Un 30 de octubre de 1910 nacía en Orihuela Miguel Hernández. Se han cumplido 111 años y han nacido seis o siete generaciones después, si nos atenemos (con Ortega y Gasset) a la escala temporal de quince años para una generación. Miguel Hernández fue de la generación enérgica que, tanto en el bando republicano como en el nacional, se alistaron en las filas de los combatientes de la Guerra Civil. Sin embargo, esta generación había sido, en España, la de la paz, de la paz neutral española durante el primer gran conflicto bélico europeo del siglo XX.

Algunos de la anterior generación de jóvenes fueron enviados, para cumplir con el servicio militar, a los conflictos de África (como fue el caso de Ramón J. Sender, nacido en 1901, quien alcanzó el grado de alférez provisional en la Guerra de Marruecos, entre 1922 y 1924). Y más atrás de esa generación del fin del siglo XIX, se cuenta la que sufrió el desastre del 98, la que cumplió su servicio militar en Cuba o en Filipinas; generación mártir, diezmada por las guerras y las enfermedades que se cebaron sobre muchos soldados de extracción proletaria que no podían pagar su redención del servicio. No vayamos más atrás para hacerse cada uno de los lectores una idea de la situación y de su situación en ella. Alguno de ustedes aún recordará la historia de algún abuelo en la guerra de Cuba.

Tengo a Miguel Hernández por título de abuelo. Mi verdadero abuelo, Fulgencio, al que no conocí, fue guardia de asalto. (Ya sé lo del chiste: no es lo mismo ser guardia de asalto que dar saltos alrededor de un guardia). Mi otro abuelo, el materno, desertó de soldado forzado republicano (que no todos eran milicianos alegres, armados hasta los dientes de ideología, tanto en uno como en otro bando). Y la razón que nos dio una vez a sus nietos, nos convenció: «Es que no tenía odio a nadie». Ya está bien de presumir de odios y de abuelos o bisabuelos. Pongamos de moda el pacifismo, la no confrontación entre españoles, no enseñemos el odio porque el odio envejece, incluso a los niños.

POESÍA SOCIAL, POESÍA CÍVICA

Miguel Hernández escribió casi a finales de la guerra su libro El hombre acecha (1938-39). Compuesto de 19 textos, contiene siete u ocho poemas mayores (entre otros, desgastados y menos valiosos poéticamente). Pero los genios están para crear tres o cuatro piezas inolvidables, no para hacer carpintería y bulto.

El hombre acecha es la cumbre de la poesía social. Atrás queda Viento del pueblo, su poemario épico; y en pocos meses Miguel será arrastrado al calvario de las cárceles de Franco, donde escribirá su, quizá, definitivo testamento lírico (y humano), su gran Cancionero y romancero de ausencias, y los poemas últimos, póstumos (grandiosos, tremendamente verdaderos y emocionantes) que reunió para su publicación su amigo, el genial, pacífico Vicente Aleixandre. Nadie más opuesto a Miguel y nadie más igual a él en grandeza, humanidad y generosidad que este Vicente, que dio de comer a la viuda y al hijo del poeta oriolano en la más dura posguerra.

¿Por qué valoro tanto El hombre acecha y sin embargo cuestiono hoy la poesía social? Repárese en que en nuestros días hasta alguien corregiría su título por no ser ‘poligénero’. Escribí en enero una reflexión sobre Hernández y la poesía social, que ha publicado la Fundación de Orihuela que lleva su nombre en un libro colectivo, y en LA OPINIÓN una ‘poética errática’ donde dejo asomar un poco mi perplejidad y termino diciendo que solo se puede hacer hoy una poesía de crítica política o personal. ¿Por qué no gusto de la etiqueta social? Aquí pasa como en todo: las marcas se confunden con las cosas, como lo de ‘desarrollo sostenible’ o ‘feminismo’ con las realidades y problemas que esas marcas invisibilizan bajo pretexto de visibilizar, pero solo parcial e ideológicamente: estoy en contra por sistema, preventivamente, de todas esas marcas (palabras-eco trampas). Igual me pasa con ‘valores’ o ‘democracia’. Hace unos años, más ingenuo que hoy pero con olfato de la diferencia, que es lo que Heráclito recomienda aplicar a las cosas, distinguí entre poesía cívica y poesía social. En 2010 y hasta 2014 creía en la poesía cívica, que habla desde la conciencia ciudadana, etc. Incluso lo social, que era en el siglo XX el realismo social (en el fondo, todo lo que fuera procomunista o compañero de viaje del comunismo) habría de reescribirse en nuevos términos cívicos, incluso cívico-ilustrados, valores, derechos humanos, democracia, libertad, justicia, etc.

Ocurre que a) los ‘valores’ y demás son otras palabras trampa, tal como las han reacuñado; Nietzsche diría: transvalorizado, como la moneda cambiando el valor pero manteniendo la palabra-efigie misma, y qué grande fue aquel Diógenes falsificador de monedas por hacer la contraria. Lo suyo era ya propaganda por el hecho, como hacían los anarquistas con sus atentados; como ya hizo, antes que el cínico, incluso Sócrates, o el Sócrates al que se atribuye haber dicho, ante el escaparate de una tienda: ¡Cuántas cosas no necesito!

Pero b), no les podemos dejar el campo libre a los que se fingen demócratas para que se apropien de esas armas dialécticas. Esa es su táctica, que te autoexcluyas, digas que no eres demócrata o renuncies a las palabras y las cosas que ellos han secuestrado, y te quedes al margen. Dialécticamente, no hay que darles esa ventaja, hay que vencer con el argumento circular (Aristóteles), como el que vence en un pulso, aprovechando la fuerza del contrario, es decir, desentendiéndolos y poniéndoles contra sus propias palabras-trampa. ¿Fascistas? También hay fascistas de izquierdas: que se acostumbren a oírlo... Solo así puede uno de verdad plantearse una búsqueda equilibrada entre la crítica y el compromiso en la situación.

Los valores están bien custodiados en los poetas (en Vallejo, en García Lorca, en Hernández, en el mejor Machado, Antonio, y en Manuel, grandísimo poeta, en Rubén sobre todo, el más grande de los grandes). Los valores, que los políticos tanto manosean y desgastan, convertidos en palabras consignas ideológicas, y muchas veces hipócritas.

EL ESCRITOR Y SU OBRA

Pero, ¿por qué nos siguen gustando tanto versos como estos de El hombre acecha, el mejor libro de poesía social, o cívica, fuera de un contexto concreto bélico? «Para la libertad sangro, lucho, pervivo, / para la libertad mis ojos y mis manos / como un árbol carnal, generoso, cautivo, /doy a los cirujanos...».

O cuando leemos La voz a ti debida, de Salinas, nos volvemos al puro sentido del amor que alguna vez y siempre... Y es no entender el arte, ni un poema, que es creación total única en el momento y en lo eterno, querer releer los valores del mismo por la biografía sentimental del poeta. Casi no importa, no afecta y distrae del valor de la iluminación del texto escrito en un momento (de enamoramiento o de fulgurante vida), qué me importa lo que haga o hizo después el escritor, como si se mete a húsar. La poesía, el poema, unos pocos poemas, como unos pocos textos, novelas, cuadros, sinfonías, justifican a un gran autor.

En este otoño, estación en que vio su primera luz, recién cumplidos 111 años de su nacimiento, invito a las generaciones de mis contemporáneos a leer a Miguel Hernández, ya un clásico a prueba de su utilización sectaria; y a mirar más allá de nosotros, y vosotros, a la situación. Como escribí en otro lugar: «Hoy, igual que mañana, compadres, necesitamos a este poeta grande, rescatado de los puños y las banderas enfrentadas».