Historias del cole
Una lección de Historia
No se os ve poner interés. Cuando don José se enfadaba cogía su regla y golpeaba a troche y
moche. Escalera de color. Nadie escapaba a la quema, ni aun ocultando la
espalda contra el que se sentaba en el extremo del banco. No os entra la historia, caballeros; ya veréis cómo os la saco yo… de
las costillas.
Dábamos, esos días, la
historia de los romanos. Sobre todo con los mayores, el bueno de don José se
esmeraba para que supiéramos algo de mitología, sin ella no podréis entender
a los autores clásicos (de la historia de Prometeo, cuyo hígado era cada
noche devorado por un buitre y crecía a la mañana para otro suplicio, sentíamos
curiosidad por conocer el final) como sin
haber saludado la historia sagrada no os acerquéis al arte, pues muchos cuadros tratan de Holofernes, David, Herodías,
y os asustarán como monstruos
imponentes, si no sabéis que sus figuras tuvieron vidas como las de Prometeo, Dafne y Apolo, por
ejemplo.
Se empeñaba en enseñarnos
rudimentos de latín a los mayores que
luego en el instituto vais a encontraros sin saber el abc. La lengua latina es
como nuestra madre, de ella venimos; si ustedes observan el hipérbaton, está
ahí el secreto de la intención que ponemos al hablar, y al escribir.
Al principio de la frase la palabra que el romano quiere destacar,
porque la lengua se hizo para el hombre, no el hombre para la lengua. Vera
malorum amicitia non est. Verdadera amistad no existe entre gente malvada.
Verdadera, ojo, verdadera amistad. Eso es su lengua. ¡Qué no su moral!
Y contaba el maestro la
vida de Séneca, que le habíamos oído ya otros años, nuestro Séneca, que llevó una vida ejemplar y murió noblemente, como
Catón de Útica.
Aquel buen profesor creía
lo que decía con una sobriedad en sus frases extraordinaria.
Comenzaba la historia de
Catón recitándonos un poema:
Aquí hemos venido
a llevar una
vida honrada y difícil
- dijo Catón de
Útica -
A dar un paso
al frente,
cuando ninguno
quiera darlo,
ante el pelotón enemigo.
Los augurios no
nos conciernen.
Fortuna no
dirige nuestras almas.
Iguales a
nosotros son los dioses
que la Naturaleza
sueña crear.
No tenía mala intuición
histórica (en tiempos de la Revolución francesa, también los héroes modernos
gustaban ser pintados como Horacios y Catones), pero el poema teníamos que
aprenderlo de memoria y declamarlo después, a la vera de un crucifijo y bajo el
retrato de un Caudillo que nos daba más miedo que cien pelotones de valerosos
enemigos.
La gramática del colegio
Para entrar al colegio donde estudiábamos Licio y yo había que
pasar sobre un tablón de madera con objeto de superar la barrizada que desde el
invierno nos esperaba a la puerta.
Aquel colegio, provisional
hasta que se construyeran las nuevas escuelas, estaba en lo que había sido una
serrería y carpintería. Separaban sus dos únicas aulas unos paneles de madera:
en una de ellas estaba la clase de don José, el profesor de los mayores, que
éramos los que pasábamos de los diez y aún no habíamos aprobado para ir al
instituto.
El colegio tenía pocos
alumnos y, a diferencia del instituto de Juanjo, las clases eran mixtas,
comunes para niños y niñas. Teníamos clases mañana y tarde y aun los sábados
hasta mediodía, pero los jueves hacíamos tarde libre.
Licio y yo faltábamos
siempre a la clase del miércoles, que era el día del mercado mayor en la
capital de la comarca; y algún que otro sábado y cualquier otro día de la
semana en que acompañábamos a nuestros oficiales a los puestos. Así que
estábamos como de gira muchos días al año.
Hoy jueves por la mañana
(mientras nos cuchicheamos en clase nuestros planes para la tarde libre) don
José explica gramática.
- Decidme los participios
irregulares.
- De romper, roto.
- De escribir, escrito.
- De disfuncionar, difunto.
- De escupir, esputo.
- Bien, bien.
- De llover, lloro.
- De freír…
- …rayo de mar. Por qué no;
se me ha ocurrido, decía yo.
- De decir, lo dicho. Sois
una pandilla de sabios a los que tengo que ponerles orejas de burro.
Decía don José, que era un buen versificador y que gustaba leernos poemas que
sólo él sabía que no venían en el libro.
Qué voz para mi
castigo
levantas por el
mercado.
Qué clavel
enajenado
en los montones
de trigo.
Qué lejos estoy
contigo,
qué cerca cuando
te vas…
(Pausa para recordar)
Qué alfiler de
cactus breve
asesina tu
cristal.
- Eso es de un poeta que se
llama Federico García Lorca.
No habíamos ni “gipao” el
poema, pero aquel recital no encantaba, y más la voz que ponía don José al
decir los versos últimos, una voz susurrada, como para comunicarnos un secreto.
Hablaba el maestro de los
de antes de la guerra en presente. Nosotros nos imaginábamos a Federico García
Lorca en el mercado y yo le ponía el rostro de Juan José al ver de lejos a su
María Eugenia.
- Vamos a ver cómo vais de
geografía. Repaso.
En coro.
- ¿En qué continente, de
los cinco, se encuentran los Estados Unidos?
- En América.
- ¿En qué otros continentes
no se encuentran los Estados Unidos?
- En Europa, Asia, África y
Oceanía.
- Muy bien.
- ¿Qué nos separa de
Francia?
- Los montes Pirineos.
- ¿Qué otros sistemas
montañosos no nos separan de Francia?
- La cordillera ibérica, la
bética, la penibética…
- Vale, es la hora. No se
olviden ustedes para mañana de estudiar la lección de historia.
Fulgencio Martínez
(Del libro El taxidermista y otros del estilo)
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