BLECHER Y SUS METÁFORAS
por Alicia Rodríguez Sánchez
Este escritor rumano de efímera existencia vivió durante la convulsa primera mitad del siglo XX (1909 – 1938). Durante ese breve lapso de tiempo, fue autor de varios poemarios y novelas. Dentro de estas últimas, personalmente me gustaría destacar Corazones cicatrizados[1], escrita durante el periodo de entreguerras y marcada por la influencia de una enfermedad que le produjo esa particular visión tanto del mundo como de sí mismo.
Se concibe su obra con rasgos surrealistas y, en este sentido, cabe destacar que prima ante todo el humor negro con el objetivo de destruir todo matiz sentimentalista y racional. Estos los podemos observar en la primera cita médica de la que tenemos constancia: “en el umbral apareció una figura pequeña, oscura, como un animal asustado que sale de su madriguera” (página 10), donde realiza un símil con la figura del cazador y su presa a punto de ser cazada, similar al mito de Apolo y Dafne, pero donde no se encuentra presente el cariz afectivo-sexual, y en el cual no hay una transfiguración salvo la conversión en una persona curada, que finalmente no se producirá.
Asimismo, a lo largo de la novela observamos una lista de tópicos literarios como amor ferus en la pregunta retórica: “¿de qué le servía la libertad y la limpieza de otro cuerpo?” (página 123), en la cual se observa el enfado consigo mismo y en donde toma como uno de sus detrimentos a Solange cual Pandora abriendo los males que le acechan al protagonista y expandiéndolos por el sanatorio y sus alrededores; o el tan socorrido tempus fugit: “agotamiento de la vida más esencial…” (página 108) o “la enfermedad se burló de él hasta el final” (página 109), donde nos viene a la mente la figura de Emanuel como el héroe griego Teseo, quien se ofrece como víctima ante el minotauro, que no es más que el sanatorio al que ha ido a curarse.
Es constante la presencia de comparaciones con el mundo submarino: “en el pecho se le había hecho un vacío tal que se le oía con claridad un bramido, como el murmullo del interior de una concha marina cuando uno se la acerca al oído” (página 13), en la cual Emanuel es la ballena que ha engullido a Jonás (el llamado profeta rebelde), que no es otra sino su enfermedad, de la que, a pesar de los esfuerzos por curarse, nunca va a poder librarse. La excepción a todo ello la encontramos en que, a diferencia de Jonás, que se salva gracias a la intervención divina, Emanuel no lo logrará, ya que se define como “el único animal submarino de aquellas profundidades oceánicas y Emanuel el último ahogado” (página 22).
Cabe mencionar también el empleo de metáforas con elementos de la naturaleza o elementos cotidianos que acercan al lector al sentido de la vida que nos refleja el propio escritor en expresiones tales como “así pues, el cuerpo se le podía quebrar de un momento a otro, como un árbol carcomido, como una muñeca de trapo” (página 13) o “también él ahora se arrastraba más que andaba. Se sentía identificado con aquel ratón hasta en la menor actitud. Iba igual de aterrado y aturdido” (página 14). A través de las cuales entendemos la fragilidad del cuerpo y, por ende, la consiguiente brevedad de la existencia humana como si hubiese un ser superior que nos vigila y que mueve los hilos de nuestra propia vida.
No podemos pasar por alto tampoco las metáforas musicales: “el médico empezó a palpar despacio, con atención, la columna vertebral de arriba abajo, apretando en cada vértebra, como un afinador las teclas de un piano […] la misma nota clara de dolor” (página 16), donde, con una sutil ironía, establece correlaciones con respecto al umbral de dolor que puede soportar una persona, o “el fondo de un murmullo coral en una ópera” (página 32), en la cual compara los coloquios que se mantienen en un tren con un sonido de fondo de maquinaria, vagones y demás elementos relacionados con el mundo de las locomotoras.
Asimismo, no debemos dejar de lado tampoco las metáforas relacionadas con lo fúnebre y la muerte: “las sombras negras que representaban su esqueleto; la más secreta e íntima estructura de su cuerpo ingresa allí en transparencias oscuras y fúnebres” (página 14), en donde observamos una reminiscencia con similitudes de La Parca y su vestimenta tradicional, o bien podríamos considerarlo también como un paso previo que conduce a la muerte, entendida esta como la separación del cuerpo y el alma, donde el cuerpo sería el de Emanuel y el alma la radiografía que en ese mismo instante le está enseñando el doctor.
Al principio de la novela observamos que el protagonista, alter ego literario del escritor, está bastante animado debido a los deseos del padre: “Allí está tu curación…ni se nota que estás enfermo” (página 29), pero ello irá cambiando y transformándose en negación e incluso en ira, por ej.,“yacía inerte con todas sus fuerzas anuladas, prisionero dentro del corsé”, “ lo manejaban como si fuera un maniquí inerte” (página 67), “tuvo una terrible sensación de aniquilación como solamente había sentido en sueños” (página 68). Frases lapidarias que muestran a dicho enfermo sin la menor posibilidad de sanarse; dolor: “Emanuel sintió en el pecho una gran debilidad, diríase que respiraba algo de vacío y la desolación de aquella tarde melancólica”; “ningún libro del mundo podía llenar el vacío inmenso de un día tibio e íntimo de sufrimiento; “el día volvía a caer en la monotonía” (páginas 27-28) donde ni tan siquiera le consuela una lectura de una obra literaria, actitud vital similar donde aunamos el pesimismo y la melancolía, aspectos latentes en la Generación del 98 española; negociación: “la paradoja residía en existir y, sin embargo, en no estar completamente vivo” (página 45), al haberle puesto el corsé de yeso que le acompañaría durante bastante tiempo, se sentía prisionero dentro de su propio cuerpo, cual parálisis del sueño en la cual tu mente está despierta, pero no así tu cuerpo y finalmente, aceptación: “allí tuvo por vez primera la auténtica sensación de la atroz categoría vital en la que había entrado” (página 38), donde se nos hace patente la figura de un enfermo consciente de sus propias limitaciones y que sabe con certeza su trágico destino final.
A lo largo del libro, la ironía queda patente en expresiones como “pase, por favor, la guillotina está preparada” (página 18), cual reo que espera su destino final en el cadalso ante una multitud enfervorecida en la plaza del pueblo o “me está vistiendo exactamente igual que a un cadáver” (página 37), donde lo están amortajando en vida sin esperar a que el cuerpo se vuelva inerte, o cuando escribe “Encerraban a Emanuel en una túnica blanca desde el cuello hasta la cadera” (página 67), cual enfermo mental con una camisa de fuerza atada para que no se lastime. Observamos también la imagen figurada de una esfinge que protege la entrada del templo al igual que lo realiza el corsé para con el cuerpo del enfermo: “descubrió que se había convertido en una estatua completamente híbrida, en una extraña combinación de piel y yeso” (página 68).
Aparecen ciertas reminiscencias del mito del Ave Fénix, ese ser mitológico de fuego que presenta la capacidad de renacer y de resurgir de sus propias cenizas, que simboliza también el poder de la resiliencia, esa capacidad inigualable mediante la cual uno puede renovarse en un ser más fuerte, valiente y, sin lugar a dudas, luminoso cuando le mencionan la posibilidad de quitarle la escayola y “sentir de nuevo libre el cuerpo le parecía algo insólito, un acontecimiento propio de una vida que empieza, como venir otra vez al mundo” (página 143), donde también podemos observar dicho resurgimiento tras la llegada del triste final, como es la muerte, pero que queda olvidada tras la reencarnación en una vida mejor, como así lo espera el protagonista de la novela.
Muchos estudiosos han considerado a Blecher como el Kafka rumano. Esta similitud es debida a que ambos tratan la soledad del ser humano con una perspectiva similar, como cuando menciona “la soledad del mundo se había vuelto infinita” (página 190), remarcando que ya se encuentra solo, que había dejado atrás a sus amigos, la villa Elseneur, a la señora Tils y a su antigua novia, Solange, ya que el protagonista no siente consuelo alguno entre ellos y se marcha a otro lugar en busca de la anhelada sanación, que nunca conseguiría y que, irremediablemente, acabaría produciendo su muerte a una edad muy temprana. Asimismo, también evoca a Kafka ante la frustración de no poder sanarse, hecho que transmite a través de su alter ego: “Emanuel sintió en el pecho una gran debilidad, diríase que respiraba algo del vacío y la desolación de aquella tarde melancólica”.
El título del libro, Corazones cicatrizados, presenta una explicación lógica que el mismo autor reafirma al escribir “los corazones de los enfermos han recibido a lo largo de su vida tantas puñaladas que se han transformado en tejido cicatrizado […] insensibles al frío […] al calor […] y al dolor […] Insensibles y amoratados de tan duros” (página 120), donde queda patente la aceptación ante una actitud vital de resignación, como si se tratase de animales maltratados por sus dueños que siguen con ellos en una suerte de pleitesía, como el lacayo que se postra ante los pies de su señor. Dichas cicatrices llegan hasta el alma misma donde quedan por siempre permanentes cual latido acompasado en un corazón sano.
Por lo que respecta a la prosa es directa, sencilla, plagada de metáforas e ironías que nos transportan al mundo del surrealismo en donde la vis cómica tiene gran cabida y donde el lector puede adentrarse en el mundo de un enfermo, que realmente es consciente de su enfermedad, que intenta sanar por todos los medios posibles pero que tristemente no lo consigue.
Por último, no debemos terminar la reflexión en torno al libro sin realizar una mención a las palabras finales de este: “A lo lejos, la ciudad, como un vapor que se hunde, desaparecía en la oscuridad”, donde Emanuel observa que deja atrás su pasado y que intenta borrar toda huella de ese pasado, similar al vapor de agua que se condensa y se evapora; así quiere que sea su vida a partir de ahora donde quizás espere un Paraíso terrenal frente al limbo vital en el que se encuentra.
A la hora de enfrentarme a la obra de Max Blecher, iba con la idea preconcebida de que la novela de un enfermo iba a parecerme similar a la titulada Diario de un enfermo de José Martínez Ruiz (conocido unos años después por su seudónimo de Azorín) donde finalmente se intuye con “A la luz indecisa del crepúsculo, refleja, nikelado, sobre la mesa. Me levanto: lo cojo. -He sonreído”, que ha terminado su vida suicidándose ante el mundo que le ha tocado vivir y del que siempre ha renegado. Al contrario de Azorín, observo en Blecher un deseo de vivir, de olvidar la ciudad y dejarlo todo atrás, comenzar de nuevo cual frase lapidaria de Solange tras su partida: “olvida esta ciudad…olvida sus miserias”, para que así el enfermo pueda sanar como en un balneario con sus aguas termales, emplazamiento donde tratan algunas dolencias o enfermedades y donde la persona puede llegar a sanar de algunas de ellas. Ha sido una grata sorpresa encontrar a un escritor de este calibre que, pese a haber fallecido “en la plenitud de la vida”, nos ha legado una obra para las generaciones venideras como un referente al máximo nivel que no tiene nada que envidiar a otros de renombre, tales como Camil Petrescu.
Considero que este autor debería ser leído por aquellas personas que puedan estar en esos momentos de la vida donde no se tiene consuelo alguno debido a problemas personales o de otro calibre, dado que concibo la obra con una gran fuerza emocional que traslada al lector al sufrimiento, pero al mismo tiempo a la esperanza de que se puede cambiar o intentar al menos variar nuestro destino, que no debemos conformarnos con simplemente una única opinión o bien con una única salida, puesto que el protagonista se marchará a otro sanatorio, al igual que su alter ego, ya que no se rinde ante las adversidades que le proporciona la vida e intentará solventar todos los obstáculos que esta le oponga.
ALICIA RODRÍGUEZ SÁNCHEZ es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante. Actualmente, ejerce como profesora de carrera en el Centro Integrado de Formación Profesional (CIPFP) Canastell de la localidad alicantina de San Vicente del Raspeig. En este centro, imparte la materia de Lengua castellana y literatura. Su primera incursión en el mundo de la literatura para adultos fue con la recopilación medieval de cuentos titulada Las mil y una noches a los que le siguieron otras obras clásicas españolas de autores como Mariano José de Larra, Gustavo Adolfo Bécquer o Lope de Vega, entre otros grandes de la literatura.
ÁGORA DIGITAL/ NOVIEMBRE 2021/ CONTENIDOS DE ÁGORA 10/ Max Blecher
[1] Max Blecher, Corazones cicatrizados, Ed. Pre-Textos, Valencia. Traducción J. Garrigós. N. de la A.
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