a la UME
Llegará un día en que los poetas
debamos luchar por César Vallejo
a puros versos y con un fusil enamorado
(escrito por el mismo autor)
Yo no sufro este dolor como Cesar Vallejo
(…) Hoy sufro solamente.
César Vallejo (“Voy a hablar de la esperanza”)
Confieso que cuando escribí esas cosas
de fusil enamorado y de lucha
yo era solo un estudiante de diecinueve años
que publicaba sus primeros versos en Madrid.
En una revista pequeña donde junto a los jóvenes
publicaban buenos poetas,
algunos diplomáticos de países americanos
en los que aún y todavía mandan dictadores.
Y aunque algunos de esos, de los diplomáticos,
protestara al editor por mi poema
y le recordara la conveniencia de la censura,
yo en verdad no creía, al escribirlo,
que la violencia fuera revolucionaria,
aunque posiblemente aceptaba
que la revolución fuera violenta
si era necesario para la acción liberadora
a favor de los oprimidos, por supuesto,
contra los opresores.
El poeta tenía un compromiso moral
y el primer mandamiento en que se encarnaba
la función social de la poesía,
según algunas de las más simples
y entendidas mentes de aquella época,
era practicar en el verso la apología
de la violencia, por supuesto justa,
por supuesto contra los malos,
y aunque yo había leído ya algo sobre
la cuestión humana del sufrimiento a secas
que plantea la palabra expiatoria de Vallejo,
qué lejos estaba de comprenderlo. Y qué lejos
de saber que ningún verso vale nada
cuando quien lo toma no lo llena de amor concreto.
Y mucho más lejos estaba de pensar en la acción,
tan noble como aquella palabra de Vallejo,
que habría de realizar el Ejército español
cuarenta años después, en dosmilveinte.
Entrando en las residencias de ancianos,
cuando nada paraba el contagio mortal
y cadáveres enmohecían en sus camas,
no con versos ni fusiles de amor,
ni con otras armas que la humanidad urgente.
FULGENCIO MARTÍNEZ
Del libro La segunda persona
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