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lunes, 10 de julio de 2023

ENTRE BAMBALINAS (Reflexiones sobre el teatro). Por Antonio Rubio López. Publicado en Ágora-Papeles de Arte Gramático N. 20 (Nueva Col.) Ensayo / Julio 2023


                                                                                     Truffaut. O la importancia del director.

 
 

ENTRE BAMBALINAS

(Reflexiones sobre el teatro)

 

Antonio Rubio

 

 

El teatro, hijo bastardo de la poesía, lleva en su esencia misma el estigma de la crisis permanente, pues a diferencia de la poesía que es creada para un lector atemporal, el teatro necesita el público presencial. Esta servidumbre le ha sometido a los azares del negocio del espectáculo propios de cada tiempo. Y no es extraño que en cada época muchos intelectuales y “lletraferits” hayan salido a la busca del “verdadero teatro”, como Diógenes buscaba un hombre con una linterna a pleno día.

          Yo por mi parte no he quiero caer en esa trampa y me he dedicado a observar y reflexionar sobre los tópicos y los trucos de este viejo oficio.

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Hay un teatro que el poder no se puede permitir: el teatro libre. En el momento que aparece en cualquier rincón de la ciudad un teatro que no sólo se llame así, sino que tenga además esas ambiciones, se movilizan los mecanismos para neutralizar tal invento.  Cómo?...dando subvenciones naturalmente, que es el paso previo para colocar a sus propios peones al frente.

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 Hay un teatro que el actor no se puede permitir: el teatro pobre. Tal vez porque el voto de pobreza pertenece más bien a las religiones, donde se aspira a la santidad, y el teatro en sí mismo es antagónico a esta búsqueda, pues su materia prima no va buscarla entre santos sino más bien entre herejes.

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En la película de François Truffaut “El Ultimo Metro” el tramoya de un teatro dice a un actor al que encuentra muy nervioso en el momento de salir a escena: “...bueno, en el teatro, como en el cementerio y en el w.c., cuando hay que ir ¡hay que ir!...” Es justamente lo que creo que se plantea el público de hoy a la hora de ir al teatro, cuando hay que ir, ¡hay que ir!

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En teatro es mejor confiarlo todo a la situación. Con tiempo y los ingredientes necesarios ella te resolverá la papeleta. Si lo confías todo a las palabras el público se puede distraer, o dicho de otra manera, aburrir, porque el terreno de las metáforas es largo, vasto y tiende a la ensoñación, y lo que ganes por las palabras por ellas lo puedes perder. Y el teatro necesita ante todo resolver “la situación”, dicho de otra manera, necesita la “acción”

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Oigo en televisión a un conocido hombre de teatro “exigiendo” dinero para el teatro, porque el teatro es cultura, porque el teatro es un servicio público, porque el teatro es una necesidad, es un bien, es...un espejo en que la sociedad ha de reconocerse. Yo creo que el espejo es justamente semejante tipo exigiendo que nos reconozcamos en sus demandas. Una coacción sin duda alguna. ¿No resulta aterrador poner dinero en manos de semejante chantajista?

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Asisto un día a la representación de una prestigiosa compañía de teatro de vanguardia. En medio de una función en la que todo el mundo se aburría muy respetuosamente a uno de los actores le da un ataque de risa que contagia inmediatamente a sus compañeros, y a continuación a todo el público. El ataque colectivo de risa se apodera de la sala y la representación queda interrumpida durante más de diez minutos, hasta que uno de los actores con dos golpes de tos intenta recomponer la situación y esto provoca aún más risas. Así que todo el mundo se ha desfogado otro golpecito de tos y la representación continúa. Fue como pasar del teatro a la liturgia, y todos volvimos a sumirnos en nuestro respetuoso tedio.

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Imagínense que hubiera sucedido lo anterior en una misa, durante la consagración de la hostia un ataque de risa colectivo. Sin duda hubiera sido conflictivo, o excomulgación general o enfrentamientos entre los escépticos y los más ortodoxos. Y sin embargo también el teatro tiene un público ortodoxo, el de los que siguen “exigiendo”.

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Justo lo que un actor mediocre no necesita para levantarle el ánimo es que le digan cosas por el estilo de... “resultas más interesante en la vida real que en el escenario”. Y sin embargo esta es una razón para que un actor obstinado se esfuerce por mejorar.

          En cambio, dile a un tipo corriente de la calle que es muy divertido “que parece un actor profesional y corres el riesgo de complicarle la vida si llega a creérselo.

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 Una justa proporción de sonidos, colores, luces, formas…Pura artesanía. La creatividad ha sucedido antes, no tiene por qué aparecer durante la representación necesariamente. El ambiente ayuda más que la genialidad. Llega antes el buen ambiente que la genialidad o el virtuosismo. Sin él, el teatro puede hacerse una ceremonia insoportable. Eso es algo que deberían trabajar los nuevos sacerdotes con pretensiones de renovación.

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Peter Brook  lo ha dicho reiteradamente, el teatro seguirá mientras se respete su base, es decir, sus formas.

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 Veo el ensayo de una obra de teatro. No me gusta. ¿Por qué? Puedo ver ciertas cosas que yo haría de otra manera. ¿Por qué no dices qué cosas? Porque si pudiera cambiar esas cosas tendría que seguir y al final cambiaría toda la obra. El director es otro en este caso. Lo más prudente es no asistir de invitado a un ensayo.

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Para un actor, lo difícil no es tomar una actitud sino mantenerla. Es tanto como sentir el punto de gravedad, el peso…de lo contrario, flotas, y es imposible hacer teatro o representar algo en estado de flotación a no ser que pretendas hipnotizar a los espectadores, como sucede mirando junto a la piscina una boya puesta en ella, hipnotizarlos hasta el tedio y la indiferencia.

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La improvisación es un lujo para los actores experimentados. Pero es una mala excusa para los diletantes o los aficionados.

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Un actor ha de controlar el proceso de su interpretación, debe ir delante del público en el juego, y este es su mérito.

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Desconfío de los actores que se justifican, pero ¿qué hay de los que continúan su actuación fuera del escenario? También el oficio del teatro tiene su perversión, quizás más que ningún otro, por eso atrae con frecuencia a tipos raros, tipos inestables que no acaban de encontrar su sitio.

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Aún sigue abierto el misterio: “Un actor es algo menos que un hombre, ¿una actriz es algo más que una mujer?”.

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En el teatro, la intervención excesiva de la voluntad en cualquier proceso de la creación puede agriar irremediablemente el resultado. De ahí que muchas veces se celebre un espectáculo con el comentario “¡fresco fresco!”

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Como en la guerra, sin dormirse, dar vueltas alrededor, buscarle la vuelta, desechar, tener mano izquierda, probar otra cosa, son las mejores herramientas en el taller del teatrero, esas que no se ven, precisamente.

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Así, el proyecto de un teatro no forzado, consciente y con tiempo nos librará para siempre del trauma de no ser geniales. Pues lo genial no se registra como aprendizaje y es causa muchas veces de la desesperación. Debemos trabajar con la paciencia y la determinación del artesano. En estos tiempos de rebajas donde muchos dicen genial!, yo diría embaucador!

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Un gran actor entra en escena, se sienta en un gran sillón y piensa “Espero que no esté entre el público aquel profesor que un día en clase comentó burlonamente: -Los actores catalanes en cuanto entran en escena lo primero que buscan es un buen sillón-.”

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Para un actor, es imprescindible técnicamente separar los elementos que alimentan la pasión, la tierra del agua, del fuego, del aire. No hay actuación más anodina que esa en la que todo es un barrizal ilegible.

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Los grandes intentos revolucionarios del teatro en el siglo XX. B. Brecht, A. Artaud, J. Grotowsk… y sus epígonos fracasaron en lo más obvio, su revolución no se dirigía al “Teatro”, a la praxis del teatro como fenómeno cultural, sino a la vida. Su propuesta no se dirigía al “espectador” sino al “hombre” a quien quería transformar. Naturalmente eso no es posible desde el teatro, para eso está la política y/o la religión. El teatro, hijo de la poesía solo se dirige al mundo de las ensoñaciones.

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El actor-títere de Brecht, el actor-intuitivo de Artaud o el actor-santo de Grotowski se colocan en una esfera demasiado lejana del público, en una suerte de mundo inalcanzable, esto en la práctica acabó rompiendo el hilo que vincula el actor con el espectador: la complicidad.

 

 


Antonio Rubio López es profesor y escritor formado en el teatro y en la filosofía. Nace en 1960, en el término de Vélez Blanco, hace el Bachillerato en Caravaca de la Cruz y los estudios de Filosofía y Ciencias de la Educación en Murcia y Barcelona. La afición al teatro le lleva a ejercer este oficio durante varios años por diversos países, y de aquellos pasos saldrá el germen de su primer libro de poesía Alcabala del tiempo, publicado en 2005 en Murcia, bajo los auspicios de la revista Ágora, donde colabora desde su fundación. En la actualidad es profesor de Filosofía en Barcelona.

 

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