ANTONIO
MACHADO: LA HETEROGENEIDAD DEL SER. CRÍTICA DE LA RELIGIÓN Y DICOTOMÍA SOBRE
DIOS
Por Francisco Zaragoza Such
Profesor de Filosofía. Autor del libro Lectura ética de Antonio Machado
Profesor de Filosofía. Autor del libro Lectura ética de Antonio Machado
Lo que pretendo hacer
aquí es no sólo tratar de entender e interpretar algunos textos de Machado, sino, de un modo muy directo,
tratar de plantear cuestiones no ya sólo de su tiempo, sino del nuestro.
Cuestiones que tienen que ver con estos
dos aspectos:
1.
La vida de los hombres en tanto que “heterogénea”.
2. Un problema que parece permanente,
el problema de la Religión y la idea de Dios.
1.
La vida de cualquier persona es una, pero se va haciendo siempre a partir
de un cúmulo constante de otras posibilidades. En este sentido, la vida humana
es heterogénea. Ante la pregunta sobre la elección o no de la vida que
realmente se hace, se puede responder que todo depende de la voluntad propia
–en una especie de idealismo optimista- o bien se puede decir que, pese a la
libertad de elegir, la elección real tiene diversas fuentes o diversos motivos,
algunos de los cuales son independientes de la propia voluntad. Sin negar
motivos personales, puede haber causas diversas que determinen esa misma
voluntad, si no en todas las ocasiones, al menos en algunas; si no en todas las
personas, al menos en muchas.
En todo caso, siendo el curso de
la vida personal pensado como fruto de las propias decisiones –pensamiento muy
optimista- o bien como consecuencia de diversas causas, más o menos asumidas
por el propio sujeto, lo cierto es que, en ambos casos, se produce un constante
planteamiento de las consecuencias posibles de cualquier otra elección –o como
se quiera llamar- también posible.
Pensar, hablar, no sólo de la vida
real de cada uno, sino de las vidas posibles, realmente posibles, es un
ejercicio perfectamente fundado. Nuestra vida no es necesaria en el sentido de
que tengamos que hacer necesariamente lo que hacemos. Pero necesariamente
tenemos que hacer algo. Entonces, pensamos en lo que hacemos y en lo que no
hacemos, pensamos en nuestro amor real y en nuestros amores posibles, nos
imaginamos cómo hubiera podido seguir siendo nuestra vida si hubiéramos hecho
otras cosas.
2. Partamos de que, pese a las
múltiples posibilidades, la vida humana tiene un final para todos, la muerte, y
un origen también universal. A partir de ahí se
plantean para todos nosotros –la historia nos lo ha ido planteando; lo
único que cambia son elementos circunstanciales- dos temas perfectamente
complementarios: Dios y la inmortalidad. Y un tercero que se conforma como un
camino o un proceso de vida: la religión.
Dios,
inmortalidad, religión se pueden negar –o afirmar, o ni una cosa ni la otra-, pero lo que es
innegable es que nuestra historia está llena de esas ideas, el arte, la poesía,
la filosofía, las costumbres, las fiestas, los nombres, la vida entera. La idea
de Dios y de la inmortalidad son ideas
del hombre. Nadie conoce a Dios, nadie conoce la inmortalidad. Son deseos,
ideas, utopías, pero no son, para el hombre, realidades de hecho. La religión
forma otro ámbito. Dios e inmortalidad existen o no. La religión es otra cosa: es
una manera de vivir. Y esa manera de
vivir se cobija, a través de la educación, en diferentes Iglesias. Las Iglesias
no se definen por el sentimiento religioso, pero sí son el espacio organizativo
en el que socialmente –y normalmente- se reúnen las personas que practican ese
sentimiento. Hay en las Iglesias, en general, más o menos mezcladas dos tipos
de personas: las que sienten la religión y las que están simplemente por hábitos sociales o familiares. En
términos generales las Iglesias son organizaciones que tratan de conducir el deseo de Dios y de inmortalidad
a través de una estructura ideológica y de poder basada en este principio: todo
lo que predica y hace la Iglesia lo predica y lo hace en nombre de Dios. Y todo
el que se enfrenta a sus decisiones está en pecado. Así se define el bien y el
mal. El bien es lo que hace la Iglesia. El mal se forja en la distancia, en la
separación, en la enemistad.
De hecho, en
la obra de Machado –ya llegamos a ella, aunque de verdad no hemos salido de
ella- se produce una discusión interna en torno a estos elementos: por una
parte, religión-cristianismo e Iglesia; y, por otra parte, la idea de Dios, el
Dios de la teología, el Dios del creer y el Dios del querer.
*
* * * * * *
En las palabras de Juan de Mairena y de
Abel Martín hay un humor no reñido con la profundidad del pensamiento. La
“esencial heterogeneidad del ser” manifestada tanto por el maestro Abel Martín
como por Juan de Mairena, uno de los personajes más lúcidos de la literatura y
de la filosofía española, es, por una parte, una expresión que da lugar a la
sonrisa –ante el lenguaje de Juan de Mairena cabe casi siempre la sonrisa- y,
por otra parte, es la manifestación de una profunda conciencia sobre la
realidad, en concreto sobre la realidad humana. No es el resultado de una investigación
sistemática, metodológicamente comprobable, ni es la premisa de un
razonamiento. Sin dejar la sonrisa, y más allá de ella, creo que se puede
proponer el alcance amplio y abierto del principio de la heterogeneidad del
ser. Ese principio concentra, ni escéptica ni dogmáticamente, el pensamiento filosófico-cordial de Antonio
Machado. La heterogeneidad es la síntesis que caracteriza a la conciencia del
hombre.
El ser heterogéneo es el ser
humano. La heterogeneidad de cada uno, que va adquiriendo una suficiente
autoconciencia, se desarrolla en estos ámbitos:
1.
El de su vida en el tiempo que, en algún sentido, es una, aunque
en otro sentido es múltiple y heterogénea.
No sólo en el ámbito de las posibilidades, sino en el de su propia
realidad vivida.
2. El del pensamiento dual y heterogéneo en torno a Dios y a la muerte.
2. El del pensamiento dual y heterogéneo en torno a Dios y a la muerte.
En Machado, como en tantos otros
poetas, el pensamiento no está regido
por el carácter de la lógica, que es imprescindible, por ejemplo, en el ámbito
de la ciencia. La reflexión sobre los estados de ánimo o sobre las
circunstancias de cada momento –el tiempo como diversificador de la
autoconciencia- discurre poéticamente a través de expresiones y “decires” a
veces contradictorios o, al menos, “heterogéneos” y “complementarios”. Un ejemplo que, aunque muy usado, es de gran
utilidad mostrativa:
Dice la
monotonía
del agua
clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo
mismo que ayer.
(Soledades, LV)
Hoy dista
mucho de ayer.
¡Ayer es
nunca jamás!
(Soledades, LVII)
Hoy es
siempre todavía
(Nuevas Canciones, CLXI)
El
adjetivo y el nombre,
remansos
del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la
gramática lírica,
del Hoy
que será Mañana,
del Ayer
que es Todavía.
(Nuevas Canciones, De mi cartera, VII)
A la distancia en la que se sitúa el
análisis lógico, en el conjunto de estas
expresiones hay contradicción y, por lo tanto, el conjunto no sería verdadero.
Sin embargo, lo es. ¿Por qué? En el orden del leguaje hay dos campos de
aplicación o, dicho de otra manera, el uso de la lengua se refiere a dos
ámbitos que podemos denominar, uno, lógico-matemático y, otro,
poético-sentimental. O bien, dicho más brevemente, Ciencia y Poesía. En la
expresión poética, “que va de la cabeza al corazón y del corazón a la cabeza”,
que expresa ideas sentimentales o sentimientos ideales, por lo que la lógica se
aviene a lo que se siente pensando y a lo que se piensa sintiendo, la verdad no
es unívoca, sino equívoca. Es unívoca, o pretende serlo, en la ciencia. Es
equívoca, aunque por ello mismo también verdadera, en la poesía. Y, en algún
sentido, en la filosofía.
La reflexión filosófica, por
ejemplo la reflexión de Machado a través del pensamiento y de la palabra de
Juan de Mairena, no es científica. Sin embargo, no por ello deja de ser
verdadera.
La expresión del sentimiento que
provoca la conciencia del tiempo, siendo diferente en momentos distintos, es
siempre verdadera. La diversa clase de atención sobre el mismo fenómeno a lo
largo del tiempo no significa la verdad o falsedad de una clase en relación con
la verdad o falsedad de otra. Si han ocurrido, todas son verdaderas.
Es preciso hacer esta distinción:
la verdad subjetiva y la verdad objetiva. La primera se refiere a lo que uno
siente, piensa, quiere. La segunda, al objeto que existe, que es independiente
del sentir, del pensar, del querer. La verdad poética se sitúa en el ámbito de
la verdad subjetiva. La verdad científica es objetiva.
Aunque quizás son posibles otros
planteamientos, en Machado es radicalmente subjetivo el tema de Dios. No es
objetivo. Hay un sentimiento, un querer, pero no hay una verdad objetiva.
Sin embargo, la Iglesia, las
Iglesias, plantean otra cosa. No hay ciencia sobre Dios, pero hay otro camino:
la fe. Y convierten a la fe como el camino necesario y universal. Sin fe no hay
salvación. Ligan la aceptación de Dios, mediante la fe, a la salvación. Lo cual
es un negocio impúdico.
Antonio Machado no sólo no forma
parte de la Iglesia, sino que está radicalmente en contra de esa concepción. La
existencia de Dios no es un tema científico y la fe no causa otra cosa que
anulación del pensamiento. La heterogeneidad del ser, que en este caso es heterogeneidad
del pensamiento, ofrece otra fórmula: no la fórmula de la fe, sino la de la
duplicidad de ideas y sentimientos. La existencia de Dios no puede ser afirmada
ni negada. No hay conocimiento para afirmar ni conocimiento para negar. Dejemos
a un lado la fe.
Para el pensamiento poético y
dual, o heterogéneo, Dios existe o no. Pero Dios no es cualquier cosa. Es la
condición de la inmortalidad. La fuerza máxima de su existencia no es que sea Causa Primera, sino garantía de
inmortalidad. (Unamuno está próximo,
pero es más trágico) Se aspira a Dios, pero no se sabe si existe. No se conoce
ni se puede conocer. El poeta desea que haya Dios, sueña y, a veces, sueña que
sueña.
En un estudio de Ruiz Ramón, “Algunas aproximaciones al
problematismo del tema de la muerte en la poesía de Antonio Machado”(1), en
relación con el tema de Dios se alude a las diferencias de posición que hay
entre diversas reflexiones sobre la obra de Machado: por un lado, Laín Entralgo y Aranguren; por otro, Serrano
Poncela; y, por otro,
Sánchez-Barbudo. Ruiz Ramón dice: “Machado es un poeta radicalmente
problemático... Nunca arribó a un horizonte de seguridades”. “Por ello los
críticos de Machado, cuando se enfrentan con las cuestiones últimas, explícitas
o implícitas en esa poesía, dan respuestas distintas.”
Laín Entralgo, en su libro “La generación
del noventa y ocho”(2), desde un cristianismo semiabierto, califica a Machado
de “menesteroso buscador de Dios, aunque fuese por sendero extraviado”. Y
Aranguren, en su artículo “Esperanza y desesperanza de Dios en la experiencia
de la vida de Antonio Machado”, dice: “Antes [Machado] había escrito ‘Quien
habla solo espera hablar a Dios un día’. Ahora que ya no espera hablar con Dios
va a trabar diálogo con los filósofos”. Se refiere al paso hacia la invención
de Juan de Mairena. Tanto el libro de Laín, como el artículo de Aranguren, son
de los años 40.
¿Cuál es, a mi parecer, el núcleo de la
cuestión? Que en Machado no hay un planteamiento de la fe. No está en su ámbito
de pensamiento. La mayor parte de las veces la fe es simplemente un elemento
importante del aprendizaje social, en el mejor de los casos. Es frecuente, por
otra parte, que cuente en el ámbito de las fiestas y del folklore, y poco más.
Para Machado la cuestión no se resuelve mediante la aceptación de la fe, que no
es más que un acto de la voluntad, más allá del aprendizaje. El problema
insoluble consiste en querer saber lo que no se puede saber.
Con todo, el profesor Aranguren
propone una línea machadiana, independientemente de esa señalización soriana y
amorosa que alcanza alguna aproximación a la fe religiosa, que él mismo apunta,
de pensar y no pensar, de sentir y no sentir, de dudar, de querer, que indica
una dialéctica abierta, alguna señal de esperanza al lado de la desesperanza.
En un artículo de José Mª Valverde, precisamente dedicado
a José Luis L. Aranguren, con el título “Evolución del sentido espiritual de la
obra de Antonio Machado”(4), extraordinariamente bien pensado y bien escrito,
se plantea la obra de Machado en tres etapas cronológicas, sin que las
diferencias de pensamiento sean notables. Marcan, en todo caso, una cierta
evolución, un acrisolamiento sucesivo, cada vez más patente, aunque no
inevitable. La teoría de la “heterogeneidad del ser” es el testigo cierto del
hecho de que la evolución personal es una, pero hubiera podido ser otra, u
otras. Este es un hecho importantísimo en la biografía de cada hombre. Cada
hombre es uno, pero podía haber sido otro. La enorme variación se debe a
pequeños acontecimientos, alguna decisión, alguna falta de decisión, algo que
parece momentáneo se convierte en duradero...
Valverde distingue estas tres etapas en la obra de
Machado: una primera marcada por “Soledades, Galerías y otros poemas”; una
segunda cuyo valor gira en torno a “Campos de Castilla”; y una tercera
significada por la aparición de Juan de Mairena, el profesor apócrifo y lúcido.
En Valverde el tema de Dios es fundamental. Empieza por distinguir y precisar
que la buena poesía –y la de Machado lo es- es aquella en la que el poeta trata
de configurar el mundo, su mundo. Machado trata de expresar clara y
profundamente cuáles son los materiales de su mundo y trata de pensar el
sentido de la vida. Tanto Aranguren, como Valverde, lo dicen: Machado no afirma
la fe. Los dos aman su poesía. Valverde con más rotundidad. Pasados los años,
en 1975, publica un libro sobre Antonio Machado (5). El artículo anterior, que
estábamos comentando, es de 1949. Valverde está muy cerca del poeta, pero siente
profundamente que no tenga fe.
La cuestión, en Machado, es otra.
No es una cuestión de fe o no fe, no lo es de teísmo o ateísmo. El problema
para Machado y más trágicamente para Unamuno, y más o menos para muchos más, es
una posibilidad no resuelta: la existencia o no de Dios y, por lo tanto, de la
inmortalidad. La moral no depende, en absoluto, de la religión, ni de los
mandamientos de una Iglesia, ni siquiera de la afirmación de la existencia de
Dios. La moral solo depende de la conciencia de la relación de uno con los
demás y con uno mismo. El problema es otro, es la imposibilidad de conocer esta
cuestión fundamental y de dar respuesta a ella: ¿existe Dios como garantía de
la inmortalidad? No hay respuesta.
A partir de ese silencio se pueden
plantear otras cuestiones –el silencio, aunque muchas veces sobrevenido y no
coincidente con ninguna pregunta ni respuesta, es necesario-: la filosofía, la
ciencia, la poesía, la música, la pintura, etc. Y, dentro de ese orden de
cuestiones, Machado plantea la “heterogeneidad del ser”, tema en el que rebaja
el posible carácter trágico, que se da en el pensamiento de Unamuno, y
desarrolla una posibilidad de conocimiento que, a la vez, es profunda y con
humor y bonhomía.
NOTAS
(1)
Ruiz
Ramón, F: “Algunas aproximaciones al problematismo del tema de la muerte en la
poesía de Antonio Machado” en “Estudios sobre Antonio Machado”, José Ángeles,
ed. Ed. Ariel, Barcelona, 1977. (pág.234)
(2)
Laín Entralgo, P: “La generación del noventa y ocho”, Ed. Espasa Calpe,
Madrid, 1947. (pág.67)
(3)
L. Aranguren, J.L.: “Esperanza y desesperanza de Dios en la experiencia
de la vida de Antonio Machado” en “Antonio Machado”, Edición de Ricardo Gullón
y Allen W. Phillips, Madrid, 1973. El trabajo de Aranguren se publicó por
primera vez en “Cuadernos hispanoamericanos” en el año 1949.
(4)
Valverde, José Mª: “Evolución del sentido espiritual de la obra de
Antonio Machado”, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, 1949. Forma
parte de la recopilación que hacen Ricardo Gullón y Allen W. Phillips, Ed.
Taurus, Madrid, 1973.
(5)
Valverde, José Mª: “Antonio Machado”, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1975.
FRANCISCO ZARAGOZA SUCH
ÁGORA DIGITAL NOVIEMBRE 2014/ HOMENAJE A ANTONIO MACHADO
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