández, a Quevedo, a Shakespeare, es lo que tendrían que recomendar los responsables políticos de la cultura.
Y si me apuran, recomienden mejor leer los tebeos del Capitán Trueno y de Mortadelo y Filemón, que les serán más interesantes psicológica y educativamente y menos simplones que esas historias del manga.
En la sección de cultura de un periódico de Murcia se reseña la exposición con este titular (supuestamente elogioso): “Invasión del manga”, y las autoridades culturales a la orilla del Segura se rifan los micrófonos para promocionar y a la vez promocionarse con el evento. La estupidez tiene siempre a mano un altavoz para presumir de fama, ya que no puede presumir de otra cosa.
La noticia estaría, en realidad (si seguimos la lógica de la campaña promocional), en el inesperado interés por la cultura nipona detectado en un lugar del mundo tan remoto como Murcia. Un interés, eso sí, por la cultura nipona descafeinada para consumo de más que talladitos zagalones y zagalonas amantes del comic y la frescura del trazo en el dibujo del adolescente imberbe, desubicado de cualquier problema actual de su entorno y aislado en una especie de peterpanismo contumaz, con Walt Disney en versión B extremo-oriental por única compañía.
No se intuye detrás ningún interés por la poesía tradicional japonesa, el haiku y el tanka, los códigos samurai, la interesante reliquia histórica que representó el padre del actual emperador nipón, aquel que fuera el último divino antes de reconocerse perdedor el pueblo japonés ante el ejército norteamericano al final de la II Guerra Mundial; tampoco su teatro de sombras, su gastronomía extraordinaria, su sintoísmo religioso...
Me temo que lo único que interesa, en realidad, en la exposición del manga en Murcia, es una versión estética, o estetizante, de la violencia justificada como arte de defensa (o sea, usada bajo ese pretexto para mostrar la violencia), y dar una imagen de lo joven más propia de un jardín de infancia.
Entiendo que a un público de niños prepúberes les guste ese compuesto, ese mix. Lo preocupante es que a muchachos y zagalones ya espigaditos les atraiga. Se evidencia, así, una falta de cultura propia, que les lleva a pastar en esa pseudocultura del manga y el comic en versión japo. Esa es la cuestión, un problema que remite a la falta de interés de nuestras autoridades culturales por sembrar la semilla de la cultura (en cualquier modalidad: autóctona, regional, nacional o universal) entre aquellos adeptos de la exposición.
Pero esa es otra cuestión para la que hay pocos micrófonos a los que precipitarse. Leer a Sanchez Rosillo, a Pedro García Montalvo, por hablar de los nuestros; a Miguel Hernández, a Quevedo, a Shakespeare, es lo que tendrían que recomendar los responsables políticos de la cultura.
Y si me apuran, recomienden mejor leer los tebeos del Capitán Trueno y de Mortadelo y Filemón, que les serán más interesantes psicológica y educativamente y menos simplones que esas historias del manga.
FULGENCIO MARTÍNEZ
PROFESOR DE FILOSOFÍA Y ESCRITOR
PROFESOR DE FILOSOFÍA Y ESCRITOR
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